LA PROVINCIA DE MENDOZA VISTA POR UN VIAJERO  (1815)

Mendoza, la bella e industriosa capital de Cuyo resulta un oasis para los viajeros que llegan a ella agotados por la monótona travesía de la pampa. Uvas, melones, membrillos, duraznos, peras y toda clase de hortalizas crecen en las huertas mendocinas gracias al riego que fertiliza su rica tierra. Sin embargo, a poco de andar se advierte que la zona cultivada ocupa una extensión reducida, próxima a los ríos Mendoza y Tunuyán y que más allá, donde habitan los pehuenches, la aridez y la sequedad del suelo son intolerables.

La edificación es muy sencilla y casi no se emplea el ladrillo. La mayoría de las construcciones son de adobe blanqueado a la cal, con techos de simples cañas colocadas sobre tirantes y cubiertas con barro (las escasas lluvias explican el uso de materiales tan precarios). Tapias de color pardo construídas también con adobes (mezcla de barro y paja picada), rodean los amplios jardines y las calles, bordeadas por acequias, tienen apariencia modesta pero son más limpia que la de otras poblaciones.

A los viajeros les conviene alojarse en casas particulares más que en las pésimas fondas que abundan. No es difícil recibir la invitación de una familia destacada si se traen recomendaciones, en especial de Buenos Aires o de Santiago, ciudades es­trechamente vinculadas a Cuyo por razones comerciales.

Los interiores de las viviendas carecen de lujos ya que muy pocos están en condiciones de ofrecer las comodidades del moblaje y de la vajilla europea a sus huéspedes. Pero la afabilidad de los mendocinos es proverbial y las costumbres de una sociedad patriarcal, no han sido contaminadas por el progreso de que hacen gala, en cambio, los porteños.

Las diversas clases sociales no se diferencian demasiado entre sí. Existen, por supuesto, algunos ricos comerciantes vinculados al tráfico de mulas que lleva a los centros de consumo el producto de la viña; hay además personas de linaje,  pero sin fortuna y numerosos habitantes han conseguido tener pequeñas propiedades merced a su trabajo. Pero lo cierto es que nadie parece indigente.

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Como las tiendas son insignificantes y sólo ofrecen algodones ingleses y algunos otros productos, casi todos ellos  de la misma procedencia, el paseo obligado de la población es la Alameda (imagen), que el gobernador San Martín adornó el año pasado con especial cuidado: flores variadas,  cuatro hileras de álamos (nos dijeron que esta especie fue recientemente introducida en la provincia por un vecino llamado JUAN COBO), bancos de barro de trecho en trecho y hasta un templete griego, constituyen los atractivos del lugar, que ofrece además una espléndida vista sobre la precordillera, y los altos picos nevados. Al atardecer, una vez que ha bajado el implacable sol cuyano, damas y caballeros se dirigen a la Alameda a saludarse, charlar o comer helados. Es frecuente ver allí a la esposa del gobernador SAN MARTÍN acompañada por amigas, entre la que se destaca la señora de LUZURIAGA

En materia cultural, la ciudad cuenta con tres Escuelas de nivel primario, una de ellas estatal, otra particular y la tercera conventual. Unos 600 niños acuden a ellas. La falta de un establecimiento de estudios secundarios fue objeto de preocupación por parte de San Martín, que se apresuró a reunir fondos para terminar rápidamente con la construcción del Colegio de la Santísima Trinidad de Mendoza, un colegio de nivel secundario que habilitará el ingreso a las Universidades. Las obras del nuevo edificio están muy adelantadas y es preciso destacar estas preocupaciones culturales en medio del clima bélico que vive la provincia, que se prepara para la guerra. La gente tiene un alto espíritu público y contribuye sin chistar con los pesados gravámenes que le exige el gobierno. Esto no quita a los mendocinos su buen humor habitual y los bailes y tertulias tienen tan asiduos concurrentes como en tiempos de paz (Texto  armado con información extraída de  “Gaceta de la Historia”, Editada por la Fundación del hombre en uenos Aires en 1976).

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