SOBREMONTE Y LOS DINEROS DE LA CORONA (27/06/1806)

El llamado “misterio de los dineros de la corona”, referido a la controvertida actitud del virrey SOBREMONTE, que al enterarse de la invasión de los ingleses a Buenos Aires el 24 de junio de 1806, huyó llevándose los dineros de la corona, es algo que la Historia aún no ha podido dilucidar.

El virrey SOBREMONT quiso robarse el oro que se llevó la noche del 27 de junio de 1806, quiso ponerlo a salvo de la codicia de los ingleses o quiso apropiarse de él para enviárselo al rey de España?.

Son tres interrogantes que merecen quizás más de tres respuestas y conclusiones, que hoy, luego de más de dos siglos, continúan sin respuesta.

Porque los hay, los que como los porteños, no tuvieron dudas acerca de las intenciones del virrey fugitivo cantando por las calles “¿ Ves aquel punto lejano que se pierde tras el monte/es la carroza del miedo/con el virrey Sobremonte. La invasión de los ingleses le dio un susto tan cabal/que buscó guarida para él y el capital”.

Y los hay también, los que no ponen en duda sus buenas intenciones, frustradas desgraciadamente porque los ingleses se apoderaron más tarde de esos bienes y los enviaron a Inglaterra (ver El tesoro de Buenos Aires).

De lo que no hay duda es de que la noche del 24 de junio de 1806, el virrey RAFAEL DE SOBREMONTE Y NÚÑEZ, marqués de SOBREMONTE estaba en el Teatro de la Comedia. Esa noche su futuro yerno JUAN MANUEL MARÍN, comprometido con su hija MARIQUITA cumplía años y con ese motivo se había organizado una velada de Teatro con la presentación de la obra “El sí de las niñas” de MORATÍN.

Mientras SOBREMONTE, emperifollado y sonriente, feliz ante las lisonjas de su entorno, seguía en el Teatro, los ingleses ya hundían sus botas en las barrosas orillas del Plata a la altura de Punta Lara y avanzaban sigilosos hacia el Fuerte del desprevenido poblado de Santa María de los Buenos Ayres con la intención de tomar esa plaza.

Al otro día, SOBREMONTE presidió un banquete en honor al futuro de su hija. Fue una bacanal. Comieron durante ocho horas sin parar, y el menú era impúdico: rodajas de pan remojadas en caldo de buey recubiertas con cebolla y ajos dorados en carne vacuna. Costillas de vaca asadas y chorizo ahumado. Perdices en escabeche. Gallina cocida con legumbres y papas, cocido de cordero, olla podrida (una suerte de puchero muy espeso), caldo de vaca y finalmente, pastelería de toda clase.

Entre bocado y bocado, un edecán se acercaba al virrey y le susurraba un parte con el movimiento de los británicos. SOBREMONTE ya tramaba cómo habría de escapar de esa amenaza, llevándose consigo todo el oro de la Corona. Y así fue.

El marqués don RAFAEL DE SOBREMONTE, sin esperar la llegada de los ingleses, que ya habían cruzado el Riachuelo, ingresando por el Paso de Barracas, el 27 de junio se fugó por las puertas de atrás de la ciudad con nueve mil on­zas de oro tambaleándose arriba de un carretón, y con un millón de pesos fuertes en barras de plata de propiedad de la Corona española, todas acomodadas aparte en siete carretas furtivas cercada por un cordón de tropas de artillería, con rumbo a Luján.

Los hombres y las mujeres de Buenos Aires conquistada se las tuvieron que arreglar a solas y sin dinero contra los británicos y como cuentan los libros escolares, los desalojaron a fuerza de aceite hirviendo y del coraje de las milicias acaudilladas por SANTIAGO DE LINIERS y el español MARTÍN DE ÁLZAGA.

Sin embargo, el virrey acobardado, al fin y al cabo no deseaba quedarse con el dinero. Se lo había llevado, tratando de salvarlo para la corona, es decir, quiso despojar de ese tesoro a sus verdaderos dueños: los habitantes de Buenos Aires que, en rigor, eran los que habían producido aquel tesoro con su trabajo y tributando impuestos.

SOBREMONTE escondió el tesoro en los sótanos de la Iglesia de Luján, pero hasta allí se allegaron los ingleses y bayonetas en mano, reclamaron el botín. Lo volvieron a subir a los carretones, lo llevaron nuevamente a Buenos Aires, lo embarcaron en una de sus naves hacia Londres, lo depositaron en el Banco de Londres y luego, vueltos y vencidos a Inglaterra, se lo repartieron, como mandaba entonces la historia  de Gran Bretaña. El botín fue al fin para la corona, pero no para la española, ni para los bolsillos del virrey, sino para la corona inglesa.

2 Comentarios

  1. Sebastián

    Aun me quedan dudas sobre el fin de todo ese tesoro, en primer lugar porque los ingleses tuvieron una muy buena recepción en Buenos Aires y gobernaron durante 46 días. Por otro lado, si bien llevaron parte del tesoro como de costumbre, tampoco les convenía dejar empobrecida a una ciudad que de repente tendrá unas ansias terribles de emanciparse y practicar el libre comercio que ejercían los ingleses.
    Habría que ver qué familias se beneficiaron en este momento y por qué «nadie sabe qué pasó» cuando se vivía en un ambiente estrictamente burocrático. Este suceso no podría quedar en desconocimiento

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  2. Daniel

    Bastante inexacta esta historia. El Virrey no estuvo comiendo hasta que los ingleses llegaron a las puertas de la ciudad. Organizó resistencias que fallaron una tras otra por estar compuesta por gente que no era soldado, los soldados de verdad estaban en Montevideo, pues por allí se esperaba la invasión. Y el tesoro lo mandó a Córdoba en cumplimiento de un protocolo establecido 25 años atrás, en la época del Virrey Vértiz, que además establecía que, en caso de invasión, el Virrey no debía caer en manos de los invasores y debía retirarse con igual destino que el tesoro.

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