VERDADES SORPRENDENTES DE LA HISTORIA ARGENTINA

Solamente a modo de ejemplo, expondremos algunos casos, para darle fundamento a esa premisa que se nos ha hecho carne cuando se exploran los contenidos de la Historia Argentina y que nos dice que “las cosas son como son y no como queremos que sean, porque la realidad, es la única verdad”.

Bastará con buscar lo que se ha dicho sobre la complicada relación de Sarmiento y Urquiza, sobre el reclamo de Peñaloza para que Urquiza se definiera; las diferencias que separaban a José Hernández, López Jordán y Urquiza”; el abandono de sus ideas de muchos de nuestros próceres, instalados a caballo de la ambigüedad, los entretelones de la revolución del 11 de setiembre, para encontrar algunas pistas que nos mostrarán verdades, muchas veces tergiversadas.

 Poetas violentos?
El “al parecer no tan sensible poeta” Juan Cruz Varela lo insta a Juan Galo de Lavalle, a que termine con la vida de Dorrego y a tal efecto, el 12 de diciembre de 1828, a las 10 de la noche le escribe: «…Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que la ha hecho correr está formado; ésta es la opinión de todos sus amigos de usted. Piense que 200 y más muertos y 500 heridos deben hacer entender a usted, cuál es su deber. Este pueblo espera todo de usted y usted debe darle todo. Cartas como ésta se rompen y en circunstancias como las presentes, se dispensan estas confianzas a los que usted sabe que no lo engañan…».

Leopoldo Lugones, el laureado bardo que emocionó hasta las lágrimas con sus poemas y sus encendidos discursos acerca de la libertad, fue repudiado por sus ideas fascistas y antidemocráticas, al apoyar el golpe de Estado que fue encabezado por el general José Félix Uriburu. Lugones había bendecido la llamada “Hora de la espada” la que, para muchos de sus seguidores y contemporáneos, cobró más fuerza que su pluma. Sobre su propio tiempo y el gobierno de Uriburu, Lugones expresó: “Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada… Pacifismo, colectivismo, democracia, son sinónimos de la misma vacante que el destino ofrece al jefe predestinado, es decir, al hombre que manda por su derecho de mejor, con o sin ley, porque esta, como expresión de potencia, confúndese con su voluntad. (…) El ejército es la última aristocracia, vale decir la última posibilidad de organización jerárquica que nos resta entre la disolución demagógica” (“Leopoldo Lugones, una vida de luces y sombras”; Argentina gob.ar).

 Mediante una publicación oficial, se informa que “El 13 de noviembre de 1947, el Presidente de la Nación Argentina, general Juan Perón, recibió en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno a una calificada delegación de hombres y mujeres de la Cultura argentina y que en representación de los concurrentes habló Gustavo Martínez Zuviría, director de la Biblioteca Nacional.

“Excelentísimo señor: Porque sois, por la Constitución ansiosamente preocupado en estudiar y resolver todas las grandes cuestiones de gobierno, llegamos espontáneamente a vuestro despacho a conversar de la situación de los productores intelectuales, cuyo problema no es el menos interesante, aunque sea el menos conocido”.

……… “Así como el agua químicamente pura no sirve para beber ni para regar, el hombre que pretende ser químicamente puro, viviendo al margen de las batallas sociales como espectador egoísta, no sirve para nada. Nosotros no somos ni queremos ser químicamente puros. Los más de nosotros no actuamos en la política, pero estamos mordidos, marcados y clasificados por ella. Recordamos aquella frase de Pericles en su oración por los muertos de Potidea: “Nosotros consideramos al ciudadano que se mantiene completamente alejado de los asuntos políticos, no como un hombre apacible, sino como un ser inútil’.

“Y recordamos también lo que dice Plutarco: que una de las más singulares leyes de Solón era la que disponía que fuese notado de infamia el ciudadano que en una revolución no hubiera sido de alguno de los dos partidos”.

“Para nosotros, que nos hacemos la ilusión de influir con nuestras obras en la mentalidad y en la moralidad del pueblo, sería un certificado de decrepitud y de ineficacia el que nuestra labor se realizara desconectada de la realidad argentina, como si en los últimos tiempos nada hubiese ocurrido en el país; como si la historia patria no se hubiera iluminado de pronto con el fogonazo del 17 de octubre”.

“Los que hoy venimos aquí sabemos, señor, que quereis afirmar y completar la Revolución. “Chateaubriand asienta en sus Memorias este aforismo: ‘Los que hacen la revoluciones a medias cavan su sepulcro’. La revolución del 4 de junio habría cavado su sepulcro si se hubiera limitado a realizar reformas materiales.

“Vos habéis comprendido que no bastaba recuperar el patrimonio material de la Nación; era necesario ir más allá. Por vos, señor, se cumplieron aquí las proféticas palabras de Isaías: ‘El pueblo que marchaba en tinieblas ha visto una gran luz’. “Nosotros nunca lo olvidaremos, señor, y, lo que vale más, Dios nunca lo olvidará”.

(Al lector de este comentario, puede resultarle muy interesante leer la página editada por CEDINPE titulada “Escritores y peronismo clásico”, donde el escritor Gustavo Martínez Zuviría se muestra como sumiso adherente de quien integrando el GROU, llegó al gobierno de la Nación, luego de una Revolución armada, máximo exponente de la antidemocracia, según el mundo de las ciencias y la cultura.

Rasgos ocultos de personajes públicos
Mariano Moreno
Aún no podemos saber a ciencia cierta, cuál era el verdadero Mariano Moreno. Era un tipo desequilibrado, como dice Miguel Ángel Scenna?. Un tipo equilibrado no podía haber hecho la revolución que hizo. Menos mal que Moreno era un tipo desequilibrado. Me llama la atención cómo todavía seguimos negando que lo mataron, cuando es tan obvio que lo mataron dice Jorge Lanata en su libro “Argentinos”.

Para José Luis Busaniche, autor de una monumental “Historia Argentina”, el secretario de la Primera Junta, era un hombre dogmático, heredero del pensamiento del francés Juan Jacobo Rousseau (uno de los teóricos de la Revolución Francesa), que hablaba “en nombre del pueblo”. Era un ideólogo jacobino que no entendía la realidad del Río de la Plata (recordemos que los jacobinos eran los seguidores de Maximiliano Robespierre, el líder de la Revolución Francesa, representante de los sectores más extremistas).

Por otro lado, Enrique W. Álzaga dice que Moreno era un neurótico, con períodos de gran depresión y con arranques de singular entereza al mismo tiempo. Vicente Fidel López afirma que Moreno estaba sujeto a insomnios terribles, en los que se veía rodeado de enemigos, asechado con puñales y arrastrado a la horca. Tenía una naturaleza nerviosa, con entusiasmos fanáticos y vagaba en las tinieblas de mil inquietudes indefinidas, asaltado por dudas sobre la seguridad de su persona y de los destinos de la causa a la que estaba entregado.

Cuenta su hermano Manuel, que Mariano salía poco de su domicilio, apenas para ir y venir del Fuerte donde tenía su despacho, lo hacía con dos pistolas en el bolsillo y custodiado por un grupo de amigos. También, en una oportunidad se dijo: “Mariano Moreno es el numen de Mayo, como lo llamara Bartolomé Mitre, tanto por su prodigiosa energía revolucionaria como por la lucidez de su misión sobre lo indispensable para instituir un auténtico orden democrático.

Moreno opuso al régimen de la Colonia, reaccionario y absolutista, la organización de la libertad, manteniendo los cauces abiertos para las reivindicaciones del pueblo.

La República Argentina nació así, modelada por sus ideas, como algo profundamente distinto de lo que dejaba atrás, al ascender a la jerarquía de nación libre y soberana

Para la doctora en Historia Marcela Ternavasio, profesora titular de Historia Argentina en la Universidad Nacional de Rosario e investigadora del Conicet, «Saavedra era un líder pragmático, que tenía un criterio más realista que Moreno. Lo que Saavedra intentaba conciliar al mismo tiempo, eran los intereses de las provincias que empezaron a llegar con sus representantes a Buenos Aires, muchos de los cuales estaban bastante lejos de coincidir con las posturas más jacobinas de Moreno”.

Busaniche resume su opinión, diciendo: “La parte más popular y numerosa, la que no vestía de frac o de levita, se inclinó hacia el lado de Saavedra.

Mientras que Busaniche narra así esos sucesos: “En la noche del 5 al 6 de abril se produjo una reacción popular que no provenía de los de fraque o levita, sino de más abajo: gente del campo, de los arrabales y no pocos de la ciudad, simpatizantes de Saavedra, que veían al Presidente y a la Junta trabados en su acción por dos o tres vocales aliados de Moreno, y miraban con malos ojos el espectáculo que soportaba la ciudad”.

Veamos ahora el comportamiento de ambos, como protagonistas de los sucesos del 5 y el 6 de abril.

Los historiadores que defienden a un Saavedra líder popular recuerdan la revuelta que se produjo del 5 al 6 de abril de 1811. “Este movimiento tiene un componente popular muy diferente al que tuvo el del 25 de Mayo de 1810. En esta disputa facciosa entre “morenistas” y “saavedristas”, éstos traen de los arrabales a un número de personas muy importante, que pertenecen a sectores populares manejados por líderes milicianos. La elite es sorprendida por la irrupción de esta gente en la Plaza de las Victoria. Salvando las distancias, esta movilización del 5 y 6 de abril de 1811 fue una especie de 17 de octubre peronista», dice Tervagio.

Manuel Belgrano
Era un tipo que se podría haber quedado en su casa y no lo hizo. Y que desobedeció a todos los que se le pusieron en el camino: al Triunvirato, al Ejército. Fue un brillante abogado y economista o fue un opaco general que fue reemplazado en el comando del Ejército del Norte y hasta tuvo que enfrentar un juicio por incompetencia en el mando de tropa?.

Hay quien, en cambio dice, que cuando la patria lo llamó, sin saber nada de armas ni estrategias, se puso el uniforme de general y le dio los grandes triunfos de Salta y Tucumán, la Bandera que nos identifica y honrosas gestiones como comandante de tropas.

Nos enseñaron todo eso, pero también se nos dijo que era un tipo de pelo con jopito, que tenía una voz poco varonil, que usaba uniformes con profusión de verdes (por eso lo llamaban “cotorrita”), que él mismo diseñaba (como lo hacía todo el mundo en aquel tiempo), con una apariencia muy dócil.

Habrá tenido “voz de pito y sería de muy baja estatura, pero debía tener un carácter muy fuerte porque hacía lo que consideraba que estaba bien y era su derecho hacerlo (“Argentinos”, de Jorge Lanata).

Cuando derrotó a los realistas en las batallas de Tucumán y Salta, todo el dinero que le otorgaron como premio, 40.000 pesos fuertes, lo donó para hacer escuelas en Tucumán y en Salta. Y él no tenía plata. San Martín estaba más predestinado a lo que fue. Belgrano no, Belgrano pasaba por ahí” y tuvo que hacerse cargo de una papa más que caliente.

Murió en la más absoluta miseria. sin un peso Antes de morir le pagó con su reloj, lo que le debía a su médico, por atenciones prestadas y tuvieron que utilizar el mármol de cómoda para hacerle una lápida para su tumba.

Juan Manuel de Rosas
“Yo hubiera estado en contra de él porque avanzaba sobre las libertades individuales. Era un patrón de estancia, pero un patrón de estancia argentina, algo que hasta ese momento nadie había sido. Y aunque fuera paternalista, tuvo hacia los indios una política que no tuvieron los gobiernos liberales posteriores. Hacía acuerdos, mantenía comercio con ellos, difundió la vacuna antivariólica entre los indios: no los exterminaba (“Argentinos”, de Jorge Lanata).

Hubo una sociedad que hizo de Rosas su dictador. Rosas inaugura una contradicción que después es eterna en la historia argentina: la de la mano fuerte. Lo de todos los poderes: discutimos esto en un país en el que se le dan todos los poderes a un ministro de Economía” (extraído de “Argentinos”, una obra de Jorge Lanata).

Tengo en mi Biblioteca un libro editado en Buenos Aires, en 1974 por la Editorial “Freeland”. Se llama “Treinta y dos escritores con Rosas o contra Rosas” y en él, 16 autores le reconocen valores y otros 16 lo destrozan. Quién tiene razón?. Quienes se acercan más a la realidad con su verdad?.

Domingo Faustino Sarmiento
Sarmiento es otro de nuestros próceres que tuvo buena prensa. Su carácter violento, su testadurez y su intransigencia, hicieron que se peleara con muchos de sus pares, actitud que no ha merecido el trato debido, para resaltar sus logros en materia educativa, algo que nadie podrá poner en duda jamás (1).

Quizás su formación como autodidacta, le haya generado ciertas reservas hacia algunos elementos de una sociedad, todavía en formación (como educación formal, Sarmiento tan solo pudo concurrir a la Escuela de la Patria en la provincia de San Juan en 1816. El resto de su formación, la realizó en forma autodidacta).

 Las siguientes, son expresiones atribuidas a Domingo Faustino Sarmiento, asegurando que fueron dichas en diversas oportunidades de su carrera política y han sido extraídas de “Dichosos dichos dicharacheros”, publicado en Internet por “La Opinión Popular. com. ar” el 16 de junio de 2013.

Sobre los gauchos
“Se nos habla de gauchos… la lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país”. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos” (Carta de Domingo Faustino Sarmiento a Mitre del 20 de Setiembre de 1861, publicada en El Nacional el 3 de febrero de 1857).

Sobre los indígenas
“¿Lograremos exterminar a los indios?. Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo del hombre civilizado” (Domingo Faustino Sarmiento, Diario El Progreso, (27/9/1844) y El Nacional (19/05/1887), (25/11/1876) y (08/02/1879).

Sobre las escuelas que fundó
Y hasta al contabilizar la cantidad de escuelas que fundó, se lo ha favorecido aumentando su número indecentemente. Dicen que fundó 800 escuelas en todo el país, pero en ningún lado ha quedado registrado ese dato, mencionando nombre y lugar de la fundación.

Por otra parte, resulta increíble que entre 1826, cuando fundó la Escuela de San Francisco del Monte de Oro, en la provincia de San Luis, hasta 1886, que se dice fue cuando fundó la Escuela Normal Superior Nº 9, hoy “Domingo Faustino Sarmiento, pasaron 720 meses y cuesta creer que en medio del caos que se vivía en la República Argentina en ese período de nuestra Historia, Sarmiento haya podido fundar más de una Escuela por mes.

(1). Fueron sus enemigos entre otros muchos más: Bartolomé Mitre; Justo José de Urquiza (aunque después se amigó); Juan Facundo Quiroga; Juan Bautista Alberdi; Juan Manuel de Rosas; Vicente Ángel “El Chacho” Peñaloza; Santiago Derqui; Julio Argentino Roca.

Justo José de Urquiza
Justo José de Urquiza fue otro de nuestros próceres, cuya conducta y sentido de la lealtad, podrían ponerse en duda, considerando que indudablemente, fue un exitoso y multimillonario caudillo de su provincia, Entre Ríos, pero que, llegado el momento de oir las voces que lo incitaban a constituirse en un nuevo polo de poder en detrimento de su amigo y jefe, Juan Manuel de Rosas, no dudó.

Le fueron legalmente reconocidos 23 hijos por la Ley Federal Nº 41 en donde ponía en un pie de igualdad a los 11 hijos legítimos con los extramatrimoniales que tuvo de soltero (hay versiones que señalan que tuvo entre 105 y 114 hijos en toda su vida)

En 1835 se acercó a Rosas y desde entonces hasta 1851, fue un fiel ejecutor de las políticas del gobernador de la provincia de Buenos Aires.

 Urquiza fue nombrado comandante de toda la costa del río Uruguay con el grado de coronel y fue durante esa década que se convirtió en uno de los hacendados y comerciantes más ricos del país y extendió una poderosa red de clientelismo económico, que le serviría más tarde de apoyo político.

Durante esos 16 años sirvió sin remordimientos, a los intereses de Rosas, poniendo a su disposición del futuro “dictador”, toda la fuerza de los entrerrianos y realizando muchas de las tareas, que hoy calificaríamos como reprobables.

Invadió dos veces a la provincia de Corrientes, firmo el Tratado de Alcaraz que le devolvió el manejo de las Relaciones Exteriores a Rosas; Combatió con las banderas rosistas en las batallas de “Pago Largo” (31 de marzo de 1839). Después de la misma, centenares de prisioneros fueron ejecutados y los correntinos acusaron a Urquiza por esos crímenes; “Cagancha” (27 de noviembre de 1841); “Arroyo Grande (6 de diciembre de 1842); “India Muerta (1845); “Laguna Limpia (4 de febrero de 1846); “Rincón de Vences” (27 de noviembre de 1847).

A mediados de 1850, cuando la ciudad sitiada de Montevideo estaba por caer, el Impero de Brasil decidió apoyar a los sitiados. En respuesta, Rosas inició el proceso para llegar a una guerra contra el Imperio y varios opositores, a los que se unió Urquiza, rechazando esa medida, que abría un nuevo frente, estimando que Rosas lo hacía, para postergar la sanción de una Constitución.

Entonces fue que Urquiza creyó llegado su momento, aunque todavía no mostró ningún síntoma de su defección como aliado de Juan Manuel de Rosas.

Rosas lo nombró comandante del ejército de operaciones contra Brasil, y le envió armamento y refuerzos. Urquiza comenzó a contactar a los emigrados de Montevideo, y posteriormente también a los representantes del Imperio. Para lanzarse a la aventura de enfrentar a Rosas, necesitaba dinero y la seguridad de que sería apoyado. A principios del año siguiente comenzó a llegar ese dinero, en abundancia, provisto por la cancillería brasileña.

El 5 de enero de 1851, en la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay, se publicó en el diario “La Regeneración”, un artículo de autoría de un antiguo unitario, Carlos de Terrada. Entre otras ideas, expresaba que ese año, sería el de la organización nacional, para lo cual se reuniría una Asamblea de delegados, que ratificaría el sistema federal.

Ante las protestas efectuadas por Rosas contra Urquiza, éste respondió que en su provincia se respetaba la libertad de prensa, y que lo publicado le parecía algo legítimo y deseable, lo cual indicó el puntapié inicial de la ruptura con Rosas. El 5 de abril, Urquiza pasó una nota circular a todos los gobernadores, incitándolos a salvar a la Confederación del abismo al que el gobernador de Buenos Aires estaba conduciéndolos.

Pero, la verdad era que Urquiza ya había comprendido que su proyecto político no tenía futuro si Rosas se mantenía en el poder y la chispa definitiva entre ambos, se encendió por una cuestión de índole económica. Sin olvidar el rechazo de Urquiza a la Ley de Aduanas promulgada por Rosas el 18 de diciembre de 1835, el caudillo entrerriano, junto con Corrientes, entendía que la libre navegación era crucial para el comercio de su provincia con el exterior (y para su propio beneficio), sin tener que depender de la aduana de Buenos Aires, y eso era algo a lo que Rosas se oponía tenazmente.

Entonces Urquiza hizo su primer movimiento y el 1º de mayo de 1851, desde la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay, lanzó su famoso Pronunciamiento, donde, rompiendo una alianza que bien le había servido a sus intereses durante 16 años, le declara la guerra a Rosas, comprometiéndose firmemente a derrocarlo y el 3 de febrero de 1852, lo derrotó en la batalla de Caseros, provocando su caída y posterior radicación en Inglaterra.

Ordenó fusilar de inmediato “por traidores” al coronel Mariano Chilavert y fusilar y degollar a 400 efectivos entrerrianos, miembros de la División del Coronel Pedro León Aquino, que el mes anterior se habían sublevado y luego de matar al propio Aquino y a sus oficiales, habían marchado para ponerse a las órdenes de Rosas.

Dieciseis días después entró a Buenos Aires como si fuera una plaza tomada, montado a caballo y luciendo un poncho blanco (hay quien dice marrón) y una ridícula galera, con los efectivos brasileños y uruguayos que habían integrado sus fuerzas al frente.

La encontró sumida en el caos luego de que en ella se desatara la furia de la revancha. Persecución y matanza de “rosistas” y sospechosos de serlo; el doctor Claudio Mamerto Cuenca fue asesinado en el quirófano, porque lo encontraron tratando de salvarle la vida a un soldado de los efectivos que habían combatido del lado de Rosas herido.

Saqueos, incendios, violaciones y actos de vandalismo y tremenda crueldad, no habían podido ser evitados por algunos de sus hombres que envió para poner orden en la ciudad, ni por las escasas fuerzas con las que contaba (la reserva del ejército, es decir, los inválidos y los extranjeros que prestaban servicios en las milicias urbanas), el General Lucio Norberto Mansilla, nombrado por su cuñado Rosas, antes de partir para enfrentar a Urquiza, Comandante de las fuerzas de la ciudad de Buenos Aires,

Fue entonces que Buenos Aires, comenzó a odiar a Urquiza. Y fue ese odio y resentimiento, los que unidos a las medidas que impuso Urquiza a partir de entonces, que lo mostraban como un simple continuador del régimen depuesto, lo que provocó la revolución que explotó el 11 de setiembre de 1852, contra el vencedor de Caseros.

Pero Urquiza fue otro de los grandes arrepentidos de nuestra Historia. Poco después de Caseros, le envió una carta a su vencido diciendo: “Toda mi vida me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al cooperar a la caída del General Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara; y muerto con el mismo cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos, y gravísimos errores, he colocado en el poder”.

Para ese entonces Urquiza reconoce su error y dice haber sido víctima del vapuleo político por parte de las fuerzas con las que se alió en contra de Rosas y meses después de Caseros le confesaría al representante británico Gore, en ocasión del Acuerdo de San Nicolás: “Hay un solo hombre para gobernar la Nación Argentina, y es don Juan Manuel de Rosas. Yo estoy preparado para rogarle que vuelva aquí” (“Carta de Justo José de Urquiza a Juan Manuel de Rosas”. Argentina, gob.ar).

Carlos María de Alvear
Apasionado, elocuente, con talento y encanto personal. Valiente y con una distinguida carrera militar, la ambición desmedida de Carlos María de Alvear por desempeñar un papel destacado, tanto política como militarmente, en el manejo de los asuntos de la Nación y en la toma de decisiones sobre su destino, fueron factores que ensombrecieron su imagen y le restan méritos bien ganados en los campos de combate y de la diplomacia.

Su exitosa intervención en el sitio de Montevideo y en la guerra con Brasil le significaron ser merecedor de una alta valoración por sus aptitudes castrenses, pero no le posibilitaron desprenderse del juicio de sus contemporáneos, que lo calificaban como “niño bien”, ambicioso y soberbio, que se movía en los más altos estratos de la sociedad, protegido por su tío Gervasio Antonio de Posadas.

Regresó a su patria en 1812 con el general José de San Martín y otros militares, para ponerse a disposición de las nuevas autoridades y a partir de entonces, acunó en su corazón un insano sentimiento de envidia hacia San Martín y una enfermiza sed de poder. Bartolomé Mitre le censura su “ambición egoísta, pretendiendo hacer servir a la institución a su engrandecimiento personal”.

El 25 de enero de 1815, el general Alvear, asustado por el regreso del absolutista Fernando VII al trono de España y ante la perspectiva de una derrota definitiva de Napoleón, le escribió al embajador inglés en Río de Janeiro, Lord Strangford, solicitándole que Inglaterra acoja «en sus brazos a estas Provincias» diciendo: “Queremos ser colonia británica. “Estas provincias desean pertenecer a Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés, yo estoy resuelto a sostener tan justa solicitud para librarlas de los males que las afligen”, aseguró.

El 8 de febrero de 1815, Alvear, siendo Director Supremo, ordenó que el teniente coronel Gregorio Perdriel reemplazara al general José de San Martín como gobernador de Cuyo, justificando esa medida en la preocupación que le causaba la precaria salud de San Martín. Hoy no se cree que haya sido «para preservar la salud de su querido camarada», como decía, sino que intentaba con esta maniobra, frustrar los proyectos de San Martín para lograr la libertad de Chile y obtener para sí mismo los laureles de esta gesta.

En efecto, poco después de estos hechos, se supo que el emigrado chileno José Miguel Carrera, había sometido a la consideración del Director Supremo, Carlos María de Alvear un plan para libertar a Chile, que consistía en apoderarse, en pleno invierno, de la ciudad de Coquimbo, donde armaría un ejército con los descontentos que se presentasen y con los soldados americanos del ejército real, que Carrera suponía dispuestos a desertar.

Pedía, para realizarlo, se le ayudase a equipar 500 soldados chilenos y se le facilitasen mil fusiles. San Martín, que fue consultado, demostró, con razones irrefutables, que el plan era de imposible realización. Alvear, empeñado en ayudar a Carrera, con la excusa de estar preocupado por la salud de San Martín, lo separó de su cargo de gobernador-intendente de Cuyo.

En 1816 regresó de Montevideo y se unió a las fuerzas del caudillo chileno Carrera y de los caudillos del Litoral Francisco Ramírez y Estanislao López en procura de derrocar al gobierno de Buenos Aires y establecer el federalismo, con él mismo, como gobernador de esta provincia.

El 25 de abril de 1820, deseoso de ocupar de nuevo el poder, que había perdido en 1815, Alvear encabeza una asonada y a esos efectos, a las diez de la noche de ese día, desembarcó en el puerto de Buenos Aires (venía desde Montevideo donde se había retirado para buscar el apoyo de Artigas), con la intención de apoderarse militarmente de la ciudad.

Rápidamente se reunió en la plaza del Retiro con un grupo de 43 jefes y oficiales partidarios suyos, que le aguardaban armados y se presentó nuevamente en el cuartel del Regimiento de «Aguerridos», cuyo segundo jefe, el comandante Anacleto Martínez, se puso a sus órdenes.

Alvear, se hizo proclamar comandante general de armas y dispuso que se encarcelara al general Miguel Soler, que desempeñaba ese cargo. Pese a haber logrado éste su primer objetivo, casi sin disparar un solo tiro y contando con el inesperado apoyo del comandante Martínez, en vez de aprovechar el tiempo y apoderarse militarmente de la ciudad, permaneció haciendo planes toda la noche en el cuartel.

A la mañana siguiente, el pueblo, enterado de este hecho se concentró en la plaza y los cuerpos cívicos puestos en armas, se mostraron dispuestos a sostener a las autoridades constituidas y a combatir a todo trance a Alvear y a sus amigos. Alvear, considerándose perdido y frustrados sus objetivos, abandonó la ciudad en la mañana del 27, acompañado por los jefes y oficiales adictos, que le permanecieron fieles hasta el último instante.

Con ellos fue a refugiarse entre los caudillos Ramírez y López. El 28, ya restablecido el orden, el gobernador Sarratea, declaró fuera de la Ley, a Alvear y a sus cómplices por la intentona revolucionaria. La actitud resuelta del pueblo de Buenos Aires había evitado los muchos y graves males que de seguro hubieran sobrevenido si el movimiento revolucionario iniciado por Alvear, hubiera prosperado.

Antes de morir, en noviembre de 1852, en carta a su hijo Emilio dejó su testamento político. “La causa fundamental de los desastres argentinos, dice, es no haber podido dar vigencia a una constitución y asegurar bajo su régimen un orden legal que garantizare todas las libertades. Los principios democráticos y republicanos son los únicos que nos convienen y los únicos también, capaces de salvarnos de tantos males y calamidades”.

Palabras que a la vista de los hechos que protagonizó, no son más que eso: palabras. Porque su tóxica relación con San Martín, su desmedida ambición por el poder, la traición a esa vocación democrática que dice poseer y finalmente, sus deseos de resignar nuestra soberanía en manos de la corona británica, son todos hechos, más que palabras, que hacen injusto el pedestal en el que la Historia lo ha colocado, cumpliendo, como siempre, los imperativos con el que intereses espúreos, escriben su relato.

El historiador Felipe Pigna narra hechos pocos contados sobre Carlos María de Alvear, diciendo: “Tenemos que recordar que San Martin siempre fue un personaje que quiere gobernar y que tiene todas las posibilidades de ser electo, por eso intentan sacarlo del medio, y más adelante intentan asesinarlo. Alvear en una nota escribe: ‘Nos sacamos de encima a San Martín, hombre enemigo del centralismo’”.

El señor Pigna narra el plan de sus detractores para asesinar a San Martín, quien se lo recordaría tiempo más tarde en una carta: “Usted ha atacado mi reputación, usted me ha puesto a este pueblo y a mí, en los mayores compromisos, usted me ha faltado a su palabra y bajo este sagrado compromiso, fugó usted del destino en que mi excesiva condescendencia lo había puesto, para buscar modo de abatirme, y esto lo tengo probado: pidió 15 o 20 asesinos al general Alvear para quitarme la vida”.

El general José María Paz y la hemofilia de Güemes
Y que muchos de nuestros próceres, por más virtudes que como hombres de armas, legisladores, administradores de los bienes públicos, intelectuales, caudillos u hombres de empresa hayan tenido, en algún momento de sus vidas, no se olvidaron de ser humanos y se dejaron vencer por sus pasiones, tenemos muchos casos.

Entre ellos, por ejemplo, el del general José María Paz, una figura descollante de nuestro pasado, que no dudo dejar volcado para la posteridad en sus “Memorias”, su inclaudicable antagonismo con Martín Miguel de Güemes, describiéndolo, aún sabiendo que eso no era verdad, como “un gangoso que debido a su hemofilia, jamás había participado personalmente en un combate, por temor a que una pequeña herida le causara la muerte desangrado”.

Curioso desempeño de algunos oficiales navales
El 2 de marzo de 1811, el coronel de marina Bautista Azopardo, al mando de la primera flotilla de la Patria, armada por Buenos Aires después del triunfo de la Revolución de Mayo de 1810, fue derrotado en el combate naval de San Nicolás por el capitán de fragata español Jacinto de Romarate que estaba al mando de una flota compuesta de los bergantines “Cisne” y “Belén”, la zumaca “Aranzazu”, los faluchos “San Martín” y «Fama” y el balandro de gavia “Castro”.

Saltándonos las alternativas de este encuentro, recordaremos que en un momento decisivo del combate, la flota realista quedó varada e inmovilizada para realizar cualquier maniobra y cuando se imponía un inmediato ataque a los buques realista inmovilizados, “la estrechez del paraje, el fuerte viento E-SE que azotaba las aguas, pero más que todo –dice un historiador– “la cobarde indecisión de algunos improvisados oficiales, disuaden a Azopardo de este propósito” y los buques realistas consiguieron zafarse de la varadura y se retiraron.

Ahora bien. Quienes eran los merecedores de ese lapidario calificativo?. Nunca nadie abrió la boca, creando un manto de sospechas que ensombrece los méritos de quienes no lo merecen. Una situación distinta a la que expuso Guillermo Brown luego del combate naval de “Punta Colares” que tuvo lugar el 3 de junio de 1825 durante la guerra con Brasil.

En esa oportunidad, luego del combate, Brown regresó a la ciudad y se quejó del desempeño de algunos de sus oficiales, específicamente Beazley, Warnes, Mason y Azopardo. “Se quejó de ellos porque consideró que se habían quedado fuera de la zona de acción y no habían participado activamente en la batalla (ver “Se cumplieron 197 años del Combate de Punta Colares”. Perspectiva Sur.com).

Manuel de Sarratea
Se le adjudica el triste mérito de ser el “prócer argentino, menos querido por los uruguayos” y es evidente, que detrás de una actuación muy meritoria en el desarrollo del proceso de nuestra Independencia, se esconde una personalidad conflictiva, alimentada quizás, por un exceso de autovaloración y ego sobre dimensionado.

En febrero de 1812, tres ejércitos sitiaban a la ciudad de Montevideo, donde se hallaba abroquelado el virrey De Elío con efectivos españoles: el de José Rondeau, situado en el Cerrito de la Victoria, el de José Gervasio de Artigas, en Tres Cruces y el de Manuel de Sarratea, en Arroyo Seco (hasta que con el Segundo Triunvirato en el gobierno, éste queda al mando de todas las tropas de Buenos Aires).

Una clara enemistad, de la que poco se sabe acerca de las razones que la fundamentaron (1), separa a dos de los protagonistas de ese suceso: Sarratea, miembro del Primer Triunvirato que gobernaba en Buenos Aires y Artigas, caudillo oriental con claras y definidas ideas que se contraponen con las que se sustentan en Buenos Aires con respecto al futuro de los territorios que conformaron el Virreinato del Río de la Plata.

En su lucha personal contra Artigas, Sarratea apela al gobierno de Buenos Aires expresando en una nota que le dirigiera el 6 de febrero de 1813: “Unos pocos fusilazos bastarán para liquidar a Artigas arrojándolo más allá de las márgenes del Cuareim.” (A.A. TIX, p. 277).

En un determinado momento, “La situación se hizo insostenible y según quedara anotado en los “Archivos de Artigas” , Tomo IX, página XXIV, Sarratea y un grupo de orientales, planearon el asesinato de Artigas a manos de Otorgués. Le dieron dinero, le regalaron dos pistolas francesas y Otorgués aceptó. pero de inmediato le avisó a Artigas, quien, el 11 de febrero se dirigió a Sarratea diciéndole: “V.E. parece que hace un último esfuerzo para aburrirme”.

En medio de esas graves diferencias que separaban a ambos comandantes, el rechazo de Artigas a las condiciones pactadas para firmar un Armisticio, provocó que el caudillo oriental se retirara con sus tropas del Sitio de Montevideo y solo cuando por sugerencia de Rondeau (2), el gobierno de Buenos Aires separó a Sarratea del mando y lo puso a él al frente de todos los efectivos, Artigas volvió a reincorporarse con sus tropas al Sitio, a fines de febrero de 1813.

(1). Sarratea no tuvo tacto en su trato con Artigas; probablemente llevaba de Buenos Aires instrucciones para apoderarse de su persona y considerando que Artigas no debía participar en los acontecimientos que se avecinaban, Sarratea intentó alejarlo de ese teatro de operaciones. Primero por las buenas y luego mediante el soborno y hasta el asesinato, pero, como no tuvo éxito, declaró traidor a Artigas, medida que fue rechazada por el resto del Triunvirato.

Y es así que Artigas, considerando que Sarratea, más que un aliado en su lucha contra los enemigos de su patria, la Banda Oriental, es un enemigo al que hay que destruir, apela a una operación conocida como “guerra de recursos”, cientos de veces utilizada por él; que fue tradición charrúa propia de la guerra en el desierto y que consiste en la privación al enemigo de su caballada y sus recursos alimenticios.

(2). Rondeau, advertido que la gravedad del enfrentamiento existente entre Sarratea y Artigas, pone en peligro el éxito de su misión en la provincia Oriental, intima a Sarratea que entregue el mando y se retire en el término de dos horas (A.A. TIX, p. 296) y le informa al gobierno de Buenos Aires: “El coronel Artigas echó al instante, mano de los infinitos recursos que tenía para hacer conocer la importancia de ellos e imponerse a este ejército, hasta arrojar de la provincia al general Sarratea”.

Benardino Rivadavia
Bernardino Rivadavia, cuyo nombre completo era Bernardino de la Trinidad González Rivadavia, fue un estadista unitario que trató de desarrollar e institucionalizar la nueva nación argentina de acuerdo con las ideologías europeas liberales de principios del siglo XIX.

En 1814, cuando en Cádiz se preparaba una expedición para recuperar las colonias americanas, fue enviado con Manuel Belgrano por el Director Supremo Gervasio Posadas en misión a Europa, para convencer a Fernando VII, ya repuesto en el trono español, sobre la conveniencia de negociar “la libertad civil de estas provincias”, pero no lograron el objetivo propuesto.

En 1821 fue nombrado Ministro de Gobierno por el gobernador de Buenos Aires, el coronel Martín Rodríguez y el 7 de febrero de 1826, asumió como primer Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata (1826-1827)

Durante los siete años que estuvo desempeñando ambos cargos, propició, estimuló y puso en marcha, una gran cantidad de medidas y reformas que abarcaban los más variados ámbitos: influyó en la promulgación del Estatuto que liberaba al poder ejecutivo del Triunvirato, de la autoridad de la Junta Conservadora en la que estaban representados los delegados provinciales. Con este documento, demostró su compromiso con el gobierno centralizado y con la teoría de la dominación porteña que caracterizarían sus futuras políticas y las de los unitarios.

Abolió el Cabildo de Buenos Aires como fuente de disturbios políticos; impulsó importantes reformas eclesiásticas; creó la Sociedad de Beneficencia; secularizó las órdenes monásticas; puso en marcha un ambicioso proyecto de obras públicas, en especial para modernizar la ciudad de Buenos Aries; impulsó la enseñanza elemental de los niños y los adultos analfabetos y echó los primeros cimientos de la educación pública y oficial.

Fundó la Universidad de Buenos Aires; estimuló la enseñanza de las nuevas doctrinas económicas y filosóficas en el Colegio de San Carlos; fundó un sinnúmero de Escuelas en la ciudad y en el campo; Creó el Banco Nacional; fundó varios Hospitales y Asilos para huérfanos y mendigos y fundó el Museo de Ciencias Naturales.

Para acelerar todos los procesos de cambio, trajo a tantos expertos europeos (generalmente contratados) como le fue posible, desde técnicos hasta profesores. Alentaba la esperanza de organizar colonias agrícolas para ocupar las tierras vacías y compró barcos para el comercio fluvial.

Y aunque evidentemente, tuvo muchos aciertos y fue claro el centralismo porteño que le imprimió a su gestión, su actuación pública fue polémica y se ganó la enemistad con muchos de sus pares, especialmente con San Martín (1), por una serie de medidas y acuerdos que potenció y que aparecen como atentatorios de los principios que decía defender o manchados por la sospecha.

Sus oscuras relaciones con Gran Bretaña, justificaron que se arribara a la conclusión de que “Bernardino Rivadavia tuvo una larga vida política asociada a los intereses ingleses y a diferencia de Alvear, que quería ser inglés, Rivadavia lo que hizo, fueron negocios y negociados con banqueros y empresarios ingleses”.

Y fue su vínculo con Gran Bretaña, lo que lo impulsó a poner en marcha cuatro proyectos (que muchos califican de negociados) cuyos contenidos significaron graves y largos perjuicios a los intereses de la Nación: el proyecto de explotación minera con la intervención de la “River Plate Minning Company”, el préstamo de la “Barn Brothers”, la constitución de Banco Nacional y la promulgación de la Ley de Enfiteusis.

En 1826 la Constitución Unitaria, promulgada luego de una apasionada defensa de Rivadavia, fue repudiada por los pueblos del interior y en mayo de 1827, Manuel José García, enviado del gobierno de Rivadavia para la firma de un acuerdo de paz con Brasil, se excedió en sus instrucciones y firmó un pre acuerdo de paz que comprometió la posición argentina causando graves problemas a Rivadavia, quien inmediatamente repudió la acción de García, pero ya había acumulado mucha oposición y hasta odios.

Y hasta aquí llegó la carrera política de Bernardino Rivadavia. Personalmente, nunca había gozado de popularidad y muchos sospechaban de sus negocios con Gran Bretaña. Había enfrentado a líderes como José de San Martín y Juan Martín de Pueyrredón por cuestiones personales; muchos unitarios de las provincias no estaban de acuerdo con su insistencia en el predominio de Buenos Aires y los federales se oponían a esto y a la centralización del gobierno.

Fue entonces que la suma de estos hechos provocó un rechazo a su actuación y Rivadavia, comprendiéndolo así, presentó su renuncia ante el Congreso, el 27 de junio de 1827.

De cualquier forma, la verdad es que, sin el apasionamiento que enturbia la razón, Bernardino Rivadavia soñó, trabajó, acertó y se equivocó tratando de engrandecer su país y actualmente sus compatriotas lo honran con admiración.

(1). Desde su posición en el gobierno, negó todo recurso a San Martín, que libraba la guerra de independencia y temiendo que éste, apoyado en su gran prestigio, intentara apoderarse del poder, haciéndose nombrar Jefe Supremo, perjudicando así sus aspiraciones políticas, lo boicoteó por todo los medios y hasta bloqueó su intención de convocar a la reunión de un Congreso Constituyente en Córdoba.

En la correspondencia que ambos mantuvieron con distintos destinatarios, surge claramente esta enemistad, que ninguno de los dos trató de ocultar, sino más bien, que intentaron dejar en claro las diferencias que los separaban. Para Rivadavia y sus seguidores, San Martín era un motivo de desconfianza. Permanentemente trataron de desacreditarlo y crearon una red de espías que cubría todos sus pasos mientras se hallaba en Europa. Para San Martín, Rivadavia era responsable de una “administración desastrosa y causante de más división entre los argentinos.

El 20 de septiembre de 1824, Rivadavia le escribe al Ministro de Hacienda de la provincia de Buenos Aires, doctor Manuel J. García y refiriéndose al general San Martín le dice: “Es mi deber decir a ustedes, para su gobierno, que es un gran bien para este país que dicho general esté lejos de él” (“Seamos libres”, Norberto Galasso, Editorial Coligüe, Buenos Aires, 2003.

Juan Larrea y Domingo Matheu
Dos personajes a quienes la Patria les debe mucho. No sólo aportaron sus máximos esfuerzos en la gesta de Mayo y luego para afianzar sus postulados, sino que comprometieron para ello, sus fortunas personales y quedaron en la miseria.

Juan Larrea, aunque español de nacimiento, hizo grandes aportes económicos para el éxito de la Revolución de Mayo y en 1811, ante la necesidad de contar con medios para combatir contra las fuerzas navales realistas, que desde Montevideo se hallaban dominando el Río de la Plata, durante la lucha por la Independencia, a instancias del Primer Triunvirato, Juan Larrea, contando con la buena voluntad y diligencia de Francisco de Gurruchaga, se pone al frente del proyecto que buscaba dotar con una escuadra naval al gobierno de Buenos Aires y hasta pone en juego su fortuna personal para lograrlo. Años más tarde, afectado por un cáncer de lengua y acosado por las deudas, se suicidó.

Pudo armar así, una muy precaria flotilla, que fue nuestra primera flota naval y se la puso bajo las órdenes del coronel de marina Juan Bautista Azopardo. Estaba constituida por la goleta “Invencible”, el bergantín “25 de Mayo” y la balandra “América”, nombres que el entusiasmo popular combinó como augurio de éxitos, bautizando a la flota “La América invencible del 25 de Mayo”.

En diciembre de 1813, designado ahora ministro de Guerra, por el Director Supremo Posadas, llevó a cabo, junto con el comerciante Guillermo White, la formación de la segunda escuadra argentina, que comandó luego el teniente coronel de Marina Guillermo Brown.

Domingo Matheu, por su parte, siendo un exitoso comerciante que había amasado una considerable fortuna, en 1810 fue nombrado Vocal de la Primera Junta de Gobierno y en 1813, Presidente de la Junta Grande.

Supo colaborar para la instalación del primer gobierno patrio y solventó económicamente a las expediciones militares al Alto Perú y Paraguay, pero su ayuda fue aún más importante: Arriesgó su fortuna y financió las políticas del primer gobierno patrio hasta que se hizo cargo de la Dirección de la “Fábrica de fusiles de Buenos Aires” y de la confección de los uniformes para vestir a las tropas empeñadas en la guerra de la Independencia.

Los que renegaron de su adhesión a Rosas después de Caseros
Al día siguiente de Caseros nomás, no tuvieron ningún empacho en cambiar rápidamente de bando, declamando acatamiento a las nuevas autoridades. Comenzando por los Anchorena, primos de Rosas y porteños acaudalados propietarios de grandes latifundios, muchos de los amigos y beneficiados durante los gobiernos de Rosas, renegaban de su pasado rosista y trataban de congraciarse con las nuevas autoridades.

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