ARÁOZ, BERNABÉ (1776-1824)

BERNABÉ ARÁOZ nació en Monteros, provincia de Tucumán en 1776 (otros opinan que fue en 1782). Miembro de una familia numerosísima dedicada al comercio. Militar y político. Partidario decidido de la Revolución de Mayo de 1810, siendo muy joven todavía, ante los primeros rumores revolucionarios, ARÁOZ, que estaba como empleado en un comercio, dejó su trabajo y se alistó en la milicias.

Avanzando los tiempos, ejerció gran influencia en la región del noroeste argentino. Gobernador y caudillo de su provincia entre 1810 y 1820,  tuvo activa participación en diversos sucesos que se produjeron entre 1812 y 1817 en el orden nacional.

Cuando en 1812 volvía Belgrano, derrotado en su frustrada Expedición al Paraguay, «don Bernabé» y toda su familia fueron de los que con más calor abogaron para que el general se hiciera fuerte en Tucumán y de los que con mayor entusiasmo trabajaron para organizar tropas y reunir elementos de guerra.

Luchó bajo las órdenes de JUAN RAMÓN BALCARCE en la batalla de Tucumán (24/09/1812) y ya con el grado de coronel, participó en la batalla de Salta (02/02/1813).

Militó luego bajo las órdenes del general SAN MARTÍN y en abril de 1814,  fue nombrado Gobernador de la provincia de Salta del Tucumán y cuando en octubre de 1814,  Tucumán se separó de Salta, fue el primer gobernador titular de la ahora provincia de Tucumán, que incluía además, los territorios de Catamarca y Santiago del Estero.

Por una iniciativa suya, el Cabildo de esa provincia, elevó al Director Supremo POSADAS, una solicitud pidiendo que se recogiesen los pagarés otorgados a favor de los europeos residentes en la provincia y se los endosara a favor de los nativos perjudicados por los ejércitos españoles, proyecto que el gobierno rechazó.

En abril de 1815, con la caída de CARLOS MARÍA DE ALVEAR, ARÁOZ  se hizo confirmar en el cargo por una asamblea en el Campamento de la Ciudadela, donde la influencia militar era inevitable y en mayo de ese mismo año, el poder central premió su adhesión a la causa de la patria extendiéndole los despachos de coronel mayor y ARÁOZ organizó, con gran presteza, una división de 1.800 hombres, que, al mando del general FRENCH, fue en auxilio de RONDEAU.

En respuesta, en septiembre de 1815, disconformes con el gobierno «dictatorial» de ARÁOZ, estalló una sublevación autonomista en Santiago del Estero, dirigida por el coronel JUAN FRANCISCO BORGES, pero las tropas de ARÁOZ lo vencieron fácilmente.

Reunido el Congreso de 1817, fue relevado del mando y resentido, se retiró a su hacienda de Río Seco, desde donde entabló relaciones con ARTIGAS Y CARRERAS, caudillos federales que dieron horas muy sombrías a la naciente nacionalidad argentina.

De acuerdo con ellos, ARÁOZ, que era un sincero y entusiasta patriota, se hizo un caudillejo, impulsado por una insana ambición de mando.

En 1817, por intermedio de uno de sus secuaces, llamado ABRAHAM GONZÁLEZ, promovió un movimiento armado, que derrocó al gobernador legal, FELICIANO DE LA MOTA BOTELLO, a quien suplantó, el día 14 de noviembre del año 1817, con el carácter de jefe de la provincia, encendiendo así la chispa inicial del incendio que devoró, poco tiempo después, a la República entera.

A partir de principios de 1816, el Ejército del Norte, derrotado en Sipe-Sipe (29/11/1815), se estableció en Tucumán y pasó a depender exclusivamente de esa provincia, ya que el gobierno nacional estaba muy comprometido organizando el Ejército de los Andes y GÜEMES no tenía descanso en su lucha con el invasor realista en el Norte.

ARÁOZ se las ingenió entonces, para mantener a su provincia en funcionamiento, obligando a todos los comerciantes a aportar contribuciones “voluntarias”.

Pero sus relaciones con MANUEL BELGRANO no fueron muy buenas: Tuvo varios conflictos él, que lo acusaba de obstaculizar permanentemente el auxilio que necesitaban las tropas y que incluso, desautorizó algunas acciones de Aráoz, entre ellas, las vinculadas con los sueldos de los funcionarios. Como consecuencia de ello, BELGRANO solicitó reiteradamente la remoción de Aráoz y fue, entonces, que FELICIANO DE LA MOTA BOTELLO, el 6 de octubre de 1817, fue designado para reemplazar a ARÁOZ, quien se retiró a sus fincas rurales, esperando su oportunidad.

El 11 de noviembre de 1819, algunos oficiales del desmantelado Ejército del Norte arrestaron al gobernador MOTA BOTELLO y al general Belgrano (1) y pusieron en el cargo a JOSÉ VÍCTOR POSSE. Tres días después, BERNABÉ ARÁOZ, cuya ambición de mando y poderío se exacerbaba por momentos, el 14 de noviembre de 1819, se hizo nombrar por un Cabildo Abierto, gobernador de la provincia.

ARÁOZ era un jefe astuto, poco dado a enfrentar los conflictos que pudiera evitar, pero decidido cuando no se le daba opción. Como otros caudillos de su época, tenía más apoyo en el campo que en la ciudad. Su segundo gobierno fue muy bueno, considerando los problemas que tenía que enfrentar.

Pero Santiago del Estero se negó a apoyar a Aráoz; y en marzo de 1820, bajo la dirección del coronel JUAN FELIPE IBARRA, estalló una revolución que nombró a este gobernador. Aráoz intentó aplastar esa revuelta, pero no solo fracasó, sino que se ganó la enemistad del gobernador de Salta, GÜEMES. Este culpó a ARÁOZ por lo que calificó como «muy  escasa ayuda prestada por Tucumán a la Guerra de la Independencia» (ver San Martín y la controversia Bernabé Aráoz- Güemes).

El 22 de marzo de 1820, reunió en un Congreso a representantes de los pueblos de Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca, declaró a estos pueblos, nación independiente, con el título de «República Federal del Tucumán», promulgó una Constitución  y a instancias del mismo  ARÁOZ, nombró «Presidente Supremo» de ella, al ahora general BERNABÉ ARÁOZ, con tratamiento de Excelencia, uso de banda Directorial, escolta y honores de capitán general (ver La República de Tucumán).

Siguió luego un período de anarquía, en que distintas facciones se disputaron el poder y para mantenerse al mando, ARÁOZ  tuvo que sostener luchas encarnizadas con otros caudillos que aspiraban a ocupar su puesto y con las provincias limítrofes, especialmente con Santiago del Estero, cuyas autoridades cobijaban y protegían a todos los que, de un modo u otro, combatían o molestaban al supremo jefe de Tucumán.

Y así fue, hasta que el 5 de junio de 1823, FRANCISCO JAVIER LÓPEZ, uno de sus más encarnizados adversarios y que antes fuera muy protegido suyo, organizó una revolución con el apoyo de FELIPE IBARRA y DIEGO ARÁOZ, primo del gobernador e invadió el territorio tucumano.

El 3 de abril de 1821, ARÁOZ fue vencido en el Rincón de Mariopa, cerca del río Lules y LÓPEZ se apoderó del gobierno. ARÁOZ se asiló en Salta y desde su refugio organizó una conjura contra LÓPEZ, que, decidido a terminar con su adversario, se dirigió al general ÁLVAREZ DE ARENALES, Gobernador de Salta, pidiendo la extradición de ARÁOZ.

Este noble patricio tuvo la debilidad de conceder lo solicitado y. LÓPEZ, una vez que tuvo en su poder a su antiguo jefe y protector, ordenó que se lo fusilara antes de llegar a Tucumán con el prisionero, orden que el piquete que lo conducía cumplió a la vera de un camino el 24 de marzo de 1824.

Hoy se sabe que ARÁOZ no era «separatista». La suya era una respuesta regional al problema del país anarquizado. Esta República no era independiente de las demás provincias, sino que debía formar con las demás, una sola entidad. El nombre de «república» no significaba (en ese entonces) más que «estado», en su sentido local o nacional, indistintamente. Solo significaba que Tucumán dejaba de ser una dependencia de un gobierno central, para formar más un Estado Federal con las demás provincias. De hecho, sería la forma en que realmente se constituyó la Nación a partir de 1852.

La Historia ha concluído que los objetivos de ARÁOZ, realmente, no pretendían crear un Estado independiente del resto de las Provincias Unidas del Río de la Plata, sino que, honestamente, se había lanzado a su mesiánica aventura, aspirando a establecer una federación de provincias, hasta tanto se organizase el país, pero en este camino, se encontraron las ambiciones personales y las disputas por el poder, rémoras que envenenaron las buenas intenciones para convertirlas en una lucha feroz que tuvo a la Patria como su víctima principal.

Según dice el general JOSÉ MARÍA PAZ en sus «Memorias» al referirse a BERNABÉ ARÁOZ, «…jamás se inmutaba, ni he sabido que nunca se le viese irritado. Su exterior era frío e inmutable, su semblante poco atractivo, sus maneras y hasta el tono de su voz lo harían más propio para llevar la cogulla que el uniforme del soldado».

«Prometía mucho, pero no era delicado para cumplir su palabra. Por lo demás, no se le conocía más pasión que la de mandar y si se merece que se le dé la clasificación de caudillo, era un caudillo suave, y poco inclinado a la crueldad. »

(1). Esa revuelta fue calificada por el general José María Paz, como «…la primera chispa del incendio que cundió luego por toda la República». En la práctica, todo el litoral desconocía la autoridad del Directorio y del Congreso desde hacía años; la Banda Oriental, estaba casi completamente ocupada por los portugueses y la provincia de Salta, sola y al borde de sus recursos, seguía resistiendo el avance de los realistas.

Lo que si hizo ARÁOZ con su proyecto federal, fue encender esa chispa que aceleró el incendio, que luego del motín de Arequito, la batalla de Cepeda y la sublevación de Mendizábal , todos sucedidos en 1820, quemó (felizmente solo temporariamente), las esperanzas de alcanzar por fin el «status» de Nación organizada.

 

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