EL RANCHO. LA VIVIENDA DEL GAUCHO ARGENTINO

Se llamaba rancho (1) y así eran conocidas en todos los rumbos de la Argentina, las primitivas casas construídas por el gaucho con adobes (barro mezclado con paja picada) y con techos de paja o juncos quinchado (tejidos), todo sostenido por medio de postes en forma de horquilla, aunque los materiales que se empleaban en su construcción, eran los que fuera posible encontrar en el lugar elegido (2).

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La idiosincrasia del gaucho, un hombre que vivía la mayor parte del tiempo sobre el lomo de su caballo. Su preferencia por vivir su vida en forma nómade, en libertad y sin aferrarse demasiado a un lugar, no le permitía dedicar mucha atención al diseño o a la construcción su vivienda y eso lo llevó a construírla austeramente,  sin muchas comodidades y utilizando generalmente los materiales que encontraba a mano, por ser abundantes en la zona que había elegido para levantarlo (ver El gaucho rioplatense)

Antiguamente, su vivienda era, muy a menudo, el campo abierto (A), con el cielo por techo, ya que cuando no andaba de volteada de vacunos, andaba boleando avestruces. A veces en estas andadas, se fabricaba un “bendito” (B) con dos cueros, especie de carpa de rápida construcción.

Luego, cuando las tareas que le imponían los grandes establecimientos ganaderos y los saladeros principalmente, le exigían una mayor estabilidad, comenzó a arraigarse más a un lugar y así comenzó a construír su rancho para vivir él (ocasionalmente) y su familia (C) .

El rancho fue quizás el primer hogar que tuvo el gaucho y aunque de muy humilde y sencilla construcción, marcó el comienzo de una nueva etapa de nuestra Historia: la que inicia la verdadera conquista de estas tierras por parte del criollo y su afincamiento definitivo de lo que comenzó a ser su patria.

Generalmente instalados a grandes distancias unos, de otros, los ranchos se construían en una forma sencilla y sin necesitar la ayuda de terceros para hacerlo. No necesitaban planos tampoco. Ni arquitectos ni albañiles para construírlos.

Haciendo frente a los vientos predominantes y ocasionalmente protegidos por arboledas que hacían las veces de barrera, generalmente eran pequeños y cuadrados.

Primero levantaban una armazón de palos (D) que según su ubicación, se los conocía como “horcones” (son los que se clavan verticalmente en ambos extremos de la construcción y sobre los que se apoya toda la estructura), los  “esquineros” (palos también clavados verticalmente que marcan el perímetro del rancho), la “cumbrera” (donde se calzan las tijeras que se apoyan en los esquineros), los “costaneros largueros” (descansando en los esquineros) y las cañas (que son las que sostienen  el techo de “paja costura”). Todo bien sujeto con tientos previamente mojados, que al secarse ajustaban firmemente la estructura.

Tenían paredes de barro y techo de paja o juncos. En los territorios de la pampa, azotados por vientos y lluvias, y donde no había más elementos que tierra y pastos para construír, estas viviendas eran bajas, con un amplio alero y techos en declive (E)

Algunas veces disponían de una “ramada” (F) (infaltable en las pulperías para cobijo de sus clientes). En zonas serranas, como había piedras para construírlos, se las utilizaba para levantar paredes (G), uniéndolas con una argamasa que se hacía con una mezcla de paja y estiércol de caballo que se dejaba podrir y el techo tenía un declive menos pronunciado, aunque también era de.paja.

En zonas de pajonales, las paredes eran “quinchadas” (de “quincho”, palabra derivada del quichua “kencha”, que significa “pared de ramas”). Era una trama o tejido hecho con ramas, juncos, paja, etc., con el que se levantaban paredes y techos. Iba “cocida”, es decir, sujeta a una armazón de cañas o troncos de madera (H).

En general, el rancho, se componía de una sola habitación, un simple y amplio ambiente, siempre con piso de tierra batida, con una puerta y una o a lo más, dos pequeñas ventanas, protegidas por un par de tablas desunidas o un cuero de caballo o de buey y muchas veces sin nada que las tapara.

En el interior, el moblaje y los utensilios de la casa del gaucho, estaban reducidos a lo mínimo, porque el gaucho estaba en su casa, solamente para dormir, jugar a los naipes o tomar mate. Como asientos,  usó cabezas de vaca descarnadas (I), caderas de vacunos a los que le agregaba un cuero atado (I), o un tronco cortado en el nacimiento de tres ramas (J); una mesita de apenas cincuenta centímetros de altura (K) para jugar a los naipes, un crucifijo colgado a la pared y a veces, una imagen de San Antonio, del gauchito Gil o de algún otro “santo patrono”, son los adornos de su morada.

Pieles de carnero o simples jergones en los rincones para que se acuesten las mujeres y niños (3) en el invierno (porque en verano, todos dormían en ”la ramada” buscando el fresco de la noche) y en el centro del rancho, el “fogón”: un círculo de piedras que circundaba un espacio donde permanentemente crepitaba el fuego donde cocinaban, ponían a calentar el agua para el mate o calefaccionaba ese único ambiente durante las frías noches de invierno y clavada en él, una cruz de madera dura para asar la carne (el asador) y una pava (o caldera) para preparar el agua para el mate.

La cocina, muy pocas veces reemplazando al fogón que se armaba en el interior del rancho, era un cobertizo apartado unos pocos metros y el baño, un simple pozo cavado en la tierra, con dos maderos o piedras afirmados a ambos lados, para que sirvan de apoyo a quien lo usaba, luego de ponerse en cuclillas para hacer sus necesidades, oculto a la vista por cuatro  precarias paredes hechas con cañas cubiertas con paja brava.

“Algunas veces, al ir a tomar posesión de un terreno, comenzaba por plantar en el suelo, aún cubierto de un tapiz herboso, cuatro cortos troncos de árboles, a los que sujetaba un marco de madera y tejía un plano con tiras de cuero sobre las cuales extiende su lecho; cubría después estos precarios cimientos de su hogar, con un techo de juncos sostenido por algunos palos, que hasta algunos días antes eran mimosas de hojitas recortadas y elegantes.

Muchas veces la falta de lluvia, impide hacer barro para rellenar las paredes y durante muchos días, vive con su familia en una vida más que pública, expuesto a todos los vientos, lluvias y tormentas, quizás poniendo en práctica el deseo de aquel filósofo antiguo, que hubiese querido vivir en una casa de cristal, para que todos pudiesen examinar su conducta”.

“Esta austeridad contrasta a menudo con las riquezas con que adornaban a sus caballos. El gaucho se resuelve con frecuencia al inmenso sacrificio del trabajo, para economizar algún dinero y destinarlo a adornar a su montado, de modo que su casa puede estar sin puertas ni sillas, pero las riendas de su parejero (palabra con la que definen a un caballo buen corredor), estarán cargadas de plata y lo mismo el pie, calzado con el botín de montar, del que salen las puntas de los dedos pulgar e índice, brillará con dos inmensas espuelas del mismo metal.

He visto un par de estribos fabricados con ochenta libras de plata y he conocido a un coronel que no sabía leer ni escribir, pero que llevaba sobre su caballo, un valor de quince mil libras en metales preciosos”.

Características constructivas de algunos de los ranchos más comunes (ver Biblioteca e Historia del Folclore)

Sociedad Criolla 5 Sauces Amigos Unidos

Rancho de totora (imagen). En su versión más simple y paupérrima, era una choza hecha con con unos pocos postes de sostén clavados en la tierra y varillas de mimbre entretejidas, revocadas con barro y a veces solamente protegido por cueros y techo de paja brava o juncos, con un agujero en el centro para dar escape al humo.

Rancho de estanteo. Un poco mejor y más confortable, accesible para quien disponía de mejor fortuna, era el llamado “rancho de estanteo o de estantes”. Se diferenciaban de otros ranchos cuyas paredes eran de adobes,  en que éstas se hacían con cañas divididas longitudinalmente por la mitad, que sumergidas en barro, adquirían más cuerpo y  garantizaban una gran impermeabilidad.

Una vez seco el barro, se las sujetaba con tientos a los “estantes”, una a continuación de otra, procurando que quedaran lo más juntas y ajustadas posible. Terminadas así estas paredes, se las cubría exteriormente con una capa de barro mezclado con paja fina y estiércol, aumentando así sus facultades para resistir el viento, la lluvia y el frío.

Rancho cola de pato. Llamado así porque nuevas técnicas constructivas permitieron darle al rancho una estructura más segura y más amplia, adosando un nuevo espacio a uno de sus costados, utilizando la “cumbrera” como punto de apoyo de dos nuevas vertientes que la cubrían.

El techo de los ranchos primitivos de la campaña argentina, era siempre “a dos aguas”: una “cumbrera”, o línea divisoria de altura máxima, y dos planos rectangulares, inclinados, a derecha e izquierda, que formaban los aleros  en ambos costados y los mojinetes o ángulos en los extremos de la construcción.

Pero a medida que las técnicas constructivas fueron mejorándose, se perfeccionó este tipo de techado y comenzaron a verse “ranchos” en los que “los mojinetes” habían desaparecido, dando lugar a dos nuevos planos, triangulares e inclinados, uno de cuyos vértices arrancaba en la cumbrera.

Ya no bastaba la denominación de “rancho”, para determinar con exactitud el tipo de construcción a la que se refería el gaucho y éste, siempre gráfico y propenso a las comparaciones, lo bautizaron  como “rancho cola de pato”, porque la forma y la posición de los nuevos planos del techo, eran muy semejantes a la cola de éste palmípedo y en ciertos movimientos que le son característicos. El techado “cola de pato” es ahora frecuente en galpones, ranchos, ramadas y glorietas.

Rancho de terrón. Aunque no tan común como el «de chorizo” o el de “quincha total”, el “rancho de terrón”, fue también, un tipo de construcción común en las llanuras argentinas (L) . Para construírlo, se cortaban de la capa superior de la tierra, panes rectangulares de gran tamaño por lo general,  conservándoles la raigambre natural de los pastos que contenían, para darles mayor solidez y cohesión, (llamados “terrones” entonces y “tepes” hoy en día por los jardineros).

Con estos “terrones”, apilados como si fueran adobes o ladrillos, pero sin argamasa, pues su propia humedad les otorgaba la consistencia necesaria, se levantaban paredes. El techado por su parte, no difería del de los otros ranchos y era de paja quinchada. Una mano de revoque con barro, paja fina y estiércol bien mezclados, ponía término a la obra. El “terrón” se empleó, del mismo modo, para hacer corrales destinados a las ovejas, cuya mansedumbre hacía innecesarias mayores medidas de seguridad o solidez para contenerlas.

Pared de chorizo. Se hacía con una pasta de paja y barro sostenida por cañas atadas verticalmente a tutores de madera dura, revocadas exteriormente con una mezcla de barro, paja bien picada y estiércol de caballo o vaca, todo bien prensado. Prueba de la excelencia de este sistema constructivo, la da un almacén llamado “La Paz”, que  luego de 100 años, aún pudo verse en Roque Pérez, provincia de Buenos Aires.

Algunas de sus “comodidades”
La ramada. Era un precario techado hecho con cañas o ramas para incorporar al rancho,  los beneficios de la sombra, tan necesaria para “matear” o armar el fogón, clavando  en el suelo un gran asador de hierro donde se hacía el asado.
Los corrales . El poco ganado que disponía para su sustento durante las pocas jornadas que pasaba en ese su hogar y el de su familia (cabras, corderos y hasta quizás un par de vaquillonas), eran encerrados en corrales de “palo a pique”, generalmente de forma circular ubicados a unos  50/100 metros del rancho.

El noque . El “noque” era un recipiente de cuero de formas muy variadas que se usaba mucho en el campo, especialmente para guardar sustancias semilíquidas, como ser la leche cuajada (empleada para fabricar quesos), la miel, el arrope (jarabe de algarrobo). Los “noques” se colgaban  de las ramas de algún árbol cercano “a las casas” o de los palos que sostenían el techo de los ranchos y así se los defendía del ataque de las hormigas u otros bichos.

La paila. Paila es el término quichua que se aplica a todos los recipientes del menaje de la cocina: ollas, cacerolas y sartenes. Pero en el campo argentino, especialmente en el centro y el norte del país, una “paila” es una olla de hierro o cobre de gran tamaño, provista de patas, que sirve para ser colocada directamente sobre el fuego. Cuando se carece de éstas, se usa una “trebe” o “trébede”, que es aquel recipiente que se cuelga de un gancho suspendido con alambre o cadena de uno de los tirantes del techo del rancho criollo.

Medios para proveerse de agua (ver Agua para el gaucho y su ganado)
Para surtirse de agua, el gaucho, disponía de las “aguadas”, depósitos naturales de agua surgente, de los “jagüeles”, de los “tajamares” y  de los “pozos” o “cachimbas”, como se los llama  en la Banda Oriental.
Las aguadas. Son depósitos naturales de agua potable, formados por las lluvias, por aguas surgentes o provenientes de pequeños arroyos y riachos, que se emplean para llevar el ganado a abrevar.
Los jagüeles eran los depósitos naturales de agua, que mediante diversos e ingeniosos métodos, nuestra gente de la campaña, extraía para su consumo y el de sus animales, especialmente durante los tiempos de sequía, o cuando la falta de tan vital elemento, le ocasionaba graves inconvenientes para su subsistencia. Según fuera el sistema que se empleara para extraer agua, se los llamaba “Jagüel de cimbra”, “Jagüel a cincha”, “Jagüel de manga de madera” o “Jagüel de vertiente  (ver Los jagüeles).
Los tajamares eran embalses que se construían en proximidades de las “aguadas” para contener agua. Eran abrevaderos artificiales para el ganado, que se construían, cuando no había seguridad de disponer de  fuentes naturales de agua. Se cree que se los usó por primera vez en 1764 y hacia 1851, el gobierno ya había ordenado construír trescientos noventa y ocho tajamares, sólo en la provincia de Buenos Aires.
El pozo, (o aljibe). Fue ese indispensable accesorio del rancho,  que se construía cuando la napa de agua podía ser encontrada y entubada en proximidades del rancho, contaba con un brocal construído con adobes o quizás ladrillos, que sostenían una estructura de madera armada con palos, uno de ellos horizontal, para fijar en él una roldana. Un balde munido de una larga soga permitía sacar agua para uso diario y a veces, para llenar los bebederos de madera que se instalaban cerca de él.
La “cachimba” en cambio no tiene brocal. Para señalar el lugar donde se puede hallar agua, simplemente se ponen algunas piedras alrededor del  hoyo, o se le pone una tapa de madera para que los animales no beban el agua.

El rancho (Fragmento de Fernán Silva Valdéz)
Retobado de barro y paja brava,
insociable, huyendo del camino.
No se eleva, se agacha sobre la loma,
como un pájaro grande con las alas caídas.

Gozando de estar solo,
y atado a la tranquera, a ras de tierra.
Por el tiento torcido de un sendero,
se defiende del viento con el filo del techo.
Su amigo es el chingolo;
su centinela gaucho el teru teru.

 (1). Rancho también fue un término utilizado para nombrar un sombrero de paja con ala dura y copa circular, muy utilizado a partir del siglo XX por la gente de clase media.
(2). Lata de pobre. Muchas denominaciones populares, que en un principio chocan al oído por su fonética rústica, y que aparentemente carecen de sentido, resultan encantadoras y gráficas al extremo, cuando se conoce su significado. Tal el caso de la expresión “lata de pobre”, nombre que se le da en el noroeste argentino, a un árbol (“Piper tucumanus”), de ramas rectas, largas y muy livianas, provistas de anchas hojas. Estas ramas, con su follaje, se usan para techar los ranchos y ramadas, tal como se usan los juncos, la paja u otros similares, reemplazando a las chapas de metal (latas según el habla campesina). De ahí su nombre: la “lata de pobre” es la única que está al alcance de la gente con escasos recursos para techar su vivienda. Pero éste no es el único beneficio que brinda este árbol; sus ramas, largas y flexibles, sirven para reemplazar a las cañas en aquellos lugares donde a ésta no está disponible y además de emplearlas también en la construcción de refugios, se las utiliza como “picanas” y “picanillas”, empleadas para acuciar a  los bueyes que tiran de las carretas, arados y carros.
(3) En los ranchos más pobres, el lecho para el hombre, era la silla nacional (el recado), el que con las diversas partes que lo componen, le permitía al gaucho improvisar una cama aun en medio del desierto.

Fuentes: «Cosas de nuestra tierra gaucha». Hernán Rapela, Ed. Syndipress, Buenos Aires; «Estampas del pasado». José Luis Busanich, Ed. Hachette S.A., Buenos Aires, 1959; «Tradiciones argentinas». Pastor Obligado; “Diccionario Folklórico Argentino”. Félix Coluccio, Buenos Aires, 1931; “Viviendas de la Pampa”. Mario A. López Osornio,  Ed. Atlántida, Buenos Aires, 1918; “La ramada” en el Boletín de la Academia Nacional de Ciencias, Nº 9610, Buenos Aires, 1932; Biblioteca de Historia y Folklore, Volumen I. Ildefonso Pereda Valdés, República Oriental del Uruguay; “Viviendas de la Pampa”. Mario A. López Osornio, Buenos Aires, 1944.

 

2 Comentarios

  1. Mariano Cabrini

    Excelente informe del ambiente pampeano.Detalles y documentacion impecable.muy satisfactorio todo

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  2. Angela Azucena Nicolazzo

    Muy interesante y explicado perfectamente…Gracias por la informaiòn..Mi tierra siempre fue una fuente de tantas costumbres y una maravillosa cantidad de usansas…

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