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COLÓN, Cristóbal (1451-1506)
En el nombre de Dios Todopoderoso, hubo un hombre de tierra de Génova, mercader de libros de estampa, que trataba en esta tierra de Andalucía, que llamaban Cristóbal Colón, hombre de muy alto ingenio, sin saber muchas letras, muy diestro del arte de la Cosmografía y del repartir del mundo, el cual sintió, por lo que en Ptolomeo leyó, cómo este mundo y firmamento de tierra y agua es todo andable en derredor por tierra y por agua…; quien tuviese tales navíos, podía ir y trasponer por el Poniente, de en derecho de San Vicente y volver por Jerusalem, y en Roma y en Sevilla, que sería cercar toda la tierra y redondez del mundo y sintió porque vido se hallaría tierra de mucho oro” (Andrés Bernáldez “Historia de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel”, Madrid, 1878.
CRISTÓBAL COLÓN fue un navegante italiano al servicio de la corona española cuyo origen y juventud, fueron un punto que ha sido debatido con ardor. Catorce ciudades italianas y doce naciones han peleado por la gloria de haberlo visto nacer, aunque él mismo aseguró el 22 de febrero de 1498, cuando otorgó escritura de la Institución de Mayorazgo a su hijo mayor Diego, que Génova era su ciudad natal, que había nacido el 31 de octubre de 1451.
Es extraño que, tratándose de un hombre ilustre cuya vida ha sido narrada por su propio hijo HERNÁN COLÓN y su amigo fray BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, con gran acopio de documentos, queden aún varios interrogantes acerca de su vida y pensamiento y para todas las respuestas que surgen a estos interrogantes hay siempre objeciones.
CRISTÓBAL COLÓN nunca dijo su edad, ni habló de su juventud ni el porqué de su sueño como navegante, y los viajes en que dijo haber participado, dan lugar a serias contradicciones.
GONZALO FERNÁNDEZ VALDÉS, en su “Historia General y Natural de las Indias Islas y tierra firme del mar océano”, al referirse a la vida de Colón, afirma que era natural de l
judío-aragonés y que con él, llegó LUIS TORRES, el primer judío que pisó las tierras del nuevo mundo. JULIO B. LAFOND en su “Historia de la Constitución Argentina” expresa que si logró que se aceptaran sus proyectos y sus desmedidas pretensiones, lo debió principalmente al apoyo de los judíos aragoneses. Por otra parte, el estudio psicológico del personaje, continúa diciendo LAFOND, revela claramente su idiosincrasia judía.
Pocas cosas se saben de él. En los libros de historia del siglo XVI apenas se le cita y el único retrato que se le hizo en vida, apareció recién a mediados del siglo XX y lo muestra ya a finales de su existencia, flaco y encanecido.
Por eso, en las biografías de Colón, es muy difícil separar el mito de la realidad. Lo que si se sabe con certeza, es que COLÓN se casó con FELIPA MUÑIZ y que con ella, tuvo dos hijos. Que su figura imponía respeto y que, aunque sus modos eran ásperos, su trato era cortés. Que era un hombre alto considerando los stándares de la época y que tenía mal genio. Que era ambicioso y suspicaz y que su gran obsesión era el oro: en el Diario de su primer viaje, menciona el metal 65 veces.
Les textos de Colón revelan que era un hombre profundamente religioso. Sentía que debía responder a un llamado de Dios y cumplir la misión que Éste le encomendaba realizando los viajes del descubrimiento y cuando por primera, vez vio que el río Orinoco desembocaba en el Océano, creyó haber descubierto el Valle del Edén. Se dice que en sus últimos años vestía un hábito franciscano.
Se sabe también, que desde muy joven se sintió atraído por el mar y que soñaba con ser un gran navegante. Ya a los 11 años, se había iniciado en ese oficio y a los 25 años sobrevivió a un naufragio.
Una oscuridad total cubre luego su vida hasta que en 1476 aparece en Portugal, donde se desempeñó como agente de una casa naviera. Fue en esa etapa, ya en 1478 que Colón empezó a ilusionarse con una travesía marítima hacia Oriente por una nueva ruta navegando hacia occidente. Alrededor de 1483 le propuso al Consejo Real de Portugal un viaje a China y Japón, a través del Atlántico, pero su plan fue rechazado. De allí, entonces, partió a Castilla, donde su proyecto sí encontró consenso.
En 1492, Cristóbal Colón ya era un experimentado navegante y cartógrafo y llevaba más de dos décadas en el oficio. El 10 de febrero de ese año, les presentó su proyecto a los reyes de España y luego de convenir las condiciones para la gran empresa del descubrimiento que éste les proponía y en Granada, el 17 de abril de 1492, CRISTÓBAL COLÓN firma las Capitulaciones con los reyes de España, FERNANDO E ISABEL, dando comienzo así a la más fantástica aventura de la historia de la navegación.
El 3 de agosto de 1492 emprendió el que será su primer viaje de descubrimiento. Zarpó del Puerto de Palos de Moguer, en España al mando de una flota compuesta por tres naves que llevaban a bordo 90 personas en total, entre tripulantes y expedicionarios (Ver Los españoles que llegaron a América con Colón).
Iba en busca del Oriente y llegó a un Nuevo Mundo. No fue el primero en venir, pero su llegada cambió el rumbo de la historia. El viernes 12 de octubre de ese mismo año, luego de 69 días de azaroso viaje, avistaron tierra; era una isla de las actuales Bahamas a la que llama San Salvador (hoy Wattlin). El paisaje, la vegetación, las frutas tropicales y los animales que conoció entonces, lo llevó a pensar que había encontrado en ese mundo fantástico, el soñado “paraíso terrenal”.
Realizó luego otros tres viajes a América (en setiembre de 1493, el 30 de mayo de 1498 y el 11 de mayo de 1502) y en 1504, ya con 55 años y muy enfermo, se recluyó en el monasterio Las Cuevas, de Sevilla, donde murió el 20 de mayo de 1506 pobre y desprestigiado y convencido que había llegado a una región de Asia Oriental.
El misterio de su destino final
A más de 500 años de su muerte, aún es un enigma dónde está enterrado Cristóbal Colón. Es que España y República Dominicana se disputan desde hace tiempo el honor de conservar sus restos. Según los dominicanos, los restos reposan en Santo Domingo. Los españoles, en cambio, juran que descansan Sevilla. Para determinar la verdad, un grupo de investigadores se concentró en el análisis del ADN de los huesos hallados en Sevilla, pero este mismo estudio no se pudo hacer en Dominicana, como era lo lógico, porque sus autoridades no lo permitieron.
El origen de la confusión de dónde se encuentran realmente los restos proviene de que Colón fue enterrado en lo que es hoy la República Dominicana. Pero en 1795 la isla fue cedida a Francia, con lo que España rescató el cuerpo: lo llevó a La Habana y, después, a Sevilla. Sin embargo, en 1877, trabajadores que reparaban la catedral de Santo Domingo desenterraron una urna con la inscripción «Yllustre y Esdo, Varon Dn. Cristoval Colón». Desde entonces, en la República Dominicana creen que los españoles se llevaron una urna equivocada.
No tuvo descanso ni después de muerto
Hasta después de muerto Colón siguió viajando. Sus restos estuvieron en Valladolid, luego fueron trasladados al monasterio de La Cartuja en Sevilla (sur de España). En 1542, sus restos fueron trasladados a Santo Domingo, en la parte oriental de La Española. En 1795, los franceses se hicieron cargo de La Española, y los restos de COLÓN fueron trasladados a La Habana (Cuba).
Parece ser que en algún momento volvieron de nuevo a Sevilla, aunque hay abierto un interrogante a este respecto, ya que en Santo Domingo dicen que aún están allí. Por eso ahora se está comparando en la Universidad de Granada, en el laboratorio de Identificación Genética, el ADN del hermano de Colón, Diego y el de Hernando, su hijo, con los restos de Colón que están en la catedral de Sevilla para ver si éstos son los verdaderos o los que están en Santo Domingo.
Lo expuesto es una muy sintética biografía del hombre que cambió, sin saberlo, la historia del mundo que hoy conocemos. Una controvertida figura que fue calificado desde responsable del genocidio más cruel de la historia de la Humanidad, hasta protagonista del descubrimiento más trascendental de la Historia. Que hasta fue preso acusado de crueldades que jamás cometió y que nunca supo que había descubierto un nuevo mundo, incorporando al viejo, enormes territorios, otras etnias, nuevos frutos y la esperanza de un reverdecer, para una civilización que comenzaba a envejecer, víctima de sus propios pecados, sean éstos las guerras, hambrunas, desigualdad social y explotación irracional de sus bienes (ver Viajes y desventuras de Cristóbal Colón)