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LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN LA ARGENTINA (1810-1930)
Ya desde 1810, apenas calladas las voces de aquellos prohombres que proclamaron nuestra independencia de la corona española; casi simultáneamente con la asunción a sus cargos en la Primera Junta de Gobierno Patrio, surgieron diferencias de opinión, criterios dispares para analizar la coyuntura e intereses opuestos que influyeron en la toma de decisiones.
Ya dentro de ese grupo fundacional de nuestra Independencia, surgieron desaveniencias y así comenzó a gestarse la primera diivisión entre los argentinos:
Hubo un grupo de cabildantes que apoyaba fervientemente la necesidad de concretar una independencia total y efectiva de España, declarándonos libres y soberanos, pero también hubo quienes, señalaban que el momento no era el apropiado para hacerlo y defendían la conveniencia de continuar bajo la protección del manto de la corona española, hasta ver en qué terminaban los acontecimientos de Europa, mostrando así su vena conservadora y una egoísta defensa de sus intereses personales.
Fue así entonces que comenzaron a operar en el ámbito político nacional, dos grupos perfectamente identificados por sus ideas, que a través del tiempo tendrán diferentes nombres, pero conservando siempre férreamente sostenidos los principios liminares de sus filosofía, opacando los también numerosos intentos de equidistancia que fueron surgiendo en su camino:
Los “morenistas” fueron luego “unitarios”, “directoriales”, “antirosistas”, “liberales , “chupandinos”, “crudos”, “progresistas”, y “autonomistas” y Adolfo Alsina, Amancio Alcorta, Nicolás Anchorena, Nicolás Antonio Calvo, Ovidio Lagos, Francisco Bilbao, José Hernández, Julián Segundo de Agüero, Valentín Gómez, Manuel B. Gallardo, Juan Cruz Varela, Ignacio Núñez, eran sus principales figuras.
Mientras que los “saavedristas” devinieron con el tiempo en “federales”, “rosistas”, “federalistas”, “pandilleros, “cocidos”, “conservadores” y “nacionalistas, con Bartolomé Mitre, Valentín Alsina, Domingo Faustino Sarmiento, Vélez Sarsfield, Pastor Obligado, entre sus principales figuras
Morenista y Saavedristas
Las primeras facciones políticas que surgieron en el Río de la Plata, fueron la consecuencia lógica de la inoportuna presencia de dos personajes carismáticos en el seno de esa Junta, absolutamente enfrentados por su formación, sus idea y sus proyectos:
MARIANO MORENO, abogado, jacobino astuto e inteligente que veía a Buenos Aires como el centro y protagonista principal de los sucesos que se aproximaban y CORNELIO SAAVEDRA, militar de prestigio, de participación decisiva durante los sucesos de Mayo de 1810, cuya mirada más tolerante, se dirigía hacia el interior, pretendiendo darle una mayor participación y derechos a las provincias.
Nacieron así los “morenistas” y los “saavedristas”. Las primeras facciones políticas que se enfrentarán en el devenir de nuestra Patria. Ambos dotados de contagiosa energía y ambos capacitados para ejercer funciones de liderazgo, pero enemigos irreconciliables en el terreno de la política.
Uno terminará muerto misteriosamente mientras viajaba a un “destierro dorado” como embajador en Europa; el otro, denostado por sus contemporáneos y tardíamente reivindicado. Ninguno de los dos logró una clara y mayoritaria adhesión, su influencia fue efímera y en la búsqueda de sus objetivos sus partidarios no apelaron a la violencia, como lamentablemente sucedió después de ellos.
Unitarios y Federales
El surgimiento de dos proyectos de país, diametralmente antagónicos hizo fracasar a partir de 1814 dos intentos valiosos y provocó el surgimiento de los “unitarios” y los “federales”.
En efecto, el Directorio, una estructura pergeñada por los “unitarios”: centralista, con un Buenos Aires hegemónico acompañado por algunas provincias privilegiadas y el surgimiento de la “Liga de los Pueblos Libres”, liderada por el caudillo Uruguayo JOSÉ GERVASIO DE ARTIGAS, claramente federalista, que propiciaba la existencia de Estados provinciales soberanos e independientes y decididamente apoyada por las provincias del Litoral, fueron los hitos liminares de estos dos partidos políticos, que se gestaron con seguidores que enfrentados por más de 66 años, destrozaron innumerables intentos para lograr la organización institucional de la República Argentina.
Con ellos nació una de las tantas dicotomías de la Historia Argentina., que quizás, por la intransigencia de sus cultores, sea la que nunca tuvo ni tendrá posibilidades de borrarse del ser argentino.
Y ello es así por la irrupción de JUAN MANUEL DE ROSAS en el escenario político nacional Uno de los más fervientes “federales”, caudillo indiscutido de Buenos Aires que durante 35 años luchó, contra los intentos de autonomía y soberanía de las provincias, arrastrando en su lucha por imponer la hegemonía porteña a la tortura y la muerte de numerosos opositores y postergando desde 1835 hasta 1852, la consolidación del país que había nacido en 1810.
Los antiguos “morenistas”, fueron después los “directoriales”, “unitarios” y “antirosistas”, distintos nombres que fueron recibiendo a través de los años, aquellos que deseaban organizar el país, bajo un sistema liberal y centralizado.
Cultos e ilustrados y partidarios de una forma de gobierno “consolidada en la unidad de régimen”, los unitarios pretendían imponer en nuestro medio, instituciones europeas que juzgaba adecuadas.
Fue un corriente revolucionaria, innovadora y progresista, cuyos dirigentes sostenían la necesidad de civilizar el país, por medio de una adecuada legislación y un privilegiado sistema educativo. Desde Buenos Aires, la ciudad predominante, poseedora del único puerto habilitado para el comercio exterior, los unitarios bregaron por reformar la estructura política y social del país.
Los “federales” en cambio, también identificados como “rosistas”, seguían una tendencia conservadora y tradicional, de raigambre hispano-católica, eminentemente práctica, adaptada al medio y exigida por las circunstancias.
Partidarios de la descentralización del poder y de las autonomías provinciales, contaron con un gran apoyo popular, por cuanto prefirieron lo “americano” a lo “europeo” y representaron una forma primitiva de democracia, porque sus gobiernos, surgieron (casi siempre), de plebiscitos y de apoyos mayoritarios.
Ambas tendencias políticas opositoras, no tardarán mucho en desatar una sangrienta guerra civil que recién concluyó con la victoria de URQUIZA sobre ROSAS en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852. Sin embargo, el problema entre Buenos Aires y el interior (representado por lo que fue la “Confederación Argentina), recién se solucionó en 1880, cuando el Congreso Nacional, declaró a Buenos Aires, capital de la
Federalistas y Liberales
Derrocado el régimen de ROSAS en 1852, la organización nacional no fue tarea fácil. URQUIZA, su vencedor y líder de los “unitarios”, que lucharan enconadamente contra ROSAS, continuó bajo la ideología de éste, es decir, la “federal”, provocando así, la hostilidad de los porteños, quienes plantearon sus problemas con URQUIZA y la Confederación Argentina y bajo las directivas de VALENTÍN ALSINA, defendieron la preponderancia de los intereses de Buenos Aires, sobre los del resto del país y trataron de conciliar a Buenos Aires con la Confederación.
El Acuerdo de San Nicolás (31 de mayo de 1852) y su rechazo por parte de Buenos Aires, volvió a dividir la opinión del público. Esta vez en “Federalistas” y “Liberales”. Los primeros, de tendencia porteña y separatista y que contaban entre sus filas a BARTOLOMÉ MITRE, DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO, HÉCTOR VARELA, VALENTÍN ALSINA, DALMACIO VÉLEZ SARSFIELD, PASTOR OBLIGADO y otros de semejante renombre.
Los segundos, los “liberales”, seguidores de ADOLFO ALSINA, postulaban la preservación de la integridad territorial del estado bonaerense, incluída la gran ciudad-puerto y eran sus principales defensores Amancio Alcorta, Nicolás Anchorena, Nicolás Antonio Calvo, Ovidio Lagos, Francisco Bilbao y José Hernández.
Pero el problema de la capital de la República seguía sin resolverse. La “Ley de Compromiso”, marcó un acuerdo provisorio entre la provincia de Buenos Aires y el resto, aceptándose por ambas partes, que en la ciudad de Buenos Aires, siguiesen residiendo las autoridades nacionales.
Eran tiempos de duras luchas partidarias y consecuentes militancias y favoritismos y la picaresca popular dejó para el recuerdo, los curiosos nombres con los que se identificaba cada una de estas facciones.
A los seguidores de MITRE, se los llamaba “nacionalistas”, “progresistas”, “federalistas”, “cocidos” y “pandilleros” y a sus opositores, correlativamente, “autonomistas”, “conservadores”, “liberales”, “crudos” y “chupandinos”.
Nacionalistas y Autonomistas
Durante su presidencia, el General BARTOLOMÉ MITRE, en forma reiterada intento lograr la federalización de la provincia de Buenos Aires y el 7 de junio de 1862, envió un mensaje al Senado de la Nación solicitando la ley de Capital de la República.
El 20 de agosto el Congreso votó la ley federalizando todo el territorio de la provincia de Buenos Aires e inmediatamente después, Mitre, como gobernador de la provincia y presidente de la Nación, le solicitó a la Legislatura de la provincia de Buenos Aires, que aceptara la federalización de la misma, pero los diputados provinciales rechazaron de plano la ley nacional.
El intento de federalizar la provincia intentado por Mitre, causó la división del Partido Unitario de Buenos Aires en dos: el Partido Nacionalista, liderado por Mitre– y el Partido Autonomista, encabezado por ADOLFO ALSINA, que defendía la integridad territorial y la autonomía política de la provincia de Buenos Aires y bregaban para que Buenos Aires continuara como capital de la provincia con ese mismo nombre, pero no del país.
El “autonomismo pronto contó entre sus adherentes, a LEANDRO ALEM y poco después a su sobrino HIPÓLITO YRIGOYEN. En realidad, en Buenos Aires, pronto se agrupó el resto de los federales supervivientes del rosismo y esto les facilitó establecer lazos con las provincias y sus fuerzas políticas locales.
Partido Autonomista Nacional o Conservador y Partido Republicano
En ese contexto, en 1868, se decidió la presidencia de DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO y en 1874, cuando se propició en toda la Nación, la candidatura presidencial de NICOLÁS AVELLANEDA, surgió un nuevo partido político llamado “Partido Nacional”, que tuvo mucho éxito y triunfó en la mayoría de las provincias, logrando por eso, llevarlo al poder.
Una vez que éste asumió el cargo, de acuerdo con la política conciliadora que había sido contemplada en su campaña proselitista, pudo lograr la “conciliación” entre los dos políticos porteños. El partido “Nacional” de Bartolomé Mitre, se unión con el “Autonomista” de Adolfo Alsina y así surgió el “Partido Autonomista Nacional” (PAN), posteriormente denominado partido “Conservador”.
Pero una fracción de los autonomistas, lo más destacado de la juventud autonomista encabezados por LEANDRO ALEM y ARISTÓBULO DEL VALLE, ROQUE SÁENZ PEÑA e HIPÓLITO YRIGOYEN entre otros, se opuso a esta de unión. Se pronunciaron en contra de la misma y formaron el “Partido Republicano”, pero los unionistas se hicieron fuertes y llevaron al poder a JULIO ARGENTINO ROCA y después a JUÁREZ CELMAN.
Unión Cívica de la Juventud y Unión Cívica
Durante el mandato de éste último, los graves problemas políticos y económicos que finalmente provocaron su renuncia el 6 de agosto de 1890, fueron propicios para que el 1º de setiembre de 1889, surgiera un nuevo partido: la “Unión Cívica de la Juventud”, que más tarde, pasó a llamarse “Unión Cívica” (ver “Unión Cívica de la Juventud”).
Finalmente, el Partido Republicano tuvo una existencia muy breve, porque, una vez que falleció Alsina, los “republicanos” volvieron a sus orígenes “autonomistas” y más tarde fracasaron en el intento de extender su influencia hacia todo el país.
Unión Cívica Nacional y Unión Cívica Radical
En 1891, durante la presidencia de CARLOS PELLEGRINI, la Unión Cívica (ex “Unión Cívica de la Juventud”), se dividió debido al acuerdo que culminó con la candidatura de BARTOLOMÉ MITRE. Los que lo aprobaron, formaron la “Unión Cívica Nacional” (seguidores de Roca, Pellegrini y Mitre entre otros) y los disidentes, que no aceptaron el acuerdo y por ende, la candidatura de Mitre, dieron origen a un nuevo partido que se llamó “Unión Cívica Radical” bajo la dirección de Leandro N. Alem y que desde sus inicios, se caracterizó por una actitud absolutamente revolucionaria, contraria al fraude electoral y al continuismo político.
Partido Conservador
En la historia argentina, existieron varios partidos con ese nombre, pero ninguno logró obtener una representación nacional que se prolongara en el tiempo y luego de ser sancionada la Ley Sáenz Peña (voto secreto, universal y obligatorio), sufrió un duro revés del que no pudo reponerse.
El movimiento político genéricamente denominado “conservador”, nunca constituyó un auténtico partido nacional; fue siempre una conjunción de fuerzas locales afines a esta ideología:
Entre ellos se pueden mencionar al Partido Autonomista Nacional (PAN), partido político conservador en lo político y liberal en lo económico, que tuvo preeminencia durante el período 1880-1916 y que, luego del triunfo de Yrigoyen (1916), entro en un proceso de virtual disgregación a nivel nacional, aunque logró mantener su prestigio en varias provincias.
Partido Concentración Nacional, o Concentración Nacional de Fuerzas Opositoras, fue una alianza de partidos conservadores formada para las elecciones presidenciales de 1922 y que, en 1931, luego de la revolución de Uriburu en 1930, volvió a ocupar el gobierno del país con el nombre de Partido Demócrata Nacional (PDN) y produjo las presidencias de Justo, Ortíz y Castillo, pero ello debe atribuirse más bien a acuerdos electorales, antes que a un auténtico apoyo popular.
Quienes admitieron tal acercamiento constituyeron el Partido Conservador Popular, acaudillados por Vicente Solano Lima y quienes categóricamente rechazaban todo acuerdo, formaron la Federación de Partidos del Centro.