BAÑOS PÚBLICOS EN BUENOS AIRES (1829)

El ingeniero Carlos Enrique Pellegrini expone algunas de las costumbres del Buenos Aires de antaño que lo sorprenden.

Y lo hizo, dejando en sus cuadernos de apuntes, entre otros, el texto que transcribimos más abajo, fechada en Buenos Aires en 1829, es decir, pocos meses después de su arribo a la ciudad donde permanecería hasta su muerte, producida en 1875.

Cabe señalar que el ingeniero Pellegrini se convertirá poco después, en retratista y pintor, llegando a destacarse en estas actividades y que el 11 de octubre de 1846, su esposa, María Bevans, dio a luz a su hijo Carlos, Futuro presidente de la Argentina y político de vasta actuación. El apunte, dice así:

«… La policía de Buenos Aires ha tomado la precaución de exigir para mejor cuidado de sus mulas, que éstas sean bañadas hasta la panza en invierno y hasta la grupa en verano. ¿Qué ha dispuesto, en cambio, para el aseo regular de las gentes, a las que también debe cuidar?. ¿Qué ha hecho para proteger los pies de los bañistas en la rocalla del río?¿Qué por la infancia desvalida, tan necesitada de protección en este siglo corrupto?»

«Si saludable es el baño en los países fríos, más justificado está en los climas cálidos. No es que la canícula nos corte la respiración, pero es que una multitud de insectos, estimulados por el calor de la sangre, suelen turbar el sueño, y para librarse ellos, no hay más remedio, en verano, que permanece en la ribera hasta más allá de la media noche».

«Ved a la caída de la tarde como llenan las calles grupos de porteñas, seguidas de sus sirvientes, que marchan agobiados bajo el peso del sillón, el farol, los vestidos, las sábanas y las golosinas. A medida que cada familia llega a la orilla del río, elige un lugar cómodo, los niños se sientan en el césped, su prudente madre ha volcado su vigor en la poltrona y dirige el reflector de la linterna sobre el rostro del más curioso espectador ¡Vana precaución!» (ver Temporada de baños en Buenos Aires).

«El observador de la belleza natural se indemnizará al regreso de las bañistas, cuando éstas desfilen con sus vestidos mojados, que esculpen las formas voluptuosas. Ahora las enaguas se sacan prestamente por la cabeza, escamoteando, bajo el corpiño ajustado, bustos admirables».

«Las largas trenzas, obras maestras de arte y paciencia, se deshacen, y el peinetón, objeto de culto particular, es colocado en un nido de musgo».

«De pronto, un grito anuncia la primera sensación de frescura, y luego, pasada la impresión, se inician los juegos retozones, que no son, desde luego, para el negrito sirviente, que descansa y cuida las ropas de sus amas. La madre podrá ejercer esa vigilancia, pero ella debe seguir atenta el baño de sus hijas y fulminar con la mirada a los curiosos que pujan por ocupar los primeros puestos».

Todas las clases sociales. «Observemos otros grupos. He ahí un carruaje de dos ruedas, fatigado aún del servicio de la Aduana, conduciendo a las notabilidades de la ciudad, que tienen buenas razones para no desvestirse en público. Más allá un franciscano lucha con las olas y trata que el agua no apague su cigarro».

«Acullá una mulata, con el auxilio de su negro jabón, procura verse totalmente limpia. Más distante, se creeria ver a Venus, radiante de gloria en medio de un cortejo de tritones. Los matrimonios se abrazan entre sí, chillan los muchachos, los pobres se lavan, los perros brincan contentos. Todas las clases de la sociedad están confundidas».

«Patrones y esclavos, hombres y mujeres, blancos y negros. ¡Edad de oro!. La Luna protege esta fiesta y los barquichuelos, cargados de las frutas primorosas del Paraná, colman de placer a la multitud con jugo de refrescantes y sabrosos duraznos salvajes. De pronto, una nube oscura se extiende rápidamente por el cielo, se levanta una brisa ligera y el pampero provoca remolinos de polvo».

«Nuestro grupo de ninfas corre a sus ropas y cada una pretende dar con la suya. pero el apuro aumenta el pavor y el desorden. Las fuertes dominan a las débiles, la oscuridad favorece el escándalo y el aire se puebla de gritos nerviosos. Hay lágrimas en el entrevero, los ladrones hacen su agosto. «Una desarrapada volverá a su casa con tres polleras, en tanto que la hija del magistrado llegará como una Eva».

«Mañana a la hora del alba, algún gringo dará el ultimo retoque a la escena, y paseará su mirada experta sobre ese campo de hallazgos, llenará su chaqueta de abanicos rotos, peines, pantuflas y muchas otras prendas abandonadas en la huida femeninas. «Los baños domiciliaros no son de menor simplicidad, se dirán antípodas de las termas de Diociesiano».

«Construído con la mitad de un tonel, que todavía exhala el aroma del «Medoc», se llena con el agua nitrosa de un pozo a balde o la turbia de la ribera, Ese estrecho reducto, cubierto, la más de las veces, por un paño blanco, tiene su sitio habitual a poca distancia de los desperdicios de la cocina o de la cuadra y en él se baña la familia de un propietario de diez mil vacas!» (ver Recuerdos, usos y cstumbres de la Argentina de antaño)

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