El arcón de la historia Argentina > Crónicas > EL RASTREADOR
EL RASTREADOR
El rastreador era el explorador o seguidor de huellas. Era uno de los más respetados y consultados, porque su habilidad para seguir las huellas de un animal perdido y distinguirlas entre mil; conocer si va despacio o ligero, lastimado o sano, suelto o tirado de un cabestro, cargado o liviano.
Para para saber el rumbo de un evadido de la justicia, para hallar a un perdido en las inmensidades de la llanura, era garantía segura de encontrar lo buscado (ver Los oficios del gaucho).
El rastreador es un personaje grave, circunspecto, de cuyas afirmaciones hacían fe los Tribunales. La conciencia del saber que posee, le otorga cierto aire de dignidad reservada y misteriosa. Todos lo tratan con consideración: el pobre porque denunciando sus pillerías, puede hacerle mal, el rico hacendado, porque puede necesitarlo.
Un robo que se descubre en medio de la noche, rápidamente lleva a la víctima y a la justicia al rancho del rastreador. Cubren una eventual pisada o alteración del terreno usado para la fuga para que el viento no la disipe y esperan confiados que el hombre realice su tarea.
Éste se acerca al rastro protegido y lo sigue, sin mirar sino de tanto en tanto el suelo, como si sus ojos vieran de relieve esa pisada o esa marca que para todos es imperceptible. Sigue el curso de las calles, atraviesa los huertos, entra en una casa y señalando a un hombre que allí se encuentra, dice friamente: ¡Es éste el ladrón!. Raro es el delincuente que se resiste a esta acusación. Para él, para sus vecinos y para el Juez que lo ha de juzgar, lo declarado por el rastreador es palabra santa y clara evidencia de culpa.
El más famoso rastreador de nuestra Historia fue un tal CALIBAR, nombrado y descrito por DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO en su obra “Facundo” . Ejerció el oficio durante más de cuarenta años y cientos fueron los casos que se resolvieron debido a su pericia, dejando sin respuesta un interrogante que aún es un misterio.
Qué prodigio de la naturaleza permite que estos hombres cuenten con una vista, un olfato y quizás una intuición que los eleva por sobre todos los demás para descubrir una pista, un aroma, un sabor, un rastro allí, donde nadie ve nada (ver Calíbar, el rastreador).