BELGRANO, MANUEL (1770-1820)

Abogado y general, un civil que se hizo soldado ante la Patria en peligro. Creador de la Bandera Nacional. Militar por las circunstancias, patriota por convicción, trabajador infatigable para promover el bien del país, y la educación y el progreso de sus habitantes; sin vanidad personal alguna, siempre dispuesto a desempeñarse de la mejor manera posible en los cargos que se le encomendaban, como también a hacerse a un lado si ello se juzgaba conveniente para la causa de la libertad.

Homenaje a Manuel Belgrano en el bicentenario de su muerte y 250 años de su nacimiento. – Buenos Aires Historia

Nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770 y sus verdaderos nombres y apellido son Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano (1). Fue bautizado en la Catedral de Buenos Aires por el presbítero JUAN BALTASAR MACIEL y fueron sus padres DOMINGO BELGRANO PERI, natural de Oneglia, en la Liguria, y de MARÍA JOSEFA GONZÁLEZ CASERO.

Cursó en Buenos Aires las primeras letras y completó sus estudios en el Real Colegio de San Carlos, donde uno de sus maestros fue el doctor LUIS CHORROARÍN. En 1784, fue enviado a España para continuar allá sus estudios. En noviembre de 1786 se matricula en la Universidad de Salamanca. En 1789 se graduó de bachiller en leyes en Valladolid, donde se recibe de abogado en 1793.

Residió durante un tiempo más en Madrid, donde se incorporó a la Academia de Santa Bárbara y los idiomas, la economía política y el derecho público le atraen mucho más que el ejercicio de su profesión. Lee a Jovellanos, Campomanes, Quesnay, Montesquieu, Rousseau y Filangieri. Profundamente impresionado por la Revolución francesa, dice en su “Autobiografía”:”…. se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, disfrutare de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido”. Su padre, Domingo Belgrano y Peri, natural de Italia, quería que el joven se dedicara al comercio, pero el único contacto entre ese deseo y las disciplinas que interesaban al prócer futuro, fue la inclinación de este por la Economía Política y sobre esta materia BELGRANO publicó un tratado en Madrid.

Poco antes de cumplir 24 años, regresó al Río de la Plata con el título de Doctor en Leyes y el nombramiento de Secretario del Consulado de Buenos Aires  fundado el 30 de enero de 1794 y en tal cargo, viéndolo como una oportunidad para poner en práctica las nuevas ideas que traía de Europa, para el desarrollo de su país natal, son muchos los variados proyectos que propone para el desarrollo de la agricultura, la introducción de nuevos cultivos industriales (el lino y el cáñamo, etcétera), el fomento del comercio, la introducción de nuevas industrias, la construcción de nuevos caminos y el mejoramiento de los antiguos, el mejoramiento de las condiciones para la navegación y la adopción de un vasto plan de educación pública que incluye la instrucción de las mujeres y escuelas gratuitas para todos y el establecimiento de nuevas escuelas.

Y a pesar de que la oposición, poderosa y sarcástica, obstruyó muchos de sus planes, logró hacer triunfar iniciativas progresistas y aprobar medidas de interés general, recibiendo en muchos casos, un fuerte apoyo, especialmente de los comerciantes, los intelectuales educados en las nuevas ideas liberales de la Ilustración, de los científicos y de los profesionales.

         Combatió tenazmente el sistema comercial español que favorecía el monopolio de los comerciantes de Cádiz y de sus asociados o agentes en la colonia y su pensamiento en materia económica queda claramente expuesto en las Memorias que presenta anualmente, exponiendo los medios que sugiere para lograr estos objetivos.

En 1799, con el auspicio del Consulado, movido por su prédica, se crean las escuelas de Náutica y de Dibujo. En 1806 se produce la primera Invasión Inglesa y BELGRANO, a quien el virrey MELO le había conferido el cargo de  capitán (honorario) de milicias urbanas, se encuentra frente al enemigo en la Barranca de Marco. Es apenas una escaramuza, tanto que el propio BELGRANO llama “fuegos fatuos” a las descargas que hacen sus camaradas, milicianos tan improvisados como él. Las tropas se repliegan, Buenos Aires cae en poder de los invasores.

Llamado por BERESFORD para prestar acatamiento a la dominación inglesa, como ya lo habían hecho los restantes miembros del Consulado, se fuga de Buenos Aires, pasando a la Banda Oriental. Se aprestaba a incorporarse a las fuerzas que reconquistarían la ciudad, cuando le llega la noticia: los británicos han sido derrotados.

Ya de regreso a Buenos Aires, se enrola en la Legión Patricia, uno de los batallones que se formaron a toda prisa para defender la ciudad ante el temor de una nueva invasión, que finalmente se producirá al año siguiente. CORNELIO SAAVEDRA es nombrado comandante de la Legión Patricia, en la que revista BELGRANO y a partir de entonces, el abogado, el teórico, el tratadista se interesa por la táctica, el manejo de las armas y las cuestiones de la guerra y lo hace con tanto empeño, que en poco tiempo el alumno se convierte en maestro.

“Desde este día dice en su autobiografía- “contraje con empeño al estudio de la táctica y tomé maestro que me enseñase el manejo de armas”. Declaraciones éstas, que confirman que trayectoria tan corta como la suya en el ámbito castrense, no fue impedimento para que con sus excepcionales dotes, habiéndose nutrido de los secretos de la ciencia militar y poseyendo ya sólidos conocimientos y una extraordinaria capacidad de análisis, estuviera habilitado sobradamente para asumir las responsabilidades que a partir de ese momento, la patria le impuso.

Tenía vocación de servicio y espíritu de cuerpo, condiciones indispensables para el ejercicio del mando militar y aunque fuera un civil obligado por las circunstancias a la actividad armada, supo estar a la altura de lo que de él se esperaba y aceptó su destino.

Pasa a ser instructor del cuerpo de Patricios y allí conoce por primera vez la intriga, que se ensaña con él. A raíz de ello, vuelve a sus tareas en el Consulado, pero cuando las fuerzas de WHITELOCKE se presentan en Buenos Aires, acepta el puesto de ayudante de campo de SAAVEDRA y se desempeña en él durante toda la Defensa de la ciudad y el 9 de febrero de 1809 se lo asciende a sargento mayor.

Aunque en aquel tiempo no cree en la posibilidad de una independencia inmediata como lo confiesa al general CRAWFORD, los sucesos posteriores le hacen cambiar de opinión y convencido de que su patria nunca podría progresar bajo el gobierno español, se convirtió en un defensor de la independencia.

Desde 1808, junto con JUAN JOSÉ CASTELLI, HIPÓLITO VIEYTES, NICOLÁS RODRÍGUEZ PEÑA, JUAN MARTÍN DE PUEYRREDÓN y otros, venía trabajando en un plan destinado a proclamar un gobierno encarnado en una monarquía constitucional que encabezaría la princesa CARLOTA JOAQUINA DE BORBÓN, hermana de Fernando VII y esposa de Don Juan, el Regente de Portugal, que residía a la sazón en la Corte de Río de Janeiro. Con la dirección de Belgrano, el partido de “la Carlota” se propaga rápidamente, pero sin llegar a ningún acuerdo definitivo durante el lapso en que se prolonga la negociación, desde 1808 a 1809 (ver Belgrano y la infanta Carlota).

En este último año Belgrano acepta la redacción de un nuevo periódico auspiciado por el entonces virrey CISNEROS que aparece a fines de enero de 1810 con el nombre de “Correo de Comercio de Buenos Aires”. Su objetivo principal era “popularizar los sanos principios de la economía política” y ocuparse de materias científicas y literarias, impulsando a través de esas publicaciones la Revolución, según afirma en su autobiografía.

En abril de 1810 renuncia a su cargo del Consulado y marcha a la Banda Oriental, donde poseía algunas tierras, hasta que a principios de mayo recibe una carta de Buenos Aires por la que reclaman su presencia: “Véngase, que lo necesitamos: es llegado el momento de trabajar para adquirir la libertad y la independencia deseada”.

Leemos a este respecto en su Autobiografía: Habiendo salido por algunos días al campo en el mes de mayo, me mandaron llamar mis amigos a Buenos Aires, diciéndome era llegado el caso de trabajar por la patria para adquirir la libertad e independencia deseada y volví para presentarme y hacer cuanto estuviese a mis alcances. Había llegado la noticia de la entrada de los franceses en Andalucía y la disolución de la Junta Central. (…).

Muchas y vivas fueron entonces nuestras diligencias para reunir los ánimos, y proceder a quitar las autoridades, que no habían caducado (…). Era preciso corresponder a la confianza del pueblo y todo me contrajo al desempeño de esta obligación (…). El bien público estaba a todos instantes a mi vista».

Se compromete de inmediato con el grupo de complotados que aspiraban a la libertad de estas tierras y trabaja incansablemente en ello. Convoca y asiste a reuniones. Habla con unos y con otros. Compromete a los decididos e intenta convencer a los indecisos y el 19 de mayo de 1810, junto con CORNELIO SAAVEDRA informan a un grupo de adeptos, acerca de la gestión que llevaron a cabo ante el Alcalde JUAN JOSÉ LEZICA y todos deciden estar atentos a los acontecimientos y mientras tanto continuar con las tareas que fueren necesarias para lograr la mayor adhesión del pueblo de la ciudad para las gestiones en las que estaban ocupados.

Instalada la Primera Junta Provisoria de Gobierno, es nombrado vocal de la misma y a este respecto dirá Belgrano más tarde en su “Autobiagrafía”: “Apareció una Junta de la que yo era vocal, sin saber cómo ni por dónde, en lo que no tuve poco sentimiento. Pero era preciso corresponder a la confianza del pueblo, y me contraje al desempeño de esta obligación, asegurando, como aseguro a la faz del universo, que todas mis ideas cambiaron, y ni una sola concedí a un objeto particular, por más que me interesase: el bien público estaba a todos instantes a mi vista”.

La actitud con que enfrentó los acontecimientos que lo tuvieron por protagonista, a partir de su nombramiento como vocal de la primera Junta de Gobierno, muestra que no fue éste el corolario de su intensa actividad, sino apenas el comienzo de su fecunda trayectoria al servicio de la Patria.

El 23 de julio de 1810, por iniciativa suya, se crea en el Consulado una Escuela de Matemáticas cuyo primer Director será Felipe de SENTENACH.  Y es en setiembre de 1810, cuando las necesidades de esta patria naciente, le exigen que empuñe las armas nuevamente.

El 4 de ese mes y año, se lo inviste con el grado de coronel y se le confía el mando de una expedición propagadora de los ideales revolucionarios que debía dirigirse hacia el Paraguay con ese fin.

En cumplimiento de ese mandato, el 22 de setiembre de 1810, Belgrano al mando de un Regimiento de caballería y 200 soldados de la guarnición de Buenos Aires, acompañado por el doctor VICENTE ECHEVERRÍA como veedor de la Junta, se dirige hacia Santa Fe, donde llega el 2 de octubre y allí recibe una importante ayuda del Gobernador FRANCISCO ANTONIO CANDIOTI, que le aporta dinero y más de 1.000 hombres y armamento, como refuerzo de las fuerzas que llevaba.

Por considerarlas aún insuficientes para el cumplimiento de la misión que se le encomendara, se dirigió por nota a la Junta de Gobierno, solicitándole que le enviara más material y dinero. Así, aunque insuficientemente equipado, parte hacia el objetivo fijado y en su marcha hacia Asunción, llega a un lugar conocido como “Posta de la Cruz” y allí, el 16 de noviembre de 1810, funda la ciudad de Curuzú Cuatiá. Combate del Paso del Campichuelo.

Habiendo reemprendido la marcha, llega al río Paraná, a la altura de la ciudad de Corrientes y creyendo poder persuadir al Gobernador VELAZCO, para que Paraguay se plegara al movimiento independista, teniendo de por medio al río Paraná, celebra un armisticio con el jefe de las tropas paraguayas PABLO THOMPSON, tratando de lograr un acuerdo que no obligue al empleo de las armas, pero sus razones no son escuchadas y se lo intima a que detenga su avance.

Belgrano, considerando entonces, roto el armisticio, atraviesa el río Paraná por el paso de la Candelaria y hace pie en territorio paraguayo. Inmediatamente, el 19 de diciembre de 1810 una pequeña fuerza conducida por el Ayudante MANUEL ARTIGAS atacó a la vanguardia paraguaya que se hallaba fortificada en el Paso del Campichuelo, tomándole una bandera y cañones y THOMPSON que mandaba la fuerza paraguaya se retiró con sus efectivos.

Combate de Paraguarí
Luego de vadear arroyos caudalosos, cruzar esteros y atravesar densos bosques, la columna de BELGRANO sigue su marcha hacia Asunción y al llega a orillas del río Tacuarí, el 30 de diciembre y allí se detiene en espera de refuerzos que no llegaban (y que jamás llegaron).

En tanto, estando allí, redacta un «Reglamento y Declaración de Derechos y Garantías para los habitantes de las Misiones», a quienes reconoce todos sus derechos civiles y políticos. Continúa finalmente su avance y llega a pocas leguas de Asunción, donde lo aguarda el enemigo. Los realistas superan a sus tropas en número y armamento, pese a lo cual el general patriota los ataca el 19 de enero de 1811, logrando romper las líneas enemigas y provocando la huída del gobernador VELASCO (ver Reglamento para la administración de las misiones).

Pero, imprudentemente perseguidos por la reducida fuerza criolla, los españoles reaccionan y rodean a las avanzadas de BELGRANO quien ordena la retirada y abandona el campo de batalla, prácticamente desfilando con sus hombres frente a los vencedores, sin que éstos se atrevan a atacarlos. Luego Belgrano acampa en la margen izquierda del Tacuarí y deja pasar el tiempo, hanblando con los pobladores, confiando en vano que los naturales del país se decidan por la Junta de Buenos Aires.

Batalla de Tacuarí
El 9 de marzo lo atacan fuerzas muy superiores y al cabo de seis horas, el combate se vuelca en favor de los realistas y pese a ser derrotado, es tal la habilidad de Belgrano como negociador, que el 10 de marzo, logró, no sólo una capitulación honrosa, concedida por el jefe realista CABAÑAS, por la cual sólo se les exigió abandonar el territorio del Paraguay, retirándose con sus armas y bagajes, sino que incluso logró un vuelco ideológico que será el germen del movimiento revolucionario paraguayo, como se demostró después con el estallido de la revolución que se produjo en el Paraguay y que lo llevó finalmente a lograr su independencia de España. “Si su campaña militar no tuvo el éxito esperado, su entereza como soldado y su habilidad como diplomático le dieron el triunfo moral”, se ha escrito acerca de Belgrano.

El 20 de marzo de 1811, MANUEL BELGRANO pone fin a su expedición al Paraguay y el 29 de marzo la Junta de Buenos Aires, dispone que se dirija a la Banda Oriental para reforzar los efectivos que al mando de JOSÉ GERVASIO DE ARTIGAS, se habían levantado allí contra las autoridades españolas y allí permanece hasta que 7 de abril es  reemplazado por el general JOSÉ RONDEAU en esas responsabilidades, e informado que debe emprender el inmediato regreso a Buenos Aires “por razones que se le comunicarán”.

De regreso en su ciudad natal, los nuevos gobernantes de Buenos Aires no le perdonan haber fracasado en su intento de sumar al Paraguay a la causa de la revolución de Mayo y el 6 de junio de 1811 es procesado y se lo priva de su grado y honores. Sometido a Juicio, el 9 de agosto es declarado inocente de los cargos que se le imputan y se lo reivindica totalmente, devolviéndosele el uso de su grado y uniforme.

El 13 de noviembre de 1811 se lo nombra Jefe del Regimiento de Patricios N0 1, el mismo cuerpo en el que BELGRANO revistara cuando las Invasiones Inglesas y que ahora se llamaba así y el 15 del mismo mes, renuncia a la mitad de su sueldo, “porque no tiene mayores gastos para su subsistencia” según dice.

Pero pronto debió sufrir la amargura del rechazo de la tropa a su mando, cuando el 6 de diciembre del año siguiente, en 1812, debe enfrentar el que se llamó el motín de las trenzas, un alzamiento producido en el seno de esa unidad , aparentemente provocado por el rechazo de la tropa a la orden impartida de cortarse la trenza con la que se adornaban desde sus inicios ya que en el transcurso de este evento, se puso en evidencia que en verdad, la revuelta se debía al rechazo de su nombramiento como reemplazante del coronel SAAVEDRA, líder indiscutido y amado por esos soldados veteranos.

Llegan después las jornadas gloriosas de febrero de 1812. El 10 de febrero de ese año, es enviado con el Regimiento 5 de Infantería a Rosario, para defender las costas del Paraná de las incursiones de los realistas acantonados en Montevideo.

Llega allí el 10 de febrero e instala dos baterías que llama “Libertad” e “Independencia” en las barrancas del río Paraná y el 13 de febrero de 1812 se dirige al Gobierno de Buenos Aires, informando lo hecho y solicitando la oficialización de una escarapela “que identifique a nuestras tropas”, lo que le es concedido el 18 del mismo mes.

Pocos días más tarde, el 27 de febrero, diciendo …. “Siendo preciso enarbolar banderas y no teniéndola, mandela hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional”, enarbola por primera vez la Bandera que había decidido crear, sin esperar la autorización de Buenos Aires, por lo que el 20 de marzo de ese año, el Triunvirato le ordena “ocultar la bandera que se había atrevido a enarbolar, sin consentimiento de esa autoridad”.

Pero antes de eso, el 15 de marzo de 1812, declarada la guerra por el Gobernador de la Banda Oriental, PASCUAL VIGODET, el Triunvirato decide recurrir nuevamente a los servicios de MANUEL BELGRANO para que organice una fuerza para atacar el reducto español de Montevideo.

Aún no había llegado a su nuevo destino, y el Triunvirato pone en marcha su plan para reorganizar el Ejército del Norte, reforzando sus efectivos y volcando en él todos sus esfuerzos, para contener el avance realista por el Norte, que se insinuaba como muy peligroso para el destino de la patria incipiente y para ello, el 25 de marzo nombra a BELGRANO para que reemplace al general JUAN MARTÍN DE PUEYYRREDÓN en el comando de ese ejército, lo releva de todas sus otras responsabilidades y le ordena marchar con destino a Salta.

En mayo, BELGRANO llega a su destino, se hace cargo de sus nuevas funciones y luego de haber hecho bendecir en la Catedral de Salta, por el presbítero JOSÉ IGNACIO DE GORRITI, la Bandera que creara en Rosario, la enarbola durante los actos celebratorios del segundo aniversario de la Revolución de Mayo, por lo que es reprendido, esta vez, no muy severamente por el Triunvirato.

El 8 de agosto de 1812, MANUEL BELGRANO llega con sus tropas a Jujuy e inicia la campaña encomendada por el Triunvirato con el objeto de detener el avance del ejército realista. Se dedica entonces a reorganizar lo que queda de aquellas gloriosas tropas triunfantes un año y medio antes.

Hace levantar una buena carta topográfica de la zona de operaciones. Suprime, en parte, las tercerolas de la caballería, a la que arma de lanza. Afianza la disciplina, creando un tribunal militar; funda una academia práctica para oficiales; establece la planta de un cuerpo de ingenieros.

Si se piensa que sólo lleva seis años en la carrera de las armas y que no se ha dedicado a ella con exclusividad ni en forma permanente, debe reconocerse que Belgrano ha sabido adaptarse a las exigencias de su nueva situación. A él se le deben mejoras orgánicas, económicas y profesionales para el soldado, significativas en aquel tiempo.

Y si la fortuna le fue adversa en el Paraguay, le será propicia en los días que llegan en Tucumán y Salta, donde salvó el porvenir de su país y con él, el de América. A fines de agosto llega la noticia de que el enemigo se acerca, por el norte, iniciando una nueva invasión en procura de retomar el poder en estos territorios.

En vista de la imposibilidad de hacerle frente al poderoso ejército que nos invadía, el Triunvirato le ordenó a Belgrano que se retire hacia Córdoba y en cumplimiento de esa orden, protagonizando “el éxodo jujeño”, BELGRANO dispone la retirada de todas sus tropas, población, pertenencias y ganado en dirección a Córdoba, dejando “tierra arrasada” a los realistas, privándolos de esa manera de cualquier posibilidad de aprovisionarse.

El 26 de agosto logra batir a los realistas en el combate de Cobos, prosigue su marcha y habiendo sido alcanzada por los realistas su retaguardia el 3 de setiembre en Las Piedras, logra vencerlos en una acción de escasa importancia, pero que estimuló el entusiasmo de los patriotas, llevándolos luego a la victoria en Tucumán. Batalla de Tucumán

El 3 de setiembre de 1812. Belgrano llega a Tucumán y decide detener su retroceso. Espera al enemigo, que al mando de PÍO TRISTÁN venía tras él y el 24 de setiembre lo ataca, venciéndolo rotundamente en la Batalla de Tucumán, triunfo que congeló el avance de las tropas invasoras en el noroeste y le dio tiempo al gobierno de Buenos Aires para ocuparse de su organización.

Batalla de Salta
Luego de la batalla de Tucumán, en marcha hacia Salta, en persecución de PIO TRISTÁN, el ahora ascendido capitán general MANUEL BELGRANO se detiene a orillas del río Pasaje (hoy Juramento) y hace jurar obediencia a la Asamblea Constituyente y a la Bandera que hiciera ondear por primera vez a orillas del río Paraná el 27 de febrero del año anterior.

Prosigue su marcha y el 20 de febrero de 1813, enfrenta nuevamente al general español PÍO TRISTÁN en la Batalla de Salta y vuelve a vencerlo. El enemigo capitula y al día siguiente se rinden 3.400 hombres, que entregan tres banderas, 10 cañones, 2.118 fusiles. En fin, un material de guerra como jamás habían tenido los patriotas.

Los triunfos de Tucumán y Salta hacen que la insurrección cunda en todas las poblaciones del Alto Perú. El 24 de febrero de 1813, En la Sala Capitular de la ciudad de Salta, liberada del dominio español cuatro días antes después de la batalla de Salta, el general BELGRANO toma solemne juramento de las nuevas autoridades que se harán cargo del gobierno y el 8 de marzo la Asamblea General Constituyente le brinda honores y le concede un premio de cuarenta mil pesos que dona al Estado para que se construyan cuatro escuelas de primeras letras en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero  y da a conocer el Reglamento que estima necesario para su administración (ver Las escuelas de la Patria).

Según lo dispuesto por el gobierno de Buenos Aires, BELGRANO, al mando del Ejército del Norte, inicia la Segunda Expedición al Alto Perú con el objeto de afianzar el movimiento de Mayo de 1810 en esos territorios y a estos efectos se dirige hacia Potosí, plaza a la que entra triunfante el 21 de junio de 1813, luego de que  el mes anterior lo hiciera su vanguardia, al mando del mayor general EUSTOQUIO DÍAZ VÉLEZ.

Fue recibido jubilosamente por la población que se sintió liberada, luego de que los realistas abandonaran la ciudad, para dirigirse al interior y logra la adhesión de la sociedad potosina y la de varios caciques indios de prestigio, que se ponen a sus órdenes. Al parecer, todo está en favor de la causa patriota, Pero el destino dirá otra cosa.

Vilcapugio y Ayohuma
El 1º de octubre de 1813 el general PEZUELA derrota a BELGRANO en la pampa de Vilcapugio. ¿Qué error ha cometido BELGRANO? El primero, dar libertad a los prisioneros de Salta que juraran no empuñar más las armas contra la Patria naciente (2).

Muy pocos cumplirán el juramento y PEZUELA podrá formar con ellos un ejército, en tanto las fuerzas de Belgrano están integradas con reclutas recién incorporados. Los patriotas carecen de caballada y de elementos de transporte. Reconoce Belgrano la derrota y poco después habrá de afrontar otra, decisiva: el 14 de noviembre los realistas lo vencen en la pampa de Ayohuma y debe replegarse hacia Potosí.

Las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma determinaron que el gobierno de Buenos Aires lo relevara de su cargo de Comandante en Jefe del Ejército del Norte y el 3 de enero de 1814 se le ordena que se dirija hacia Tucumán, donde lo esperará SAN MARTÍN para efectuar dicho relevo.  Al vencido le costará mucho reivindicarse luego de esos reveses, aunque en rigor, parece ser que no lo consiguió del todo en vida.

El general SAN MARTÍN, luego de reiteradas manifestaciones en contra de este nombramiento, cumple las órdenes impartidas por el gobierno y se hace cargo del comando del Ejército del Norte y BELGRANO quedará como coronel, jefe del Regimiento N0 1, pero desde Buenos Aires se lo llama; se le ha iniciado proceso por las derrotas de Vilcapujio y Ayohuma y en la causa que se le sigue, intervendrá SAN MARTÍN.

Finalmente será sobreseído, brindándosele luego valiosos consejos para el mejor el cumplimiento de las responsabilidades que debe asumir el Ejército del Norte.

El 29 de agosto de 1814, es designado por el Directorio para que junto a BERNARDINO RIVADAVIA y MANUEL DE SARRATEA, marche hacia Europa, para intentar una reconciliación con la monarquía española, sin desistir de la Independencia y si ello fuera posible, tratar de obtener la mediación y el apoyo de Gran Bretaña en esta cuestión (En esos momentos, todavía no se descartaba la coronación de un príncipe Borbón en el Río de la Plata, con un sistema constitucional que debía aprobar la Asamblea General Constituyente de estas provincias del Río de la Plata).

Se encuentra con MANUEL GARCÍA, potador de una carta que le enviaba CARLOS MARÍA DE ALVEAR al ministro CASTLEREAGH, poniendo a las Provincias Unidas del Río de la Plata «bajo el manto protector de la Gran Bretaña» y logra disuadirlo de su entrega, pero no puede impedir que se las muestre y las comente con el ministro inglés.

Los acontecimientos en la Europa de 1814, con la derrota de Napoleón y el consiguiente regreso al trono de Fernando VII, motivan que el gobierno porteño se preocupe por allanar el camino de la paz con Madrid u obtener el reconocimiento de Gran Bretaña que había oficiado de mediadora entre España y las colonias.

Al llegar a Londres encuentran a MANUEL DE SARRATEA embarcado, en esos momentos, en el proyecto de coronación en el Río, de la Plata del infante español FRANCISCO DE PAULA, y BELGRANO y RIVADAVIA apoyan la negociación que finalmente fracasa ante la negativa de Carlos IV.

BELGRANO regresa a Buenos Aires en enero de 1816, y al presentar un informe al gobierno sobre las gestiones realizadas, señala que la solución estriba en proclamar una monarquía constitucional, independiente de España. Desarrolla esta misma tesis en las sesiones secretas del Congreso que desde marzo de ese año funcionaba en Tucumán, proponiendo a un descendiente de los incas como candidato al trono.

Desempeñará todavía BELGRANO dos cargos más: el de comandante en jefe del Ejército de Observación, para el cual se lo designa en febrero de 1816, y el de titular del Comando del Ejército del Norte, en reemplazo del general RONDEAU, que, vencido en Sipe-Sipe el 29 de noviembre de 1815, había renunciado al mando,

En febrero de 1816; se trasladó a Tucumán, donde con SAN MARTÍN y PUEYRREDÓN, procuró influir en el Congreso para obtener la realización de tres propósitos: declarar la independencia (la declaración fue firmada el 9 de julio de 1816); adoptar su bandera nacional (aceptada el 25 de julio) y establecer una monarquía en el Río de la Plata, forma de gobierno que BELGRANO pensaba era la que mejor se adaptaba a las realidades políticas argentinas de su época preferentemente bajo un príncipe inca.

Esta última idea fue rechazada, a pesar de que muchos líderes del norte, como MARTÍN GÜEMES, creyeron que este tipo de gobierno era necesario para ligar el noroeste argentino y el Alto Perú al gobierno de Buenos Aires en una nueva y unida nación.

Finalmente le cupo la honra de firmar la solemne Declaración del 9 de Julio de 1816. A partir de agosto de 1816 y por espacio de tres años, BELGRANO permanecerá al mando del Ejército del Norte, pero su ejército no avanzará nunca hacia el norte, permaneciendo acantonado en Tucumán, en defensa de la retaguardia de MARTÍN MIGUEL DE GÜEMES, mientras desarrolla una intensa actividad en busca de la capacitación de sus mandos y de consolidación de la Independencia recientemente declarada. I

mpone una disciplina espartana, se acaban los bailes, las mujeres y la baraja; manda sembrar huertos para pelear contra el hambre que le mata los caballos y debilita a la tropa y por las noches recorre las calles con un ordenanza e irrumpe disfrazado en los cuarteles para sorprender a los oficiales desobedientes y por eso, lo llamaban despectivamente “Bomberito de la Patria”.

Y fue en esa etapa de su vida, cuando trabó relación con DOLORES HELGUERO, con quien tuvo una hija, MANUELA MÓNICA BELGRANO, que reconoció en su testamento” (3).

En 1819, el Directorio le ordena que desde el norte avance sobre Córdoba y Santa Fe, sacudidas por las guerras civiles que el general intenta detener por otros medios que las armas de su ejército.

En oficio al gobierno porteño aconseja buscar la paz con ESTANISLAO LÓPEZ, a quien había conocido en la campaña del Paraguay, como sargento de sus fuerzas: “Es urgente explicaba Belgrano concluir esta desastrosa guerra, por cualquier modo… El ejército de mi mando no puede acabarla, es un imposible; podrá contener de algún modo; pero ponerle fin, no lo alcanzo sino por un avenimiento”. Así logra BELGRANO que el 12 de abril de 1819 se firma un tratado de paz con LÓPEZ, conocido como “Pacto de San Lorenzo”.

Luego marcha a Tucumán, dejando en su lugar al general FRANCISCO DE LA CRUZ. Su creciente enfermedad prácticamente lo incapacitaba dolorosamente y a mediados de 1819, cuando se vio involucrado por los líderes de un movimiento revolucionario que derrocó a MOTA BOTELLO, gobernador de Tucumán; activas intervenciones de su médico, lo salvaron del dolor y la humillación de tener hierros adheridos a sus inflamadas y doloridas piernas y le permitieron regresar a Buenos Aires.

El gobernador RAMOS MEJÍA, alarmado por su estado de indigencia, le hará entregar una suma de dinero, que le permitió subsistir penosamente hasta que a las 7 de la mañana del 20 de junio de 1820, a los 50 años, falleció en Buenos Aires de “hidropesía” (y dicen que afectado también por la sífilis), en la mayor pobreza y rodeado de sus hermanos y unos pocos amigos, el mismo día en que culminaba la anarquía en su Patria (ver La muerte de Manuel Belgrano).

Días antes de fallecer, deseó que le dejaran solo; cuando su hermano y algunos amigos (que no le abandonaron nunca), alarmados por no oírle dar muestras de vida, entraron de nuevo en su estancia preguntándole que era lo que hacía, les contestó con dulzura: “Pensaba en la eternidad a donde voy, y en la tierra querida que dejo. Espero que los buenos ciudadanos trabajarán por remediar sus desgracias”.

Pocos días después murió; las últimas palabras que pronunciaron sus labios, fueron: “¡Ay, patria mía!”  En sus “Memorias”, al referirse a cierto episodio de su juventud que le mostró cómo la mezquindad suele ensañarse contra los mejores, refiere BELGRANO que desde entonces empezó a ver “las tramas de los hombres de nada para elevarse sobre los de verdadero mérito”. Esas redes invisibles tejidas por la maledicencia o la ambición egoísta jamás pudieron atraparlo porque sus móviles no eran los comunes y su bondad era infinita.

Cada momento de su vida estuvo señalado por una adversidad
Al concluir las esforzadas campañas del Paraguay y la Banda Oriental fue destituido de su cargo; tras la noche luctuosa de Vilcapujio y Ayohuma padeció las humillantes tramitaciones de un proceso injusto; flagelado ya por la enfermedad, fue engrillado como reo común después de un motín.

Pobre y postrado, los gobiernos le negaron e] auxilio que pedía, y sólo pudo retribuir con su reloj al médico piadoso que lo acompañó en la hora de la muerte. Conoció la injuria y el martirio, pero supo mantenerse puro, ajeno a las intrigas y bondadoso con quienes lo hostilizaban. No lo doblegaron las desdichas en la hora del infortunio, como no lo envaneció tampoco la victoria.

Después del triunfo de Tucumán, declinó el grado que se le ofrecía y no consideró como propios los laureles conquistados.  Dotado de sencillez y de modestia – raros atributos de toda auténtica grandeza de alma -, no conoció el gesto grandilocuente ni la actitud cesárea.

En 1813 aceptó un premio pecuniario que se le había otorgado, pero sólo para donarlo, con los intereses del capital, para que se construyera una escuela pública en las ciudades de Santiago del Estero, Tucumán, Jujuy y Tarija (en 1899, el gobierno de Tucumán se dirigió al Poder Ejecutivo de la Nación para solicitarle el pago de los intereses que había devengado la parte correspondiente de esos cuarenta mil pesos donados por Belgrano.

La solicitud de referencia venía acompañada de documentos hallados en aquellos archivos, que acreditaban la donación de referencia). Amó a la libertad y a su pueblo, y hasta supo ser mesurado en el sacrificio y velarlo para que la gratitud no se convirtiera en compromiso”. Su nombre y su recuerdo vivirán tanto como la bandera que creó (sólo un error, se le atribuye haber cometido en su vida y eso fue creer en 1811, necesaria la implantación de la monarquía para asegurar el orden, coronando a un descendiente de los Incas, soberanos del antiguo imperio del Perú).

De él puede decirse “Fue grande sin pretenderlo y consiguió la gloria sin buscarla, en el camino del deber”. Por Ley 12.361 del 8 de Junio de 1938, se declaró “Día de la Bandera Argentina” honrando así la memoria de su creador.

Después de haber ofrecido todos los días su existencia a la patria, murió pobre y olvidado, joven aún, como si la Providencia lo hubiese querido alejar en el momento oportuno y sustraerlo al espectáculo de las luchas mezquinas que convulsionaron los primeros años de la emancipación.

La mejor evaluación del lugar que ocupa Belgrano en la historia argentina debe ser hallada a lo largo de la clásica biografía que de él realizó BARTOLOMÉ MITRE. Comenzada en 1857 como poco más que la simple biografía de un gran patriota, creció en sucesivas ediciones hasta la final, publicada en 1887, en un trabajo de tres tomos titulado «Historia de Belgrano y de la independencia argentina», no ya una mera biografía sino un vasto panorama de los acontecimientos en los que Belgrano aparece corno prototipo de su época.

Por ello, en esta obra, MITRE, vio a BELGRANO como imagen del decenio heroico que se inicia en 1810 y concluye con las hogueras de la anarquía, y a San Martín como símbolo de la empresa continental de la libertad. Uno y otro fueron grandes desterrados y grandes incomprendidos.

Si San Martín se sustrajo a la orgía de sangre y pasiones en que parecieron anegarse los frutos de la Revolución, Belgrano murió en aquel 20 de junio de 1820 en que se iniciaba esa etapa anárquica.

Los ideales de Mayo, que ambos defendieron, eran carne de la nacionalidad y ningún azar podría abatirlos. Debieron sufrir su mensaje y su fe, porque fueron cruzados de una empresa heroica. Apasionado – con esa pasión subterránea e hirviente que circula contenida en las almas de serenidad exterior -, fue uno de nuestros héroes más puros, de una mansedumbre que por su sencillez y su profundidad sentimos quizá más cercana. Amó a la verdad hasta protestar enérgicamente contra ciertas deformaciones de hechos que lo favorecían.

Fue austero y sacrificado. Después de haber ofrecido todos los días su existencia a la patria, murió pobre y olvidado, joven aún, como si la Providencia lo hubiese querido alejar en el momento oportuno y sustraerlo al espectáculo de las luchas mezquinas que convulsionaron los primeros años de la emancipación.

Muy pronto se convirtió en numen de la edad legendaria, de las primeras luchas libertadoras. “Ardua existencia la de este varón que participó a la vez de las inquietudes anteriores a la Revolución y de las horas convulsas y esperanzadas en que el verbo de la patria naciente ardía en la inspiración de los tribunos y se hacía epopeya en el heroísmo de los guerreros; y, también, de las primeras manifestaciones de la pasión anárquica que estuvo a punto de enajenar tantos esfuerzos. En las amarguras del infortunio es donde se aquilata el temple excepcional de este patriota insigne”.

“Poseyó en alto grado esas destacadas cualidades morales que siempre han distinguido a los grandes capitanes, estando por encima de todos por su notoria moderación y magnanimidad en la victoria y por su insuperable fortaleza de ánimo en la derrota. Saboreó el néctar del triunfo en Campichuelo y más tarde en Las Piedras, pero sobre todo en Tucumán y en Salta, bebiendo luego el acíbar de la derrota en Vilcapugio y Ayohuma: derrotas en las que brilló a gran altura el acerado y ejemplar temple heroico del patriótico guerrero libertador”.

En sus “Memorias”, el general JOSÉ MARÍA PAZ escribió acerca de Belgrano, como jefe del Ejército del Norte: “Por más críticas que fuesen nuestras circunstancias, jamás el general Belgrano se dejó sobrecoger del terror que suele dominar a las almas vulgares, y por grande que fuese su responsabilidad, la arrastró con una constancia heroica. En las situaciones más peligrosas, se manifestó digno del puesto que ocupaba, alentando a los débiles e imponiendo a los que suponía pusilánimes. Jamás desesperó de la salud de la patria, mirando con la más marcada aversión a los que opinaban tristemente”.

“Dije antes que estaba dotado de un gran valor moral, porque efectivamente no poseía el valor brioso de un granadero, que lo hace a un jefe ponerse al frente de una columna y precipitarse sobre el enemigo. En lo crítico del combate, su actitud era concentrada, silenciosa, y parecían suspensas sus facultades: escuchaba lo que le decían y seguía con facilidad las insinuaciones racionales que se le hacían; pero cuando hablaba, era siempre en el sentido de avanzar sobre el enemigo, de perseguirlo, o si él era el que avanzaba, de hacer alto y rechazarlo. En los contrastes que sufrieron nuestras armas bajo las órdenes del general Belgrano, fue siempre de los últimos que se retiraron del campo de batalla, dando ejemplo y haciendo menos graves nuestras pérdidas”.

“En las retiradas, que fueron las consecuencias de esos contrastes, desplegó siempre una energía y un espíritu de orden admirables; de modo que, a pesar de nuestros reveses, no se relajó la disciplina, ni se cometieron desórdenes. Recuerdo que al día siguiente de la derrota de Ayohuma hizo formar en círculo, después de la lista, los menguados restos de nuestro ejército, y colocándose en el centro, rezó el rosario, según se hacía ordinariamente”.

“Fuera de los sentimientos religiosos que envolvía esta acción, quería hacer entender que nuestra derrota en nada había alterado el orden y la disciplina. ¡Honor al general Belgrano!. Ël supo conservar el orden tanto en las victorias como en los reveses. Cuando él mandó en esos días de luto y de desgracia, los paisanos y los indios venían apaciblemente a traer las provisiones al pequeño cuerpo que se retiraba; lejos de manifestarnos aversión, sólo se dejaba percibir, en lo general, un sentimiento de simpática tristeza”.

“No hubo entonces riñas fratricidas, ni pueblos sublevados para acabar con los restos del ejército de la Independencia; nada de escándalos que deshonran el carácter americano y manchan la más justa de las revoluciones”.

Belgrano y la educación
“La patria necesita de ciudadanos instruidos”, afirmaba MANUEL BELGRANO en 1810. Detrás del creador de la bandera y del militar de las guerras de Independencia, se esconde el BELGRANO intelectual que, durante la transición entre la colonia y la independencia, sembró con sus ideas los cimientos de nuestra nación.

“La riqueza de un pueblo está en relación directa con su instrucción y la educación gratuita es una función pública obligatoria”. BELGRANO aplica estas ideas a la educación de las mujeres, y considerando a éstas como agentes de producción, y al trabajo como un medio de enseñanza moral, agrega:

“Igualmente se deben poner escuelas gratuitas para las niñas, donde se les enseñará la doctrina cristiana, a leer, escribir, coser, bordar, etc. y principalmente inspirarles amor al trabajo, para separarlas de la ociosidad, tan perjudicial, mucho más en las mujeres que en los hombres.

Propone en consecuencia que se funden escuelas para las niñas, donde se les enseñe a hilar el algodón y la lana, proporcionándoles educación, que es con corta diferencia la misma idea que Aimé Martín ha propuesto en Francia con relación al cultivo de la seda”. Aconseja que se abran escuelas en todos los barrios de la ciudad y en todas las villas de campaña para los niños de ambos sexos, en circunstancias en que no existía en Buenos Aires más que una sola escuela de primeras letras, que se llamaba “del Rey”, por ser la única que costeaba la corona de España.

Para los labradores, propone que se funde una “Escuela práctica de agricultura”, en la que se dicte un curso práctico de la materia, y se estimule la aplicación con premios adecuados, proponiendo otros premios honoríficos para las Memorias de los hombres de letras que se contraigan a estos estudios.

Ofrece también presentar para las escuelas, una cartilla rural traducida del alemán, y al que, con una previsión que se adelanta a su época, inculca sobre la conveniencia de aclimatar animales de otros países, que puedan prosperar en nuestro clima. Manifiesta una copiosa erudición y un conocimiento poco común de las leyes de la física y de la química, con motivo de los fenómenos de la naturaleza que menciona, y de la cuestión de los abonos, que trata con extensión.

Allí se lee esta máxima tan vulgarizada hoy, y tan extraña entonces, para los que creían que la tierra se fatigaba de producir: “El verdadero descanso de la tierra, es la mutación de producciones” (extraído del Tomo I de la “Historia de Belgrano y de la “Independencia Argentina”, de Bartolomé Mitre, editado en 1887 por Félix Lajouane.

Domingo Faustino Sarmiento se refirió a este Padre de la Patria diciendo: “General sin las dotes del genio militar, hombre de Estado, sin fisonomía acentuada. Sus virtudes fueron la resignación y la esperanza, la honradez del propósito y el trabajo desinteresado. Su nombre, empero, sin descollar demasiado, se liga a las más grandes faces de nuestra independencia, y por más de un camino, si queremos volver hacia el pasado, la candorosa figura de Belgrano ha de salirnos al paso”. ….“.

“Fue una de aquellas figuras históricas que, lo mismo que con una bandera o una espada, podría ser representada con la pluma del escritor o con el libro de la Ley en la mano, o bendiciendo con ambas manos la cabeza de un niño deletreando en una cartilla; porque fue un hombre de acción y hombre de pensamiento, y porque a la vez que combatió por su creencia, derramó a lo largo del surco de la vida la semilla fecunda de la instrucción y la virtud».

Y agregó: “…es el tipo ideal del héroe modesto de las democracias, que no deslumbra como un meteoro; pero que brilla como un astro apacible en el horizonte de la patria” “Su desinterés y su grandeza son paralelos a los de San Martín. Ambos estuvieron al margen de los odios de partido, y si después del abrazo de Yatasto, San Martín relevó al antiguo jefe, la posteridad los vincula como ejecutores de nuestra Independencia”.

La figura de Belgrano se agiganta con el tiempo y en la medida en que se la estudia y profundiza. El amor a la patria llenó por entero su corazón, reglando todos los actos de su vida y consolándole en las grandes aflicciones que sufrió, y que, como él, sufrieron San Martín, Moreno, Rivadavia, Pueyrredón y todos los grandes y si hubiera vencido en Vilcapujio y Ayohuma¿?..

Pero la historia no se escribe en base a suposiciones, sino a la luz de los hechos. Al recorrer “La Lira Argentina”,- primera colección de la poesía revolucionaria,- asombra la cantidad de cantos consagrados a su gloria. JUAN CRISÓSTOMO LAFINUR, JUAN CRUZ VARELA y otros poetas le ofrendan composiciones elegíacas.

La imperfección literaria de la mayoría no ensombrece la emoción estremecida de esas reliquias cívicas. Los poetas de aquella hora lo veían como inspirador y ejemplo de la patria naciente. “El nombre de Belgrano —escribe Juan María Gutiérrez— subió a las estrellas como el de San Martín, el verso asoció para siempre a ambos héroes en la gloria y en el patriotismo.”  Voz de la tierra misma, los sentimientos que laten en esos versos trascendieron a través de las generaciones.

Todo argentino, al contemplar la bandera, no puede menos que pensar en él: su limpidez armoniosa refleja el alma purísima de quien la creó. “Me propuse al menos echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar fruto”, escribió advirtiendo lo ilusorio de algunas de sus iniciativas patrióticas. Y además: “Bien veo que éstas parecerán ideas aéreas a muchos de aquellos que no han detenido su atención para pensar..”. Estos patrióticos ensueños, estas “ideas aéreas son las que, de generación en generación, han hilvanado el destino espiritual y material de la patria.

Los grandes creadores no se amilanan frente a las consecuencias personales de su obra siempre que ella esté infundida, antes que nada, de un ardoroso sentido ético.

Esa es la proyección profunda del ejemplo del creador de nuestra bandera. Su belleza moral se consustancia con la eternidad del símbolo inmarcesible”. Arquetipo de conducta y de patriotismo. Egregia figura de la historia argentina. Inteligente y entusiasta, que sirvió a nuestra Revolución Emancipadora, no sólo como miembro del Primer Gobierno Patrio y como brillante general, sino también como enviado diplomático al Paraguay primero y a Europa después.

Amó a la verdad hasta protestar enérgicamente contra ciertas deformaciones de hechos que lo favorecían. Fue austero y sacrificado. Después de haber ofrecido todos los días su existencia a la patria, murió pobre y olvidado, joven aún, como si la Providencia lo hubiese querido alejar en el momento oportuno y sustraerlo al espectáculo de las luchas mezquinas que convulsionaron los primeros años de la emancipación.

(1) Cuenta la leyenda que el origen de su apellido – italiano – fue el siguiente: Cierto día del siglo XV, mientras recorría las estribaciones de los Alpes el duque de Savoya, Manuel Filiberto, se detuvo a contemplar una gran parcela de terreno esmeradamente cultivado. Lleno de admiración le preguntó al labriego que tenía delante de sí: “¿De quién es este campo?” “Mío, señor”, le respondió el labrador. El duque se le quedó mirando y exclamó: “Dichosa mi patria, puesto que tiene hijos capaces de defenderla en la guerra y enriquecerla en la paz.” Y estrechándole la mano, al despedirse, agregó indicando las mieses: ¡Bel grano il tuo! Desde entonces los vecinos comenzaron a nombrar al labriego con el apodo de Bel Grano.

(2). Belgrano se caracterizaba por una piedad cristiana que lo engrandeció en el triunfo y en la derrota: en el norte, luego de la batalla de Salta (21 de febrero de 1818), donde vence a las fuerzas de PÍO TRISTÁN, ordena la inmediata libertad de todos los prisioneros que se habían capturado, luego de tomarles juramente de no volver a tomar las armas. Tremendo error, que luego le costó las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, pues con esos efectivos liberados, toda tropa de veteranos, PEZUELA pudo recomponer sus fuerzas y vencerlo en esos encuentros que fueron decisivos en la pérdida del Alto Perú (ver La magnanimidad de Belgrano después de la batalla de Salta).

3). En Buenos Aires ha tenido amores tumultuosos de los que le ha nacido un hijo clandestino que Juan Manuel de Rosas cría y ampara bajo el nombre de Domingo Belgrano y Rosas (ver Los hijos del general Manuel Belgrano).

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