El arcón de la historia Argentina > Crónicas > LA REVOLUCIÓN DE 1930 (06/09/1930)
LA REVOLUCIÓN DE 1930 (06/09/1930)
Movimiento cívico militar liderado por el general JOSÉ FÉLIX URIBURU que derrocó al Presidente Constitucional HIPÓLITO YRIGOYEN (imagen), dando comienzo a lo que se llamó “la década infame” de la Historia Argentina.
Ese día tuvo lugar una revolución que por renuencia o irresolución de los hombres de armas, fue originalmente menos espectacular de lo que se había calculado, pero que aun así, destituyó al segundo gobierno de Yrigoyen, quien fue recluído en la Isla Martín García.
El general URIBURU se hace cargo del gobierno, y pronto aparece dentro del sector militar, un segundo frente liderado por el general AGUSTÍN P. JUSTO, que proclama su adhesión a la Constitución de 1853 y busca una salida electoral “protegida”, respetuosa de las formas legales pero fraudulenta en su gestión.
Pero retrocedamos en el tiempo. El 12 de octubre de 1928, el doctor HIPÓLITO YRIGOYEN, elegido por el voto de la mayoría del pueblo, había vuelto a la Casa Rosada después de dos años de su anterior período presidencial y había asumido por segunda vez la presidencia de la República.
La inercia de su gestión y una denunciada ineficiencia de su gobierno para abordar los problemas sociales, políticos y económicos que acosaban al país, en un momento de depresión económica mundial, hizo que en 1930, algunos dirigentes políticos y empresarios consideraran necesario un cambio en el gobierno y para ello, acudieron a militares que sustentaban el mismo criterio.
Por primera vez, después de casi setenta años de una sucesión ininterrumpida de presidencias constitucionales, los complotados, decidieron tomar el poder para hacer los cambios necesarios. Divididos entre ellos en cuanto a la dirección y liderazgo que debía tener el nuevo movimiento, el general URIBURU surgió como líder, con el apoyo de los grupos civiles y militares que querían un gobierno autoritario y fuerte.
Pitos y Fleitas
«Ya se estaba en vísperas de la revolución. La ciudad vivía sobresaltada y el gobierno andaba como bola sin manija. El domingo 31 de agosto de aquel año 30, la Sociedad Rural Argentina iba a inaugurar en Palermo, su clásica exposición, muestra ganadera a la que siempre concurrían las autoridades del Poder Ejecutivo.
Como el día se presentó lluvioso y frío, el anciano Presidente de la República, señor YRIGOYEN, resolvió no asistir a la fiesta, aunque lo haría, en su nombre, el ministro de Agricultura, JUAN B. FLITAS. Como la llovizna persistiera, los dirigentes de la Rural, estimaron prudente no hacer la ceremonia al aire libre, en la pista central, como de costumbre y trasladaron el escenario al vasto recinto del comedor.
Allí se agolpó la concurrencia, y mezclados con ella, varios grupos de jóvenes de la Liga Republicana y de la Legión de Mayo, provistos los muchachos de pitos —pitos de referi de fútbol. Su propósito era recibirlo a YRIGOYEN con una estruendosa silbatina. A las dos de la tarde, sin embargo, el público supo que don Hipólito no vendría; y cuando media hora después, el ministro FLEITAS apareció en el salón, acompañado por FEDERICO MARTÍNEZ DE HOZ, presidente de la entidad organizadora del acto, todo el local cerrado pareció temblar, sacudido por los atronadores silbidos con que fueron recibidos, mientras en medio del ruido ensordecedor de aquel desbarate sorpresivo, retumbaban los ¡abajo el gobierno! ¡Viva la revolución!.
Hubo corridas, y detenidos por la policía y el ministro Fleitas, visiblemente exaltado, se alejó del lugar mascando su rabia. Las crónicas cas al día siguiente informaron con detalle del escándalo sucedido y el diario “La Fronda” destacó la noticia a toda página, bajo este título en negrita: “Entre Pitos y Fleitas”.
Una renuncia profética
Muchos autores han convenido en que la renuncia presentada el 2 de setiembre de 1930 por el entonces Ministro de Guerra, teniente general LUIS J. DELLEPIANE (1865- 1941), fue uno de los hechos que profetizaron la caída del gobierno de HIPÓLITO YRIGOYEN.
Ingeniero civil en 1891, Profesor titular de geodesia en la Facultad de Ciencias Exactas, vicedecano y consejero de esta casa de estudios, miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Dellepiane asoció a su formación militar, la del hombre de ciencia dedicado a la enseñanza. Por su larga actuación en la catedra, investigaciones y obras publicadas, se lo considera el “padre de la geodesia argentina”.
Dentro del Ejército ocupó la dirección del Instituto Geográfico Militar y dictó la cátedra de topografía en la Escuela Superior de Guerra. Fue agregado militar en Berlín, Director de Ingenieros y Comandante de la 2ª. División de Ejército. Algunos párrafos de su renuncia resultaron proféticos: «No soy político y me repugnan las intrigas que he visto a mi alrededor, obra fundamental de incapaces y ambiciosos. He visto y veo alrededor de V. E. pocos leales y muchos interesados.
Habría que nombrar un tribunal que analizara la vida y los recursos de algunos de los hombres que hacen oposición a V. E. y de otros que gozando de su confianza, hacen que V. E., de cuyos ideales yo tengo la mejor opinión, sea presentado al juicio de sus conciudadanos en la forma despectiva que es marea que nada detendrá, si V. E. no recapacita un instante y analiza la parte de verdad, que para mi es mucha, que puede hallarse en la airada protesta que está en todos los labios y palpita en muchos corazones.
Al final he deseado, lo mismo que en la llamada semana trágica, en que espontáneamente y por mi propia decisión contribuí a salvar el primer gobierno de V. E., proceder a salvar otra vez al país y al ejército del caos que lo amenaza. Sólo lamento no haber podido realizar obra constructiva”.
Pero volvamos a los hechos. El 6 de setiembre de 1930, los complotados movilizaron sus fuerzas hacia Buenos Aires y se acantonaron rodeando la Casa de Gobierno. El día anterior, el presidente YRIGOYEN, luego de delegar el mando en su vicepresidente, el doctor ENRIQUE MARTÑINEZ, se había dirigido a la ciudad de La Plata y allí pidió hospitalidad en el cuartel del Regimiento 7 de infantería. Los jefes revolucionarios entonces, sin encontrar absolutamente ninguna oposición y con la tácita y casi entusiasta aprobación de la gente, el 6 de setiembre de 1930, avanzaron sobre Buenos Aires.
El principal apoyo con que contó Uriburu fueron los cadetes del Colegio Militar cuyo director, FRANCISCO REYNOLDS, se puso al frente de las tropas, pese a ser un viejo admirador y partidario de Yrigoyen. El desplazamiento de los cadetes hacia el centro de la ciudad fue casi un paseo hasta llegar al Congreso, donde dos de ellos murieron en la única escaramuza de la jornada.
Rodearon la Casa de Gobierno y desde allí se intimó a la rendición de los guarnición que cumplía su servicio de guardia en el lugar. Desde La Plata, el presidente Yrigoyen, abandonado por el pueblo que lo había votado, presentó su renuncia “al señor jefe de las fuerzas militares de La Plata” y fue detenido, pese a su edad y a encontrarse enfermo y conducido a la Isla Martín García.
El vicepresidente ENRIQUE MARTÍNEZ, luego de 16 horas de frenéticas tratativas entregó la renuncia a Uriburu (se dijo que Martínez, quien estaba al tanto del golpe, creyó que podía aspirar a ser su principal beneficiario, o sea que los militares derrocarían al anciano presidente para dejarle asumir a él la primera magistratura; como es notorio ése no era el propósito de los revolucionarios).
El teniente general URIBURU quedó entonces dueño del poder, mientras el pueblo llenaba las calles del centro festejando jubiloso, ya que había caído un proceso de degradada corrupción administrativa, en tanto, grupos de exaltados asaltaban y saqueaban la casa particular de HIPÓLITO YRIGOYEN, en la calle Brasil, llamada “la cueva”, destrozando sus pobres muebles y todo cuanto poseía, mientras otros gritaban por la calle estribillos contra el ex presidente: “Yrigoyen con galera / parecía una escupidera…” decía uno de ellos.
Ante la necesidad de poner orden a esta caótica situación se impuso la Ley Marcial, que se mantuvo en vigencia hasta que fue levantada en junio de 1931, período durante el cual, fueron fusiladas cinco personas, acusadas de cometer delitos contra la seguridad pública.
Entre los militares que participaron en el golpe figuraban varios que tendrían actuación destacada en la política de años posteriores: PEDRO PABLO RAMÍREZ, HUMBERTO SOSA MOLINA, JULIO A. LAGOS Y JUAN DOMINGO PERÓN, (este último era, por entonces, capitán) y entre los cadetes del Colegio Militar que también trascenderán más tarde, estaban BERNARDINO LABAYRÚ, EMILIO A. BONNECARRÉRE, ÁLVARO ALZOGARAY, ROSENDO FRAGA, MANUEL REIMUNDES, ENRIQUE RAUCH y ALBERTO BENAVÍDEZ (que fue uno de los que resultó herido en esas jornadas), entre otros.
Dos diarios adictos al oficialismo fueron quemados. Al llegar la noche, la Avenida de Mayo se iluminó y desbordaba de gente delirante, que silbaban y llenaban de denuestos al sólo nombrar al presidente caído y derrotado por la revolución. Un busto que lo representaba, esculpido en madera de quebracho por STEFAN ERZIA, fue arrastrado por dicha arteria y luego quemado.
El presidente Uriburu tomó medidas severísimas para detener estos desmanes. El 7 de setiembre de 1930 hizo colocar en las calles de la ciudad de Buenos Aires este Bando: “Teniendo el movimiento militar, que se ha constituido en Gobierno Provisorio de la Nación, como misión primordial la conservación del orden, en mira de asegurar las más absolutas garantías de la vida, propiedad y seguridad de los habitantes de la Nación previene al pueblo lo siguiente: 1º, Todo individuo que sea sorprendido en infraganti delito contra la seguridad y bienes de los habitantes, o que atente contra los servicios y seguridad pública, será pasado por las armas, sin forma alguna de proceso.”
El 8 de setiembre de 1930, el Presidente provisional de la Nación (de facto), teniente general José F. Uriburu, ante unas cien mil personas congregadas en la Plaza de Mayo, desde los balcones de la Casa de Gobierno, prestó juramento de su elevado cargo, comprometiéndose “por Dios y por la Patria a desempeñar con honor el cargo de Presidente del Gobierno Provisional que he asumido por vuestra voluntad.
“Juro mantenerme solidario con el pueblo, con el ejército y con la armada y bregar por el restablecimiento de las instituciones, por el imperio de la Constitución y por la concordia y unión de todos los argentinos. Si así no lo hiciere, que Dios y la Patria me lo demanden”.
Nombró luego para que lo acompañe como Vicepresidente, al doctor ENRIQUE SANTAMARÍA (1) y después de disolver el Congreso y declarar el estado de sitio, intentó crear una revolución política, social y económica similar a las que en ese momento se desarrollaba en Italia, Alemania y España, pero no pudo hacerlo.
Su gobierno fue atacado violentamente por la crítica opositora; aunque salvó al país de la bancarrota, de los desórdenes sociales y de una segura guerra civil. En diciembre del mismo año estalló una revolución en Córdoba en su contra y en Buenos Aires, en febrero de 1931, ocurrió la segunda. Pero fueron sofocadas, como la del 3 de enero de 1932 que estalló en la provincia de Entre Ríos.
El 8 de noviembre de 1931 hubo elecciones libres en todo el país para organizar los poderes provinciales y elegir presidente y vicepresidente de la Nación. Fueron elegidos el general AGUSTÍN P. JUSTO y el doctor JULIO A. ROCA para desempeñar estos altos cargos, respectivamente. La transmisión del mando presidencial se efectuó el 20 de febrero de 1932. El general Uriburu falleció poco después, el 29 de abril de 1932.
La rebelión de 1930 no tuvo mayor trascendencia por sus resultados, pero tuvo una gran importancia, para los anales de nuestra Historia, porque fue la primera vez que en la Argentina los militares intentaron hacerse cargo de los asuntos políticos nacionales. Luego, otros movimientos similares se producirán a lo largo de los años (1943, 1955, 1976) y todos tomaron como antecedente el de 1930 pero esperando evitar sus errores, aunque no lo consiguieron.
ENRIQUE DE GANDÍA, refiriéndose a este período trascendente de la historia, acota: “El segundo gobierno de Yrigoyen fue de un desorden como no se conoció otro en la historia argentina”, agregando que en el primer año de este segundo período de gobierno el déficit fue de doscientos millones, y en el segundo, de trescientos cincuenta millones.
Se formó el “clan” radical, que, se asegura, fue ignorado por el presidente, a quien hay que reconocerle sanas intenciones, aunque el curso de la historia torció su destino. Es innegable que el presidente permanecía “invisible” para el pueblo y que al llegar el año 1930 la situación era intolerable.
En este lamentable estado de cosas, el teniente general JOSÉ FÉLIX DE URIBURU, hacia 1929, comenzó a conspirar para derrocar al anciano presidente, juntamente con otros militares. La revolución, cuidadosamente preparada, estalló el 6 de septiembre de 1930.
El teniente general Uriburu dirigió un telegrama al vicepresidente de la República, doctor ENRIQUE MARTÍNEZ diciendo: Señor vicepresidente de la República en ejercicio: En estos momentos marcho sobre la capital al frente de tropas de la 2ª y 3ª divisiones del ejército. Debo encontrar a mi llegada su renuncia, así como la del presidente titular. Les haré responsables de la sangre que llegue a verterse para defender a un gobierno unánimemente repudiado por la opinión”.
Años más tarde HIPÓLITO YRIGOYEN murió en la mayor pobreza. En algunas ciudades de la República se le han, levantado monumentos para perpetuar su memoria, discutida, y a quien no hay que negarle todo ni reconocerle todo (ver El ocaso del presidente Yrigoyen).
.
La Revolución del 30 y sus circunstancias.
Como al decir de Ortega y Gasset: “el hombre es el hombre y sus circunstancias”, también los hechos que constituyen la Historia de un país, no son sólo los hechos, sino que son los “hechos y las circunstancias que los rodearon”. Y por eso nos permitiremos un análisis de las circunstancias que rodearon a la “Revolución del 30” para comprender mejor su génesis y su influencia en el devenir de nuestra Historia.
La revolución del ’30 marca el comienzo de un período histórico caracterizado por la quiebra frecuente del orden institucional por parte de las fuerzas armadas. Esta intervención directa de los militares en el proceso político argentino habrá de repetirse en las próximas décadas: varios presidentes constitucionales serán desalojados de la Casa de Gobierno; habrá regímenes militares de facto y, a su vez, algunos de éstos serán derrocados por otros movimientos militares.
Tal vez sea oportuno dejar en claro, para el resto de este trabajo, que los movimientos militares que depusieron –o intentaron deponer- a los gobiernos civiles, difícilmente puedan ser calificados como “revoluciones” en el sentido técnico del término; se los puede llamar “golpes de estado”, “asonadas”, “movimientos cívicos militares”, etcétera.
Aquí se emplea con frecuencia la palabra “revolución”, pero sin asignarle un significado riguroso, sino como sinónimo de “movimiento militar”. Ese es, por otra parte, el uso que tiene habitualmente el término en Argentina. Es indispensable, también, evitar los encasillamientos fáciles, del tipo “militares malos”, versus “civiles buenos”.
En el período bajo análisis, Argentina vivió un doloroso proceso de búsqueda de una identidad nacional, de una personalidad propia como país. Todos los sectores participa-ron en esa búsqueda a su manera. Cada uno seguramente creyó –desde su posición particular- tener la solución o poseer la mejor fórmula para conducir al país.
Excluyendo, como es obvio, a los extremistas, que en realidad sólo aportan destrucción nihilista, cabe suponer que, en su mayoría, quienes en un momento u otro tuvieron responsabilidad en el gobierno del país, lo hicieron creyendo que la suya era la mejor gestión posible. Militares y civiles, nacionalistas y liberales, radicales y conservadores, populistas y elitistas, forman parte, todos, de la misma historia. Hacen todos la misma historia.
Como sucede en épocas de cambio violento (tal como la que vive Argentina en el período bajo examen), es probable que daca uno de esos y otros muchos grupos tenga su parte de razón. Sin entrar en detalles, cabe consignar que el Ejército Argentino estaba formado, en las primeras décadas del presente siglo, a partir de la escuela prusiana, la que era admirada por todos los jefes y oficiales.
Muchos de ellos seguían cursos formativos en Alemania y, a su vez, había misiones militares alemanas de instrucción en forma permanente en el país. El Ejército era, naturalmente, fuertemente nacionalistas y católico, a pesar de que todavía a fines de la década del ’20 había, por lo menos, un oficial judío. La revolución del ’30 ha sido interpretada muchas veces, desde todos los ángulos posibles.
Una explicación que puede ensayarse es la siguiente: la crisis económica mundial, desencadenada a partir del “viernes negro”, el 29 de octubre de 1929, había llegado a Argentina; los productos agrícolas perdían valor en los mercados internacionales; no tardó en hacerse sentir su secuela de desocupación y bajos salarios; en síntesis, la economía argentina mostraba la vulnerabilidad de su tradicional modelo agro-importador.
La gran depresión sacudía al mundo y ponía a la Argentina frente a una coyuntura crítica que el gobierno de Yrigoyen no estaba en condiciones de afrontar. La segunda presidencia del anciano caudillo radical había sido decididamente inoperante y éste se había rodeado de un círculo de “genuflexos”, que lo aislaba de todo contacto con la realidad del país.
En estas circunstancias, una oposición creciente hacia el gobierno se desató desde todos los sectores: partidos políticos, estudiantes y las más diversas instituciones pedían la renuncia del presidente. La oposición política se manifestaba, entre otros grupos, a través de los socialistas independientes, una fracción separada del viejo Partido Socialista, bajo la conducción de ANTONIO DE TOMASO, quienes eran estimulados en su acción por los conservadores. En este clima de descontento general creció la conspiración a cuyo frente fue situado el general Uriburu. El gobierno, aunque estaba informado del movimiento desde mucho antes, no tomó la menor medida para detenerlo.
Un protagonista de los sucesos, el antes mencionado general REYNOLDS, da el siguiente testimonio sobre la situación que precipitó el golpe: “Desde los primeros días (del segundo gobierno de Yrigoyen), empezamos a observar en su conversación y en sus actos, una completa transformación.
Actuaba con frecuencia como inconscientemente (…). Tuvimos que convencernos, y con verdadera pena, de que padecía una avanzada decrepitud senil”. “A mediados de 1930 –prosigue- el gobierno radical mantenía una popularidad ficticia. Los jefes superiores amigos que concurríamos a la presidencia para hacer llegar nuestras inquietudes, o no éramos recibidos, o no éramos escuchados. No se atendían las palabras de alarma, ni los consejos razonados, ni las reclamaciones angustiosas.
En agosto hubo reuniones continuadas de numerosos jefes adictos al gobierno, que buscábamos soluciones hasta en el golpe de estado, para tratar de mantener la legalidad institucional, alejando al presidente de su cargo, para proceder con el vice a reorganizar el gabinete”.
El escritor nacionalista CARLOS IBARGUREN ofrece los siguientes testimonios sobre el segundo gobierno de Yrigoyen y los sucesos de setiembre de 1930: “La ciudadanía en aquel momento (la reelección de Yrigoyen) se pronunció no tanto por fidelidad al caudillo radical, sino para evitar el retorno del “régimen”, cuya aparición se creía ver en lo que se llamó el “contubernio” de conservadores con la fracción de los radicales oponentes al personalismo.
Ese fue, en realidad, el significado de la reelección de Hipólito Yrigoyen, cuyos partidarios, demagogos iracundos, tachaban a MARCELO DE ALVEAR de traidor al radicalismo, que lo había encumbrado a pesar de su aristocracia” (ver Un teórico siniestro de la revolución).
“Con sede en los comités personalistas (yrigoyenistas), se organizan grupos civiles armados, los cuales, con la policía, mantiene un clima de violencia a título de ensalzar y defender al presidente; se los denominó “clan radical”. Eran mirados con odiosidad por el público cuando recorrían las calles en camiones, gritando amenazadores”.
Con referencia al día de la revolución agrega: “entonces pude ver esa tarde al eterno populacho de todas las revoluciones irrumpir en la sala de bustos de los ex presidentes y arrojar desde el balcón la efigie de mármol de HIPÓLITO YRIGOYEN. Seguramente muchos de los que demostraban en esa forma su frenesí contra el mandatario caído, habían militado en el “clan radical” que pocos días antes lo ovacionaban como a un ídolo en la misma Plaza de Mayo”.
El historiador norteamericano ROBERT A. POTASH hace el siguiente comentario sobre la revolución: “los acontecimientos del 6 de setiembre de 1930 señalaron el fin de una era de la Argentina moderna. Ese fatídico sábado, el movimiento de un reducido número de fuerzas militares argentinas en las calles de Buenos Aires derribó al segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen y puso fin al experimento con un gobierno elegido por el pueblo, iniciado catorce años antes con su primer ascenso a la presidencia.
Pero en ese día de invierno no sólo concluyó un experimento. Terminó también una sucesión ininterrumpida de presidentes constitucionales que había durado casi setenta años; y se desechó la tradición de abstención militar en el campo político, que había durado veinticinco años”.
En descargo de Yrigoyen pueden decirse (y se han dicho) muchas cosas: 1) durante su segunda presidencia, así como en la primera, hubo libertad de expresión, lo que posibilitó que incluso se abusara de ella y se hiciera objeto al presidente de las críticas, burlas y comentarios más descomedidos y fuera de tono, como fue el caso del órgano conservador La Fronda; 2) nadie pudo poner en duda la honestidad personal de Yrigoyen; 3) muchos gobiernos que le sucedieron, comenzando por la propia gestión de Uriburu, no fueron excesivamente felices en corregir el cúmulo de errores que se señalaron a Yrigoyen en 1930 como justificativo para derrocarlo.
Desde el comienzo de la revolución del ’30 se perfilaron dos corrientes: una nacionalista y pro fascista, representada por URIBURU (a veces le llamaban von Pepe, para aludir a su germanofilia) y la otra liberal, cuya cabeza era el general AGUSTÍN P. JUSTO. Esta última resultó ser, en definitiva, la predominante. La revolución fue bien recibida en un principio por amplios sectores de la población, ya que la inoperancia de la administración de Yrigoyen era difícil de soportar. Sin embargo, no tardó en decepcionar a muchos de los que la habían apoyado; pronto quedó en evidencia su carácter totalitario, hubo represión policial, restricciones a la libertad de prensa y persecuciones políticas.
Así, el decano de la Facultad de Derecho, ALFREDO L. PALACIOS, dictaba una resolución el día 5 de setiembre adhiriendo a los pedidos de renuncia de Yrigoyen y el 7 de setiembre expedía otra, condenando a la junta militar. Para un análisis de la trayectoria y la personalidad de Yrigoyen puede consultarse la biografía del caudillo radical escrita por FÉLIX LUNA. Con respecto al clima político imperante en la segunda presidencia de Yrigoyen, este autor señala que “las fuerzas antirradicales estaban decididas a no permitir gobernar a Yrigoyen.
Desde antes de constituirse el Congreso, socialistas y antipersonalistas presentaron numerosos proyectos de interpelación al Poder Ejecutivo, que evidenciaban sus propósitos de obstruir sistemáticamente la labor gubernativa. Se distinguían en su saña antirradical los socialistas independientes, que veían la única posibilidad de éxito para su partidito en convertirse en “punta de lanza” del antipueblo, que estuviera menos quemada que el antipersonalismo y fuera menos resistida por el conservadorismo”. Más adelante agrega: “pero no era tiempo de legislar. La oposición había condenado a muerte al gobierno de Yrigoyen.
Se estaba creando un ambiente insostenible, traducido en las desaforadas críticas de la prensa y los legisladores minoritarios, y en la creación artificiosa de agrupaciones como la “Liga Republicana”, la “Unión Cívica Universitaria”, el comité antipersonalista “Acción” y otras entidades cuyo no disimulado objeto era perturbar sistemáticamente el orden”.
El trabajo de Luna analiza críticamente, entre otras cosas, el comportamiento del vicepresidente MARTÍNEZ al producirse el levantamiento militar. (1). Para quienes no estén familiarizados con la Argentina y su historia, lo que sigue es una apretadísima síntesis de acontecimientos previos a 1930: casi desde los comienzos del movimiento emancipador (en la primera década del siglo XIX), el país vivió una situación de anarquía y enfrentamientos internos:
Entre 1835 y 1852 JUAN MANUEL DE ROSAS consolidó el frente interno y afianzó la imagen nacional externa con su gobierno de mano dura. Después de la caída de Rosas, entre 1852 y 1862, las luchas entre la provincia de Buenos Aires y la Confederación dominaron la escena política. Desde 1862 hasta 1886 se cumple un ciclo de relativa normalidad institucional, con las presidencias “próceres” de BARTOLOMÉ MITRE, DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO, NICOLÁS AVELLANEDA Y JULIO A. ROCA. Alguien dijo, refiriéndose a este último, que fue un “nacionalista liberal”.
En 1865 se inicia otro ciclo político, que culminará, precisamente, en el año 1930, es decir cuando comienza esta cronología. Este período puede definirse como de enfrentamiento entre dos grandes fracciones políticas: los conservadores y los radicales. En 1886 sube al poder MIGUEL JUÁREZ CELMAN, en un momento de auge especulativo que culmina con una crisis sin precedentes en la bolsa. Se acusa al presidente de concentrar un exceso de poder, de practicar el “unicato”.
En 1890 el gobierno de Juárez Celman estaba al borde del colapso, al tiempo que nacían nuevas expresiones políticas para protestar contra el gobierno. Una de ellas fue la Unión Cívica, directamente relacionada con la revolución que estalló ese año, llamada Revolución del Parque, El movimiento no prosperó, pero sí logró que el presidente renunciara y que asumiera el vicepresidente, CARLOS PELLEGRINI.
Casi en seguida, un sector de la Unión Cívica formó la Unión Cívica Radical. Desde 1893, la UCR decretó, como arma de lucha política, la obtención electoral, por falta de garantías, ya que los gobiernos con-servadores manipulaban las elecciones a su antojo, con total desprecio por las formas democráticas. En 1905 se produce una segunda revolución radical, encabezada por Hipólito Yrigoyen, quien se convierte en caudillo del movimiento.
Este fracasa, e Yrigoyen se refugia hasta que se decreta una amnistía. Yrigoyen es el caudillo carismático por excelencia, hombre de pocas palabras, prácticamente nunca hablaba en público y todo su ascendiente lo logró a través de la persuasión, en las incesantes reuniones conspirativas que mantuvo día y noche durante casi toda su vida. Yrigoyen fustiga constantemente al régimen, como él llama al gobierno conservador, y le contrapone la causa, o sea los ideales del radicalismo.
En 1910 el país vive la euforia del Centenario de la Revolución de Mayo; tiene vigencia, más que nunca, la expresión “Argentina granero del mundo”; la élite gobernante no cree en las elecciones; hay fraude y abstención del radicalismo. Pero en 1912 se produce un hecho nuevo: se aplica la ley 8871 o Ley Sáenz Peña, que establece el voto universal, obligatorio y secreto, y el sistema de lista incompleta, para asegurar la presencia parlamentaria de la minoría más representativa. El partido radical levanta, entonces, la abstención, se presenta en las elecciones de Sta. Fe y gana. Lo mismo sucede en Buenos Aires.
En 1916 la UCR, finalmente, gana las elecciones presidenciales con la fórmula Hipólito Yrigoyen – Pelagio Luna. Entre 1916 y 1930 la Unión Cívica Radical y su máximo dirigente, Yrigoyen, protagonizan lo que ha sido definido como una primera experiencia de participación política popular en Argentina, que puede decirse que no tiene precedentes en América Latina (una segunda movilización política masiva se produce en 1946 con el peronismo).
Verdaderamente, no es exagerado decir que la historia del siglo XX en Argentina comienza el 12 de octubre de 1916, cuando Yrigoyen asume la presidencia de la República. Fue una época de cambios profundos: en 1918 se produce el movimiento de la Reforma Universitaria, que partió de Córdoba. No hay que olvidar que, entre esos dos años, estalla la revolución rusa de 1917; algo estaba pasando en un mundo que, por otra parte, desde 1914 se desangraba en la primera guerra mundial.
Muchos intérpretes ven en el triunfo del radicalismo en 1916, por la vía del sufragio libre, el ascenso y entrada en escena de las cada vez más numerosas clases medias argentinas y de los también crecientes estratos de obreros industriales, que comenzaban a hacer sentir su peso en la política argentina.
“El corralón seguro ya opinaba”; YRIGOYEN”, dirá refiriéndose a aquellos días de euforia el poeta JORGE LUIS BORGES, en una de sus creaciones más celebradas. Pero no todo habría de ser fácil para el nuevo presidente: en enero de 1919, durante su primer gobierno, se desarrollaron los sangrientos episodios conocidos como La Semana Trágica; hay agitación social y el gobierno recurre al ejército para imponer el orden.
Nuevamente, entre 1920 y 1922, el gobierno radical aplica la misma política al enviar tropas a Santa Cruz, al mando del teniente coronel HÉCTOR V. VARELA, para reprimir un movimiento obrero en esa región. A su regreso a Buenos Aires, Varela fue asesinado por un militante anarquista, el 25 de enero de 1923.
Entre 1922 y 1928 trascurre el gobierno de MARCELO T. DE ALVEAR, un radical que pertenecía al ala derecha del partido. Durante el gobierno de Alvear se acuñó la expresión “antipersonalismo” para hacer referencia a los adversarios de Yrigoyen dentro de la UCR. Los antipersonalistas se aproximaron cada vez más, en los hechos, a los conservadores. Los antipersonalistas a ultranza terminaron separándose del partido radical y uniéndose a los conservadores y los socialistas independientes para formar una entidad política conocida como la Concordancia, cuya gravitación se extenderá durante buena parte de esta cronología (ver Alvear e Yrigoyen sellan su pacto con un abrazo).
En 1928 se inicia la segunda presidencia de Yrigoyen, quien asumió el cargo el 12 de octubre de ese año; su compañero de fórmula había sido FRANCISCO BEIRÓ, pero éste falleció a poco de realizadas las elecciones y, entonces, el colegio electoral designó vicepresidente a ENRIQUE MARTÍNEZ, en un procedimiento que fue criticado en su momento. Yrigoyen enfrentó en esas elecciones a la fórmula compuesta por LEOPOLDO MELO y VICENTE C. GALLO, quienes representaban al “frente único”, integrado por conservadores y antipersonalistas.
La segunda presidencia de Yrigoyen no se inició con los buenos augurios de la primera: el viejo dirigente, además de la carga de los años, tenía la salud quebrantada; además, la situación del país no era tan halagüeña como en 1916; el modelo agro-importador pronto daría muestras de agotamiento. Los expuestos son, en rápida revista, algunos antecedentes que no pueden dejar de tomarse en cuenta para interpretar lo sucedido a partir de 1930 (ver Presidencias de Hipólito Yrigoyen).
(1) El doctor Santamaría renunció el 23 de octubre de ese mismo año., continuando el general Uriburu sólo, en el ejercicio del cargo.