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EL COMERCIO COLONIAL EN EL RÍO DE LA PLATA (SIGLO XVII)
Desde 1503 y hasta bien entrado el siglo XVIII, el comercio de las colonias en Hispanoamérica era absolutamente monopólico y solo podían comerciar con Sevilla.
Mientras el territorio rioplatense pertenecía al virreinato del Perú, (cosa que recién dejó de ser así en 1776 cuando se creó el virreinato del Río de la Plata), esta colonia española, todavía no podía comerciar sino con España: los demás países quedaban excluidos para el intercambio comercial y las colonias no estaban autorizadas a comerciar entre sí.
España era, pues, el único vendedor y el único comprador, un sistema de comercio que recibe el nombre de monopolio, es decir, comercio con uno solo, un sistema muy desventajoso para las colonias, pues sólo a España podían venderles sus productos y sólo de España podían recibir los artículos europeos, faltando así la competencia comercial que tanto influye en los precios.
Y si bien el rey FERNANDO II DE ARAGÓN, en 1503, cuando firmó la real orden que así lo disponía, argumentaba que lo hacía con el fin de impedir la introducción del comercio ingles en sus colonias, la verdad era que mediante el monopolio, se pretendía mantener cautivo este mercado para la colocación de sus mercaderías y lo que era más importante para la corona (cuyas arcas estaban exhaustas), se garantizaba la exclusividad que necesitaba España para recibir los tesoros (oro y plata) que existían en América.
A partir del comienzo del siglo XVI, la captación de la riqueza del nuevo mundo para la metrópoli, se realizaba en forma directa e indirecta: por medio de la explotación de sus riquezas naturales a cargo de funcionarios de la corona o empresas privadas con control y participación estatal, o por medio de impuestos y contribuciones.
Este férreo sistema de comercio monopólico, dejó completamente marginado al puerto de Buenos Aires y a partir de entonces, el comercio se realizaba a través del Perú, recorriendo largos caminos por mar y por tierra, circunstancia que producía un nuevo aumento en los precios de compra y de venta, que eran recargados con los gastos de flete.
Pocos barcos o ninguno llegaban a Buenos Aires, directamente desde España. Dos veces al año, las flotas españolas salían de los puertos de Sevilla o Cádiz en la Península y se dirigían hacia el Caribe, en América Central, siempre escoltadas por barcos guerra, para defenderlas de los piratas.
Generalmente los barcos llegaban a la isla de Haití, donde la carga se separaba en dos grupos: el primer grupo iba al puerto de Veracruz, en México, y el segundo a Portobello. Las mercaderías llegadas a Portobello, eran llevadas por tierra a través del istmo de Panamá y embarcadas otra vez en un puerto del Pacífico o, con destino a los puertos del Callao, en el Perú (Perú) o a Valparaíso, en Chile.
El comercio y sus medios de transporte
La mercadería descargada en el Callao venía a lomo de mula hasta Salta y Tucumán. Al principio las carretas que debían venir a Buenos Aires, eran cargadas en Tucumán, pero luego, lo fueron en Salta y desde allí se dirigían a Córdoba (donde en 1618 el virrey del Perú creó una “Aduana seca”), para marchar finalmente a Buenos Aires (ver Primera Aduana interna en el Río de la Plata).
La distribución de las mercaderías así llegadas, seguía las mismas direcciones en que se colonizaron estas tierras: a los pueblos del Litoral, hasta el Paraguay, por medio de embarcaciones que remontaban los ríos Paraná y Uruguay y afluentes de esa zona.
A los pueblos del norte (Córdoba, Tucumán Santiago del Estero y Salta), por medio de carretas tiradas por bueyes. Y a los pueblos llamados del oeste (San Luís, San Juan y Mendoza), también por medio de carretas y arrias de mulas, éstas últimas empleadas sobre todo, en el transporte de vinos, por lo que se las llamaba “mulas vinateras”.
También se comerciaba por mar con las colonias del Brasil y de la Banda Oriental, pero durante mucho tiempo este comercio estuvo controlado y dominado por los contrabandistas.
Tan largo camino y repetidos transbordos, encarecía enormemente los costos y como consecuencia de ello, los contrabandistas comenzaron a pujar para llegar primero al puerto de Buenos Aires, donde hacían pingües negocios, con una población cada vez más necesitada de insumos y productos para su comercialización interna (como lo eran la sal, la pimienta, los artículos suntuarios, el papel sellado, la pólvora, las telas de algodón, los aceites y muy pronto, el siniestro tráfico de esclavos africanos (ver El comercio de España con sus colonias en América).
Los contrabandistas se acercaban en sus lanchas, sobre todo en las horas de la noche. Llegaban a las costas de Buenos Aires y aquí desembarcaban sus mercaderías y embarcaban otras para llevarla a otros destinos del Río de la Plata, desapareciendo después en el mayor de los secretos.
Esta actividad ilegal hizo que la vida en Buenos Aires se abaratara sensiblemente, pues al no pagar impuestos, ni excesivos gastos de transporte y sin los riesgos que traían aparejados esos largos viajes, ofrecían sus productos a precios sensiblemente más bajos que los que cumplían con las leyes vigentes.
Evidentemente los porteños, habrán estado muy felices con este sistema, pero no habría sido si hubieran sabido las tremendas consecuencias y los perjuicios que traería a nuestro país el contrabando y los contrabandistas, flagelo, que dada la idiosincrasia del criollo, fue rápidamente asimilado a la cultura vernácula.
La producción colonial
Ningún punto del territorio argentino fue, hasta mediados del siglo XVIII, testigo de una actividad productiva fuertemente vinculada al comercio exterior. Esto determinó el escaso flujo de mano de obra y capitales hacia estas provincias y el carácter eminentemente cerrado que tuvieron las economías regionales durante todo el período colonial, con un consecuente bajo ritmo de desarrollo.
Enorme era la diferencia con Potosí que, en el siglo XVII con unos 160.00 habitantes era una de las ciudades más grandes del mundo bajo el motor de la explotación minera. Semejante cantidad de población implicaba una demanda de alimentos, tejidos y animales de carga, que solo se podía satisfacer desde el Río de la Plata, únicas actividades que por eso, tuvieron algún desarrollo en el territorio argentino.
Destinada entonces al comercio interprovincial, al consumo interno y para la supervivencia de sus respectivas poblaciones, en la Región Centro o Pampeana (Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y sur de Entre Ríos), se dedicaban principalmente a la explotación ganadera y en menor medida, al cultivo de maíz, trigo, girasol, cebada, avena, maní, hortalizas y legumbres).
En el Noreste, o Mesopotamia (Entre Ríos, Corrientes y Misiones), a la explotación forestal y a la producción de la yerba mate, té, arroz, tabaco, algodón, cítricos, mandioca y cañas de azúcar. En la Región Noroeste (Tucumán Salta, Santiago de Estero, Catamarca, Jujuy y La Rioja) se especializaron en la producción de caña de azúcar (principalmente en las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy), tabaco rubio, hortalizas, frutillas, distintos tipos de porotos, y en algunas zonas de valles, viñedos, limones y cítricos, carretas y telares en Tucumán y minería en La Rioja.
En la Región de Cuyo (San Luis, San Juan y Mendoza), ya se cultivaba la viña para la industria del vino, además del olivo y aunque en menor medida, también se dedicaban al cultivo de frutales y hortalizas. En la Patagonia, la cría de ganado vacuno, lanar y caprino era la principal actividad, aunque había núcleos dedicados al cultivo de frutas (uvas, duraznos, pelones, manzanas), de las llamadas “frutas finas” (frambuesas y zarzamoras), y de especies aromáticas como el lúpulo que sirve para la industria de cerveza. En la Llanura Chaqueña (Chaco y Formosa) se desarrollaba el cultivo del algodón y la explotación forestal.
Descontando algunas otras actividades conexas que tuvieron también un desarrollo significativo como lo fueron el transporte de ultramar y el tráfico de esclavos, las actividades de la economía colonial más exitosas, fueron aquéllas estrechamente ligadas al comercio exterior.
La minería, los cultivos tropicales, las pesquerías, la caza y la explotación forestal, dedicadas fundamentalmente a la exportación, fueron las actividades expansivas que atrajeron capital y mano de obra, aunque existían rémoras que encarecían los costos, como lo eran las distancias que separaban los centros de producción del puerto de Buenos Aires, la precariedad de los medios de transporte disponibles y la acción de piratas, en permanente acecho.
Las regiones que más se desarrollaron fueron precisamente aquellas en que se asentaron las actividades exportadoras, mientras que las que se dedicaron a satisfacer el consumo interno o su propia subsistencia, tuvieron poca importancia dentro de la economía de la época. Fue por eso, que el noroeste argentino se constituyó durante toda la época colonial, en la región de mayor importancia económico-comercial, debido, fundamentalmente, a su cercanía a un centro exportador dinámico: Potosí.
Vaya como ejemplo de lo dicho, la producción de mulas en Córdoba destinadas a las minas de Potosí y la producción de paños en Tucumán con el mismo destino, fueron dos las pocas actividades exportadoras desarrolladas en nuestro territorio entre el siglo XVI y la primera mitad del siglo XVIII, que gozaron de alguna prosperidad.
Comienza a gestarse un “libre comercio real”
En 1724 se crea la Capitanía General del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires, en 1774 se autoriza el libre comercio entre los puertos de Perú, Chile y el Río de la Plata, lo que permitió aprovechar las posibilidades que ofrecían los mercados exteriores. Las colonias comenzaron a prosperar y sus economías se fortalecieron, especialmente impulsadas por la expansión de la ganadería, que ya había comenzado a vislumbrarse.
En 1776, se crea el Virreinato del Río de la Plata, con la intención de asignarle una mayor importancia a Buenos Aires, hasta entonces relegada en el comercio con España, reconociendo su importancia como barrera de protección de los territorios comprendidos en la actual Patagonia, por donde se estaban colando los portugueses e ingleses.
Y a partir del 12 de octubre de 1778, con la sanción del “Reglamento de Libre Comercio” la cosas cambiaron ya que, si bien se mantuvo el monopolio, éste, trajo la habilitación de otros 13 puertos en España (además de Savilla y Cádiz), como Almería, Tortosa, Palma de Mallorca y Santa Cruz de Tenerife en Canarias, con los que se podía comercial,
Pero, aunque el comercio aumentó, las colonias se vieron sumidas en una balanza de pagos negativa, por lo que la presión que se ejerció, principalmente desde Buenos Aires, obligó a ceder en su posición hasta ese entonces intransigente de la corona española (ver Reglamento de Libre Comercio).
Fin del monopolio comercial (1790)
El 28 de febrero de 1789 el rey CARLOS V dispuso que el Reglamento de Libre Comercio de 1778, se hacía extensivo a los virreinatos de Nueva España y de Nueva Granada (excluídos en aquella oportunidad) y en 1790 suprime la Casa de Contratación de Indias”, de Cádiz, medida que establece el fin definitivo del monopolio en las relaciones comerciales de España con sus colonias en América.
La producción ganadera fue la primera actividad que en escala significativa se orientó hacia la exportación y en sus comienzos, fue la exportación de cueros su actividad preponderante. Ya en 1850 se exportarán 2.500.000 de unidades, mientras comienzan a surgir nuevos rubros con grandes demandas del exterior, como el tasajo y la lana.
Surge a partir de entonces, el destino que le estaba marcado a nuestra Patria, como país eminentemente exportador de productos agropecuarios básicos, sin valor agregado alguno.
El desarrollo de la ganadería, impulsado por la existencia de abundantes tierras fértiles en la zona pampeana, la expansión de la demanda mundial y la liberación del régimen monopólico. El comienzo en Europa de actividades vinculadas con la industrialización del cuero y las lanas; la escasa mano de obra y la sencillez y simplicidad de las operatorias que caracterizaban a estos rubros, comenzaron a exigir la solución de cualquier problema que afectara esta actividad, que ofrecía tan halagüeñas perspectivas.
Dos eran esos problemas: la necesidad de aumentar la extensión de tierras disponibles para la explotación ganadera era uno. La inmensidad de las distancias a recorrer desde los establecimientos ganaderos hasta las plantas de faenamiento y/o puerto de embarque era el otro.
La solución del primer problema, pareció entonces más posible. Demandaba extender más al sur la frontera que marcaba el dominio de los aborígenes y exigía la formación de unidades de producción, estancias para criar ganado y la necesidad de ejercer el derecho de propiedad sobre los rebaños.
Lamentablemente, la apropiación de las tierras que en ese entonces eran “propiedad exclusiva de los aborígenes”, que estaban decididos a no permitir la presencia del banco en ellas, derivó en una confrontación que duró casi setenta años y que trajo por un lado, la desaparición de muchos pueblos originarios y por el otro, la angustia por no haber sabido hacer las cosas de otro modo (ver Confrontación con los aborígenes).
Habíamos quedado en que desde la sanción del “Reglamento de Libre Comercio” de 1778, se acabó con el monopolio de Sevilla y Buenos Aires, ya podía comerciar con otros puestos españoles, y aunque no se le permitía el libre comercio con puertos de otros países, el tráfico comercial aumentó considerablemente desde entonces. Sobre todo con ciudades como Valencia, Barcelona o Bilbao, donde simultáneamente comenzaron a desarrollarse industrias manufactureras, que prosperaron gracias al monopolio comercial con España. que aún seguía vigente.
Pero Inglaterra estaba decidida a romper el monopolio de la corona española con sus colonias. Y de la misma forma que España apoyaba a los independentistas de Estados Unidos en su lucha contra su metrópoli (Inglaterra), los ingleses hicieron lo mismo en las españolas y en 1796 le llegó la oportunidad para hacerlo.
Ese año, España aliada con Francia, se lanzó a la guerra con Inglaterra, un conflicto que fue de funestas consecuencias para la corona española y también para los “españoles criollizados”, los dueños del comercio colonial, que veían cómo esta situación afectaba sus negocios (ver Los mediadores.
Esa gesta, sumada a las sucesivas guerras terrestres que debió enfrentar España: de los Siete Años (1761-63), de la Independencia de USA (1779-83), de la Primera Coalición (1793-95) y navales: dos guerras anglo-hispanas (1796-1802 y 1803-08), dejaron sus arcas vacías y tal situación, agravada por la derrota sufrida en Trafalgar (21 de octubre de 1805), la dejaron sin flota, para asegurar el comercio con sus colonias.
Pronto vendrá la debacle para la corona que en ese momento portaba CARLOS IV. Sus colonias comenzaron a ver que era posible sacudirse el yugo que las mantenía sujetas a España. Si habían podido librarse del monopolio comercial, bien podían lograr su independencia total Y así fue. Las colonias comenzaron a comerciar con todo el mundo y en 1810, el sueño de libertad se había cumplido.
Algunos datos para tener en cuenta
*. A fines del siglo XVIII entonces, cuando se cierra la etapa de las economías regionales de subsistencia, de los 300.000 km2 de superficie de la provincia de Buenos Aires, sólo alrededor de un 10% estaba integrado en la economía colonial.
*.. La apropiación privada de las tierras fue paralela al proceso de ocupación territorial. La política de distribución de las tierras públicas, particularmente en la provincia de Buenos Aires llevó a una rápida distribución de la mayor parte de las tierras de la región pampeana entre reducidos grupos de personas.
La apropiación territorial privada en la provincia de Buenos Aires, alcanzó alrededor de 12 millones de hectáreas y en las otras provincias de la región pampeana, también se produjo una marcada concentración de la propiedad territorial en pocas manos.
Movimientos registrados en el puerto de Buenos Aires en 1810. (Publicado en la edición del sábado 28 de abril de 1810 en el “Correo de Comercio de Buenos Aires” Museo Mitre. Documentos del archiva de Belgrano.
14 de abril
Fragata inglesa “Lord Strangford” al mando del capitán Lucas Crosbey, transporatndo 101 baúles conteniendo géneros de algodón; 16 idem de mediería; 6 idem de géneros de lana; 2 idem de mercería; 30 idem de cristalería y loza; 21 idem de sombreros; 1 idem de blondas y encajes; un órgano, un clave, un cajón de abanicos; 52 barrilitos pintura; 650 quintales de fierro; un cajón escritorios; 27 idem de azúcar; 96 sacos de arroz; 24 tablas: a la consignación de don Martín Monasterio.
21 de abril
Bergantín americano “Venus”, con procedencia del Río de Janeiro de 24 del pasado; capitán Tunss Tunison; cargando: 44 fardos de lencería; 12 cajones cristales; 30 barriles de harina; 4 barricas de bacalao y 11 cajones de lo mismo; a la consignación de Don Juan Larrea.
Fragata inglesa “Lancaster”; capitán Williams Trumbull, cargamento: 2 cajones de pañuelos; 8 idem de panas; 6 fardos de paño; 22 cajones de listado de algodón; 463 dichos de cristales; 120 cajones de loza; 1.000 ollas de fierro; 5.364 barras de dicho; 4 cajones de «pontivies» de algodón (1); 1 dicho de muselina; 2 dichos de estopillas de algodón; a la consignación de Don Julián Panelo.
Salidas del mismo.
21 de abril
Bergantín español “ San Vicente Ferrer”. de la propiedad de Don Tomás Balenzategui; capitán Don Juan Francisco San-Fuentes; cargamento: 10.646 cueros vacunos; 1.000 idem de bagual; 500 suelas; 16.000 chapas de cuernos; 6.000 puntas de idem.; un tercio de lana de vicuña; 4 dichos idem de carnero; 8.870 pesos fuertes en plata y 2.448 idem en oro; para Cádiz.
Bergantín portugués “Concepción y Pasos”; su capitán Don Juan Francisco Silva; cargamento: 35 fanegas de trigo; 4 petacas pasas de uva; 8 fanegas de cebada; 29 sacos de lana; 2 ídem de crin; 3 cajones velas de sebo; 170 marquetas de ídem; 30 barriles de ídem; 3.728 cueros al pelo; 22 cajoncitos cascarilla y un fardo de zarza parrilla, para colonias extranjeras.
22 de abril
Fragata inglesa “Fingal”; su capitán Roberto De ning; cargamento: 2.500 cueros al pelo; 350 marquetas de sebo; 42 fardos cueros de caballo; 84 fardos de crin; 30 ídem cueros de becerro, y 5 de lana; despachada por su consignatario Don Mariano Vidal; para puertos extranjeros.
26 de abril
Zumaca española “San Francisco de Paula”. Propiedad del Doctor Darragueyra; su capitán, don Antonio Ross; cargamento: 1.600 cueros al pelo, y 80 marquetas de sebo; para el Río de Janeiro.
27 de abril
Zumaca española “Santa Rosa”, conocida también como “Águila del Paraná”, propiedad de Don José Antonio Barbosa; capitán Don Pedro Causo; cargamento: 2.000 cueros; 640 arrobas de harina; 11 marquetas de sebo y 350 arrobas lana de carnero; para la Bahía de Todos Santos.
(1).-Pointivíes. No he logrado encontrar la traducción de esta palabra.
(2).- Marqueta: Bloque de cualquier material, elemento o cosa, componiendo un conjunto con forma prismática.
Fuentes. «Historia Argentina. Cronología», una Monografía de Marina Ivnisky, instalada en PDF que fue completado, habiendo consultado las siguientes obras: “Buenos Aires. Desde su fundación hasta nuestros días. Siglos XVIII y XIX”. Manuel Bilbao, Ed. Imprenta Alsina, Buenos Aires 1902; “Crónica Argentina”. Ed. Codex, Buenos Aires, 1979; “El fin del antiguo régimen. El reinado de Carlos IV”. Enrique Giménez López, Madrid, 1996; “Los comerciantes porteños durante el monopolio español”. Historia y Biografías; “Comercio y mercados en América Latina Colonial”. Pedro Pérez Herrero, Ed. Mapfre, Madrid, 1992; “Los Oligarcas”. Juan J. Sebreli, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1971; “Breve Historia de los argentinos”. Félix Luna, Ed. Planeta, Buenos Aires, 1994; “Una historia desconocida sobre los navíos de registro arribados a Buenos Aires en el siglo XVII”. Raúl Molina en Revista Historia, No.16, Ed. Sellares, Buenos Aires, 1959; “Actas y Asientos del extinguido Cabildo y Ayuntamiento de Buenos Aires”. Manuel Ricardo Trelles, Ed. Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1885; “Buenos Aires, historia de cuatro siglos”, José Luis Romero y Luis Alberto Romero, Editorial Abril, Buenos Aires, 1983; Varias páginas de Internet que abordan el tema; “Buenos Aires, cuatro siglos”. Ricardo Luis Molinari, Ed. TEA, Buenos Aires, 1983; “Buenos Aires, desde setenta años atrás”. José Antonio Wilde, Ed. Imprenta y Librería de Mayo, Buenos Aires, 1881; “La Historia en mis documentos”. Graciela Meroni, Ed. Huemul, Buenos Aires, 1969; “Historia Argentina”. José María Rosa, Editorial Oriente S.A., Buenos Aires, 1981.
Mexico es con X no con J
Aunque la Real Academia Española nos dice que podemos escribir México (con x) y Méjico (con j). Es decir, las dos opciones son correctas, aunque recomienda hacerlo con “x” ya que la propia Academia Mexicana de la Lengua aconseja que se escriba con “x”, a partir de ahora, así lo haremos por respeto a nuestros hermanos mexicanos.
jaja tenes rason
Razón se escribe con «z»