UNA EMPRESA COLONIZADORA FALLIDA (22/08/1821)

Una de las primeras y lamentablemente fallida empresa colonizadora que se proyectó en la República Argentina, tuvo un triste final y puso en evidencia la incapacidad (desidia o deshonestidad?) de nuestros gobernantes, para poner en práctica ésta, que luego  fue una muy  importante herramienta para lograr nuestro desarrollo (ver Corrupción, hubo siempre).

1825, Rio de la Plata (Argentina) Agricultural Association, 1 ...

BERNARDINO RIVADAVIA era un ferviente partidario de la colonización mediante la concesión de tierras a colonos extranjeros. Una de sus preocupaciones fundamentales durante su primera estadía en Europa había sido la de traer «labradores, comerciantes y demás hombres útiles del Norte», según escribía a Pueyrredón el 9 de setiembre de 1818.

Ya ministro de MARTÍN RODRÍGUEZ, varias iniciativas de RIVADAVIA, fueron orientadas hacia rumbos más prácticos y le dio impulso a sus ideas sobre la colonización, logrando que la Legislatura, a propuesta del Poder Ejecutivo, aprobara el 22 de agosto de 1821 una ley por la cual «el gobierno quedaba facultado para negociar el transporte de familias industriosas, que aumenten la población de la provincia».

En setiembre del mismo año, el gobierno recibió una nota de John Thomas Barber Beaumont, fechada en Londres, en la cual le propone traer familias inglesas. Rivadavia le contestó de inmediato el 24 de setiem­bre de 1821, pidiéndole que se pusiera en contacto con Hullet Hermanos y Compañía, agentes comerciales del gobierno de Buenos Aires en Londres, y el mismo día escribía dos notas a estos agentes, encargándoles de las gestiones para el envío de inmigrantes.

A partir de entonces se inició una larga tramitación entre el gobierno, Beaumont y Hullet. En cierto momento, Beaumont propuso destinar parte del capital de la sociedad para adquirir tierras en propiedad, ya que el gobierno no estaba dispuesto a entregárselas en donación.

Rivadavia envió en­tonces nuevas instrucciones a Hullet el 24 de noviembre de 1823 en las que afirmaba: «El Ministro juzga innecesario que este señor tome el medio que propone de comprar una hacienda, mucho más cuando no sería tan útil, ni para él, ni para la población, pues.., es a todos respectos preferible el que los recursos sean destinados al más pronto envío de un mayor número de matrimonios que se establecieran ventajosamente en el país».

En la misma fecha el gobierno encomendó a dos hombres de negocios de Buenos Aires Sebastián Lezica y José Agustín Lizaur las gestiones en el continente europeo para traer inmigrantes de Escocia, Holanda, Alemania y todo el Norte de aquel Continente. Las condiciones serían las mismas: entrega de tierras en enfiteusis y pago de los gastos de viaje al llegar a Buenos Aires.

Muy poco después el 13 de abril de 1824 el Gobierno constituyó una Comisión especial, primer organismo especializado en la materia que existió en el país, para «proporcionar de Europa a los propietarios y artistas del país, los trabajadores y artesanos que éstos soliciten bajo contrato». Lezica llegó a Londres en junio y se puso en contacto por intermedio de Hullet con Barber Beaumont.

Encontró allí a John Parish Robertson y a Félix Castro, comisionados de Buenos Aires para contratar el empréstito con la Casa Baring, sumamente entusiasmados con la perspectiva de brillantes negocios de colonización.

Castro, que había ganado una fortuna con la comisión del empréstito, entró en sociedad con Beaumont y Lezica en Londres, mientras Robertson marchó a su Escocia natal para invertir su gran fortuna, también producto del empréstito y sus actividades mercantiles trashumantes, en una vasta empresa colonizadora que se presentaba con brillantes posibilidades.

La Rio de la Plata Agricultural Association. En setiembre de 1824, llegó Rivadavia a Londres. Aunque su objetivo princi­pal era fundar una empresa minera, también se interesó en formar una sociedad colonizadora. En noviembre, entre Beaumont, Lezica, Castro y Hullet constituyeron la «Rio de la Plata Agricultural Association», con 1.000.000 de libras esterlinas de capital para el negocio de comprar propiedades o concesiones de enfiteusis y poblarlas con agricultores ingleses.

Los empleados de la Casa Hullet escribieron folletos sobre las «fértiles praderas de las pampas», y el Secretario de Rivadavia, Ignacio Núñez, redactó un libro publicado en 5 idiomas donde ofrecía a los extranjeros «un territorio in­menso, virgen y fértil, con abundantes producciones y un temperamento benigno… que reclama lo que sobra en otros países: brazos y capitales».

Se formó el Directorio de la nueva empresa y se repartieron las acciones. Beaumont era el Presidente con 500 acciones liberadas. Lezica y Castro «con 800 acciones liberadas a su nombre» figuraban como Directores juntamente con 4 ba­rones ingleses de la más alta respetabilidad. La empresa se presentaba con el mejor auspicio y Hullet, encargado del lanzamiento de las acciones, las colocó en la bolsa, arriba de la par.

Corrían los tiempos del boom bursátil londinense. Lezica y Castro vendieron sus acciones cuando todavía estaban en alza, obteniendo una «ganancia de 80.000 libras sin arriesgar un solo penique», diría el hijo de Barber Beaumont en su libro «Viajes por Buenos Aires, Entre Ríos y la Banda Oriental (1826-1827)».

Por el contrario, su padre no vendió sus títulos y se empeñó en llevar adelante la empresa. Rivadavia le había asegurado formalmente a Barben Beaumont «que las tierras del convento suprimido de San Pedro le serían cedidas a perpetuidad mediante el pago al Estado de un arrendamiento usual, en lo que mi padre estuvo de acuerdo y aceptó», cuenta el hijo de Beaumont. Rápida­mente comenzaron a reclutarse agricultores.

Era un mo­mento propicio para ello, porque la crisis industrial había paralizado muchos brazos y abundaban la desocupación y el hambre. Agentes de la sociedad anotaban en los suburbios de los centros fabriles a quienes querían ir con viaje pago y un pequeño adelanto al embarcarse.

La primera tanda de 50 agricultores de los suburbios de Glasgow se embarcó en febrero de 1825. A fin de año lo hizo la segunda, desde Liverpool, que alcanzaba a 200, y en marzo de 1826 la tercera, también de 200 colonos. Encabezaba esta última el hijo de Barben Beaumont, mientras debía ocuparse de los primeros Sebastián Lezica, quien regresaba al país con ellos. Llegan los agricultores.

El primer contingente de la «Agricultural», debía ir a San Pedro, pero nadie sabía nada acerca de la concesión prometida por Rivadavia y se suponía que la sociedad había comprado un campo. Nadie se hizo cargo de los viajeros en la rada, y Lezica dejó el cometido a un tal Mr. Jones, «empleado con buen sueldo de la Compañía», que tampoco mostró mayor diligencia.

Abandonados a su suerte, los inmigrantes se enrolaron en los cuerpos de línea y en la marina, necesitada de voluntarios para la guerra con el Brasil y algunos se quedaron en Buenos Aires ganando los buenos salarios que por ese entonces obtenían los artesanos.

Sólo unos pocos consiguieron ser lle­vados a San Pedro por su insistencia ante Lezica y Janes, para encontrarse allí que tampoco nadie estaba enterado de la concesión, mientras el Juez de Paz les recomendaba que «se volviesen no más a Buenos Aires». Cuatro se quedaron porque les gustó la vida nómade de los gauchos.

Ante las quejas de Londres, Lezica adquirió para la «Agri­cultural» un campo en Entre Ríos, donde mandaron al se­gundo contingente proveniente de Liverpool. Lo hizo di­rectamente desde Ensenada para impedir que los nuevos inmigrantes se dejaran seducir por los primeros, que habían sido captados por Buenos Aires, y se negaran a trabajar en el campo. Sin embargo, la empresa también fracasó.

Aunque el campo de Entre Ríos por lo menos existía, Lezica no envió los enseres y útiles de labranza remitidos por la «Agricultural» desde Londres, porque prefirió embargarlos provisionalmente para resarcirse de los gastos ocasionados por la compra del campo. La vida se hizo sumamente dificultosa para los ingleses en Entre Ríos y acabaron por abandonar la colonia y regresar a Buenos Aires a ganar buenos salarios como peones de saladeros o artesanos.

Finalmente JOHN THOMAS BARBER BEAUMONT (hijo) a Buenos Ai­res con el último lote. Cuando éste se dirigió a San Pedro en 1826 para averiguar la suerte de los primeros inmigrantes de la compañía, encontró que casi todos se habían ido a Buenos Aires, pero algunos, cuenta en sus «Memorias»:

«habían adoptado la vida de los gauchos y parecían muy satisfechos con el cambio de situación, me hablaron muy bien del país, y su apariencia robusta y sus rostros alegres demostraban mejor que todas las frases que llevaban una vida feliz». Se opusieron a trabajar en la empresa colonizadora, negándose a seguirlo en nuevas andanzas.

No había sido feliz su viaje, pues la mayor parte de los colonos del segundo contingente prefirieron volverse a Inglaterra al saber que había guerra entre la Argentina y Brasil.

Sólo llegó a la Argentina con 50 inmigrantes para encontrarse que las dos tandas anteriores habían fracasado: los agricultores no querían salir de Buenos Aires; Lezica se había quedado con el dinero para gastos y había embargado los enseres porque se consideraba perjudicado. Oyó decir que, a cambio de la concesión de San Pedro, se daría a los inmigrantes una isla en el río Negro (posiblemente Choele-Choel), pero también se enteró que el río Negro estaba todavía en poder de los indios.

Beaumont trató de entrevistar a Rivadavia, quien ya era el Presidente de la Nación, para exponerle las preocupaciones suscitadas por la empresa fallida.

La entrevista se efectuó fríamente, y “con un aire formal de protección, una vez más me dio a conocer–dice Beaumont- “que el señor Rivadavia en Londres, y don Bernardino Rivadavia, presidente de la República Argentina, no debían ser considerados como una y única persona”, agregando que debía tratar la cuestión con Domingo Olivera, instruido sobre el caso, y desapareció de la escena, introduciéndose en la sala contigua de donde había antes aparecido”·.

Beaumont consideró que el gobierno argentino había burlado los términos del convenio, y defraudado las esperanzas de los inmigrantes.

Al respecto escribió amargamente:… pero ahora ha visto el país, y los actos de su gobierno, con sus propios ojos; ha comprado la experiencia a un precio muy alto, y se cree en deber con sus conciudadanos y con el público de ofrecerles el beneficio de esta experiencia” (Obra citada p. VII-VIII).

Después de recurrir, sin éxito a RIVADAVIA, Beaumont, ligero de corazón y de bolsillo, emprendió el regreso a Londres y así concluyó el desafortunado negocio.Más tarde, estando ya en Londres, en 1828, apareció en Londres su libro con el título:

“Travels in Buenos Aires, and the adjacent provinces of the Rio de la Plata. With observations, intended for the use of persons who contémplate emigrating to that country, or, embarking Capital in its affairs” y allí, su autor se explaya explicando los fracasos de la empresa de inmigración proyectada por su padre, culpando al gobierno de Buenos Aires de ser el causante de esa situación, dirigiendo sus incisivas críticas, especialmente a BERNARDINO RIVADAVIA.

Pero decepcionado y con ánimo de venganza, nuevamente se embarcó de regreso a Buenos Aires el 7 de junio de 1827 –veinte días antes de la renuncia de Rivadavia, y se dedicó a fortalecer los vínculos que ya había establecido aquí con excelentes amistades porteñas, reconociendo más tarde, la hospitalidad que hallara en casa de las viudas de los generales Balcarce y Belgrano.

Su venida al Río de la Plata le dio ocasión de recorrer diversos lugares que describe y que le permiten señalar circunstancias no advertidas por otros viajeros. Los usos y costumbres de la gente de los lugares visitados y algunas anécdotas le hacen trazar un cuadro destinado a impresionar a los accionistas de Londres con relación a diversos aspectos económicos e industriales de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

La fauna y la flora no sólo de los lugares visitados sino también de los centros principales, atrajeron su atención. En el capítulo tercero se ocupa de los aborígenes, y en particular, de los pampas, describiendo sus costumbres e industrias como sus trabajos en cueros.

Al referirse a los naturales del Norte, señala la calidad de sus tejidos, sobre todo de los ponchos, diciendo “estas prendas a que me he referido, son usadas por todos, no creo que haya un solo criollo que las fabrique en el país, porque los indios son los únicos en ocuparse de esa industria.

Entre los carpinteros y albañiles nativos, los más numerosos –según lo he oído decir- y los mejores son los indios, y yo reuní varias piezas de plata, estribos, adornos de riendas y mates hechos por los indios en las provincias de arriba, que no hubieran desacreditado ni mucho menos a un platero londinense”.

Dedica páginas especiales a los criollos y en especial a las mujeres, de las que hace un juicioso elogio. Se ocupa en particular del gaucho y describe sus costumbres, dedicando también la atención de su pluma a las estancias. En el capítulo sexto consagra la parte final a la visita que hizo al presidente Rivadavia, de la que ya nos hemos ocupado.

La obra fue traducida al castellano por José Luis Busaniche, autor también de las notas oportunas e ilustrativas que acompañan el relato, el que va precedido de un estudio preliminar de Sergio Bagú, que valoriza la obra dando noticias complementarias para fijar su importancia (ver Inmigración y colonización).

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