FESTEJOS EN BUENOS AIRES (1811/1916)

En el suplemento de la Gazeta ministerial del 20 de mayo de 1811, se pude leer un oficio librado por el Primer Triunvirato al Cabildo, señalando los actos dispuestos   para la celebración del primer aniversario del 25 de mayo de 1810, que será el primer festejo que se realizó en Buenos Aires, para conmemorar una fecha trascendente de su Historia.

: «así la iglesia metropolitana será adornada con colgaduras y alumbradas con profusión. En hachas, y velas se colgarán ciento veinte moños de cintas celestes y blancas, encargado por el Cabildo a doña María Márquez. En la plaza vantara  un tablado conveniente alfombrado. La recientemente inaugurada pirámide será adornada de una manera especial. Se cantarán tonadillas con música italiana y el célebre cafetero míster Ramón, servirá un refresco en el Ayuntamiento, donde tendrá lugar un baile que durará hasta las dos de la mañana».

«Los festejos comenzarán el 23 y terminarán inexorablemente el 26. Durante estos días la Recova será iluminada con nada menos que 1.141 velas de sebo atendidas por el experto Joaquín Rodríguez de los Santos».

«Por otra parte, es costumbre que los habitantes de Buenos Aires vistan sus mejores prendas y más de uno espera la fecha para estrenar ropa nueva. Las plazas de la Victoria y 25 de mayo serán el escenario de casi todos los festejos.

Habrá diversos entretenimientos como: Palo de la cucaña (como se llamaba a nuestro actual «palo enjabonado»), carreras de sortijas, bombas de estruendo, rifas, etc, y para los niños: calesitas; globos de papel y rompecabezas de cartón. Los tradicionales vendedores de pasteles, frutas, dulces, etc., circularán por todas partes pregonando !Viva la Patria! !Pasteles de la Patria!.

Festejos por el segundo aniversario de la Revolución de Mayo en 1812. El 25 de Mayo de 1812, para festejar el segundo aniversario de la Revolución, se estrenó en  Buenos Aires la obra «El 25 de Mayo» de LUIS AMBROSIO MORANTE, uno de los fundadores de la actividad teatral y operística argentinas.

El Triunvirato había dispuesto que los festejos se extendieran entre los días  23 y 26 de mayo y ordenó la iluminación de la Recova con más de mil velas, la realización de bailes en las plazas. MORANTE, actor, director y dramaturgo, fue el encargado de organizar la fiesta en el teatro Coliseo Provisional ubicado en Reconquista y Cangallo.

Nacido en Buenos Aires en 1780, descendía de una mezcla de esclavos negros, indios y españoles y había empezado a trabajar en el teatro a los 18 años como apuntador. Estudió en el Convento de la Merced y alcanzó una notable cultura.

Asi llegó a ser primer actor contrariando las convenciones de la época, ya que las crónicas lo describen como un «mulato, feo, bajo y gordo». Fue un militante activo de la Sociedad Patriótica que defendía los ideales de libertad e igualdad inspirados en la Revolución Francesa y quiso que el teatro fuera un medio de transmisión de esa ideas.

La pieza estrenada en esta fecha, representaba a la Independencia expulsando al virrey español y la obra se repitió durante tres noches seguidas, con mucho éxito de público y el Cabildo premió a Morante con las ganancias de un día de representación. Hasta 1820, Morante continuó en el teatro introduciendo importantes innovaciones. Después vivió en Chile y allí murió pobre y olvidado en 1836.

 Festejos por el Aniversario de la coronación del rey Jorge IV en 1823. La colectividad inglesa de Buenos Aires, aproximadamente 3.500 súbditos británicos, celebra el aniversario de su rey Jorge IV y lo hace con un banquete al que asisten 67 invitados, 57 de esa colectividad y 10 nativos. Se realiza en el Hotel Faunch, el de más lujo de aquella época, ubicado frente a la Plaza de Mayo. BERNARDINO RIVADAVIA, que asistió como invitado de honor, brinda en inglés: “Por el gobierno más hábil: el inglés. Por la nación más moral e ilustrada: Inglaterra”.

El 23 de febrero de 1825, la colectividad estadounidense festeja el triunfo de Ayacucho.  La comunidad estadounidense residente en Buenos Aires brindó una fiesta memorable en honor del triunfo en la batalla de Ayacucho y festejando al mismo tiempo el aniversario de Washington.

Para esta fecha fueron los estadounidenses quienes organizaron la que se recuerda como la fiesta más espléndida que se haya visto hasta entonces en Buenos Aires. Se celebraba simultáneamente, el triunfo logrado por las armas patriotas sobre los realistas, ocurrido en diciembre del año anterior, y el cumpleaños de Washington. El patio del hotel fue cubierto con toldos y lo iluminaban docenas de candelabros. La comida fue preparada por los dueños del Hotel y al ritmo de una orquesta dirigida por el famoso violinista Masoni, se realizó el baile, que duró hasta las siete de la mañana del día siguiente.

En la década de 1820 vivían en Buenos Aires más de tres mil ingleses y muchos estadounidenses, la mayoría,  comerciantes que se instalaban temporalmente en la ciudad. Tenían escuelas donde se enseñaba en inglés y periódicos en su idioma. Uno de los lugares más frecuentados era el Hotel de Faunch.  Hasta 1827, el hotel estuvo ubicado en la esquina de La Plata  (hoy Rivadavia) y Santo Cristo (actual 25 de Mayo).

Sus primeros dueños fueron una pareja de ingleses, JAMES Y MARY FAUNCH y cuando Mary enviudó, en 1828, se lo vendió a otro inglés.

Las crónicas dicen que el edificio era sencillo y los  cuartos pequeños, pero que estaban muy limpios y la comida era buena. En este lugar los ingleses solían celebrar grandes banquetes y entonces se cubrían las paredes del comedor con banderas de todas las naciones y se colocaban retratos de Bolívar y Sucre.

Celebración oficial del 9 de julio en 1835. Fue  Juan Manuel de Rosas quien, en el transcurso de su segundo gobierno, dispuso la celebración oficial del día 9 de julio como “festivo de ambos preceptos del mismo modo que el 25 de Mayo”.

Hasta la promulgación del decreto del 11 de junio de 1835, que lleva su firma, el aniversario de la declaración de la Independencia era un feriado simple. Así lo había dispuesto Bernardino Rivadavia, quien, el 6 de julio de 1826, ordenó que el 9 de julio se conmemorase juntamente con el 25 de Mayo, señalando como justificativo que “la repetición de estas fiestas irroga perjuicios de consideración al comercio e industria”.

Transcribimos el decreto de Rosas al cual se debe la celebración nacional de la declaración de la Independencia: “Buenos Aires, junio 11 de 1835 –Año 26 de la Libertad, 20 de la Independencia y 6 de la Confederación Argentina. «Considerando el Gobierno , que el día 9 de julio de 1816, debe ser no menos célebre que el 25 de Mayo de 1810; porque si en éste el Pueblo Argentino hizo valer el grito de la Libertad, en aquél se cimentó de un modo solemne nuestra Independencia, constituyéndose la República Argentina en nación libre e independiente del dominio de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera»

«Y que siendo justo tributar al Ser Supremo las debidas gracias en el aniversario del 25 de Mayo, lo es del mismo modo y con motivos igualmente poderosos, manifestarle también nuestro reconocimiento en el aniversario del 9 de Julio, pues que con el auxilio de la Divina Providencia, se halla la República en el goce de esa libertad e independencia que ha conquistado a esfuerzos de grandes e inmensurables sacrificios».

«Por tan graves consideraciones, ha acordado y decreta: Art. 1º – En lo sucesivo el día 9 de julio será reputado como festivo de ambos preceptos, del mismo modo que el 25 de Mayo; y se celebrará en aquél misa solemne con Te-Deum en acción de gracias al Ser Supremo por los favores que nos ha dispensado en el sostén y defensa de nuestra Independencia política, en la que pontificará siempre que fuese posible, el muy Reverendo Obispo Diocesano, pronunciándose también un sermón análogo a este memorable día. Art. 2º – En la víspera y el mismo día 9 de julio, se iluminará la ciudad, la Casa de Gobierno y demás edificios públicos, haciéndose tres salvas en la Fortaleza y buques del Estado, según costumbre. Art. 3º – Queda sin efecto la realización de un candombe en la ciudad de Montevideo.

Festejos por la victoria en Caseros en 1852. Pocos días después de la victoria de Caseros abrió sus puertas el Teatro de la Victoria, actuando en esa sala, una compañía francesa de ópera que ofreció el 20 de febrero de 1852 “Le Domino Noir” de Auber. Asistieron a esa función el general Urquiza y su estado mayor y el gobernador Vicente López y la ocasión fue propicia para el estreno de la cuadrilla militar “La Batalla de Monte Caseros” compuesta por el Director de orquesta, Prosper Fleuriet en honor del general Urquiza.

Festejos por el Centenario del nacimiento del general San Martín en 1878. El 25 de febrero de 1878, la República Argentina, y con particularidad la ciudad de Buenos Aires, conmemoró solemnemente el centenario del nacimiento del ilustre general JOSÉ DE SAN MARTÍN. La población extranjera se asoció con la mayor y respetuosa sinceridad.

La República de Chile, también, en este día rindió su tributo de gratitud, con festejos públicos a su valiente y abnegado Libertador. El gobierno argentino, que presidía el doctor NICOLÁS AVELLANEDA, por un decreto del 14 de enero de dicho año había ordenado esta fiesta y había declarado festivo el día centenario. El pueblo entero se congregó frente a la estatua ecuestre del Héroe Máximo, deseoso de manifestar públicamente su emocionado homenaje

El general BARTOLOMÉ MITRE habló y recordó las proezas del general de los Andes en los campos de batalla. Según Avellaneda, el discurso del historiador, poeta y gran soldado, “parecía en el momento uno de aquellos relatos de la Ilíada, en los que el poeta nombra los guerreros, enumera sus heridas y sus combates, o cuenta sus prodigiosas hazañas, que retiemblan marcialmente en el relato como golpes dados sobre los escudos de armas..

” El presidente Avellaneda también hizo oír su voz. En su magistral discurso, dijo: “Hace un siglo nació un fino, y empezaba con él la vida de un hombre. No había empezado todavía la de su pueblo, porque el niño hecho hombre debía ser de aquellos héroes que aparecen en los principios de las historias, dando existencia o libertad a su nación».

«Son los primeros, porque son los creadores, y son los favorecidos, porque tienen por sustentáculo para su gloria la grandeza de los pueblos que nacieron a la luz de su mente o al brillo de su espada, y que están destinados a crecer rápida­mente bajo el amparo de las nuevas fortunas».

Después de traer a la memoria los triunfos del fundador de patrias, los días de sus victorias memorables —Chacabuco, Maipú, Lima—, las horas de injusticia sorbidas, las sentencias de la historia, es decir, sus glorias y sus infortunios, finalizó su arenga con estas palabras:

“Señores. Hemos concluido. ¡ Dejemos ahora al héroe sobre su pedestal, que subirá más alto en cada siglo! Gloria para el general argentino don José de San Martín en las esferas superiores de la tierra, donde habitan las virtudes excelsas del patriotismo y el heroísmo, la gratitud y entusiasmo de los pueblos!¡ Gloría para él en las alturas serenas de la historia!”. Culminados los festejos, esa misma noche, falleció JUAN MARÍA GUTIÉRREZ, el más grande exégeta del Gran Capitán.

Fiesta del Centenario de Mayo en 1910. A pesar de las huelgas que conmocionaban al país y que hacía peligrar la realización de los festejos por el centenario de la Revolución de Mayo, aunque demorados, éstos se realizan con gran despliegue de entusiasmo y el acontecimiento cumbre de ese año, fue un festejo que involucró a toda Latinoamérica, que se adhirió a él, en reconocimiento del liderazgo que le cupo a la República Argentina en la gesta emancipadora que trajo la libertad a estas tierras.

Ningún país dejó de asociarse al júbilo de los argentinos y representantes diplomáticas de muchas de las naciones del mundo, se hicieron presentes durante los actos que se realizaron, centralmente en Buenos Aires y paralelamente en todas las provincias del interior.

El país estaba atravesando una época de progreso y bienestar y el optimismo por el futuro, impulsó  a hacer de esta fecha, un acontecimiento extraordinario. Presididos por el doctor JOSÉ FIGEROA ALCORTA, ya que poco antes había fallecido el presidente de la República, el doctor MANUEL QUINTANA, se desarrollaron una serie de actos que como es natural, incluían, el tradicional “Tedeum”, el desfile militar, recepciones de gala, funciones teatrales extraordinarias en honor de los huéspedes y una muestra internacional, en la que expusieron numerosos países del mundo.

Arribaron al país, 50 embajadores y misiones de todas partes del mundo. Francia envió a Georges Clemenceau e Italia a Guillermo Marconi. También asistió a los festejos el Presidente de Chile, Pedro Montt, quien concurrió con su esposa y una importante comitiva, pero hubo una presencia que se constituyó en la figura principal de estas jornadas: la infanta Isabel de Borbón, hermana del ex rey de España Alfonso XII y tía de Alfonso XIII, a la sazón soberano reinante en la Madre Patria.

Fue la única mujer que en esa oportunidad invistió el carácter de embajadora. España nos enviaba su más elevada y gentil representación. Bajita, gordita y “muy maja”, llegó el 19 de mayo, el día memorable del Halley y de la huelga general, pero eso no importó: Se le hizo un recibimiento apoteótico.

La nave “Alfonso XII” en que viajó la ilustre visitante, fue recibida en el puerto por una enorme y entusiasta multitud, que vitoreaba ruidosamente a la Argentina y a España: 300.000 personas salieron a recibirla. La Fragata Sarmiento se hallaba anclada en el puerto totalmente empavesada con su tripulación en los mástiles y enarbolando el pabellón de Castilla.

La Infanta Isabel descendió del barco del brazo del intendente municipal. Al pie de la planchada, esperaban el presidente de la Nación y sus ministros y miembros del cuerpo diplomático. Sobre el puerto, el pueblo. Puede decirse que todo el pueblo de Buenos Aires se había volcado allí para darle la bienvenida a la ilustre dama.

Las avalanchas rompieron los cordones policiales. Aquello era la apoteosis. Fue alojada en un palacio porteño, tenia una escolta de 200 policías y un servicio de 36 personas que insumían un gastos diario de10.000. pesos. Pasó tres semanas disfrutando de todo, comiendo, bebiendo, jaraneando y, como dice Félix Luna, “haciendo de Madre Patria”. Habló en un español castizo y lleno de ajos, tuteó a todo el mundo, empezando por el Presidente, y se ganó la simpatía general. Visitó la Exposición Internacional de Arte.

Se  organizaron numerosos actos en su honor. Pero a la Infanta Isabel le interesaban las fiestas criollas. Quería conocerlas. Le dio la oportunidad la visita de una estancia, en cuya entrada la esperaban cien gauchos a caballo con sus mejores pingos, aperos de lujo y prendas de plata. Sus bailes criollos entusiasmaron a la infanta.

Uno de los actos más simpáticos y que más emocionó a la augusta visitante, fue el desfile de españoles por la calle donde estaba ubicada su residencia. Desde los balcones la Infanta Isabel presenció con lágrimas en los ojos aquel imponente desfile, de compatriotas que fue para ella, seguramente, un espectáculo inolvidable.

Andando los años, recordaría con cariño y emoción aquellos agasajos y las reiteradas pruebas de afecto que recogiera durante su estada en nuestro país. De esa manera, se unieron en el Centenario las naciones protagonistas del acontecimiento secular, para reafirmar una amistad que, sin olvido de pasadas glorias para ninguna de ellas, se hizo firme y perdurable.

El 21 de mayo se realizó en la rada de Buenos Aires una gran revista naval en la que participaron las naves de nuestra escuadra y muchos barcos de guerra extranjeros. A veinte millas del puerto la fragata Sarmiento, que llevaba a bordo al presidente Figueroa Alcorta y a la infanta Isabel, recorrió la doble fila de barcos empavesados, a las nueve de la mañana. Las autoridades pasaron después al crucero Buenos Aires y regresaron a puerto.

El 24 de mayo se corrió en el Hipódromo Nacional de Palermo, el Gran Premio Centenario y el mismo 25 de mayo, se realizó un gran desfile militar del que participaron 30.000 hombres  de todas las armas, incluyendo a 2.700 marinos de la delegaciones extranjeras y numerosas colectividades extranjeras.

Por la noche, la ciudad fue profusamente iluminada, hubo teatro y cine gratis, y funciones de gala (“Rigoletto” en el Colón y “Otello” en 1a Ópera). En el fin de semana hubo regatas, que (ganaron los japonesas), y una curiosa “fiesta acuática veneciana» en la Dársena Norte, donde- los buques de guerra que nos visitan montaron caprichosas ornamentaciones: armando una galera romana, un molino holandés, un junco chino, y una suerte de cisne a la manera de la ópera Lohengrin”, creada por los marinos de un crucero alemán.

Y ya con otro tono, Buenos Aires fue sede de importantes congresos y exposiciones. Intelectuales y otras personalidades participaron en el “Cuarto Congreso Panamericano”, sobre cuestiones Internacionales”, para el cual el poeta Rubén Darío escribió su “Canto a la Argentina” y Leopoldo Lugones sus “Odas Seculares”;

En el “Congreso Científico Americano”, que organizó la Sociedad Científica Argentina, para el que Teodoro Stuckert compiló un “Índice de la flora argentina”; en el “Congreso Internacional de Medicina”; en el “Congreso Feminista Internacional”, que organizó la Asociación de Universitarias Argentinas,; en el “Congreso Internacional sobre la Infancia”, en  el “Congreso Arqueológico Americanista”, foro ante el que Juan B. Ambrosetti informó sobre su descubrimiento de ruinas indígenas en Tilcara.

Se inauguraron varias Exposiciones: la “Internacional de Ganadería y Agricultura”, la de Higiene y la Ferroviaria y abrió sus puertas además, una Exposición Internacional de Artes que constituyó un acontecimiento sin precedentes:  más de 2000 obras, provenientes de dieciocho naciones, se acomodaron en el Pabellón, un edificio de hierro, mayólica y vidrio, que había sido usado en la Exposición de París de 1889 (ver Pabellón Argentino para la Exposición Universal del París).

El mundo de las letras también se adhirió a estos festejos y fueron numerosas las obras que se presentaron en el marco de los mismos: a la mencionada “Canto a la Argentina” de Rubén Darío y “Odas seculares” de Leopoldo Lugones, debemos agregar “Canto a la Argentina en su primer centenario” de Calixto Oyuela; “Historia de la Instrucción Pública en la Argentina”, de Juan P. Ramos; “La educación común en Buenos Aires”, de Pablo Pizzurno; “Un siglo de Instituciones”, de Adolfo Saldías; “Antología de poetas argentinos”, de Juan de la Cruz Puig y “Cantos populares argentinos”, de Ángel Villoldo.

Las colectividades extranjeras también se hicieron presentes y quisieron dejar su recuerdo, donando a la ciudad diversos monumentos que aún existen: los españoles con la estatua de Colón, los ingleses con su famosa “Torre de los ingleses ubicada en Retiro, mientras que la colectividad austro-húngara regaló una “columna meteorológica”.

También el gobierno encargó diversas obras para conmemorar el fasto: Se inaugura la Basílica de Luján, Gustavo Eberlein concluyó para esa fecha su “Monumento a la Primera Junta”, Arturo Dresco se hace cargo de realizar el Monumento a España y en Rosario se inicia la construcción del “Monumento a la Bandera”

Acallados los rumores de estos festejos, a través de las crónicas publicadas en periódicos de todo el mundo, se hizo evidente que más allá de nuestras fronteras, se había adquirido un concepto más claro de nuestro desarrollo y de nuestra personalidad nacional.

Las exposiciones internacionales que entonces se efectuaron en esta metrópoli, nos permitieron ponernos en contacto con el progreso del mundo, en los órdenes artístico e industrial, y pudimos mostrar a nuestra vez, lo que habíamos hecho en esos campos, cerrando el balance de cien años de esfuerzos afortunados.

“Les fiestas representaron por eso, para los argentinos, algo más profundo que una jubilosa rememoración”, dijo en su Editorial de ese día el diario  “La Prensa”. En setiembre de ese mismo año, el Presidente Figueroa Alcorta, retribuyó la visita del Presidente de Chile Pedro Montt, viajando a Chile con una importante comitiva.

Festejos por el Centenario de la Declaración de la Independencia en 1916. El 9 de julio de 1916, se celebró en todo el país el Centenario de la Independencia, una fiesta que estuvo ensombrecida por la crisis económica que vivía en esos momentos el país y la guerra en Europa, circunstancias que le quitan brillo a estos festejos del Centenario, de la Independencia, muy distintos de los de 1910 y que para mayor  desgracia, estuvo a punto de terminar en tragedia, cuando la vida del Presidente fue amenazada por un anarquista.

Solamente en iluminación se gastaron cerca de 400 mil pesos, empleados en encender casi 200.000 lámparas. Sin embargo, los festejos no tuvieron la magnitud de los realizados para recordar un siglo de la Revolución de Mayo por la influencia de la Primera Guerra, que entraba ya en su tercer año. Por eso muchas representaciones europeas estuvieron ausentes.

Pero pese a todo, ese año, el país se aprestó a celebrar el Centenario de su Independencia con el fasto de sus glorias pasadas y, presuntamente futuras y la ciudad entera, despertó con el sonar de las campanas de todas las iglesias y una multitud se dirigió a la Plaza de Mayo, que era el centro de reunión.

Los diarios de la época dijeron que “Buenos Aires esa noche era una hoguera fantástica” y el diario “La Razón” expresó “la avenida de Mayo, principalmente, esa especie de “fórum” de las alegrías y las emociones populares de la ciudad, congregó a millares de familias.

El Congreso acordó una partida de 2.000.000 de pesos para los gastos de los festejos, suma que el Ministerio del Interior dividió, asignando 1.000.000 de pesos, a cargar en el ejercicio corriente, para solventar el costo del Concurso Nacional de Tiro, en Rosario ($ 25.000), el Congreso Americano de Ciencias Sociales, en Tucumán (25.000 pesos), la publicación de las actas secretas del Congreso de Tucumán ($ 20.000), los festejos en la Capital Federal ($ 350.000), en Tucumán ($ 200.000) y los gastos eventuales ($ 280.000).

El resto se imputaría a los ejercicios de 1917 y 1918 y se invertiría en obras de utilidad pública en las provincias y territorios. Sólo en iluminación se había proyectado un gasto de 395.522 pesos, valor de lo que consumirían las 199.634 lámparas centuriales.

La fiesta fue ocasión de varias reuniones internacionales y además de las ya mencionadas se celebró un Congreso Americano del Niño, inaugurado el 6 de julio en el Teatro Colón; un Congreso Americano de Bibliografía e Historia y por supuesto, la Exposición Internacional de Ganadería, que se efectuó en el solar de la Sociedad Rural del 15 al 22 de agosto.

La conflagración europea disminuyó la concurrencia extranjera, pero ello no impidió que asistieran 182 expositores y que se exhibieran 2.682 animales, entre los cuales se contaban 1.145 vacunos –la mayoría de raza Shorthorn–, 263 equinos, 690 lanares y 278 porcinos.

También se aprovechó la oportunidad para inaugurar oficialmente, el 10 de julio, el Instituto Nacional Bacteriológico (hoy Instituto Nacional de Microbiología “Dr. Carlos G. Malbrán), que ya funcionaba desde hacía algún tiempo con la dirección de un sabio vienés contratado especialmente, el doctor RODOLFO KRAUS.

El servicio, que comprendía un instituto de química y un conservatorio de vacunas, estaba dedicado a combatir, mediante la profilaxis, las enfermedades peculiares de nuestro suelo. Innumerables fueron los actos y ceremonias en los que el país entero se congregó. Quizás uno de los más destacables fue la concentración de más de 20.000 niños, en la tarde del 8 de julio, en el parque Centenario de la Capital Federal y otra concentración similar que se había realizado por la mañana en la plaza del Congreso.

Luego del tradicional “Te Deum” que se celebró en la Catedral Metropolitana, se llevó a  cabo un desfile militar que fue encabezado por las tropas de desembarco uruguayas del crucero “Montevideo” y las brasileñas del navío “Barroso”, a quienes siguieron un nutrido grupo de “boy scouts”, los equipos de Gimnasia y Esgrima, los cadetes del Colegio Militar y finalmente distintas unidades de nuestras fuerzas armadas.

El Presidente de la República y una numerosa comitiva se embarcaron en buques de la Marina de Guerra y partieron de la Dársena Norte, con rumbo a la rada de la ciudad de La Plata, donde se realizó una gran revista naval en presencia de numerosas delegaciones extranjeras. Pero no todo fue bien recibido.

Uno de los puntos del programa de festejos que fue severamente criticado por la prensa fue producto de la iniciativa del intendente de la ciudad de Buenos Aires, ARTURO GRAMAJO, que dispuso organizar un “gran carroussel histórico” que desfilaría por la avenida de Mayo exhibiendo diversos aspectos de nuestra historia y sus protagonistas. Este número fue calificado por el diario La Prensa de “híbrido de propaganda comercial y manifestación patriótica” ya que, junto con las carrozas que exhibían alegorías, trofeos y objetos históricos, se incluyeron otras ofrecidas en “homenaje” por numerosas firmas comerciales de plaza y que exhibían ostentosamente sus razones sociales respectivas en grandes caracteres.

Pero ciertamente, el suceso más comentado de la fiesta secular fue el atentado que sufrió el Presidente de la República. Mientras, pasado el luminoso mediodía del 9 de julio, contemplaban el doctor VICTORINO DE LA PLAZA y sus acompañantes el paso de los últimos efectivos del desfile militar organizado para la fecha, un joven que marchaba al costado del batallón de Exploradores Argentinos, al pasar frente al balcón presidencial, giró sobre sus talones y extrayendo de entre sus ropas un revólver apuntó hacia donde se hallaba el primer magistrado y gatilló el arma.

El tiro no salió pero a una segunda tentativa se produjo el disparo y la bala fue a incrustarse en la pared de la Casa Rosada debajo del balcón que ocupaba el doctor de la Plaza. Cuando intentaba hacer fuego por tercera vez el agresor fue desarmado por uno de los espectadores (se dice que una dama acomete al criminal con un pincho de su sombrero).

Mientras la multitud lo rodeaba tratando de agredirlo, el joven, cuyo nombre era JUAN MANDRINI,  gritaba “Viva la anarquía” y “¡Autócratas!”. El presidente permaneció en el balcón sin que su actitud revelara en manera alguna haber advertido el intento de asesinato del que había sido objeto y cuando se lo puso al tanto de lo sucedido,  dijo “ debe ser un simple incidente. Debe ponerse en inmediata libertad al detenido”.

Interrogados por los funcionarios policiales y el periodismo, los vecinos de Mandrini manifestaron que se trataba de un honrado obrero que con su trabajo costeaba la subsistencia de sus ancianos padres y que jamás le habían escuchado expresiones que revelaran las ideas avanzadas que, al parecer, profesaba.

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