EL CONTRABANDO EN EL RÍO DE LA PLATA (1778)   

Durante la mayor parte del período colonial, el comercio de mercaderías de contrabando constituyó un importante medio de vida en las colonias hispanoamericanas, especialmente en Buenos Aires, y este fue un “modus operandi” que se arraigó profundamente en el criollo, llegándose incluso a considerarlo como un medio lícito para la supervivencia.

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Desde que JUAN DE GARAY abrió “las puertas a la tierra”, refundando la ciudad y “Puerto de Buenos Ayres” en 1580, la necesidad de satisfacer las demandas de un pueblo aislado y lejos de todo centro de producción accesible, hizo imprescindible el comercio con la Metrópoli y en razón del monopolio impuesto por la corona española a sus colonias, el flujo de mercaderías, insumos y pasajeros tuvo un desarrollo diríamos que normal y falto de especulaciones. Los volúmenes eran celosamente controlados, los valores rigurosamente establecidos y la intervención de intermediarios absolutamente descartada.

España estableció formalmente un sistema de galeones en virtud del cual, todas las mercaderías para las colonias hispanoamericanas debían ser manejadas en España por los comerciantes del monopolio de Sevilla. Dichas mercaderías eran embarcadas anualmente en flotas de galeones con destino a Portobello en Panamá, eran luego transportadas a través del istmo para ser reembarcadas hacía el Callao y desde allí, previa selección y en cantidades muy limitadas, eran trasladadas por vía terrestre en lentos y peligrosos viajes, para posteriormente ser vendidas a precios exorbitantes en los mercados del Alto Perú (hoy República de Bolivia), de Tucumán y finalmente de Buenos Aires.

A mediados del siglo XVI, la corona española decidió que la plata extraída de las minas de Potosí, debía salir por el puerto del Callao en el Perú, llegando a prohibir la comercialización de todo producto por el Puerto de Buenos Aires, “salvo el que fuere necesario para el abastecimiento interno de la población”. Quedaba así totalmente marginada Buenos Aires, que podía recibir solamente dos navíos de registro por año (hubo lustros en los que no llegó ninguno) y así se vieron drásticamente limitadas las posibilidades de desarrollo de estas tierras, que pasaron a ser absolutamente dependientes de los comerciantes de Sevilla.

La situación no era realista: los porteños se veían impedidos así de ejercer comercio legal alguno, con excepción del proveniente del Alto Perú y al mismo tiempo no tenían ningún acceso a la plata y el oro con los que tenían que pagar los altísimos precios de las mercaderías que eran consideradas legales. La necesidad de encontrar otro camino para surtirse de los insumos y alimentos que le eran necesarios, hizo que pronto se aspirara a más y se comenzara a realizar algunas operaciones de canje con los barcos holandeses, portugueses y franceses que llegaban al Puerto de Buenos Aires.

En 1599 un barco mercante de origen holandés, descubrió una nueva ruta hacia el Río de la Plata, bordeando la costa argentina en lugar de tomar la acostumbrada ruta a lo largo de la costa uruguaya, y así se abrió un lucrativo comercio con los mercaderes argentinos, aceptando pieles y sebo (que se obtenía prácticamente sin costo en razón de su abundancia) en pago por mercaderías europeas, que no sólo eran de mejor calidad, sino también de menor precio en relación con las que podían obtenerse legalmente.

Pronto comenzaron a presentarse nuevas y tentadoras alternativas: el país vecino, Brasil, que contaba con más de ciento veinte ingenios azucareros en operación y una población de esclavos negros que necesitaban de los productos alimenticios rioplatenses, ofrecía azúcar, esclavos y artículos de manufactura europea a cambio de pieles, charqui, tasajo y cecina.

Pero en 1622 las protestas presentadas por parte de Lima y Sevilla, trajeron aparejado como consecuencia, el cierre total del Puerto de Buenos Aires al comercio (con excepción de una pequeña embarcación que podía ingresar, solamente una vez por año) y el establecimiento de una aduana “seca” en la provincia de Córdoba.

Los colonos afectados por esta medida, apenas unos 500 en 1602, se dividieron entre aquellos que se mantenían fieles a la corona y que estaban determinados a obedecer las leyes hasta que las mismas pudieran cambiarse y aquellos que opinaban que la supervivencia estaba en juego y que, como la Corona se rehusaba a prestar ayuda, los habitantes de la Colonia, tenían el derecho moral de protegerse a sí mismos. Decidieron burlar la Ley y así nació el contrabando en el Río de la Plata.

Y las cosas empezaron a cambiar. Primero, fue el negocio de los negros esclavos, lo que tentó a gobiernos poderosos como Portugal, Holanda y Francia y comenzaron a aparecer toda una suerte de desprejuiciados personajes. Unos, autorizados a ese infame comercio, deseando mayores ganancias, comenzaron a eludir los controles aduaneros y a infringir las leyes que normaban ese tráfico; otros, precisamente, por carecer de esos permisos habilitantes, no quisieron quedar afuera de tan pingüe negocio y lo realizaron sin respetar leyes ni controles, utilizando medios y lugares de acceso y/o desembarque, clandestinos

Después de traer negros de África para venderlos en el mercado, vieron que también era negocio traer otras mercaderías, insumos y materiales por fuera de la Ley y vanos fueron los esfuerzos que se realizaban para extirpar este mal, (muy pocos en realidad, porque las autoridades muchas veces estaban comprometidas y hacían la vista gorda); un mal que se convirtió en endémico en estas tierras.

Muchos fueron entonces los que se dedicaron al contrabando, una palabra que fue utilizada a partir de entonces, para referirse al comercio ilícito que se realizaba “contra el Bando real” que establecía rígidas normas para esta actividad. En esa época, además, se había concretado la unión de España y Portugal, bajo la corona de Castilla (1580) y comenzaron a llegar a estas tierras numerosos portugueses que se dedicaron principalmente al contrabando de la plata de Potosí, hasta que en 1603, para acabar con esta práctica, se expulsó a todos los portugueses. Pero ya había comenzado a germinar la semilla que plantaron los portugueses entre los criollos y principalmente entre los españoles radicados en la Colonia.

Para desalentar el contrabando se flexibilizaron las disposiciones reales y durante las primeras cuatro décadas del siglo XVII y en forma periódica, se otorgaron a Buenos Aires concesiones comerciales. En su Puerto o en los mercados del interior a los cuales eran enviados,  solían intercambiarse hierro, azúcar y mandioca provenientes del Brasil, por pieles, tejidos de algodón y lana (además de ciertas cantidades de plata, lo cual era ilegal). La separación del gobierno de Buenos Aires del de Asunción, ocurrida mediante decreto del rey Felipe III de España firmado el 16 de diciembre de 1617, no afectó visiblemente a este comercio.

En 1680, el establecimiento de Colonia del Sacramento en la costa uruguaya por parte de los portugueses facilitó el flujo de esclavos y mercaderías a través del Río de la Plata y cuando, mediante el Tratado de Utrecht, firmado en 1713, se les concedió a los británicos un asiento (permiso  para importar un número determinado de esclavos. Ver Asiento de negros), el lugar donde Gran Bretaña tenía su base de operaciones (en las proximidades del actual Barrio Retiro), se convirtió en un centro de distribución de mercaderías importadas que eran pagadas con pieles, tasajo y en gran medida, durante el siglo XVIII, con plata (producto del contrabando) proveniente de las minas de Bolivia.

El gobierno y los funcionarios eclesiásticos, reflejaron la misma división que se observó en la actitud del pueblo: durante todo el gobierno hispano, no existió funcionario colonial alguno, comenzando por el gobernador HERNANDARIAS, que osara detener el comercio ilícito, pero hubo otros que decidieron que el interés público (y muchas veces su propio interés privado), exigía que se permitiera continuar con el contrabando.

Se llevaron a cabo estratégicas concesiones de tierras costeras a los mercaderes que ejercían el comercio, así como también otras de diversa naturaleza y no se cumplió con las restrictivas leyes mercantiles, lo cual, de todos modos, era imposible de llevar  a cabo, teniendo en cuenta la geografía de la zona, la fuerza de la tradición  y el determinado espíritu de la gente; la total apertura del comercio tuvo en realidad importantes efectos políticos (un teniente gobernador de Buenos Aires declaró que el comercio de contrabando había comprado todos los cargos del Cabildo y que la clase mercantil proporcionaba el liderazgo público).

La interrupción de las flotas de galeones en razón de las guerras internacionales del siglo XVIII dio lugar a su sustitución por buques de registro (década de 1720); el nuevo sistema resultó ser muy importante para Buenos Aires ya que quebró el monopolio peruano aunque no el de Sevilla, cuyos mercaderes utilizaban dichas embarcaciones.

El creciente desarrollo económico del lugar ofreció nuevas oportunidades para el contrabando. Los cambios se sucedieron en 1776 cuando el gobierno, alarmado por la magnitud del flujo de plata, de la cual no se obtenía renta pública alguna, reconoció la realidad e incluyó al Alto Perú en el nuevo Virreinato del Río de la Plata, teniendo como capital a Buenos Aires.

El primer virrey, Pedro de Ceballos emitió el famoso edicto de comercio libre (1777), permitiendo así que Buenos Aires desarrollara actividades comerciales legalmente; a continuación tuvo lugar el decreto real que finalizó con el monopolio de Sevilla (1778) y también la apertura del comercio entre Buenos Aires y otros determinados puertos hispanoamericanos y españoles (1778).

En 1779 se estableció la Aduana en Buenos Aires y en 1794 el Consulado y se produjeron drásticos cambios en las actividades de los buques mercantes: entre 1772 y 1776 llegaron cinco barcos al puerto con fines legales; veinte años después (1792-1796) arribaron trescientos sesenta y cinco. Prosiguieron sin embrago, algunas actividades contrabandistas como protesta por el control que ejercían los mercaderes residentes españoles, tanto sobre la vida económica como política en el puerto y en las ciudades del interior (nuevo fenómeno en Buenos Aires).

Los criollos exigían el libre comercio, mientras que los españoles demandaban un monopolio, o al menos, el ejercicio de control. La lucha que se entabló entonces por el poder, fue constante durante las dos últimas décadas del virreinato; sin embargo, para 1809 las diferencias entre criollos y españoles (muchos de los cuales ya contaban con familias criollas e intereses propios), se aminoraron,  surgió un interés común por el desarrollo de un lucrativo y floreciente comercio y el contrabando fue controlado gradualmente a fin de prevenir la evasión del pago de derechos.

El último virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, lo reconoció así, al convocar una Asamblea abierta de prominentes líderes cívicos y mercantiles para que lo asesoraran acerca de la conveniencia de otorgar privilegios adicionales a los mercaderes ingleses que habían arribado al Puerto de Buenos Aires.

La situación después de 1810
Durante los primeros gobiernos patrios, la situación estuvo más o menos controlada hasta que la reorganización de los servicios de aduana y patrulla costera llevada a cabo por Bernardino Rivadavia en la década de 1820, trajo un poco más de normalidad y redujo el contrabando a la condición de actividad ilegal, perseguida por las autoridades y realizada solamente por personajes inescrupulosos, rechazados por la sociedad.

Contribuciones al desarrollo histórico
Sin minimizar la realidad delictuosa e inmoral del contrabando, muchos han concluido que esta actividad mantuvo viva y floreciente a Buenos Aires hasta el momento en que le fue legalmente permitido a su puerto cumplir con su función natural como tal; que unificó a estos territorios para convertirlos en una Nación mediante los lazos eco nómicos que reforzaban los ya existentes vínculos familiares, culturales y políticos; que estableció las estructuras comerciales y exigencias de comercialización que formaron las bases para el próspero comercio del siglo XIX; que  proporcionó fundamentos para la Revolución de Mayo y la Independencia y determinó la vida económica de la nueva Nación argentina durante más de medio siglo (Diccionario Histórico Argentino”, Ione S. Wright y Lisa M. Nekhom. Emecé Editores, Brasil 1994).

APOSTILLAS
Hasta que la corona española dictó el Reglamento de Comercio Libre en 1778, el Puerto de Buenos Aires fue el centro de una actividad, que marcó indeleblemente la idiosincracia del porteño: el contrabando. Un gran negocio que le permitió a muchos influyentes funcionarios llenarse los bolsillos con dineros mal habidos, sorteando leyes y controles para beneficio personal, sin cargos de conciencia por los tremendos perjuicios que así le causaban al erario público.

Tal como lo es hoy, ya en el siglo XVIII, el contrabando era una actividad altamente rentable y como tantas otras actividades que están  fuera de la ley, siempre encontraron en la debilidad del ser humano, personas dispuestas a engrosar sus filas (ver Corrupción hubo siempre).

El auge del contrabando en Buenos Aires estuvo ligado a la decadencia marítima de España, que debió dejar a los puertos de América en el más absoluto desamparo. Esa decadencia se acentuó con la llegada al trono de Felipe IV, bajo cuyo reinado se produjo una serie de desastres que afectaron seriamente su posición en el mundo. Portugal se separa de España y se da como Rey a un príncipe de los Braganza, España, entonces, en plena descomposición política, deja de ser potencia de gravitación y cede terreno ante Francia, Inglaterra y Holanda.

Pronto, la flota española recibe el golpe de gracia que le asesta la marina holandesa y los puertos de América quedan desguarnecidos; al tiempo que los barcos españoles quedan a merced de los corsarios. De este modo, la Metrópoli no podrá ya efectuar por sí misma el intercambio necesario con sus colonias, ni proveerlas de mercaderías, situación que Portugal aprovecha rápidamente.

El contrabando y la corrupción
En 1604, durante el gobierno de HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA (alias Hernandarias), se organizaron grandes vaquerías y se estimuló la producción de cebo, cecina y corambre y la cédula real que autorizó el comercio con Brasil, permitió la prosperidad de Buenos Aires, pero muy pronto aparecieron los aprovechadores del sistema.

Los permisos comerciales eran comprados por los portugueses, en su mayor parte judíos, y la plaza comenzó a llenarse de negros esclavos y de géneros e infinidad de productos portugueses, con la complicidad de funcionarios coloniales corruptos.  El Gobierno de España, advertido de la peligrosa maniobra de estos «sospechosos en cosas de fe», ordena por cédula real la expulsión de todos los portugueses entrados a Buenos Aires sin autorización. Pero se moverán fuertes intereses para que el mandato real no se cumpla o lo sea en forma parcial y arbitraria.

Lo mismo ocurrirá en 1609, cuando don DIEGO MARÍN NEGRÓN, sucesor de HERNANDARIAS, quiso establecer en Buenos Aires, un Tribunal de la Inquisición, para poder perseguir a los contrabandistas no ya como portugueses, porque eso le estaba vedado, sino como “peligrosos judaizantes”. El pedido morirá en el Consejo Supremo de Indias y MARÍN NEGRÓN terminará sus días envenenado por sicarios enviados por los negreros

Por esos años (1609), aparece JUAN DE VERGARA, un personaje cuya actuación nos permitirá comprender las raíces de esta actividad (el contrabando), que a partir del siglo XVIII, fue rémora para el desarrollo de las colonias españolas en América y que continuando en el tiempo, llegó hasta nuestros días, siempre blindada por la complicidad de gobernantes, empresarios y comerciantes inescrupulosos, que han hallado en ella, el camino de la riqueza fácil, definiendo una característica innoble del “ser nacional”.

JUAN DE VERGARA llegó a Buenos Aires, como Secretario del Juez Pesquisidor de la Audiencia de Charcas, PEDRO DE TREJO, a pedido de HERNANDARIAS. Venía con la misión de investigar la conducta de algunos funcionarios coloniales sospechados de irregularidades y su gestión fue muy eficaz, ganándose por ello, la estima, el respeto y la confianza pública que lo veía como un hombre honrado. Pero “la carne es débil”. DE VERGARA fue tentado y su honradez desapareció ante la promesa de pingües y fáciles ganancias, entrando en el negocio del contrabando de esclavos negros.

Puso toda su habilidad y su conocimiento de las leyes al servicio de esta nueva actividad y junto con el Tesorero real SIMÓN DE VALDÉZ, se constituyó en una pieza clave  de una organización con alcance internacional,  dedicada al comercio de esclavos. Compró gobernantes, funcionarios, obispos (a los que HERNANDARIAS calificó como “la confederación de los negocios sucios”) y medró durante largos años, sin que nadie pudiera hacer nada para detenerlo. MARÍN NEGRÓN, FRANCISCO DE CÉSPEDES y PEDRO DE DÁVILA, fueron algunos de los probos que decididos a combatir a los contrabandistas y a los negreros, quisieron hacerlo y terminaron difamados, encarcelados o muertos, por orden de esta “confederación” de hombres poderosos e inescrupulosos, influyentes y hábiles manejadores de la opinión pública.

Queda en el recuerdo la campaña que en 1618 llevara contra estos delincuentes el gobernador del Río de la Plata HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA, cuya honestidad y coraje, se vieron compensados con su inmediata deposición y arresto, fogoneados por DIEGO DE GÓNGORA instigado por su amigo el sevillano y jefe de la mafia de contrabandistas que operaban en estos territorios JUAN DE VERGARA y el portugués DIEGO DE VEGA, un siniestro personaje a quien HERNANDARIAS había perseguido implacablemente y desbaratado numerosas operaciones de contrabando.

Acotemos que como dijera el historiador LUIS ALBERTO ROMERO “De hecho, excluyendo a Hernandarias, casi todos los gobernadores de la época estuvieron en mayor o menor grado comprometidos con el tráfico comercial ilegal o contrabando.

Loes registreros
Aparecieron en Buenos Aires por aquella época los registreros, una una especie de intermediarios que se instalaron como eslabón entre los productores y comerciantes españoles y las colonias en Hispanoamérica, para la introducción y comercialización de mercaderías en estas tierras. Improductivo por cierto, pero impuesto por las fisuras que ofrecía el sistema de monopolio comercial adoptado por la corona española.

Los “registreros”, entre quienes se contaban las más conspícuas familias de la sociedad porteña (origen en muchos casos de las actuales), eran consignatarios, comisionistas, apoderados, agentes, intermediarios de los comerciantes monopolistas de Cádiz, beneficiados por las concesiones otorgadas al comercio en 1778 (ver Reglamento de Libre Comercio). La mayoría de ellos, eran parientes de los comerciantes españoles, o tenían fuertes vínculos afectivos o comerciales con ellos.

La cuantiosa fortuna que esta actividad les producía (eran quizás los más ricos e influyentes de la colonia), les permitía ejercer un papel protagónico dentro de la sociedad porteña, ocupar los más altos cargos como funcionarios públicos y gozar de una determinante influencia política.

Beneficiarios directos y privilegiados por el monopolio comercial impuesto por España, defendían tenazmente el sistema y en 1809, cuando un grupo de comerciantes, representados por MANUEL BELGRANO (Secretario del Consulado) y JUAN JOSÉ CASTELLI, exigen la libertad de comercio, los «registreros», con MARTÍN DE ÁLZAGA a la cabeza, se oponen terminantemente y finalmente logran desbaratar esos intentos.

La burguesía porteña llegó, de ese modo, a ser muy conocida por su afición al contrabando en todos los centros comerciales de Europa, donde se la designaba con el nombre de «la pandilla del barranco«.

Preocupación por el contrabando de oro que se hace por el Puerto de Buenos Aires (1605)
Don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey, Virrey lugarteniente del Rey, Nuestro Señor, su Gobernador y Capitán General en estos reinos y provincias del Perú, Tierra Firme y Chile, por cuanto soy informado que por los puertos de Buenos Aires y el Paraguay se embarcan y van muchas personas a los reinos de España y otras partes, y llevan mucha cantidad de oro y plata, sin quintar ni registrar, de que se ha defraudado y defrauda  la Real Hacienda, acordé de dar y di la presente por la cual,  encargo al Gobernador de las dichas provincias del Paraguay y Río de la Plata y mando a los oficiales reales de aquellas ciudades y puertos, que a cada uno por lo que les toca, no consientan ni den lugar a que por los dichos puertos se embarquen partidas de plata y oro por ninguna persona. y antes lo prohibían expresamente. Fecho en Los Reyes, en siete días del mes de febrero de mil seiscientos cinco años. El Conde de Monterrey (“Reales Cédulas y Provisiones” Archivo General de la Nación. Época colonial)

Primera Aduana interna (1622)
Para evitar la entrada de productos importados que ingresaban de contrabando por el puerto de Buenos Aires, lo que atentaba contra sus intereses, los comerciantes limeños lograron que se estableciera en la provincia de Córdoba, una Aduana interna, o Aduana seca (porque no estaba en la margen de ningún mar o río) y allí se gravaba con un 50% de recargo a las mercaderías que llegaban desde Buenos Aires. Pero aún así, no se logró terminar con el contrabando, por lo que en 1651 se la trasladó a la provincia de Salta, para controlar el contrabando, pero ahora, el que se hacía vía Perú.,

Transcribimos a continuación la Provisión dictada por el rey de España, disponiendo tal instalación: “Por cuanto, por Cédulas, Provisiones y otras órdenes dadas, está dispuesto y ordenado que de ninguna de las provincias de mis Indias Occidentales pueda haber género de contratación con estos mis Reinos por ninguna parte, si no fuere por vía de la Casa de Contratación de Sevilla y en las flotas que se despachan en ella.

Y sin embargo de ello,  he entendido que ha sido grande el exceso que siempre ha habido en meterse en las dichas mis Indias por el Puerto de Buenos Aires mucho género de mercaderías y esclavos maliciosamente, con que se hinche la mayor parte del Perú y de ello, de lo que resulta no hallarse después salida, de lo que va en las dichas flotas, en gran daño riel comercio universal y de mi Patrimonio y Rentas reales, de más de lo cual, se saca mucha cantidad de oro y plata por las dichas provincias del Río de la Plata que la mayor parte de ello vaya al Brasil, Pernambuco y otras partes de donde se extravía y pasa fuera del Reino y va a parar en poder de los enemigos rebeldes. Y entran y salen por el dicho Puerto mucha cantidad de pasajeros sin mi licencia, y la mayor parte de ellos Portugueses y de otras naciones y se hinche la Tierra de gente perniciosa a la paz y quietud de ella,

Ordeno y mando que se ponga y forme luego la dicha casa de Aduana en la dicha ciudad de Córdoba del Tucumán y que se entienda y tenga aquel paso y Aduana, por Puertos secos, para que ahora, en ningún tiempo ni por ninguna causa, se pueda sacar ningún oro ni plata en moneda, ni monedas mayores o menores, ni en vajilla ni en barras de plata, ni en piñas, ni en otro ningún género de plata ni de oro. Y que las personas seculares o eclesiásticas, militares o de orden que incurrieren en lo contenido, sean habidos  por reos y delincuentes y culpados en todas las penas debidas. ..

Y porque se ha considerado que los pasajeros que fueren o vinieren de unas provincias a otras, es fuerza que hayan menester algún dinero para el gasto de su camino, tengo’ por bien y permito a estos tales, se les deje pasar en moneda lo que a los oficiales de la dicha Aduana les pareciese ser suficiente cantidad para dicho efecto y no más.

Y considerando el beneficio de los vasallos vecinos y moradores de las dichas provincias, se declara que los frutos de la dicha tierra, los pueden pasar libremente al Perú por los dichos Puertos secos y venderlos en las partes que quisieren y que con su producido, puedan emplear en el Perú, en la ropa y mercadería que quisieren y traerlas a las dichas provincias del Río de la Plata, sin que por razón de ello, a la vuelta y entrada, paguen ningún derecho. ..

“Que por cuanto… ,se ordena que las mercaderías de España que pasaren al Perú por la dicha Aduana de las que se hubieren desembarcado y entrado por Buenos Aires o el Brasil, se pague el 50 %  de derechos sobre el -precio de la mercadería, según los precios comunes que dichas mercaderías tuvieren en el Perú. Fechado en Madrid a 19 de noviembre de 1661 (“Archivo de la Nación Argentina”. Época colonial. Reales Cédulas y Provisiones. Museo Mitre.

Contrabando desde la Plaza de Montevideo (1807)
“Durante la ocupación inglesa, cuanto es de recelar con sobrado fundamento de que los enemigos, aprovechándose de la inmediación a esta Plaza, en que se hallan desde que ocuparon la de Montevideo, pongan en ejecución las tentativas todas de su astucia, para dar expendio a los efectos que han conducido sus expediciones de comercio, existentes ya en aquel Puerto, y los que traerán, las que sucesivamente irán entrando en él, y que con ese fin trabajarán sin cesar en el contrabando, por las proporciones que para ello ofrece nuestro Río..

Por tanto; se ordena y manda a todos los Vecinos, estantes y habitantes de esta Capital, de cualquier estado y condición que sean, que de ninguna forma trafiquen ni comercien con el enemigo, bajo la pena de la vida y perdimiento de todos sus bienes… Fecho en Buenos Aires, a 16 de marzo de 1807 años. Fdo. Lucas Muñoz y Cubero – Francisco Tomás de Anzoátegui, Juan Bazo y Berry, José Márquez de la Plata, Manuel de Velasco (“Documentos para la Historia Argentina. Comercio de Indias”, Editado por la Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires 1915).

Contrabando a la italiana (1916).
Llegan cosas sospechosas en las bodegas del “Reina Margarita”, un barco italiano que arrima al puerto de Buenos Aires. Cosas sospechosas que los tripulantes quieren desembarcar sin pagar derechos. Los hombres de la Aduana hacen una investigación: ¡Culpables! Como primera medida apresar a los responsables y continuar con el sumario. No es fácil. La gente del “Reina Margarita” no tolera ser arrestada. Gestos, gritos, empujones. Los sospechosos son liberados por sus compañeros. Muy cerca de allí, casi al final del muelle los cañones del “Fieramosca” (un buque de guerra también italiano), miran desorbitados. Finalmente la marinería resuelve intervenir para apaciguar las cosas. Los agentes aduaneros ven colmada la medida: Primero intento de contrabando, luego liberación de los sospechosos, ahora intervención armada. El capitán del “Fieramosca” trata de explicar: “sólo queremos ayudar a mantener el orden”.

Ésa no es una explicación. Son italianos que aparecen armados para participar en un problema con italianos. Las cosas se van solucionando poco a poco entre la gente del puerto, pero ahora los problemas empiezan en la Cancillería. Se entiende que la intervención del “Fieramosca” significa una lesión a la soberanía. Largas explicaciones. Luego discursos interminables sobre “los lazos que unen a Italia y la Argentina y el aporte de los inmigrantes peninsulares que contribuyen a engrandecer el país y tienen hijos argentinos”.

Finalmente todo quedará arreglado. “Grandes abrazos entre hermanos”, mientras los sospechosos bultos son disimuladamente bajados a tierra y enviados a su destino incierto. ¡Viva Italia” !, ¡ Viva la Argentina!

Opiniones
Carta de Alexander Mackinnon a George Canning, primer Secretario de Estado del gobierno inglés
Enviada el 9 de setiembre de 1809 y donde, refiriéndose a una posible apertura del puerto de Buenos Aires para el comercio con Inglaterra dice: “los nativos de la vieja España que están relacionados con, o son agentes de las Compañías privilegiadas de Cádiz, así como los catalanes y gallegos, son amargos y violentos en su oposición a las medidas que se contemplan. Ellos han sido hasta aquí los principales conductores del sistema de contrabando, muchos de ellos han ganado fortunas defraudando al fisco. Han redactado un memorial y conseguido muchas firmas que se oponen a la apertura de los puertos; pero un contra-memorial se redactó  también por los habitantes nativos, con veinte firmas por cada una de las del primero, en favor del propuesto intercambio” (Documento Nº 1162 de “Mayo documental”)

Publicado en la Gazeta de Buenos Aires el 7 de junio de 1810
«Nada recomienda tanto la dignidad de un gobierno, como la firmeza con la que ataca abusos envejecidos, que la impunidad de muchos años ha sancionado. El contrabando, ese vicio destructor de los Estados, se ejercía en esta ciudad con tanto descaro, que parecía haber perdido ya toda su deformidad. Anoticiado el gobierno del gran contrabando que estaba  a bordo de la fragata «Jane», mandó una escolta competente , para que, asegurando la carga, sufriera ésta el reconocimiento y examen que previenen nuestros reglamentos públicos. El comerciante inglés, dueño del cargamento, confesó públicamente «el fraude de la carga» y en consorcio con su consignatario, propuso todo género de sacrificios, para evitar el decomiso que la amenazaba. Pero por fortuna, no vivimos en aquél tiempo, en que bajo precios fijos se compraba la impunidad de todos los delitos y la carga finalmente fue confiscada» («Gazeta de Buenos Aires», 7 de junio de 1810)

Carta de Míster G.P. Robertson, comerciante, financista y escritor británico de activa participación en los orígenes de nuestra Historia.
«…. lo cierto es que el contrabando está muy arraigado en el carácter español y cuando este fructífero árbol del mal fue trasplantado de España a  América, floreció allá con todo el vigor original  de su suelo nativo. El contrabando en las pequeñas comunidades coloniales , asalta la honradez de los guardianes de la renta pública, bajo formas insidiosas: botellas de cerveza o de vino Carlón para la mesa de familia, lindos adornos para la Sala, vestidos de raso y medias de seda para las esposas e hijas, doblones en forma de préstamo que no serán devueltos, favores que despiertan la tentación y que sería fácil no pedir, pero resulta difícil rechazar cuando se ofrecen con insistencia» («Cartas de Sudamérica». J.P. y G.P. Robertson, Tomo I, Inglaterra, 1843).

Fuentes: “Investigaciones acerca de la historia económica del virreinato del Río de la Plata”. Ricardo Levene, Ed. Universidad Nacional de La Plata, La Plata, 1927; “Comercio y contrabando en el Río de la Plata”. Sergio Villalobos, Ed. EUDEBA, Buenos Aires, 1965; “Diccionario Histórico Argentino”, Ione S. Wright y Lisa M. Nekhom. Emecé Editores, Brasil 1994; “El comercio entre España y el Rio de la Plata (1778-1810)”. Ed. Banco de España, Madrid, 1993); “El comercio inglés y el contrabando: nuevos aspectos en el estudio de la política económica en el Rio de la Plata (1807-1810)”. Germán Tjarks, Buenos Aires.  Eudeba, 1962; (“Documentos para la Historia Argentina. Comercio de Indias”, Editado por la Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires 1915); (“Archivo de la Nación Argentina”; “Reales Cédulas y Provisiones. Época colonial”, Museo Mitre; “Reales Cédulas y Provisiones”. Época colonial, Archivo General de la Nación).

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9 Comentarios

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