UNITARIOS Y FEDERALES

Ya desde los primeros días de la República Argentina como nación libre y soberana, comenzaron a gestarse los dos grandes partidos políticos antagónicos que se definirían como unitarios y federales.

La declaración de independencia

CORNELIO SAAVEDRA, presidente de la Primera Junta de Gobierno Patrio y MARIANO MORENO, secretario del mismo organismo, el primero pro España y pro Inglaterra el segundo, fueron quizás los protagonistas liminares de ese duelo que continuó a través de los años.

Identificando en sus orígenes a sus protagonistas, como “unitarios” a unos y como “federales” a otros, exponiendo las diferencias entre el centralismo porteño y los intereses de las provincias del interior, la confrontación entre hermanos fue avanzando en el tiempo y  tomando luego distintos nombres, que en el fondo, representan el odioso antagonismo que ya desde aquella época, separa políticamente a los argentinos y se constituyó en una rémora insalvable del progreso y el desarrollo nacional.

De tendencia liberal, cultos e ilustrados, en su mayoría pertenecían a la «elite porteña» y  derivaban del «centralismo» de tiempos de la Independencia. Partidarios de una forma de gobierno “consolidada en la unidad de régimen”, los unitarios (Juan María de Pueyrredón, Bernardino Rivadavia, Carlos María de Alvear, Gregorio Aráoz de Lamadrid, Juan Lavalle, José María Paz, Justo José de Urquiza, Fructuoso Rivera, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Antonino Taboada, entre otros) y pro ingleses, pretendían imponer instituciones europeas que juzgaban adecuadas.

Era una corriente revolucionaria, innovadora y progresista, cuyos integrantes, bregando para reformar la estructura política y social del País, sostuvieron la necesidad de civilizarlo, a través de una adecuada legislación y de una moderna enseñanza. Defendía a ultranza  el predominio de Buenos Aires por sobre el resto de las provincias, manteniendo el control de su Puerto y su Aduana como único puerto habilitado para el comercio exterior.

Enfrente de ellos estaban los “federales” (José Gervasio de Artigas, Estanislao López, Manuel Dorrego, Facundo Quiroga, Juan Manuel de Rosas, Manuel Oribe, Justo José de Urquiza, Chacho Peñaloza, entre otros), Eran los  que seguían una tendencia conservadora y tradicional de raigambre hispano-católica, eminentemente práctica.

Partidarios de la descentralización del poder y de las autonomías provinciales, contaron con gran apoyo popular, por cuanto privilegiaron lo americano por sobre lo europeo. Representaron la forma primitiva de la democracia, porque sus gobiernos surgieron a través de plebiscitos mayoritarios.

Durante el segundo gobierno de JUAN MANUEL DE ROSAS. surgió en Uruguay, la misma pasión partidaria y dos de sus máximos referentes FRUCTUOSO RIVERA y MANUEL ORIBE levantaron las banderas de los unitarios y los federales porteños.

Y fue entonces, que en 1836, la tensión entre el presidente  Oribe y su tenaz opositor Fructuoso Rivera se volvió muy intensa. En torno a ellos se formaron dos bandos: los del lado del gobierno, y los liberales, seguidores de Rivera y vinculados a los unitarios de Buenos Aires.

En julio de ese año, Rivera se levantó en armas contra el gobierno por tercera vez, en la que se llamó la batalla de Carpintería, en el departamento de Durazno y fue durante esa batalla, librada el 19 de setiembre de 1836, que se emplearon por primera vez,  las divisas que luego identificaron a los dos grandes partidos políticos de la República Oriental del Uruguay.

Se dice que Oribe ordenó que sus tropas usaran una vincha blanca con el lema “Defensor de las Leyes” bordado en letras azules, mientras que Rivera dispuso que los suyos se distinguiesen por el color celeste, pero como los ponchos desteñían, en plena batalla ordenó que sus hombres los dieran vuelta y dejaran en vista el forro, que era de color rojo. Nacieron así los blancos (oribistas, «Defensores de las leyes», «Sostenedores de la legalidad» o «Amigos del orden» y “rosisras”) y los colorados (riveristas, liberales  y unitarios).

A ambas tendencias políticas, en una u otra orilla del Río de la Plata, les cabe la responsabilidad de haber desatado una sangrienta guerra civil que concluyó recién con la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852), aunque sin embargo, el problema que enfrentó a Buenos Aires con el resto de las provincias que integraban la “Confederación”, recién se solucionó en 1880, cuando el Congreso Nacional, declaró  a la primera, Capital de la República.

La caída de JUAN MANUEL DE ROSAS no marcó el fin del largo y cruento enfrentamiento entre federales y unitarios que había caracterizado especialmente a su segundo período como Gobernador de Buenos Aires.

A partir de Caseros, sólo se produjo un reagrupamlento en las filas de ambos bandos. Muchos y fervientes partidarios del gobernante derrocado se enrolaron junto a antiguos unitarios, en el campo del partido porteñista que, acaudillado en un primer momento por VALENTÍN ALSINA, pasó luego a ser dirigido por BARTOLOMÉ MITRE, mientras que el partido del unitario  URQUIZA, o de la Confederación, además de la mayoría de los viejos federales, recibió el apoyo de hombres que, en tiempos de la lucha contra ROSAS, habían militado en forma destacada en las filas de los unitarios.

La disyuntiva “federación o unitarismo”,  se transformó entonces en un enfrentamiento formal entre todos aquellos que —provincianos o porteños— buscaban la organización del país sobre la base de la igualdad de derechos de todas sus provincias, y los que —también provincianos y porteños— pretendían establecer una autoridad nacional que perpetuase el predominio de la clase dirigente porteña y por su intermedio, el de los grupos del interior, autollamados “cultos”.

Era, al fin de cuentas, el choque definitivo de la burguesía mercantil y de sectores de la burguesía terrateniente de Buenos Aires, y de sus personeros provincianos, contra los pueblos del interior que, como venía sucediendo  desde el alzamiento artiguista de 1815, se resistían a aceptar el injusto predominio político, económico y social de la antigua capital de los virreyes.

 JUAN BAUTISTA ALBERDI, otrora unitario furioso y después de Caseros, resuelto partidario de la Confederación, definió la naturaleza de esa lucha: «Esa guerra es la misma que la de la revolución contra el sistema colonial español co­menzada en 1810, la cual no está concluida ni cerrada todavía, porque está en pie la causa misma que la produjo, que fue la explotación de un vasto país por un centro metropolitano que vivía de sus recursos.

El Instinto de la vida hará que el país luche incesantemente por la reivindicación de sus medios de vivir la vida civilizada y confortable que merece por las condiciones de su rico y vasto suelo, hasta conseguirla”.

Vencidas por las armas en Pavón, con sus propios elementos y recursos financieros, las provincias tuvieron que soportar la apariencia de unión, que llamó el vencedor BARTOLOMÉ MITRE. ”una unión definitiva”. No había tal unión. El abismo que la impedía sigue abierto, y no había desaparecido de la vista, sino porque había  sido cubierto con papel pintado …».

Así, los que combaten al mitrismo, después de Pavón retoman la denominación de federales y no vacilan en designar a los partidarios del presidente con el viejo calificativo de “salvajes unitarios”, como los llama WALDINO URQUIZA, en carta que dirige a RICARDO LÓPEZ JORDÁN (ver Los Partidos Políticos en la Argentina hasta 1930).

2 Comentarios

  1. Anónimo

    Muy claro e informativo. Gracias!

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  2. Anónimo

    q gays q son pa

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