VARELA, JUAN CRUZ (1794-1839)

Uno de los primeros poetas argentinos. Periodista y unitario prominente. Considerado como «el poeta más culto y el más completo hombre de letras de nuestra literatura, anterior al romanticismo».

Había nacido en Buenos Aires el 24 noviembre de 1794, es decir, tres lustros antes de la guerra de la Independencia, y como en los tiempos coloniales, la alta enseñanza era esencialmente clásica y literaria y estaba prohibida hasta la importación de libros modernos, imponiendo no sólo un aislamiento económico y político a la colonia, sino que se la sumía también, en un aislamiento intelectual, sus padres lo enviaron a la Universidad de Córdoba, con la esperanza de que se ordenara sacerdote.

Como VARELA, educados en el Colegio de Monserrat, en la provincia de Córdoba o en el de San Carlos, en Buenos Aires y más tarde, en la Universidad de Chuquisaca, los primeros poetas de la Revolución — VICENTE LÓPEZ Y PLANES, FRAY CAYETANO RODRÍGUEZ y ESTEBAN DE LUCA—pertenecieron, acaso sin saberlo, o sin proponérselo deliberadamente, a la antigua escuela clásica.

Pero, recordemos que de estos poetas, LÓPEZ Y PLANES se hizo ante todo hombre de Estado, CAYETANO RODRÍGUEZ abrazó el sacerdocio y como tal, escribió versos como por accidente, y ESTEBAN DE LUCA murió tan joven, que dejó trunca su obra poética. Sólo JUAN CRUZ VARELA pudo, pues, completar la suya, dedicándole todas las energías de su vigoroso temperamento estético.

Con feliz y significativa coincidencia de fechas, VARELA había iniciado sus estudios universitarios en el año de la Revolución, 1810, y los terminó, graduándose de bachiller en Cánones y Teología, en el de la Declaración de la Independencia, 1816. Pasó, pues, la heroica época de la lucha emancipadora, aislado del gran movimiento revolucionario y absorbido por las especulaciones de la más pura escolástica. Mientras los patriotas vencían en Salta, en Tucumán, en Chacabuco, en Maipo, el joven manteísta empleaba sus laboriosas horas en la lectura de los teólogos y de los grandes poetas latinos, mientras ya comenzaba a manifestarse su talento poético.

En 1816, fue funcionario en el gobierno de Buenos Aires, durante la gestión de MARTÍN RODRÍGUEZ y Secretario del Congreso de Tucumán

En 1817 regresó a Buenos Aires y pronto se despertó su auténtica vocación por las letras y desvió su destino, dedicándose en un principio al periodismo, distinguiéndose como escritor ingenioso y chispeante hasta que más tarde su subyacente vena poética comenzó a surgir impetuosamente y sus  sátiras festivas, poemas sentimentales e ingeniosos epigramas, lo hicieron famoso.

Fue entonces cuando comenzó a escribir poemas líricos. Entre los más recordados figuran: “En la muerte del general Belgrano” y “Al triunfo de Ituzaingó” y paralelamente con su obra poética, colaboró en distintos periódicos.

Decidido exégeta de RIVADAVIA, en 1822 tomó a su cargo la redacción de “El Centinela”, en que defendió la política de éste, especialmente las reformas que propuso y más tarde, fue redactor de “El Mensajero Argentino”, “El Granizo”, “El Porteño” y “El Tiempo”, “El Pampero” y otros muchos periódicos que expusieron su prédica apasionada, su curiosidad política y su constante batallar. Sus intereses eran decididamente unitarios y parece ser que respaldó a LAVALLE contra DORREGO y estuvo entre quienes sugirieron que se le diera un trato duro a este último para erradicar así el federalismo.

En 1828, luego de que BERNARDINO RIVADAVIA renunciara a la presidencia de la República, invocando razones políticas, emigró a la Banda Oriental y se instaló con su familia en Montevideo. Allí, mientras con su hermano FLORENCIO no dejaba de atacar a ROSAS, se entregó por completo al periodismo político y a la literatura. Por su ilustración y experiencia, le reconocieron como maestro muchos jóvenes que pasaron después a esa ciudad, en tiempo de la dictadura de Rosas. En su amor a las bellas letras halló distracción y consuelo para las nostalgias y amarguras del ostracismo.

“Fue un clásico por la forma, como muchos de sus contemporáneos, pero un romántico por su temperamento, como lo prueban su poema “Elvira”, basado en el Canto IV de la “Envida” de Virgilio y las tragedias “Dido” y “Argia”, adaptando dramáticamente el libro V del poema épico de Virgilio, la primera, e inspirada en el “Polínice y la Antífona” de Victorio Alfieri, el gran trágico italiano, la segunda

“Dido” es, sin duda, una composición más sentida y personal que las meras traducciones del mismo VARELA y en razón de que se ha perdido casi toda la tragedia “Siripo” de LABARDÉN, “Dido”, puede considerarse, como la primera tragedia argentina, donde su autor, a pesar de su erudito origen, vuelca todo su fuego y su pasión, sobre todo, en los monólogos de la infortunada reina de Cartago.

Ferviente cultor de los autores latinos, VARELA, que de estudiante había traducido ciertas composiciones de Ovidio, vertió al castellano varias odas de Horacio. Su más notable ensayo en este género fué la traducción de algunos libros de la “Eneida”. “Mi sistema de traducir a Virgilio, escribía a su amigo Rivadavia, no es otro que el de imitar en lo posible su estilo, y aun usar sus mismas palabras, en cuanto lo permitan la lengua y las inmensas trabas que cuando se traduce presenta la versificación”.

La. obra más personal y duradera del poeta no está, empero, entre sus clásicas traducciones y adaptaciones; es el canto lírico “A la victoria de Ituzaingó”, donde el triunfo de las armas argentinas durante la guerra con Brasil, inspira su musa y arranca a su arpa, marciales acordes.

“Después de invocar la inspiración, recuerda, sintéticamente las victorias de la patria, cuyos campeones llegan vencedores hasta Quito. El Brasil los desafía a la sazón. Y la patria triunfa otra vez gloriosamente en la batalla de ltuzaingó. Desde los elíseos campos del firmamento, en una alegoría que es como la apoteosis de la guerra, BELGRANO llama hacia sí a los héroes caídos en la batalla, y se arranca el lauro de su frente, para coronar con él las sienes del general vencedor, CARLOS MARÍA DE ALVEAR”.

Falleció el 23 de enero de 1839, en Montevideo donde, desde 1828 vivía expatriado, sin haber dejado de fustigar a Rosas, ni un solo instante de su vida. No le cupo, pues, como a otros emigrados argentinos más jóvenes, la suerte de contemplar el derrumbe de la dictadura y de contribuir luego a la reorganización institucional. Aunque no cayera, como su hermano FLORENCIO, apuñalado traidoramente por la espalda en una oscura calle de Montevideo, tuvo la misma desgracia de morir demasiado temprano, antes de ver satisfechos sus nobles anhelos de patriota. Sin embargo, su enseñanza, su voz y su ejemplo, así como también los de su hermano “el mártir de la tiranía”, fueron fecundos para la labor organizadora.

En realidad, el poeta y el hombre de estudio, más que una acción directa en el gobierno, ejercen una acción indirecta sobre los gobernantes. Los maestros que murieron en la expatriación inspiraron la obra de sus discípulos.

Era latinista insigne; no sólo conocía a Horacio y a Virgilio, sino que también versificaba en latín correctamente. Con una educación clásica semejante, aunque no tan. completa quizá, VICENTE LÓPEZ Y PLANES, durante aquella misma época, como era de más edad que VARELA hacia política y perdía poco a poco en la lucha sus reminiscencias virgilianas. VARELA, más penetrado del clasicismo, nunca pudo olvidar a su maestro, Virgilio, ni a su modelo, la Eneída, aunque a su vez sufriese más tarde la influencia del romanticismo, y diera un giro especial a su espíritu clásico. Formado su espíritu en la secular Universidad de Córdoba su alma de patriota conservó hasta el fin de sus días el sello, de su educación española. JUAN CRUZ VARELA es, por tanto, e1 poeta clásico típico y por antonomasia del parnaso argentino, pero debe advertirse que fue imperfectamente clásico y a su manera.

El genio argentino es espontáneo; mal ha podido nunca avenirse con los tiránicos cánones e inflexibles principios que constituyen el verdadero clasicismo literario. Aunque los primeros poetas nacionales admirasen a los antiguos, nunca llegaron a imitarlos servilmente. Hija del siglo XIX, la Revolución fue romántica, en sus ideas, en sus innovaciones, en el espíritu ya que no siempre en la letra de sus bardos. El mismo JUAN CRUZ VARELA, el más clásico si no el único clásico de los poetas argentinos, tiene sus románticas veleidades. Y no podía ser de otro modo en la sinceridad de un poeta argentino que, si bien nacido en el siglo XVIII, vivió en el XIX.

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