UN VERANO INFERNAL (01/12/1824)

Nubes de mosquitos caen sobre la ciudad de Buenos Aires. El humo parece ser el único remedio para ahuyentarlos. Ventanas cerradas, pese al calor, ojos enrojecidos por las emanaciones, y a la mañana, una población visiblemente fastidiada.

Lamentablemente no es el único problema: enormes mangas de langostas «que ni los más viejos recuerdan haber visto, entran en la ciudad desde el río».

A la humareda se agregan toques destemplados de campanas y cencerros, pues se cree que estos golpes y ruidos, podrán ahuyentarlas. Los porteños siguen en vela. Todavía no habían aparecido los insecticidas y solamente se podía recurrir a la «citronella», un ungüento con olor cítrico que se vendía como un bálsamo mágico en las boticas.

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