ENFERMEDADES Y REMEDIOS EN LA ARGENTINA DE ANTAÑO

Muchas eran las enfermedades y pestes que acechaban a los habitantes de estas tierras desde que fueron habitadas, se calcula desde hace 10.000 años.

Y específicamente, en el territorio que hoy ocupa la República Argentina, la medicina, durante esos, sus lejanos orígenes, era practicada por brujos y hechiceros, luego por barberos, sangradores, curanderos y mano santas y finalmente por los primeros médicos que llegaron con PEDRO DE MENDOZA al Río de la Plata y más tarde por los que comenzaron a egresar de nuestras escuelas de medicina.

Pero comenzando por el principio, refiriéndonos a la época más lejana de nuestra existencia como país organizado, recordaremos que nuestros antepasados, los aborígenes oriundos de estas tierras, no vivían en un mundo idílico y exento de enfermedades, idea que se ha querido instalar para demonizar la llegada de CRISTÓBAL COLÓN al “Nuevo Mundo”.

Epidemias en la América de la Conquista. Revisitando la cuestión

Descontando las heridas que sufrían en combate y los accidentes que les provocaba la vida dura y en constante riesgo que vivían, la paleopatología y la paleodemografía han establecido que en la América precolombina, ya existían numerosas enfermedades y muchos y muy grandes eran los males que aquejaban su salud y causaban gran mortandad entre los aborígenes.

Un investigador de la UNLP (el doctor Mario Féliz, profesor de Química Inorgánica en la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP e investigador de la Comisión de Investigaciones Científicas bonaerense), pone en discusión la creencia de que en América no se conocían enfermedades graves ni epidemias. Afirma que hay evidencias de que ambos continentes compartieron, por lo menos, el tifus y la influenza o gripe.

“Cuántas veces hemos escuchado decir que con la llegada de los españoles en el siglo XVI, durante la conquista de América, el desembarco del “hombre blanco” trajo innumerables enfermedades que hicieron estrago en la población aborigen. Sin embargo, FÉLIZ se permite dudar de estas afirmaciones y sostiene que “existen evidencias” de que los nativos también padecían de muchas enfermedades desde antes de la llegada de COLÓN”.

“La América precolombina es observada con frecuencia con una mirada arrebatada y romántica que convierte aquel mundo en la versión americana del paraíso bíblico. Un edén vilmente profanado por la conquista española. Una imagen idílica, por cierto, construida sobre la base de lo transmitido por cronistas nativos cuando afirman, por ejemplo, que en este continente no se conocían enfermedades graves ni epidemias”, expresó FÉLIZ.

Y añadió: “Es verdad que los conquistadores trajeron consigo algunas enfermedades del viejo mundo como la viruela y el sarampión y que las epidemias ocasionaron gran sufrimiento y mortandad dando pábulo, entre los escritores nativos, a la idea de que el pasado había sido una época relativamente libre de enfermedades. Tiempos aquellos durante los cuales las vidas de la gente eran más largas y felices. Sin embargo, ese mundo estaba lejos de ser real”.

Según el profesor, FÉLIZ “en muchos casos, los materiales esqueléticos revelan signos de enfermedad, deficiencias nutricionales y violencia. Por ejemplo, la evidencia mortuoria de Teotihuacán indica tasas de mortalidad tan altas o mayores que las de ciudades europeas contemporáneas».

“La evidencia arqueológica también sugiere que la tuberculosis tenía una larga historia entre los habitantes del nuevo mundo: “los restos más tempranos muestran claros signos de la enfermedad que se remontan a unos 2000 años atrás”.

Además, el científico platense aseguró que «las tradiciones anteriores a la conquista, relativas a epidemias, apoyan la hipótesis de que el tifus pudo haber existido en las Américas antes del siglo XVI”.

Las enfermedades respiratorias y gastrointestinales, como neumonía, tuberculosis y los parásitos intestinales (shigellosis, salmonelosis, amebiasis y giardiasis) eran las principales causas de muerte en todas las edades, pero atacaban con más severidad a bebés y niños menores de 5 años

Las supersticiones también estaban presentes en ese mundo: Los andinos prehispánicos relacionaban sus enfermedades con la maledicencia de los brujos (Laikas), incitados por sus enemigos; las lesiones hipocrómicas de la piel (Khara), anorexia, caquexia y la impotencia sexual eran atribuidas a estos personajes.

Los remedios
Y cómo combatían sus enfermedades nuestros antepasados supersticiosos e ignorantes (según los parámetros de hoy), que veían en la Naturaleza el origen de todos sus bienes y de todos sus males?.

Para interpretar sus mensajes, contaban con los hechiceros, “chamanes” (en algunas tribus) y brujos. Hacían sacrificios (en algunas etnias sacrificios humanos), elevaban sus ruegos al sol, a la luna y esperaban de ellos, la cicatrización de sus heridas y el fin de sus males, pero también recurrían a lo que la Naturaleza les ofrecía, pródiga y eficaz.

Usaban las hojas y la corteza del sauce para hacer infusiones con las que aliviarles las fiebres (no sabían por supuesto, que el ingrediente activo de la corteza del sauce es un glucósido amargo llamado salicina, poderoso antipirético) y hay referencias al uso de otras hierbas cuyas bondades terapéuticas hoy son reconocidas por la farmacopea moderna.

Nuestra tierra, fértil y generosa los proveía de manzanilla, aloe vera, eucalipto, cola de caballo, diente de león, ginkgo biloba, yerba mate, pasiflora, acebo, flor de sauco, yuca, ortiga, ruda, escaramujo, junco de esteras y muchísimas otras hierbas más, con las que curar sus enfermedades.

Los primeros médicos
Después de COLÓN, en 1536, con PEDRO DE MENDOZA llegan al Río de la Plata los primeros médicos que ejercieron su profesión en las colonias de Hispanoamérica. Eran los doctores ABLAS (dixit Luis Trenti Rocamora), cirujano de su Majestad el rey, Carlos V; HERNANDO DE ZAMORA, vecino de Córdoba, de 29 años de edad, licenciado y médico personal de PEDRO DE MENDOZA y SEBASTIÁN DE LEÓN, vecino de Bruselas, cirujano y capitán de arcabuceros que actuó durante más de 50 años en Asunción.

En 1540, con el segundo Adelantado HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA, llegaron el barbero y médico NICOLÁS FLORENTÍN y el cirujano de la provincia de Toledo PEDRO DE SAYÚS, quien en 1564, todavía estaba en Asunción.

En 1549, con NUFRIO DE CHAVES, llegó a Asunción, procedente de Perú, el cirujano PEDRO SOTELO y en 1555, acompañando a MARTÍN DE ORUÉ, llegó el médico granadino JUAN DE PORRAS, y se quedó en Asunción hasta 1578 y probablemente, poco antes de que MARTÍNEZ DE IRALA en 1541 ordenara el despoblamiento de Buenos Aires, apareció el cirujano genovés BLAS DE TESTANOVA, quien permaneció en el Río de la Plata al menos hasta 1558.

En 1575, llegaron con ORTÍZ DE ZÁRATE, el cirujano ANDRÉS ARTEAGA, que durante un tiempo ejerció su profesión en Santa Fe; LUIS BELTRÁN, cirujano procedente de Turín, JUAN DE CÓRDOBA, un cirujano de 27 años, natural de Granada, DIEGO DEL VALLE, un asturiano de 48 años, “cirujano real de Su Majestad, el Rey de España” y LORENZO MENAGLIOTTO, cirujano de 25 años, natural de Parma, que ejerció su profesión en Asunción hasta 1582.

Males más comunes
Ya iniciada la colonización, la población de la colonia española del virreinato del Río de la Plata, cuya situación sanitaria era muy deficiente, no contaba con la cantidad de médicos suficiente, no había asepsia y menos anestesia por lo que las operaciones eran muy cruentas.

El mayor peligro eran las infecciones y el agua para consumo domiciliario y para “las curaciones”, debía ser traída desde el río o comprada a los “aguateros”, pero todas altamente contaminadas. Según las crónicas abundaban la” calentura” (tuberculosis), calentura pútrida (tifus y tifoidea), las “llagas pútridas”, la disentería, las enfermedades infecciosas y sus epidemias, sobre todo, las infantiles, como las de tos convulsa, el sarampión, la escarlatina, las anginas y otras que es difícil de ubicar porque tenían nombres diferentes a los actuales.

Barberos, sangradores y algebristas
A pesar de que ya había médicos en la colonia (aunque muy pocos), la población, cualquiera fuera su nivel social, seguía recurriendo a los métodos de los aborígenes y de unos personajes que, dada la escasez de auténticos médicos, comenzaron a aparecer, coexistiendo con ellos.

Eran los “barberos”, sangradores o flebótomos” y “algebristas”, audaces e inconscientes sujetos que decían “curar” improvisándose como “cirujanos” los primeros, aplicando sanguijuelas o provocando el sangrado de sus pacientes, los segundos y ocupándose de las enfermedades de los huesos los últimos.

Eran de uso común en sus prácticas, en una fantástica mezcolanza de productos, elementos varios y creencias, además de las ya nombradas hierbas medicinales, las “ventosas”; las “cataplasmas”; la aplicación de sanguijuelas; los “fomentos calientes”; las gárgaras con bicarbonato; la “ipecacuana” para provocar el vómito; los baños con Te para la conjuntivitis; el «gomenol», unas gotas que se ponían en la naríz, para curar el resfrío; los paños empapados en agua y vinagre para bajar la fiebre; la “Poción Tood”; la bolsita con alcanfor colgada del cuello; los vahos con agua caliente y hojas de eucalipto, para despejar las vías respiratorias; el aceite castor (aceite de ricino); el corcho para combatir los calambres; el aceite caliente para el dolor de oído; el papel higiénico para detener sangrados; los “ombligueros” para contener el ombligo de los recién nacidos.

Y aunque ya, desde principios del siglo XVII, casi todas las poblaciones comenzaron a contar por lo menos, con una persona que se hallaba registrada como “médico», a lo largo de todo el siglo XVI y hasta el siglo XIX, los médicos venidos de Europa, aborígenes curanderos o hechiceros, barberos y herradores o médicos de caballos (veterinarios) asumían la responsabilidad inherente a cuestiones médicas y utilizaban tanto remedios europeos como indígenas y autóctonos.

La medicina en el siglo XX
Felizmente, ya afianzado el siglo XX, la medicina argentina comenzó un promisorio camino hacia la excelencia, a pesar de políticas gubernamentales de escaso mérito, pujas políticas y escasez endémica de medios, pero sustentada por la mundialmente reconocida capacidad profesional de nuestros médicos, algunos de los cuales fueron los doctores RENÉ FAVALORO, ROBERTO WERNICKE, WNCESLAO ACEVEDO, ENRIQUE DEL ARCA, LUIS AGOTE, ABEL AYERZA, ALFONSO ROQUE ALBANESE, RICARDO FINOCHIETTO, FRANCISCO JAVIER MUÑIZ y esos tres profesionales que fueron galardonados con el Premio Nobel de investigación médica: el doctor BERNARDO HOUSSAY (1947), LUIS FEDERICO LELOIR (1970) y CÉSAR MILSTEIN (1984).

El relato del doctor ALBERTO CHATAS, un profesional de aquella época, durante una conferencia que diera en 1994, permite comprender la precariedad que caracterizaba a esta actividad y los escasos medios con lo que se contaba para atender la salud de la población.

«La Escuela Médica de nuestra formación fue producto de la post reforma universitaria de 1918, lograda como consecuencia de la revuelta de los estudiantes contra malos profesores, producida en la ciudad de Córdoba ese año.

En esos años, los inscriptos en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, no pasábamos del centenar y la matrícula era equivalente a 150 dólares al año, cuando un auto Ford T valía 600.

Con los años, el ingreso se masificó y desde 1945 en adelante, los estudiantes libres en medicina alcanzan el 70% del total del estudiantado universitario. Había exámenes mensuales y la mortalidad académica, es decir, la deserción escolar, llegó a ser del 80%. Hoy la puja política sigue entre estudiantes, egresados y docentes para dominar el manejo universitario”.

“En nuestra formación hospitalaria y en el ejercicio médico de ese entonces, dominaban las compresas, emplastos, fomentos, ventosas simples o escarificadas, sangrías, bolsas de hielo o de agua caliente, fórmulas magistrales, inyecciones diarias de aceite alcanforado o e aceite de hígado de bacalao.

Como en la fiebre tifoidea que duraba de 1 a 2 meses y la neumonía lobar, que duraba 8 días, las complicaciones eran frecuentes, se recurría a las secciones de leche tyndalizada o al abceso de fijación para aumentar las defensas”.

“Las inyecciones de sangre intramuscular, se usaron para combatir el asma, los eczemas y en otras enfermedades. Con frecuencia veíamos encías sangrantes producidas por el escorbuto o lesiones oculares por avitaminosis A.

«Veíamos también muchos casos de craneotabes (osteoporosis craneal congénita), surco de Harrison (una depresión torácica en la zona de inserción del diafragma) y rosario costal (una serie de nudos en la unión de las costillas y de los cartílagos costales), manifestaciones todas del frecuente raquitismo que debíamos atender”.

“Abundaban también las distrofias farináceas producidas por alimentar al lactante solamente con agua de mazamorra. A los niños inapetentes, algunos médicos le inyectaban insulina y muchas madres les daban a tomar yemas de huevos batidas con un vino generoso. Las enemas y los purgantes no faltaban.

La amigdalectomía era frecuente y los rayos ultravioleta, de uso común. Los hospitales de niños de nuestro país se vieron obligados a tener salas especiales dedicadas a la difteria y el tétanos, verdaderas pesadillas de los médicos internos y practicantes de entonces”.

“Cuando no había nada para reemplazar la leche materna, las diarreas y los problemas nutricionales, dominaban la tarea médica entre los lactantes. Ya se sabía que la leche de la madre evitaba esas patologías tan graves. En muchos capítulos de los tratados de Pediatría, se desarrollaban estudios sobre desnutrición, diarreas y sobre la composición de la leche humana, aconsejando cómo manejar a las amas de leche, verdaderas dictadoras en las casas donde se las empleaba, ya que comprendían la necesidad que había de ellas”.

“En Buenos Aires se instalaron “Lactarios Municipales”, donde se vendía leche materna a diez pesos el litro. Pero los niños alimentados con esta leche que vendían allí las “amas de leche”, corrían graves riesgos, por los fraudes que se cometían, cuando, pretendiendo mayores ganancias, aumentaban el volumen, agregándole leche de vaca o aún agua de la canilla, elementos éstos muy peligrosos para la salud, por el alto contenido bacteriano que contenían” (ver La medicina en Argentina. Orígenes y desarrollo).

Curiosidades
Un diagnóstico errado. La Asamblea del año XIII dispuso que había que bautizar a los niños con agua templada. Argumentaba esto por «haber conocido, con dolor y perjuicio de la población, que multitud de infantes perecen luego de nacidos del mal vulgarmente llamado de “los siete días”, un espasmo que entre otras cosas se origina por el agua fría con que son bautizados».

El mal era, en realidad, una epidemia de tétanos que se debía al poco cuidado con que se cortaba el cordón umbilical en los nacimientos.

Enfermedades y pestes que llegaron con los españoles
La primera epidemia fue de viruela. Llegó a América en 1519 y la población de Colombia se redujo a la mitad en sólo 20 años y la de México cayó de 20 a 1.6 millones. Cuando Cortés llegó a reconquistar la capital del imperio azteca, Tenochtitlán, buena parte de sus habitantes habían muerto de viruela. Una víctima famosa de la viruela fue el emperador inca HUAYNA CAPAC.

La viruela como otras “pestes” eran atribuidas a la corrupción del aire, a los deshechos pútridos que se acumulaban en las calles o a las miasmas, los efluvios malignos que se creía que desprendían los cuerpos corruptos”-

En Buenos Aires, en 1810, a pesar de que el 5 de julio de 1805, había llegado la vacuna antivariólica, a bordo del barco negrero portugués “Rosa del Río”, el gran temor era la viruela. Ya había hecho estragos en Europa cuando apareció en Rosario y Buenos Aires en forma de oleadas que causaron muchas muertes, sobre todo en la población indígena, más propensa a enfermarse que los blancos, por la falta absoluta de inmunidad contra ella.

“La viruela ha hecho estragos -señalaba Castelli- en las extremidades de la jurisdicción de Buenos Aires y Santa Fe, confinantes (sic) con la de Córdoba, adonde no han llegado ni llegarán tal vez, los socorros de la vacunación dispensados por ese gobierno. En esta ciudad se ha dejado de conservar el fluido vacuno por inercia del anterior jefe e indolencia del Cabildo”.

El sarampión llegó después y luego llegaron la tosferina y las paperas. La lepra fue otro de los males traídos por los españoles (GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA, fundador de la ciudad de Bogotá, Colombia, murió de lepra en 1579, a los 80 años.

De Europa también llegó la gripe, que golpeó duramente a los indígenas y la difteria, el cólera, la fiebre amarilla y la conjuntivitis (ambas traídos por los esclavos que venían de África y que paradójicamente, resultaron ser por ello, más resistentes a las epidemias).

Entre las venéreas, los españoles trajeron la gonorrea y aunque no hay certeza, se cree que también la sífilis, contrariando la teoría de que esta enfermedad ya estaba en América desde antes de la llegada de los españoles. Recordemos que la primera víctima notable de ella, fue PEDRO DE MENDOZA, quien, cuando ya regresaba a España después de fundar “Santa María del Buen Ayre” en 1536, murió en alta mar, sin saberse si ya había llegado enfermo o si se había contagiado en América, debido a la vida promiscua que aquí llevó con las nativas (ver La sífilis. Americana o europea?).

El empacho. Nos referiremos aquí, por considerarlo como una verdadera curiosidad curativa, a las diversas maniobras que realizaban (en algunos sectores de la población aún lo hacen), las curanderas y manosantas para curar ese mal común en los niños y lactantes.

Aplicación de masajes en el abdomen; susurrando oraciones específicamente construidas para curar el empacho; mediante la ingesta de purgantes caseros o la aplicación de emplastos; “pellizcando el espinazo” o mediante la medición con la cinta (ver El empacho, una enfermedad popular en infantes de Uruguay).

Fuentes. “Los pueblos precolombinos y las enfermedades antes de la Conquista”. Ed. Universidad Nacional de La Plata, 2010; Wikipedia; La Historia en mis documentos». Graciela Meroni, Ed. Huemul, Buenos Aires, 1969; “Páginas de historia de la medicina en el Río de la Plata”. Pedro Mallo, Ed. Anales de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires, Buenos Aires, 1897; Actas del II Congreso Nacional de Historia de la Medicina Argentina, Córdoba 1970; “Los comienzos de la medicina o algo parecido en el Virreynato del Río de la Plata. Roberto Litvachkes, (en PDF); “La medicina y los médicos en los albores de la argentinidad”. Francisco Cignoli, Ed. Revista del Colegio de Farmacéuticos nacionales de Rosario, Rosario, Santa Fe, 1949; “Historia de la Medicina”, Ed. Facultad de Ciencias Médicas, Buenos Aires, 1940; “Historia de la Medicina en el Río de la Plata (1542-1925)”. Eliseo Cantón, Ed. Sociedad de Historia Hispanoamericana, Madrid, España, 1928; “La ciencia de Mayo. La cultura científica en el Río de la Plata: 1810-1820”. Miguel de Asúa; “El empacho”. Roberto Campos Navarro y  Herlinda Quiñones Marrero, Revista Uruguaya de Antropología y Etnografía, Montevideo, 2017.

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