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ROSAS Y LOS JESUITAS (26/08/1836)
Pasados 76 años de que fueran expulsados de América por el Rey Carlos III de España, el 9 de agosto de 1836 llegaron a Buenos Aires, procedentes de Europa, seis religiosos de la Compañía de Jesús a quienes tanto el gobierno como la población tributaron cálida acogida (ver Expulsión de los Jesuitas).
Días más tarde, el 26 de agosto, un decreto de Rosas dispone el restablecimiento de la Compañía de Jesús diciendo «tan respetable entre nosotros por los imponderables servicios que hizo en otro tiempo a la religión y al Estado». Se produce así en América del Sur, la primera revocación de la pragmática de Carlos III que había dispuesto su expulsión en 1767.
El 7 de diciembre de 1836 los jesuitas son autorizados para abrir “aulas públicas de gramática latina y después, cuando puedan y lo indiquen las circunstancias, enseñar la lengua griega y la retórica, poner escuelas de primeras letras para varones y establecer cátedras de filosofía, teología, cánones, derecho natural y de gentes, derecho civil y derecho público eclesiástico, como también de matemáticas”.
Al maestro mayor de a ciudad, arquitecto SANTOS SARTORIO, se le encarga de “la compostura y aseo de las piezas en que hayan de situarse dichas aulas” y al rector de la Universidad se le ordena facilitar “todos los trastos, muebles y utensilios que haya de más en el establecimiento de su cargo, y que no haciendo allí falta puedan ser útiles al servicio de dichas aulas”.
Las aulas se abrieron en el viejo colegio de la compañía, se logró la presencia de 39 sacerdotes de la orden y se anotaron numerosos alumnos. Pero al poco tiempo fue evidente que los jesuitas no mantienen cordiales relaciones con Rosas, por pretender quedar al margen de la propaganda federal. No toleraban además el culto a la personalidad de Rosas que tenía lugar en las Iglesias.
Rosas había logrado que en todas las parroquias y funciones religiosas se predique en favor de los federales. El propio obispo exigía a los párrocos que impidan el acceso a los templos de los fieles que no ostenten el distintivo federal. Pero los jesuitas no predicaban a favor de los federales ni usaban la divisa en el colegio, ni prohíbían que los alumnos vistiesen prendas de colores “unitarios”, es decir, celestes o verdes.
Una carta de Nicolás Mariño, fechada el 4 de setiembre de 1841, refleja el sentir rosista sobre la conducta de los jesuitas. “Estos padres, que todo lo deben a nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes, han creído poder cubrir con el ropaje de su hipocresía la ingratitud de su conducta y perversidad de sus hechos. Pero se han precipitado en un funesto error. Los conocemos ya los federales. Son unos salvajes unitarios, tanto más alevosos cuanto que profanan la religión y la virtud, haciéndolas servir a su deslealtad y asquerosa codicia”.
Según el gobernador «los que no están del todo con nosotros están contra nosotros» y esa regla fue aplicada a la compañía. Las agresiones de los partidarios de Rosas fueron creciendo hasta que, en octubre de 1841, las calles de la ciudad se estremecieron al grito de «¡mueran los jesuítas salvajes unitarios ingratos!».
Los alumnos fueron retirados de la escuela y el padre MARIANO BERDUGO, rector del colegio, buscó refugio para varios sacerdotes en casas amigas y les concede asueto a los alumnos, que pronto dejan de concurrir definitivamente al establecimiento por disposición de sus padres. Ante la hostilidad creciente, el padre BERDIGO se oculta en la Ciudad y el 20 de octubre huye a Montevideo.
Esta fuga complica aún más la situación y finalmente, en marzo de 1843, el jefe de policía, BERNARDO VICTORICA, cumpliendo órdenes directas de ROSAS, dispone expulsión de los padres no secularizados. Sólo dos, FRANCISCO MAJESTÉ e ILDEFONSO GARCÍA, permanecen en Buenos Aires.