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ASESINATO DEL GENERAL IWANOWSKI (25/09/1874)
En confusas circunstancias, todavía no aclaradas por la historia, es asesinado el general TEÓFILO IWANOWSKI por esbirros enviados por el general JOSÉ MIGUEL ARREDONDO, sublevado contra el gobierno de SARMIENTO (ver La revolución de Bartolomé Mitre).
El 24 de septiembre de 1874, al estallar la revolución encabezada por BARTOLOMÉ MITRE, el general IWANOWSKI, era comandante de frontera en Villa Mercedes (San Luis).
El presidente SARMIENTO «que confiaba en su lealtad», le envió un telegrama en el que le comunicaba las noticias de la revolución y le encargaba además que apresara al sublevado general ARREDONDO, quien había llegado a Mercedes.
El despacho fue entregado por el telegrafista de la ciudad, simpatizante del grupo sedicioso, al mismo general ARREDONDO y el general rebelde, contestó como si fuera IWANOWSKI el que contestaba, diciendo que daría inmediato cumplimiento a las órdenes recibidas.
Pero según aclara Ignacio Fotheringham, «antes debió haber «tanteado» la firmeza de las órdenes de SARMIENTO, porque se enteró que el presidente no ponía reparos en que se lo fusilara.
ARREDONDO y dos de sus jefes, SASTRE y VIÑALES, invitaron a IWANOWSKI almorzar, pero, según la versión de Fotheringham, un IWANOWSKI «fatigado después de los festejos de la víspera en honor a la Santa patrona de la ciudad, descansaba en su casa, ajeno a los acontecimientos que se preparaban y se excusó de ir.
Al rechazar la invitación, IWANOWSKI, aunque no lo supiera, se había salvado de una emboscada. Pero solamente había dilatado por algunas horas su asesinato, ya que ARREDONDO había comprendido que el militar polaco, era el único que podía poner en peligro su sublevación, al mando del Regimiento 3 de Villa Mercedes.
Al día siguiente de lo narrado, el 25 de septiembre, una partida al mando del teniente CRISÓLOGO FRÍAS, irrumpió en la casa de IWANOSKI y a pesar de la valerosa resistencia de éste, cumplió con las órdenes de Arredondo y lo asesinó.
Y aquí vemos que los últimos instantes de la vida de TÓFILO IWANOWSKI, se cerraban en medio de la ambigüedad con que había iniciado existencia y su vida en nuestro país (ver Teófilo Iwanowski).
Porque aquí, también las versiones difieren y ambas han sido expuestas por Carolina Barros, investigadora del Centro de Estudios Unión Nueva Mayoría, como lo repetimos aquí.
Algunas versiones dicen que IWANOWSKI fue sorprendido en su dormitorio, y que después de echar mano al revólver que guardaba bajo la almohada, tiró sobre el teniente FRÍAS sin alcanzarlo.
Que Frías huyó entonces, y tras él, nuestro general enfurecido. Que mientras IWANOWSKI forcejeaba para abrir la puerta para salir en su persecución, FRÍAS aprovechó ese momento para ordenar a sus doce soldados la descarga cerrada a través de la puerta, descarga que hizo caer muerto al «soldado de cien combates», como se lo llamaba a IWANOWSKI.
SARMIENTO, decepcionado con quien no había sabido cumplir con sus órdenes, al conocer su muerte, dice Estanislado Pyzik en «Los polacos en la República Argentina», exclamó: «Ha muerto en la cama y no en el campo de batalla, que es el glorioso sepulcro del soldado».
Otras fuentes ofrecen una versión más «civilizada» de la muerte del general IWANOWSKI. Es la que dice que una partida de sólo cuatro hombres «o de seis», según otros, al mando de FRÍAS llegó a la casa y mientras los solados se quedan a la expectativa, FARÍAS entra solo al dormitorio e intima su rendición
Al oír las palabras con las que su subalterno lo intima con la orden de arresto, el militar leal al presidente Sarmiento y baluarte de Villa Mercedes, arranca el revólver de entre las manos de Frías, y con el mismo le hace dos disparos. La segunda de las balas hiere a FRÍAS y entonces la partida tira sobre IWANOWSKI y le da muerte, mientras se escuchan sus últimas palabras: «¡No me rindo, no me rindo!» (1)
(1). «No me rindo», No me rindo» . Según Domingo Faustino Sarmiento, en su obra «Facundo«, al comentar la Batalla de Tala (27 de octubre de 1826), librada entre Facundo Quiroga y Gregorio Aráoz de Lamadrid, estas fueron las palabras que pronunciara Lamadrid, cuando cubierto con la sangre de once heridas, vio que una partida venía a rematarlo.