EL RASTREADOR
El rastreador era el explorador o seguidor de huellas. Era uno de los más respetados y consultados, porque su habilidad para seguir las huellas de un animal perdido y distinguirlas entre mil; conocer si va despacio o ligero, lastimado o sano, suelto o tirado de un cabestro, cargado o liviano. Para para saber el rumbo de un evadido de la justicia, para hallar a un perdido en las inmensidades de la llanura, era garantía segura de encontrar lo buscado (ver El gaucho y sus oficios).
El rastreador es un personaje grave, circunspecto, de cuyas afirmaciones hacían fe los Tribunales. La conciencia del saber que posee, le otorga cierto aire de dignidad reservada y misteriosa. Todos lo tratan con consideración: el pobre porque denunciando sus pillerías, puede hacerle mal, el rico hacendado, porque puede necesitarlo.
Un robo que se descubre en medio de la noche, rápidamente lleva a la víctima y a la justicia al rancho del rastreador. Cubren una eventual pisada o alteración del terreno usado para la fuga para que el viento no la disipe y esperan confiados que el hombre realice su tarea. Éste se acerca al rastro protegido y lo sigue, sin mirar sino de tanto en tanto el suelo, como si sus ojos vieran de relieve esa pisada o esa marca que para todos es imperceptible. Sigue el curso de las calles, atraviesa los huertos, entra en una casa y señalando a un hombre que allí se encuentra, dice friamente: ¡Es éste el ladrón!. Raro es el delincuente que se resiste a esta acusación. Para él, para sus vecinos y para el Juez que lo ha de juzgar, lo declarado por el rastreador es palabra santa y clara evidencia de culpa.
El más famoso rastreador de nuestra Historia fue un tal CALIBAR, nombrado y descrito por DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO en su obra “Facundo” . Ejerció el oficio duramte más de cuarenta años y cientos fueron los casos que se resolvieron debido a su pericia, dejando sin respuesta un interrogante que aún es un misterio. Qué prodigio de la naturaleza permite que estos hombres cuenten con una vista, un olfato y quizás una intuición que los eleva por sobre todos los demás para descubrir una pista, un aroma, un sabor, un rastro allí, donde nadie ve nada (ver Calíbar, el rastreador).