FALSIFICACIONES Y FALSIFICADORES EN EL ANTAÑO DE LA ARGENTINA

Desde tiempo inmemorial la falsificación de moneda ha tentado a los amantes del enriquecimiento súbito. Es un delito que nace con la moneda misma y posee un frondoso y apasionante historial que corre paralelo con el del signo monetario.

“Pero no vaya a creerse que esta actividad ha sido desarrollada únicamente por aventureros, dice PEDRO J. VIGNALE, autor de un enjundioso estudio acerca de este tema, “pues en ciertos momentos fue hasta un recurso de los gobiernos para determinados fines y en la época colonial, los mismos reyes acosados por las deudas, acudían a él.

Las grandes falsificaciones fueron realizadas generalmente por los oficiales reales o por los mismos reyes”, y da como muy posible que la creación de la antigua “Casa de Moneda” en Lima, no hubiese tenido otro fin que el de seguir lanzando a la circulación plata corriente, que era cotizada a precio de la buena y ensayada, añadiendo que hay motivos para pensar que las grandes sumas invertidas en el embellecimiento de Lima hayan tenido ese origen.

De todos modos, este escabroso asunto de la falsificación de moneda llegó a preocupar al rey de España, Felipe IV, hasta el punto de decidirle a dictar “pena de muerte por fuego” a los falsificadores, y en Potosí mismo, esa pena se impuso a algunos funcionarios de la Casa de Moneda, a quienes se ahorcó en la plaza pública.

Desde aquellos tiempos, cuando, en nuestra América el circulante se reducía a un  simple trozo o lingote de oro o de plata para llegar a la moneda acuñada con el busto de los reyes y sus escudos, hasta nuestros días, en que el signo monetario está constituido por monedas acuñadas en diferentes metales (oro, plata, níquel o aleaciones de este metal con otros de menor valor)  y los billetes impresos en papeles y tintas especialmente  fabricados para estos usos, la emisión de moneda, dicho así en términos  generales, ha seguido el ritmo del progreso de la humanidad.

Los adelantos técnicos han sido aplicados a la fabricación de moneda en forma tal, que hoy tanto los unos como las otras (billetes y moneda), presentan las características de pequeñas obras de arte. Es decir,  que desde entonces hasta ahora, la moneda, en lo que a su aspecto se refiere, ha registrado un cambio notable, reflejado también en las falsificaciones, cuyas técnicas han corrido paralelas a las aplicadas para producir la moneda legítima.

Y es lógico que sea así, pues de otra manera, la falsificación deja de serlo para convertirse en  burda imitación, lo cual significa para el falsificador un rotundo y definitivo fracaso.

Aunque la fundación de nuestra actual “Casa de Moneda” se inspiró en iguales razones a las del tiempo de la colonia, esto es,  la emisión, el control y la regulación del circulante,  se le ha asignado otra función i importante: impedir o por lo menos, obstaculizar las falsificaciones.

Para eso cuenta en sus instalaciones con una serie de elementos mecánicos, entre otros, una complicada máquina que realiza su trabajo a base de un armonioso conjunto de líneas,  rúbricas y colores entrelazados, formando atractivos dibujos llamados “guilloches”, cuyas formas pueden variar hasta el infinito, haciéndolo así, prácticamente infalsificables los billetes  y otros valores que se imprimen allí..

Es, en definitiva, un trabajo que plantea una apasionante lucha entre la inventiva de los técnicos que manejan estas técnicas y máquina y la habilidad de los falsificadores.

Sin embargo, todas estas complejas previsiones no han impedido en forma absoluta las falsificaciones de dinero. Hoy, como antes, esta “actividad al parecer tan lucrativa”, es una tentación irrefrenable para los impacientes que buscan un rápido enriquecimiento.

En los archivos de la Policía Federal se guardan numerosas carpetas que constituyen verdaderos capítulos de una historia digna de ser editada, pues de esta manera, llegarían al conocimiento público singulares episodios de este delito, demostrativos de que el falsificador, no es un delincuente vulgar, pero sí persistente, aunque raras son las veces que logra salir impune, aunque su trabajo haya sido “perfecto”.

Falsificaciones que hicieron historia. Quizás la más antigua, pero seguramente la más famosa de las falsificaciones que quedaron registradas en nuestra historia, fue la que se descubrió en 1648, cuya trama es digna de relatarse, pues nos ofrece un claro panorama de la situación reinante en América del Sur respecto de este asunto.

En el citado año, el rey tuvo la noticia de que sus mismos oficiales de  Potosí estaban realizando una falsificación  de moneda en gran escala.

Ni corto ni perezoso, el monarca pasó los antecedentes a la Audiencia  de Charcas con la orden expresa de proceder a una investigación y en caso de comprobarse fehacientemente la verdad de los hechos denunciados, se castigase a los pables con la severidad que el caso requería.

La Audiencia encargó la investigación nada menos que a su Presidente y al Visitador (sus máximas autoridades), a la sazón el Presbítero FRANCISCO NESTARES MARÍN, una persona de carácter enérgico y espíritu ambicioso que vio en ello, la oportunidad para hacer méritos ante el rey, y obtener beneficios personales para él mismo simultáneamente.

Con esta idea en su mente, inició su investigación ordenando la detención de los oficiales reales y hasta del mismo Alcalde provincial, cuyo  nombre era FRANCISCO GÓMEZ DE LA ROCHA, personaje que había conseguido acumular una enorme fortuna, aprovechando el ambiente propicio a las aventuras más disparatadas que reinaba en la fabulosa Potosí.

No paró allí el activo investigador. Su segundo paso fue dirigirse hacia un ensayador oficial de metales de apellido RAMÍREZ, y algunos otros funcionarios de la “Casa de Moneda”, a todos los cuales ordenó ahorcar, obligando, además, a los habitantes de la Villa Imperial, a declarar sus fortunas.

Dispuesto a llevar hasta sus últimas consecuencias la investigación, dictó otras condenas e hizo apresar al mismo GÓMEZ DE LA ROCHA, a quien sin embargo, ante el clamor popular que esta medida desató, debió conceder la libertad bajo fianza.

Fue tal el pánico de la población, que hasta el mismo gobernador, el general don JUAN VELARDE TRIVIÑO, resolvió huir de la ciudad, para ponerse a salvo  de las drásticas resoluciones del iracundo investigador.

Demás está decir que las fortunas de muchos ciudadanos se vieron seriamente amenazadas y esto contribuyó a la formación de un frente único entre la población y los ricos mineros, con el exclusivo propósito de acabar con el enemigo común, fuera como fuese.

Y la mejor forma que encontraron para deshacerse de él, fue en envenenarle, intento que, al fracasar, trajo como consecuencia una furiosa persecución desatada por el irascible investigador, quien se entregó a la tarea de acumular delitos sobre los enjuiciados, apresando de nuevo a GÓMEZ DE LA ROCHA.

Pero como éste era multimillonario y contaba con la simpatía de las personas más importantes de Potosí, incluso de las congregaciones religiosas, se entabló una lucha sin cuartel entre NESTARES MARÍN que quería ajusticiar a ROCHA, y la población entera que estaba resuelta a impedirlo, un pleito que quedó dilucidado con la ejecución del millonario en su propia casa, ante el espanto de los presentes.

De todas maneras, el furibundo investigador, no pudo gozar de “sus éxitos”, por cuanto   poco después, minada su salud por una enfermedad incurable, murió solo y abandonado por sus escasos partidarios, sin haber logrado ver completada su tarea. Y cuentan las crónicas de esos tiempos, que el desdichado dejó este mundo arrepentido de todo el mal que había causado.

Falsificación de monedas en Salta (11/10/1817)
 MARTÍN MIGUEL DE GÜEMES, gobernador de Salta, denunció la falsificación de monedas que se realizaba en todo el norte del país.

A partir de 1815, cuando se dio por perdido el Alto Perú, la región cayó en un dramático estado de miseria, agravado por la presencia de las tropas criollas y realistas que exigían permanentes contribuciones a la población para poder mantenerse.

Las dificultades causadas por la guerra y la falta de ayuda desde Buenos Aires hicieron que la moneda en circulación comenzara a escasear. La última en desaparecer fue la llamada macuquina, acuñada en el Potosí hasta 1773.

Entonces, en talleres clandestinos se empezaron a fabricar monedas de plata, con el agregado de abundante cobre y peso inferior al legal. Cuando Güemes realizó la denuncia, las monedas falsificadas habían invadido todas las provincias del norte y ya se producían abiertamente en varios pueblos.

Para terminar con el problema, el gobernador dispuso por medio de un bando que se contramarcara toda la moneda circulante, ya fuera auténtica o falsa.

Se llegaron a resellar 50.000 monedas, a las que se les aplicó una marca con las letras de la palabra patria. Cuando la noticia llegó a Buenos Aires, el Director Supremo PUEYRREDÓN ordenó que se suspendiera la remarcación esperando la decisión del Congreso.

Pero Güemes no obedeció la orden y le contestó al director que ese dinero se encontraba “en manos inocentes, que con el fusil o la espada detienen las marchas del enemigo”. Güemes vivía de cerca el drama de la pobreza de su gente y la absoluta carencia de recursos con que combatían.

Pero un año más tarde el Congreso prohibió la circulación de la moneda resellada y ordenó que la secuestrara y destruyera. Esta vez Güemes acató la orden.

Una falsificación perfecta? (14/06/1824)
Una emisión de billetes que lanza el Banco de la Provincia de Buenos Aires, ubicado en la esquina de Perú y Moreno, groseramente rudimentaria y sencilla, fue prontamente falsificada.

La Policía comienza a sospechar de la apariencia lujosa de un pobre y joven grabador llamado MARCELO VALDIVIA. Al allanar su casa, descubren grandes cantidades de billetes falsos.

En el interrogatorio al que se lo somete,  termina por reconocerse autor de la estafa: un «trabajo perfecto”, dictaminan los peritos “no hay diferencia con los billetes auténticos».

El pobre infelíz es condenado a muerte, pero a tiempo descubren que es menor de edad y se le conmuta la pena por la de ocho años de prisión y «destierro por el resto de la vida».

Como pena accesoria, durante cuatro horas,  Valdivia es sentado en la Plaza Mayor  con los billetes falsos colgados del pecho y miles de porteños acuden a mofarse de él, quien se mantiene inmutable ante las burlas, denuestos y pullas que se le lanzan

Ejecutado por falsificador reincidente (20/02/1825)
 El vecino de Buenos Aires MARCELO VALDIVIA fue enviado a prisión, luego de comprobarse su autoría de una falsificación de billetes de banco y a los pocos meses de estar preso realizó una nueva falsificación de billetes del Banco de Descuentos de la Provincia de Buenos Aires y de una orden de amnistía emitida a su nombre, con la intención de lograr con ella su libertad.

Descubiertas ambas falsificaciones fue condenado a muerte y fusilado en el patio de la prisión de Retiro, el 20 de febrero de 1825.  El nuevo trabajo, si bien de inferior calidad comparado con el anterior, hizo que las autoridades agreguen en los nuevos billetes de Banco esta inscripción: «La ley condenó a muerte al falsificador y a sus cómplices”.

En épocas del extinguido Banco Nacional, este delito había motivado el  destierro de tres ciudadanos franceses y en marzo de 1831 el fusilamiento  del ciudadano Enrique Fleury.

No obstante ello, las falsificaciones continuaron; el papel empleado era de mala calidad y una vez lanzado a la circulación, su propio desgaste hacía factible la confusión de los contrahechos. Si bien no hubo falsificación de monedas de cobre, estas piezas desaparecieron muy pronto de la circulación. Su destino fue Montevideo, donde se pagaba un sobreprecio a los especuladores.

Emisiones clandestinas (03/06/1890)
El texto que sigue es la transcripción de la Intervención del doctor ARISTÓBULO DEL VALLE en la sesión del Senado de la Nación del día 3 de junio de 1890:

“Voy a ocupar la atención del Senado sobre un grave asunto, pero procuraré hacerlo brevemente. Cuando en una de las últimas sesiones de la Cámara, me referí a las emisiones clandestinas, signifiqué claramente cuál era mi manera de pensar y de sentir res­pecto de este abuso criminal del sello de la Nación y de la fe pública, que comporta la imposición de ese sello sobre la moneda circulante. [. ..]».

«No cabe duda que ha habido emisiones clandestinas, emisiones clandestinas lanzadas a la circulación por los agentes del gobierno, con la intervención de la oficina creada por la ley,  para garantizar a propios y extraños la legalidad y la pureza de la moneda circulante, con autorización, con aprobación, sino con orden del mismo Poder Ejecutivo, a quien la Constitución ha confiado la guarda inmediata del sello de la Nación».

«Parece, señor Presidente, o más bien dicho (para qué voy a ponerme en casos hipotéticos) hay la certidumbre de que en estos momentos circulan en la República, además de las emisiones de monedas hechas con arreglo a la ley, tres clases de emisiones clandestinas y falsas: una emisión clandestina, he­cha para ayudar a los bancos oficiales en los momentos en que la desconfianza pública llevaba el oro a 300 e inducía a retirar los depósitos de toda especie que existían en dichos establecimientos».

«Otra emisión, la de los billetes de la antigua emisión de las provincias que habían  sido retirados de la circulación, convirtiéndolos en billetes nuevos y que han vuelto otra vez, de una manera subrepticia a la circulación en las provincias, emisión que parece que no tenia el apoyo del señor ministro de Hacienda y finalmente, una tercera emisión, igualmente clandestina e igualmente falsa, que se ha lanzado a la circulación para garantir el movimiento ordi­nario del Banco Nacional, y respecto de la cual, no tenemos aún la palabra oficial y pública de Poder Ejecutivo de la Nación».

«Yo no necesito demostrar la abierta y flagrante violación de la ley con relación a estas diversas emisiones clandestinas; pero si necesito poner de manifiesto ante el Senado y ante el país, que esto que se llama emisión clandestina, no es otra cosa que falsificación de moneda quienquiera que sea el fal­sificador».

«Nuestra ley de moneda prescribe clara y terminantemente, cuál es la base de toda la circulación fiduciaria legitima en la República y los billetes de nuestra moneda llevan en el dorso las leyendas: una que declara que estos billetes moneda nacional, son emitidos dejando en garantía su equivalente en fondos públicos de !a Nación, de acuerdo con la ley de la materia y otra, que prescribe que quienquiera que emita billetes que no tengan  los requisitos que aquella ley establece, que carezcan de las garantías que este billete tiene, comete el delito de falsificación y debe ser penado con arreglo a la ley de 1863».

«Siendo públicos estos hechos, teniendo como antecedentes las denuncias que han llenado el país, habiendo tenido en el seno del Congreso una confirmación tan explícita y categórica como la que se ha oído, yo me he preguntado: ¿El Senado de la Nación cumple con su deber permaneciendo silencioso e impasible en presencia de estos graves sucesos?·.

«¿No tiene una misión constitucional que llenar, no tiene una función parlamentaria que desempeñar, por lo menos, para demostrar ante el país que no acepta estos procedimientos y que no se asocia a esos hechos criminosos; que la moral tiene aún defensa en la  República Argentina y que no nos hemos entregado al gobierno de los arbitrios sin control, que pueden salvar todas las barreras: la de la Constitución. la de la ley y  la más eterna e inmutable, la de la moral?»

[. . . ] Que se nombre una comisión de investigación, compuesta por tres senadores designados por la Cámara o por el señor Presidente, para que proceda a informar al Senado a la brevedad posible, respecto a lo que hay de verdad sobre dichas emisiones clandestinas. [.. . ]

«SI los antecedentes que antes he expuesto no bastaran  para justificar el procedimiento que aconsejo,  pido a la Cámara, todavía tendría que decirle que to­dos los hechos anteriores se han reagravado con uno de úl­timo momento, que segura­mente no está en conoci­miento de la Cámara y que le va a sorprender como me ha sorprendido a mi y es que con posterioridad al de­bate que ha tenido lugar en el seno de la Cámara a pro­pósito del impuesto al oro, donde se trató esta cuestión, se ha hecho todavía una emisión clandestina de 4.500.000 de  pesos para entregarlos al Banco Nacional, no ya bajo la presión de los depositantes aglomerados a las puertas del banco, que pudieran poner en peligro la existencia de aquel estable­cimiento, sino para salvar necesidades cuyo carácter no puedo apreciar, pero que entraría en el movimiento ordinario de la institución bancaria».

[.. . ] Todavía tengo un antecedente que mencionar, de menor importancia tal vez,  considerado desde  cierto punto de vista, pero que impone la necesidad de proceder rápida y enérgicamente. El ejemplo dado por el gobierno de la Nación habiendo o autorizando las emisiones clandestinas o falsas, es un ejemplo contagioso que ha comenzado a recorrer toda la República y en una forma u otra nuestras leyes,  empiezan a ser violadas abiertamente y a la luz del día».

«Se ha hecho público que el gobierno de Catamarca ha mandado imprimir en una litografía de esta ciudad bille­tes de banco. […] Esta moneda probablemente no se habrá lanzado a la circulación, porque son las pruebas litográficas las que yo tengo,  pero es el cuerpo del delito para que la investigación pueda ejer­citarse contra ese gobierno. [. .. ] De manera que no so­lamente hay falsificación de moneda, sino una usurpación de la prerrogativa que manda que la emisión de moneda menor, moneda inconvertible,  sólo puede ser hecha por cuenta de la Nación»..

[. .. ] La corrupción nos invade por todos lados. Si queremos salir de esta situación, es necesario que nos resolvamos a poner término a las contemplaciones y a cumplir honrada y  virilmente con nuestro deber»

Los falsificadores pasan al recuerdo y el oficio, que antaño estimularon hasta los mismos reyes y fue practicado por verdaderos artistas, abandona hoy la crónica policial y se vuelve leyenda

(Esta información contiene material extraído de diversas publicaciones realizadas al respecto, especialmente unas publicadas en el diario La Nación, con la firma del señor Pedro J. Vignale).

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