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GANADERÍA Y AGRICULTURA EN DIFICULTADES (SIGLO XVIII)
La ganadería y la agricultura, fuentes principales de la riqueza en la República Argentina, desde sus comienzos como colonia Hispanoamericana, ofrecen materia suficiente para estudios interesantes y útiles, en cualquier época que se las considere.
Pero, como para estudiar el desarrollo de la agricultura, la seguridad de las propiedades rurales y el progreso de la ganadería, necesariamente se requieren conocimientos especiales tanto teóricos como prácticos, que no tenemos, nuestro propósito, es solamente recordar algunos antecedentes vinculados con estas actividades que fueron y siguen siendo, los pilares fundamentales de nuestra economía y nuestro desarrollo.
A fines del siglo XVIII, en nuestros campos, una gran cantidad de ganado cimarrón pacía libremente, sin que nadie pretendiese apropiarse de ellos ya que por entonces, su precio era muy insignificante Sólo sus pieles podían tener algún valor, aunque por ser demasiado restrictivo el sistema económico impuesto por la corona española a sus colonias, esto también era muy relativo.
Reclamos de libre comercio
Los múltiples errores y perjuicios derivados del sistema monopólico impuesto por España en 1503, se calcula que les hicieron perder a los ganaderos, durante el gobierno colonial, la enorme suma de ocho millones de duros, además de haber traído el desaliento a los criadores y de hacer imposible cumplir las más apremiantes necesidades de la vida de los pobladores.
La forma en que se cuereaban los ganados, causaba la perdida de toda la res. Para evitarla, los hacendados empezaron a preocuparse para encontrar del mejor modo de utilizar las carnes, el sebo y los huesos de los miles de animales que se sacrificaban.
Con tal objeto, los hacendados de Buenos Aires y Montevideo, en 1793 se dirigieron por medio de una representación al ministro Diego Gardoqui, solicitándole se preocupara de fomentar el aprovechamiento integral de las reses, y no solo la explotación de carnes.
Para no dejar que la carne se perdiera en el lugar donde se sacrificaban los animales, se dispuso entonces, por real orden del 10 de abril de 1793, que las carnes saladas y sebos pudiesen exportarse a España y a las colonias en Hispanoamérica, libres de derecho de introducción y aun sin pagar alcabala (ver Tributos, arbitrios y recursos propios).
Ateniéndonos a los informes de esa época, antes que se tomaran dichas medidas se exportaban anualmente seiscientos mil cueros, perdiéndose la carne de cuatrocientos cincuenta mil animales, porque el consumo entre esta ciudad, Montevideo, Santa Fe, Corrientes y Misiones podía calcularse en ciento cincuenta mil cabezas anuales y nada más.
Disconformes con esta situación, los hacendados, que aspiraban no solo a darle salida a su ganado como carne, sino que se proponían convertir a la provincia de Buenos Aires en un vasto saladero, deseaban obtener los beneficios que podrían reportarles la comercialización del sebo, las astas, la cerda, los cueros y todo lo que fuera utilizable de esos 450.000 animales, le expusieron al virrey, crudamente esta situación, que resultaba, no sólo onerosa para los intereses de los hacendados, sino que también afectaba en gran medida los de la corona
Calculaban que con lo que se estaba desperdiciando, podrían cargarse trescientas ochenta y nueve embarcaciones de doscientas cincuenta a trescientas toneladas cada una para enviar al exterior: una exportación que representaba un ingreso de cerca de ocho millones de duros, beneficio imposible de lograr debido a la prohibición de exportar que seguía vigentes.
Reclamos de personal y de “toneleros”
Como además, de accederse a lo solicitado, iban a faltar brazos para satisfacer las necesidades de este incremento de las faenas rurales, los hacendados le sugirieron al monarca hiciese venir ochenta o cien irlandeses católicos, solteros, con suficientes aptitudes para esos trabajos, quienes serían transportados por cuenta del Tesoro para ser aquí, empleados por los particulares. Pedían al mismo tiempo se enviasen toneleros, pues, en esta ciudad y en la de Montevideo, solo existían solamente doce o catorce, suficientemente capacitados para ese trabajo.
Y continuaban diciendo que ….“En adelante, con las reglas de esta nueva economía y con muchos toneleros fabricando los toneles que serán necesarios para acomodar el “charqui” y el “tasajo”, se podrá traer la madera del Paraguay ya que allí existe una que se llama “petereguy”, que es la más resistente, abundante y barata en ese país; y para los arcos también se podrá utilizar la ramazón del “amarillo”, un árbol que abunda en la otra banda de este río, o del durazno o sauce que hay en esta”.
Continuamos leyendo este Memorial y allí nos enteramos que …. -“Los barriles de vinos y “espíritus” que vienen de España se emplean en el comercio de bebidas de San Juan y Mendoza, por cuya razón no podrían encontrarse abundantemente para un comercio crecido de carnes”.
El envase en barriles para sólidos (charqui, tasajo, tocino, carne salada de cerdo, granos); toneles para líquidos (aceites, aguardiente, vino) y cuarterolas (barril con la cuarta parte de la capacidad de un barril), seguramente encarecía mucho los productos que en ellos envasaban, pero, sin duda, así mejoraban la calidad de los productos allí envasados.
Búsqueda de nuevos mercados
Resulta evidente que con este reclamo a la corona, los hacendados buscaban no solo el mercado de España sino también los puertos de Francia, como el Havre, Saint-Malo, la Rochela y Burdeos, donde se recibían por aquella época las carnes inglesas preparadas en Irlanda.
Pretendían también llevarlas directamente a la Habana, para que buscasen el mercado de la Martinica y otras islas de América. Creían además, que podrían encontrar mercados en África, pues sabían de la escasez de ganado en aquellas lejanas tierras, situación que era aprovechada por los portugueses que desde Montevideo, enviaban cargados sus barcos con cesina, tasajo, charqui, sebo y crines para traerlos con sus bodegas llenas de esclavos destinados al Caribe.
Y ni los puertos asiáticos escapaban a los ambiciosos proyectos de los hacendados porteños. Ya en 1788 se había realizado una experiencia exitosa: la Compañía de Filipinas, había cargado 70 barriles con charqui acondicionado por los ingleses en el saladero Medina, según el Memorial aludido y los había enviado hacia Manila. Las carnes, no solo llegaron en buenas condiciones a aquel destino, sino que habiendo descargado algunos barriles en los navíos que allí estaban, pertenecientes a dicha Compañía, pudieron volver con ellos a Cádiz, sin que se corrompiera la carga, después de haber pasado la línea ecuatorial tres veces.
Con lo expuesto, se demuestra que no era nueva la idea de buscar mercados consumidores para las carnes preparadas en el Rio de la Plata. Mas tarde, los hacendados de Buenos Aires y Montevideo solicitaron: “se abriese la puerta a otros ramos de comercio y consecuentemente se logrará ver en breve el aumento de población, la adquisición de la riqueza y la felicidad natural y civil de esta provincia, y a este objeto se debían dirigir las miras del Gobierno, porque de ellos nace la opulencia y la gloria del soberano”.
El turno de los labradores. Los agricultores solicitan que se quiten las trabas del comercio de granos.
Una segunda representación, no menos interesante que la primera, es la que hicieron los labradores de la jurisdicción de Buenos Aires el 11 de noviembre de 1793.
En ella comienzan por agradecer al monarca el fomento de la agricultura al reglamentar lo que se llamó “Comercio libre”, en virtud de la real cédula de 12 de octubre de 1778, y al permitir que los españoles y extranjeros pudiesen introducir negros, he- rramientas y útiles para la labranza, pudiendo exportarse como carga de retorno, toda clase de frutos.
Reducida la venta de las cosechas al mero consumo interno, en 1792 el precio del trigo había sido de diez a doce reales la fanega, cuando era ostensiblemente mayor su costo de producción.
Era imposible entonces, exigirles a los agricultores el cultivo de la tierra sin provecho alguno, pues no siendo permitida la exportación, la abundancia hacia decaer el precio del trigo, que solo se buscaba para el consumo.
Para remediar esta situación, el padre del general BELGRANO, DOMINGO BELGRANO PEREZ, ya le había propuesto al rey se le concediese permiso para enviar a España el trigo sobrante de estas provincias, como un medio de proteger la agricultura y a la vez de satisfacer la necesidad de harina que allí se sentía y que daba por resultado el consumo exclusivo de las extranjeras.
El 31 de mayo de 1778 el rey dictó en Aranjuez una resolución, concediendo a BELGRANO y demás vecinos de Buenos Aires lo que le habían solicitado.
No obstante la concesión, fueron pequeñas las cantidades de trigo que se llevaron a Cádiz, atribuyéndose la culpa de esto al mismo Cabildo, por los pueriles temores de que ese grano escasease aquí. En vez de adoptar aquella corporación las buenas ideas económicas que con tanta claridad exponían los labradores en su Memorial, fue la rémora para establecer el comercio de granos, como el Consulado lo fue también para impedir el comercio marítimo de la colonia.
En esos años, se habían llevado a tales extremos las medidas prohibitivas, que el Cabildo mismo impidió se exportase trigo para Montevideo, Paraguay y la Habana, bajo el pretexto de que “podían escasear los mantenimientos en esta jurisdicción”. De lo cual resultó, que en vez de aumentarse, las sementeras disminuyeran, y los moradores de la campaña quedaron en la miseria.
Estos hechos, repetidos muchas veces hacían perder el interés de los agricultores por sembrar mayores áreas, que las estrictamente necesarias para satisfacer el mercado interno, ya que además, era muy complicado obtener los necesarios permisos de exportación de granos.
Así se confirmaba que toda restricción a la libertad produce una perturbación intensa, que siempre conduce a la pobreza.
A pesar de todo, los partidarios de la libertad de comercio siguieron trabajando con intensidad, haciendo al fin prevalecer sus ideas hasta en el seno del mismo Cabildo, donde tenían sus más conspicuos representantes, como BELGRANO, MORENO y otros, a cuya gestión se debe, sin duda, el ansiado levantamiento del monopolio comercial en 1794 (ver El comercio colonial en el Río de la Plata)..
En el Memorial de los Labradores, como en el de los Hacendados, de 1793, se cita con insistencia el ejemplo de Inglaterra, para aconsejar las medidas solicitadas. Esto prueba que empezaban a nutrirse en buenas fuentes, y que las ideas venían haciendo su camino para terminar en la emancipación.
El general MITRE, en su “Historia de Belgrano, dice al respecto que “Estos estudios de economía política de los que fue BELGRANO el importador, y que ayudado por CASTELLI, por VIEVTES, MORENO y otras inteligencias argentinas, popularizó en las orillas del Rio de la Plata, contribuyeron eficazmente a dar forma y dirección práctica a las ideas de progreso, ilustrando a la generalidad sobre sus verdaderos intereses. Ellos contribuyeron más poderosamente aún, a preparar la revolución política que estalló más tarde”.