PRIMEROS INGLESES EN BUENOS AIRES

Los primeros ingleses que comenzaron a llegar regularmente para radicarse y trabajar en el territorio del Río de la Plata, sólo lo hicieron a partir de fines del siglo XVIII. Antes que ellos, por razones obvias derivadas de su protagonismo durante la conquista y colonización de América, los españoles fueron los primeros en asentarse en estas tierras, fijando su residencia en ella y comenzando una nueva vida, que seguramente no les fue fácil ni placentera en un principio.

Más tarde, y con el correr del tiempo, atraídos, fundamentalmente por las perspectivas que le ofrecía América y muchas veces por la necesidad de huir de regímenes totalitarios y/o persecuciones raciales o simplemente de existencias carentes de atractivos, fueron los italianos, judíos y franceses, quienes comenzaron a llegar en busca de ese futuro que no les era posible en sus patrias de origen (1) y los portugueses e ingleses, que fieles a su tradición de mercaderes, llegaron, atraídos por las posibilidades de hacer los buenos negocios, que comenzaron a ver en estas tierras.

Y fueron, precisamente los inmigrantes españoles, italianos, judíos, franceses, portugueses e ingleses, los que dejaron marcada su presencia e influencia en nuestra Historia, aportando cada una de estas colectividades, sus características, costumbres y habilidades.

Nos referiremos aquí, a los inmigrantes procedentes de Gran Bretaña, (ingleses, irlandeses y escoceses), porque la innegable influencia que tuvieron en nuestro desarrollo económico,  en la fundación de nuestra actividad mercantil y en las luchas por nuestra Independencia, su presencia ha quedado debidamente registrada, aunque es comprensible, que de la mayoría de ellos se carezca de datos confiables, puesto que o bien entraron ilegalmente o desaparecieron sin dejar vestigio ni recuerdo de su existencia.

Desde la época del descubrimiento hasta los primeros años del siglo XVIII, los ingleses venían a estas regiones, o por la vía de España, como soldados y marineros “registrados” muchas veces con sus nombres y apellidos ya castellanizados o traducidos, o directamente bajando en cualquier caleta de nuestras costas y desde la fundación de Colonia del Sacramento, haciendo pie en ella y quedándose allí hasta poder pasar de contrabando al dominio Indiano.

Establecido a raíz del Tratado de Utrecht, (11 de abril de 1713) el “asiento” de Buenos Aires, se agregó como una nueva forma de entrar con derecho, y a permitirles la posesión de tierras en la capital porteña y, por ende, una gran libertad de movimientos dentro de la zona, sin que sea hoy posible conocer sus nombres por las características que tuvo su llegada, imposible de registrar.

Debe consignarse luego, el arribo de soldados y marineros desertores que, en número creciente, sobre todo desde los comienzos del último cuarto del siglo XVIII como consecuencia del establecimiento del libre tráfico marítimo comercial, quedaron en los puertos platenses y obedeciendo al impulso de aventuras se internaron, muy luego, en “la tierra” para ejercer toda clase de oficios y habilidades útiles, algunas de ellas hasta su entrada no conocidas en el medio.

Afianzando esta tendencia, más tarde, como el Reglamento del Libre Comercio establecido por los Borbones en 1778, estimuló el crecimiento de Buenos Aires como ciudad-puerto y el del Litoral como área productora de ganado, la combinación de todos estos factores, con la revolución industrial británica, provocó que en el Río de la Plata, se produjera  una gran expansión del comercio con Gran Bretaña y de migración de ciudadanos ingleses hacia estas tierras.

Como ejemplo de esta explosiva tendencia, el comerciante británico SAMUEL HAIGH señalaba que en Córdoba: “las tiendas, que suben a unas setenta, estaban repletas de artículos ingleses manufacturados de los que los tenderos se proveen en Buenos Aires, adonde van generalmente una vez por año, y sus compras se transportan en carros”.

Consta que desde fines del siglo XVIII, fueron muchos los ingleses que recorrieron estas tierras y numerosos viajeros, e historiadores han dejado mención de algunos de ellos: Unos vinieron en misiones diplomáticas o comerciales, pero no se radicaron aquí. Otros si lo hicieron atraídos algunos por esta plaza, que les ofrecía la posibilidad de pingües negocios, pero otros lo hicieron para encontrar aquí un mejor destino del que les ofrecía su Patria.

En el Censo realizado en 1804 durante el virreinato de Rafael de Sobremonte, ya había un total de 28 ingleses en Buenos Aires, los que sumados a las esposas de 8 de ellos, descontando dos de ellas que eran criollas, da un total de 34 súbditos británicos, ocupados en diversos menesteres (2).

Ejerciendo como “comerciante”, figuran en el censo de 1804 seis británicos (entre ellos los tres “negreros”) y es entonces evidente, que ésta era la principal actividad entre los británicos residentes en Buenos Aires ese año. Los médicos -tres en total- le seguían entre las ocupaciones más numerosas. Luego los pilotos, boteros, zapateros, sastres y empleados, con dos trabajadores por cada una. Terminaba la lista con un carpintero y el único maestro herrero británico, el mencionado Alexandro Guillermo (3).

Es oportuno recordar aquí, que el comercio y las profesiones, en la ciudad de Buenos Aires, eran actividades ejercidas por personas con una determinada ubicación en la escala social e incluso limitadas en su ejercicio por una estricta regla de carácter racial.

Los oficios manuales eran realizados por personas de piel más oscura, según el grado de mestizaje: los españoles y los criollos blanqueados dejaban tales ocupaciones para sus paisanos más oscuros, que son industriosos en sus respectivos oficios como zapateros, sastres, barberos, changadores, pulperos, carpinteros y pequeños comerciantes al menudeo (Guillespie, 1994, página 53), sin embargo, también los británicos ejercieron algunos de estos oficios despreciados por la gente blanca española o americana.

En 1804 había un carpintero, dos sastres, dos zapateros y un herrero de origen británico, siendo estas actividades consideradas, por la sociedad porteña, para gente de piel oscura. Evidentemente estos oficios eran muy demandados y -en algunos casos- bien remunerados. «Los oficios de zapateros y sastres, los últimos principalmente mujeres, son los más numerosos y ocupados.» (GILLESPIE, 1994, p. 85).

Por esto mismo se entiende que algunos británicos no tuviesen inconvenientes en ejercerlos ya que eran competentes en estas profesiones. En particular el oficio de herrero tenía especial importancia. «Había solamente dos herreros en la ciudad, siempre muy morosos en sus obras, pero sólidas en su conclusión.” (GILLESPIE, 1994, p. 54). En 1804 estaba registrado un maestro herrero de origen irlandés, ALEXANDRO GUILLERMO. Los datos indican que era casado con «una inglesa» y poseía dos esclavos, oficiales herreros.

Por muchos años, sólo hubieron tres casas de comercio de norteamericanos: la de ZINMERMAN y Cía., SUWARD y Cía. y M’ CALLI FORDO. La mayor parte de los comercios, pertenecían a los ingleses que constituían un grupo cerrado de la sociedad porteña.

El  19 de marzo de 1821, el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires autorizó a la llamada “Corporación del Cementerio Inglés” a adquirir un terreno lindero a la iglesia del Socorro (actuales calles Juncal y Suipacha) y así tuvieron su Cementerio propio. .Celebraban sus casamientos a bordo de algún buque de guerra inglés llegado al Puerto de Buenos Aires y oficiaba las ceremonias el capitán del mismo, hasta que en 1825 llegó a estas tierras el reverendo Juan Armstrong.

El 4 de agosto de 1826, el residente inglés THOMAS GEORGE LOVE comenzó a editar el “The British Packet, y Argentine News, un periódico y una Revista bilingües especialmente destinados para las comunidades británica y estadounidense de Buenos Aires

Sobre el número elevado de británicos ocupados en el comercio conviene aclarar que «Aquí la honorable denominación de “comerciante” está tristemente pervertida, como que implica, sin distinción y por igual, all primer negociante y al ínfimo revendedor” (GILLESPIE, 1994, p 85.). En 1804 encontramos a tres “comerciantes” que se dedicaban al «cargamento de negros»: JOSÉ MALÓ (inglés), FELIPE REILLY y THOMAS O’ REILLY (ambos irlandeses) También había un irlandés “comerciante” que contrabandeaba  pieles, llamado DANIEL DONNOGHUE.

Las invasiones inglesas a Buenos Aires (1806/18077) favorecieron el incremento de la población porteña de origen británico  y ésta se orientó principalmente a la actividad comercial.
A principios del siglo XIX, el Virreinato del Río de la Plata estaba regido por leyes de la corona española que prohibían el comercio con Inglaterra. En Europa, el amenazante emperador francés Napoleón I (1804) empezaba a controlar el continente, y tenía como objetivo derrotar a los británicos desembarcando sus tropas en Inglaterra. Sin embargo, sus planes de invasión fueron abortados en la Batalla de Trafalgar (1805) donde fue derrotada la flota conjunta franco-española. Entonces, en lugar de la estrategia militar, Napoleón optó por el bloqueo comercial a las islas británicas, prohibiendo a Francia y sus aliados (entre ellos España) el comercio de productos

Aunque esta medida no afectaba formalmente al comercio en el Río de la Plata porque esa prohibición ya existía, los ingleses en Buenos Aires – con el consentimiento del gobierno británico y la complicidad virreinal, comercializaban ilegalmente productos en barcos neutrales. La alianza entre Francia y España alertó a los británicos sobre la posibilidad de que los franceses afectaran ese lucrativo contrabando con Hispanoamérica, incluso temían una invasión francesa esas colonias.  En ese contexto político, y alentados por el norteamericano William Porter White (mal conocido como PÍO WHITE),  el almirante HOME POPHAM y el general WILLIAM CAR BEREFORD,  decidieron adelantarse a Napoleón Bonaparte y el 25 de junio de 1806, invadieron  Buenos Aires.

Luego de la primera invasión británica a Buenos Aires (25 de junio de 1806) vino la resistencia porteña, la derrota y prisión del general BRESFORD junto a sus soldados (12 de agosto de 1806). Desconociendo esa derrota, a fines de 1806, unos 2000 comerciantes y aventureros británicos alentados por la noticia de que BERESFORD había capturado Buenos Aires, partieron rumbo al Río de la Plata acompañando a la expedición de refuerzo de SAMUEL AUCHMUTY.

Pero, al comienzo de febrero de 1807, la escuadra británica que escoltó a los comerciantes, tomó Montevideo y esperó la llegada del general JOHN WHITELOCKE, con miras al ataque de Buenos Aires. Luego del ataque inglés a la capital del virreinato, y de la exitosa defensa de la ciudad (7 de julio de 1807), muchos comerciantes británicos volvieron a Inglaterra o a Brasil. Sin embargo, algunos regresaron a Buenos Aires a comercializar y se radicaron en la ciudad.

Una colectividad favorecida
La necesidad de satisfacer las demandas de una sociedad, como la colonial primero, y como la post-revolucionaria después, ya decididamente volcada al “consumismo”, la trasformó en dependiente del comercio con Inglaterra. Primero a través del contrabando y luego otorgándole privilegios especiales.

En 1809 los residentes británicos constituyeron el “Comité de Comerciantes Británicos”. Estaba instalada en la actual calle 25 de Mayo y fue la primera institución británica en Buenos Aires. Representaba los intereses de casas de comercio familiares con sede en Liverpool, Glasgow y Londres y en 1824, el valor de las manufacturas importadas desde esas ciudades, ascendía ya a la suma de 500.000 pesos anuales, siendo por aquellos años, siempre más o menos los mismos: cueros vacuno y caballar, de carnero y de nutria, cerda de potro y de vaca, sebo, lana, carne tasajo, plata en barra y sellada y luego ganado en pie (vacuno y caballar), maíz y trigo.

Fue así que los vínculos que se mantuvieron durante los últimos año del siglo XVIII hasta casi fines del siglo XIX fueron celosamente defendidos por las autoridades que se sucedieron en el gobierno de estas tierras: El artículo 4º del Plan atribuido a Mariano Moreno refleja claramente hasta qué punto la Junta de Buenos Aires en 1810, respaldaba los intereses británicos, según consta en el texto copiado del original que transcribimos:

“Nuestra conducta con Inglaterra y Portugal deve ser benefica: devemos proteger su comercio, aminorarles los derechos, tolerarlos, y preferirlos aunque estrannos, las quales extorciones devemos hazerles toda la carta de proposiciones beneficas, y admitir las que nos traigan: (…) se les debe dejar interrar (internar) en lo interior de las provincias pagando los derechos como nacionales despues de aquellos, que se graduaren mas comodos por la introduccion; ultimamente haziendo sacrificios, devemos atraerlos, y ganar las voluntades de los ministros de las cortes estrangeras, y de los principales resortes de los gabinetes, aunque sêa á costa de oro, y plata, que es quien todo lo facilita (4)

Como consecuencia de posturas como esta, los comerciantes británicos fueron casi siempre eximidos de las pesadas cargas que debieron soportar sus colegas porteños -contribuciones voluntarias e involuntarias, empréstitos y confiscaciones-. No obstante las fracasadas invasiones británicas de 1806 y 1807 en el Río de la Plata, todas las rutas comerciales y financieras nacían y morían en Liverpool o en Londres, cuando no en Río de Janeiro, segunda sede de los ingleses.

Con tantas ventajas en favor de los británicos, fueron estériles los intentos porteños para limitar su influencia: las prohibiciones para que los ingleses comerciaran y la extensión de las contribuciones a la comunidad británica fueron descartadas por el gobierno porteño. Ni siquiera los intentos del director supremo JUAN MARTÍN DE PUEYRREDÓN para equilibrar la preponderancia británica con la presencia francesa pudieron atenuar la hegemonía británica en el comercio rioplatense.

Quedaban para los comerciantes porteños aquellas actividades en las que su mejor conocimiento de la región o sus vinculaciones políticas podían darles alguna preeminencia. En primer lugar, ejercieron la especulación a costa de un Estado que podía conceder ventajas a cambio de aportes materiales a las guerras sostenidas por el gobierno de Buenos Aires -por ejemplo, los comerciantes que organizaron la compra de la primera flotilla.

Otra fuente de especulación consistía en la venta de patentes a aventureros extranjeros, que fue una verdadera industria rioplatense en los años finales de la primera década de la Revolución de Mayo. También se podía especular con papeles públicos, títulos de la deuda u otro tipo de empréstitos -operaciones que no desdeñaron tampoco los propios británicos-.

No obstante estas salidas alternativas, las mismas no eran suficientes siquiera para la supervivencia, ni mucho menos para el crecimiento de una clase mercantil que procurara mantenerse al margen de los británicos. De lo que pasamos a citar, se desprende que, efectivamente, la población inglesa en 1821, si bien no era la más numerosa, gozaba de privilegios que hasta provocaron en 1836, el bloqueo del Puerto de Buenos Aires por parte de los franceses, que no admitían tal discriminación (ver Bloqueo francés al Puerto de Buenos Aires).

Un comentario publicado en el “Argos”, contestando una nota anterior, donde se exponía lo injusto de la existencia de una “Estafeta de Correos exclusiva para los ingleses”, decía así: ““Protesta E. M. A. (se refiere al remitente de dicha nota de protesta),  que hemos procurado la razón que justifique el privilegio que gozan los ingleses de mantener una estafeta particular v ni la hallamos entre nosotros mismos, ni fuera de nosotros:

“La razón es que las desgraciadas cartas inglesas que a veces, por casualidad van a la estafeta del Correo, se sepultan en ellas por días y semanas enteras. Pidiendo una alguno, se le pone todo un montón entre las manos, para que tome la que le de la gana. Así, con gastar algunos centavos puede la curiosidad o el interés o la malicia, satisfacerse interceptando la correspondencia de cualesquiera.

«Si se pregunta por qué razón no se forman listas de estas cartas, como de las demás (que aun cuando se hiciera, no remediaría este último mal), responden en el caso de dignarse responder (lo que no siempre sucede) “que no saben leer los nombres. A todo esto, podría agregarse los muchos días de fiesta, las largas siestas, y que el tiempo del comerciante es precioso”.

“Fuera de vosotros, la razón es que un oficial de buque inglés de guerra, visita al instante a todos los buques que llegan, para recibir las cartas, o bien obliga a los patrones que las traigan a su bordo. Luego las transmite, a la “Sala Mercantil”. Allí la primera operación es separar las cartas inglesas y enviar las restantes al Correo. En seguida, se toma razón de aquéllas; se cobra el porte que corresponda a cada una y en media hora, todos los interesados están en posesión de sus cartas, entregando cada trimestre el monto recaudado al Correo”.

“Ahora comprenderá E. M. A. cuán excusada era su pregunta: “¿por qué no gozan de este mismo privilegio los italianos, ni los franceses?”. Porque son pocos estimada amiga. Tienen pocas cartas y ningún buque; porque les falta motivo para pedir el favor y ejecutar el servicio.»

Esto, que pretende demostrar que los ingleses estaban en mayoría, a las demás nacionalidades, no era cierto. Lo que si era verdad, es que por la necesidad de mantener buenas relaciones con Inglaterra, sus súbditos, en estas tierras, eran los privilegiados por sobre todas las otras colectividades”.

Nuevos médicos ingleses llegaron para radicarse, allá por el año 1820. Primero llegó el doctor JAMES LEPPER en diciembre de ese año, como cirujano de la Armada Real Británica, cargo que siguió ocupando por muchos años con medio sueldo por estas tierras. Luego lo hizo el doctor JOHN OUGHAN, acreditado médico irlandés que desgraciadamente, fue atacado en sus últimos años por la demencia.

Por largo tiempo practicaron también su profesión, los doctores ANDRÉS DICK, El doctor BOND, norteamericano), cuya  hija Malvina, años después  se casó con Juan Manuel León Ortiz de Rozas, nieto del caudillo y Gobernador de Buenos Aires JUAN MANUEL DE ROSAS. Algunos años más tarde, llegó el doctor ALEJANDRO BROWN, nativo de Escocia, que prestó servicios como en la escuadra argentina durante la guerra del Brasil, llegando a ser cirujano mayor de la Armada Argentina.

Nuestros primeros farmacéuticos fueron también británicos. Los súbditos ingleses JENKINGSON y WHITFIELD, se instalaron con sus “boticas” en Buenos Aires en 1809 y durante largos años permanecieron brindando sus servicios. WILFREDO LATHAM, fue otro de los ingleses que han contribuido al progreso del país.

Tenía su cabaña en la chacra “Los Álamos”, en el Partido de Quilmes, y largos años estuvo dedicado a la cría de lanares. Allí fundo su establecimiento con un plantel de “negretes” de la no menos afamada cabaña (también de Quilmes) de Manuel Benavente, cuya meritoria contracción a esta industria fue notable. Recordamos que Latham publicó varios trabajos relativos a la actividad agrícola argentina y entre ellos, el titulado “The States of de River Píate”.

Buques mercantes entrados al Puerto de Buenos Aires (1821/1824)
1821: ingleses, 128; norteamericanos, 42; franceses, 19; Suecos, 7; Sardos, 3; Alemanes, 2; Daneses, 1.
1822: ingleses, 133; norteamericanos, 75; franceses, 21; Suecos, 11; Sardos, 3; Alemanes, 4; Daneses, 1
1823: ingleses, 113; norteamericanos, 80; franceses, 24; Suecos, 6; Sardos, 6; Alemanes, 6; Daneses, 5
1824: ingleses, 110; norteamericanos, 143; franceses, 21; Suecos, 14 Sardos, 6; Alemanes, 8; Daneses, 10
El aumento de buques americanos que se nota en 1824, fue debido a la introducción al país en gran escala, de harina, que por algún tiempo fue un negocio brillante.

Algunos nombres
Son pocos los registros a los que se puede acudir en busca de datos referidos a los súbditos británicos (ingleses, escoceses e irlandeses) que llegaron al Río de la Plata durante el siglo XVIII y sólo algunos pocos nombres de ellos, se pueden rescatar, puesto que la mayoría, desaparecieron sin dejar vestigio ni recuerdo de su existencia..

Doctor Miguel O’Gorman. Llegó a Buenos Aires en 1777. Cuando la ciudad  tenía alrededor de 25.000 habitantes y nueve médicos reconocidos, conforme a una propuesta del virrey VÉRTIZ Y SALCEDO, mediante una Cédula Real, fechada el 1º de febrero de 1779, se creó el Tribunal del Protomedicato de Buenos Aires”, una especie de tribunal fiscalizador de los profesionales que puso bajo la supervisión del doctor MIGUEL O’GORMAN y se mantuvo en actividad hasta 1814.
Oliverio Russel. Un escocés que llegó a Buenos Aires en 1790 y se incorporó a la marina mercante, llegando a ser un hábil conocedor y baqueano del Río de la Plata. Cuando el 19 de junio de 1806, al mando de una goleta portuguesa se dirigía a Río de Janeiro, fue capturado en proximidades del cabo Santa María por la fragata inglesa Narcisus-que formaba parte de la escuadra de la primera invasión que mandaba el comodoro Home Popham.

Al ser severamente interrogado, descubren su verdadera nacionalidad y es obligado por los británicos a guiar la escuadra como piloto para entrar al Río de la Plata y los informes que le arrancan, referidos al estado de indefensión de la ciudad, la existencia de importantes caudales y las facilidades que ofrecía para el desembarco, deciden a los invasores, a desembarcar primero en la capital del Virreinato y no en Montevideo, como estaba previsto en un principio. Russel no recobró la libertad hasta después de producida la Reconquista de Buenos Aires y en 1814, estando radicado en Buenos Aires, se alistó en la Escuadra de Brown.
Pedro Campbell. Irlandés vino al Río de la Plata con la expedición de Beresford en 1806, en la cual prestaba servicios con el rango de sargento. Después de la rendición de los ingleses en el Fuerte de Buenos Aires frente a las fuerzas de Liniers, fue internado en Corrientes, en calidad de prisionero y una vez liberados los presos, decidió quedarse. Trabajó como peón en la curtiembre de Ángel Fernández Blanco, una de las más conocidas en ese tiempo. Tan pronto estalló el movimiento emancipador se enroló en las filas de Artigas. Se hizo gaucho por completo y adoptó sus modalidades, costumbres y vestimenta, por lo que fue conocido como “el General de Artigas”.
Thomas Craig. Nacido en Irlanda en el año 1780, llega al Río de la Plata como sargento primero integrando las fuerzas invasoras de Carr Beresford en 1806. Al cesar las hostili­dades con los ingleses, luego de fracasada su segunda invasión en 1807. Después de haber estado internado en el interior del país, se radicó en Buenos Aires y al estallar la Revolución de Mayo, se incorporó a las fuerzas patriotas, formando parte de la Primera Expedición al Alto Perú.
John Parish Robertson, con su primo William Parish Robertson, llegaron en 1809 a Buenos Aires y se dedicaron al comercio. Se asociaron con Facundo Quiroga y formaron la “Famatina Minning Company”, una empresa para explotar el oro del Famatina y publicaron una serie de libros con agudas observaciones de nuestras tierras, nuestras costumbres y potenciales riquezas (“La Argentina en la época de la Revolución”; “La Argentina en los primeros años de la Revolución”; “Cartas de Sudamérica” y “Buenos Aires visto por viajeros ingleses”.

File:Roberto Billinghurst.jpg - Wikimedia CommonsRoberto Billinghurst. Llegó a Buenos Aires en 1809. En estas costas se dedicó al comercio hasta que empezaron los días de la Revolución de Mayo. Entonces, identificado con la causa de los criollos y como buen inglés enemigo de los intereses de España, se ofreció a pelear junto a los revolucionarios. El 29 de noviembre de 1811, se le adjudicó la que fue la primera Carta de de Ciudadanía Argentina.
Diego Paroissien (nacido James Paroissien). Llegó a Buenos Aires por primera vez en 1806, luego de que la ciudad fuera reconquistada por Santiago de Liniers y Martín de Álzaga, y luego de un permanecer un tiempo en Río de Janeiro, en 1810, regresó a instancias de su amigo Jacinto Rodríguez Peña. Fue médico en el Ejército del Norte y después colaborador de San Martín en las campañas de Chile y Perú.
Almirante Guillermo Brown. Llego a Buenos Aires el 18 de abril de 1810 a bordo de la fragata “Jane” (de su propiedad), en gestión comercial. Permaneció dos meses en la entonces capital del virreinato del Río de la Plata y fue testigo de los acontecimientos de la semana de mayo que culminaron con la Revolución del 25 de Mayo de ese año. El 1º de marzo de 1814, fue nombrado por el Director Supremo Gervasio Antonio de Posadas, Jefe de la Escuadra Nacional con el grado de Teniente Coronel de Marina. A partir de entonces, consagró su vida al servicio de su patria de adopción por lo que es considerado el Padre de la Armada Argentina.
General John Thomond O’Brien. Llegó al Río de la Plata en 1812 con la idea de dedicarse al comercio. Al poco tiempo de su llegada fue dado de alta como Alférez en el Regimiento de Granaderos a Caballo.. Actuó luego enlas campañas de Chile y Perú bajo las órdenes del general San Martín.
Woodbine Parish. Diplomático, comerciante y viajero. Llegó a Buenos Aires en 1823 y fue el primer cónsul británico en Buenos Aires (1825-1826 y (1828-1831). Firmó el Tratado de Amistad, Comercio, y Navegación con Argentina el 2 de febrero de 1825 y fue un gestor importante del reconocimiento oficial de parte de Gran Bretaña de la Independencia Argentina.
John Barber Beaumont. Llegó a Buenos Aires en 1824 y  formalizó un convenio con Sebastián Lezica para el envío de colonos ingleses procedentes de Glasgow, Liverpool y Londres, y poco después, con el mismo Bernardino Rivadavia, en Londres, con quien se vinculó, siendo éste comensal en su casa. El primer contingente partió de Glasgow en febrero de 1825, y casi en seguida, salieron los otros, pero hubo malos entendidos, falta de cumplimiento de las cláusulas, lo que produjo el fracaso del grupo de 200 familias de inmigrantes que debían establecerse en Entre Ríos, y que a consecuencia de la guerra con el Brasil, vieron malogrados sus propósitos. Ciento cincuenta retornaron al país de origen en el mismo navío que los había traído.
Joseph Barclay Pentland, Entre 1826 y 1827 inspeccionó gran parte de los Andes Bolivianos, en busca de oro. En 1839 publicó “Buenos Ayres y las Provincias del Río de la Plata”.

(1). Cantidad de inmigrantes por nacionalidad (1857-1940): Italianos, 2.970.000; Españoles, 2.080.000; Franceses, 239.000; Polacos, 180.000; Rusos, 177.000, Turcos, 174.000; Alemanes, 152.000; Austrohúngaros, 111.000; Ingleses, 75.000; Yugoeslavos, 48.000; Suizos, 44.000; Belgas, 26.000; Dinamarqueses, 18.000; Norteamericanos, 12.000; Holandeses, 10.000; Suecos, 7.000; otras nacionalidades 223.000. Nótese que increíblemente, no figuran en esta estadística los portugueses y que los ingleses, figuran singularmente retrasados, a pesar de la notable gravitación que tuvieron ambos, en el desarrollo de nuestra economía y nuestra actividad comercial. Quizás esto se explica en que la presencia de ciudadanos de estas dos nacionalidades, tuvo sus máximos registros entre mediados del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, precisamente durante el período de nuestra Historia, durante el cual comienza su despertar.

(2).-Según este Censo, en Buenos Aires había 250 portugueses, 108 genoveses, 57 franceses, 29 norteamericanos y 32 británicos (entre ingleses, escoceses e irlandeses).

(3).- María  de los Ángeles Garate de Elezmar, inglesa; Roberto Calaau irlandés, zapatero; Diego Maló, inglés, negrero; David Reid, escocés, médico; Alexandro Guillermo, irlandés, herrero; Thomas O Reilly, irlandés, negrero; Felipe Reilly, irlandés, negrero; Jorge Aliburcon, escocés, piloto; Luisa Ricardo, inglesa; Josefa Clara, inglesa; Juana Grin, inglesa; Jaime Vidal (o Jaime Belín) irlandés, carpintero; Miguel O’Gorman, irlandés, médico (viven con él 2 inglesas sin datos); Diego Jacson, inglés, comerciante; Juan Bene, inglés, sastre; Florencio Maccarth, irlandés, comerciante; Guilllermo Jones, ingles, dependiente de comercio; Juan de la Puente, inglés, botero; Daniel Donnoghue, irlandés comerciante en pieles; Juan Marcos, irlandés, mozo de cuadra; Samuel Hondubro, inglés, oficial zapatero;  Diego Gordon, inglés, piloto; Pedro Ruirdoni, irlandés, sastre; Juan Tindall, inglés, médico; Juan Guarguens, inglés, botero; Lucia Hutet, inglesa (“Británicos en la sociedad de Buenos Aires” de Roberto Dante Flores).
(4). Transcripto con la grafía original.

Fuentes: “Diccionario Histórico Argentino”. Ione S. Wright y Lisa M. Nekhom, Emecé Editores, Brasil 1994, Dirección Nacional de Migraciones, “Británicos en la sociedad de Buenos Aires (1804-1810)”. Roberto Dante Flores, Ed. , Buenos Aires , 2011; Archivos del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Archivo de la Universidad de Buenos Aires (UBA); “Documentos para la historia argentina. Buenos Aires”. Emilio Ravignani, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1919; “Diccionario de Británicos en Buenos Aires”. Maxine Hanon, Ed. Gutten Press, Buenos Aires, 2005; “Buenos Aires y el interior. Observaciones reunidas durante una larga residencia, 1806-1807”. Alexander Guillespie, Ed. A.Z., Buenos Aires, 1994; ”Comerciantes británicos en el Río de la Plata”. Alina Silveira, Ed. Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti” Córdoba, Argentina, 2015; “Los primeros ingleses en Buenos Aires 1780-1830”. Octavio Battolla, Buenos Aires: Ed. Muro, 1928;

2 Comentarios

  1. Anónimo

    pero no me dice por donde comercializaba Buenos Aires en 1820 , me podes decir por favor

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  2. Anónimo

    william cook no existio

    Responder

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