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LAS MULAS, IRREMPLAZABLES Y TEMPERAMENTALES
Las mulas eran el único medio de transporte adecuado a las tierras altas, más allá de Jujuy. Por eso, para transportar mercancías entre el Río de la Plata, el Alto Perú y el Perú, se utilizaban las recuas de mulas, o caravanas de mulas, compuestas a veces por hasta 1.000 animales.
Su habilidad para sortear obstáculos, la firmeza con la que avanzan en los terrenos más escarpados y su sobriedad, las habilitaba como el vehículo ideal para esas latitudes. Con paso firme y seguro, las mulas cruzan ríos crecidos y arenales, descienden a los valles profundos y trepan por los desfiladeros dé la Cordillera hasta las pampas del altiplano.
Un comerciante veterano viajero en estas regiones, dejó en cierta oportunidad sus comentarios acerca de las bondades y problemas que acarreaban las mulas que se empleaban para el transporte de personas y mercaderías en aquellos años de los siglos XVIII y XIX, por los caminos de la Patria.
En sus charlas, lo primero que le venía a la mente era el disgusto que provocaba la lentitud e indisciplina de las mulas. Decía a este respecto que avanzan desordenadamente: una recula, la otra se desvía, una tercera anda a paso largo y tendido. . Son animales muy asustadizos ya que de nada se espantan, obligando a que la peonada marche con mucha atención y celo. Pueden galopar dos millas de un tirón, pero eso es excepcional.
Lo normal es que vayan siempre como si estuvieran cansadas, con paso lento e indiferentes a los gritos y latigazos que algún impaciente crea que así apurarán su marcha. “Pareciera ser que están convencidas de que son indispensables”, afirma.
“La caravana procura primero marchar ordenadamente y a la par, pero termina por hacerlo de acuerdo a las posibilidades, buenas o malas y la voluntad de las mismas mulas. Para conducirlas, es necesaria mucha peonada que las lleven o arreen en un medio círculo, con mucha atención, porque, si por algún acontecimiento se disparan y la tropa se divide, serán muchas las que se pierdan.
En esas vastísimas campañas, había muchos caballos y yeguas cimarronas, dispuestas a darle refugio a las escapadas, sin que hubiera forma de recuperarlas, vista la hostilidad de esos animales salvajes, que sabían defender ferozmente a las asiladas”.
“Pero lo que eran méritos cuando se las empleaba para el transporte, se volvían pesadillas cuando se montaban para viajar hacia un destino lejano. El viajero, acostumbrado a trasladarse a caballo o en coche, necesitaba enormes dosis de paciencia para afrontar el ritmo cansino y paciente de su cabalgadura, si es que montaba una mula.
Porque, si bien la firmeza y seguridad de su marcha las hacían irremplazables para transitar por aquellos difíciles caminos, su díscolo comportamiento y su paso de inalterable y exasperante lentitud, demandaban una gran dosis de paciencia para aceptarlas como eran, sin caer en la tentación de creer que castigándolas se podía lograr algo, pues, a testarudas, no hay animal que se le compare”.
“Pero si se quiere, mientras se hace un viaje montando una mula, marchar solo, pensativo quizás malhumorado por las incomodidades que debe padecer, puede aprovechar las interminables horas del trayecto para filosofar sobre el pasado y hacer planes de futuro, aunque le resulte frustrante ver pasar a su lado a un jinete montado en un veloz caballo”.
Leyendo el relato de este arriero, nos dejamos tentar por el deseo de transcribir algunos de sus comentarios que van más allá del comportamiento y la utilidad de las mulas, razón de esta nota: “Cómo se soportan las primeras jornadas de esos extenuantes viajes?, fue la primera pregunta que le hicieron:
“Uno se despierta todo entumecido y con desgaste de piel y huesos, pero descansar en esos caminos es sólo un imposible. Se duerme dos horas de veinticuatro, al aire libre o en pésimas postas, si no se tiene la suerte de encontrar una estancia amigable en el camino.
El cansancio no afecta solamente a los hombres, también las mulas se fatigan con exceso y amanecen malhumoradas y molidas, sobre todo si acaban de invernar en los alfalfares de Salta. Considero inadecuado el método de forzarlas a cruzar la quebrada sin un entrenamiento previo. Quince días de preparación evitarían muchas pérdidas.
Algunos viajeros afirman que quizás los peones las castigan con excesivo rigor, le dicen: “No comparto esa opinión. Los peones que he conocido tratan con cuidado a los animales y los animan con canciones. Si alguna mula se aparta de la yegua madrina o se echa agotada en el suelo, van a buscarla y aunque esto demande tiempo, se limitan a amonestarla, dándole un leve chasquido en las ancas.
Los arrieros nunca están apurados y por eso, no se molestan por estas demoras, ya que su vida transcurre en los caminos. No ocurre lo mismo con los comerciantes que viajan en una recua: ellos siempre están apurados y no tiene la paciencia necesaria para comprender que las mulas son mulas y nada ni nadie las va a hacer cambiar”.
Qué atuendo recomendaría Usted para esas marchas, se le preguntó: “Conviene comprar e Jujuy todo lo necesario antes de partir: sombrero de paja aludo para evitar los rigores del sol; pañoleta atada a la cabeza con el mismo objeto; poncho de abrigo para las noches que son muy heladas; ropa liviana debajo, por el calor de las horas diurnas, además de botas gauchas de estambre abrochadas en las rodillas y dos chifles para el agua.
Provisiones de jamón, lengua, charqui cortado en rebanadas y aderezado por los nativos con hierbas y especias; un buen lote de bizcochos y cigarrillos para convidar a la peonada. Si olvidar una pava (o calderita), que sirve tanto para preparar café, como para hacer un excelente guiso regional, compuesto de charqui mezclado con harina, cebolla, porotos y grasa” (ver Mulas, carretas y hormigas).