CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA (1916)

En 1916, se cumplieron cien años desde la Declaración de la Independencia Argentina y la fecha fur festejada jubilosamente en todo el  país.

Aunque, la guerra en Europa, entraba ya en su tercer año y la agitada situación política del país, enfrentado con el problema de la renovación de los poderes nacionales, influyeron en el ánimo público para que la celebración del Centenario de la Independencia no alcanzara la magnitud que tuviera, en el año 10, la recordación a un siglo del movimiento de Mayo.

El Congreso acordó una partida de 2.000.000 de pesos para los gastos de los festejos, suma que el Ministerio del Interior dividió, asignando 1.000.000 de pesos, a cargar en el ejercicio corriente, para solventar el costo del Concurso Nacional de Tiro, que se realizaría en la ciudad de en Rosario ($ 25.000), el costo del Congreso Americano de Ciencias So­ciales, que se realizaría en la provincia de Tucumán (25.000 pesos), la publicación de las actas secretas del Congreso de Tucumán ($ 20.000), los festejos en la Capital Federal ($ 350.000), en Tucumán ($ 200.000) y los gastos eventuales ($ 280.000).

El resto se imputaría a los ejercicios de 1917 y 1918 y se invertiría en obras de utilidad pública en las provincias y territorios. Sólo en iluminación se había proyectado un gasto de 395.522 pesos, valor de lo que consumirían las 199.634 lámparas centuriales.

Innumerables fueron los actos y ceremonias en que el país entero se congregó para los festejos y quizás uno de los más simpáticos fue la concentración de más de 20.000 niños, en la tarde del 8 de julio, en el parque Centenario de la Capital Federal, mientras otra concentración similar se había realizado, por la mañana en la plaza del Congreso, ofreciendo ambas el hermoso espectáculo de miles de banderas argentinas agitadas por esas manos infantiles, que simbolizaban la esperanza en un futuro de felicidad y progreso para la Patria.

La fiesta fue ocasión para que se celebraran varias reuniones internacionales. Se celebró además un Congreso Americano del Niño, inaugurado el 6 de julio en el Teatro Colón, un Congreso Americano de Bibliografía e Historia y, por supuesto, la Exposición Internacional de Ganadería, que se efectuó en el solar de la Sociedad Rural del 15 al 22 de agosto.

La conflagración europea disminuyó la concurrencia extranjera, pero ello no impidió que asistieran 182 expositores y que se exhibieran 2.682 animales, entre los cuales se contaban 1.145 vacunos (la mayoría de raza Shorthorn), 263 equinos, 690 lanares y 278 porcinos.

También se aprovechó la oportunidad para inaugurar oficialmente, el 10 de julio, el Instituto Nacional Bacteriológico (hoy Instituto Nacional de Microbiología «Dr Carlos G. Malbrán», que ya funcionaba desde hacía algún tiempo con la dirección de un sabio vienés contratado especialmente, el doctor Rodolfo Kraus, administrando un Instituto de química y un conservatorio de vacuna, dedicado a combatir, mediante la profilaxis, las enfermedades peculiares de nuestro suelo.

Los problemas apuntados, provocaron que en esta oportunidad no concurrieran las brillantes embajadas de seis años antes, si bien América se asoció al acontecimiento y saludó la mayoría de edad de la República nacida en San Miguel del Tucumán.

De ahí que naves del Brasil y del Uruguay se hicieran presentes en la imponente revista naval realizada en la tarde del 8 de julio en la rada del puerto de la Plata, donde se concentró el mayor poderío naval que bajo una sola bandera se había reunido hasta entonces en Sudamérica. Las 20 unidades, que en conjunto sumaban 119.500 toneladas, con 346 cañones, tripuladas por 278 jefes y oficiales y 5.740 marineros, formaron en dos filas encabezadas, respectivamente, por los acorazados «Rivadavia» y «Moreno».

El crucero presidencial «Buenos Aires», en el que embarcaron el primer mandatario, los embajadores y lo más granado de la sociedad de entonces, pasó entre las dos columnas. Al tiempo que se escuchaba una salva de 21 cañonazos, las tripulaciones coreaban un vigoroso «Viva la República».

Ese mismo día se inauguró una exposición de Artes Gráficas y hubo una recepción en la Casa de Gobierno. El 9, la ciudad despertó bajo un canto de campanas, pues los bronces de todas las iglesias fueron echados a vuelo con el amanecer. La Plaza de Mayo fue el punto de reunión del pueblo, que luego del solemne Tedéum, oficiado a las 13, presenció la revista militar que duró exactamente una hora.

Pero el suceso más comentado de la fiesta secular fue el atentado que sufrió el presidente de la República. Mientras, pasado el luminoso mediodía del 9 de julio, contemplaban el doctor de la Plaza y sus acompañantes el paso de los últimos efectivos del desfile militar organizado para la fecha,

A las 15,30, cuando ya había pasado la última compañía de línea y lo hacían los «boy scouts», millares de ciudadanos se sumaron a la columna juvenil. En esas circunstancias, un hombre joven que marchaba al costado del batallón de Exploradores Argentinos, al pasar frente al balcón presidencial, giró sobre sus talones y extrayendo de entre sus ropas un revólver apuntó hacia el balcón donde se hallaba el primer magistrado y gatilló el arma.

El tiro no salió pero a una segunda tentativa se produjo el disparo y la bala fue a incrustarse en la pared de la Casa Rosada debajo del balcón que ocupaba el doctor VICTORINO DE LA PLAZA.

Tras la primera reacción de pánico y cuando intentaba hacer fuego por tercera vez, el público reaccionó y el agresor fue desarmado por uno de los espectadores. Mientras la multitud lo rodeaba tratando de agredirlo, el joven de unos 22 años y cuyo nombre era Juan Mandrini, profirió los gritos de «Viva la anarquía» y «¡Autócratas!», mientras la policía, cubriéndolo para evitar que algunos exaltados trataran de golpearlo, lo llevó detenido.

El presidente permaneció en el balcón sin que su actitud revelara en manera alguna haber advertido el intento de asesinato de que había sido objeto. lnterrogados por los funcionarios policiales y el periodismo, los vecinos de MANDRINI manifestaron que se trataba de un honrado obrero que con su trabajo costeaba la subsistencia de sus ancianos padres y que jamás le habían escuchado expresiones que revelaran las ideas avanzadas que, al parecer, profesaba. El Presidente al ser informado del suceso, exclamó: «Es necesario perdonarlo» y ordenó la libertad del detenido.

Ese episodio no empañó el brillo de la fiesta, aunque pudo imprimirle un sello trágico. Y tanto es así, que pronto fue olvidado. Mandrini, en libertad, siguió escribiendo versos en el humilde hogar de sus padres, inmigrantes, mientras la Nación, de un siglo de edad, continuaba su marcha de progreso.

Sólo uno de los actos del programa de festejos fue criticado por la prensa. Se trataba de la iniciativa que tuvo el intendente de la ciudad de Buenos Aires, ARTURO GRAMAJO, al organizar «un gran carroussel histórico» que desfiló por la avenida de Mayo, calificado por el diario «La Prensa» de «híbrido de propaganda comercial y manifestación pa­triótica» ya que, junto con las carrozas que exhibían ale­gorías, trofeos y objetos históricos, se incluyeron otras ofrecidas en homenaje por numerosas firmas comerciales de plaza y que ostentaban sus razones sociales respectivas en grandes caracteres, aprovechando así la oportunidad de hacer su propaganda (ver Festejos en Buenos Aires).

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