LA BANDA DEL TATA DIOS (02/01/1872)

Una peligrosa banda de forajidos liderados por un delincuente que se hacía llamar «Tata Dios», mantuvo sumida en el miedo durante casi un año a la población de Tandil, en la provincia de Buenos Aires.

A comienzos de 1871 llegó a la ciudad de Tandil un hombre llamado GERÓNIMO G. DE SOLANÉ, que muy pronto comenzó a ser conocido bajo el apodo de «Tata Dios».

Se cree que procedía de Santa Fe y que había sido expulsado del lugar por su participación en oscuros incidentes. Muy pronto adquirió gran influencia entre los gauchos de la zona que lo creían dotado de poderes milagrosos, capaces de sanar a los enfermos o fulminar a sus enemigos.

Con el paso de los meses, SOLANÉ dio a conocer su mensaje: «¡Soy el salvador de la humanidad, soy el enviado de Dios! Es hora de matar a los gringos francmasones y de terminar con las autoridades».

Bajo ese lema, convenció a sus fieles de que iban a ser recompensados y de que una gran ciudad surgiría después de la matanza. El último día de 1871 repartió armas a sus hombres y el 1° de enero entraron en el pueblo al grito de «¡Viva la religión! ¡Mueran los gringos y masones!».

Recorrieron las calles con los cuerpos untados con aceite bendito y al cabo de unas horas habían dado muerte a 36 personas, la mayoría inmigrantes de distintos orígenes: franceses, españoles, ingleses e italianos y 5 argentinos.

Al día siguiente, una tropa formada por guardias y vecinos salió a buscarlos y consiguió detener a la mayoría, incluido el jefe. y a la noche de ese mismo día, ya todos estaban en la cárcel y puestos a disposición de la Justicia.

Fue entonces que, a pesar de que todo el pueblo sospechaba que JUAN ADOLFO FIGUEROA, el Juez de Paz que debía juzgarlos, había sido cómplice de «Tata Dios», para beneficiarse políticamente con la influencia que éste tenía sobre la gente de más bajos recursos, debieron recurrir a él, sin esperanzas de que se los castigara como correspondía.

Muchos terratenientes y personajes de la alta burguesía y el mismo Juez FIGUEROA, pensaban como la gente que acompañaba a «Tata Dios»: que la inmigración era una desgracia para el país y atentaba contra sus derechos sobre la tierra, una complicidad que nunca pudo ser aclarada porque, «Tata Dios» fue misteriosamente asesinado en su celda cinco días después de haber sido detenido.

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