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ULTIMO VIAJE DE LAVALLE (10/10/1841)
Transcribimos a continuación un pasaje de las «Memorias» del brigadier general JUAN ESTEBAN PEDERNERA, en el que hace referencia a los últimos días del general JUAN LAVALLE.
Estas Memorias fueron dictadas por Pedernera desde su lecho de enfermo, unos días antes de morir a su sobrino, el presbítero BERNABÉ PEDERNERA y al joven SANTIAGO ESTRADA. Permanecieron inéditas hasta 1958, en que LUIS HORACIO VELÁZQUEZ las dio a conocer en su libro «Vida de un héroe».
«Han pasado más de 40 años de los hechos que voy a referir, con todo siento gran pena en declarar hoy, libre de todo prejuicio, que a Lavalle se le había pasado el momento».
«No es lo mismo mandar que obedecer. Una cosa es maniobrar con una Compañía, con un Escuadrón, con un Cuerpo de un arma combatiente y otra cosa es mandar una División y aún más difícil aún, es organizar y mover un Cuerpo de Ejército».
«Las dificultades son aún mayores si a esto se agregan los trabajos de la preparación de una campaña, en la que se deben tener presentes factores muy diversos y cada uno en sus menores detalles, cualquiera de los que desatendidos, fácilmente puede conducirnos a un terrible fracaso».
«Aquel león que se debía tener en la jaula para soltarlo recién el día del combate, ya no era el mismo; ya no era el joven impetuoso y ágil de los tiempos pasados. Todo había cambiado: esa estrella se hallaba en el ocaso».
«Durante nuestro viaje, o retirada de La Rioja, Córdoba, Catamarca, Santiago del Estero, en diferentes pequeñas acciones de las avanzadas, como finalmente en los preparativos para el combate de Famaillá, se cometieron errores muy graves que yo no detallaré pues no quiero censurar desde el borde de la tumba la memoria de mi querido jefe y amigo.».
«La disciplina estaba olvidada en la tropa y no se guardó el respeto debido a los moradores de la campaña que atravesábamos. Después del desastre, (se refiere a la batalla de Famaillá, librada el 19 de setiembre de 1841, donde LAVALLE, apoyado por la Coalición del Norte es derrotado por las fuerzas enviadas por ROSAS, al mando de MANUEL ORIBE), mientras nos dirigíamos a Jujuy, en una rinconada del río Juramento, Lavalle sintió silbar las balas sobre su cabeza, pero las miraba tranquilamente con desprecio, pues jamás perdió ni decayó su valor legendario.
Llegados a la ciudad, se hospedó en una humilde casa, frente a una calle muy estrecha, en el centro de la población, pero parece que la hora fatal había sonado.
Para entrar en esta casa, estando seguros de haber despistado a los enemigos que nos perseguían, habíamos tomado algunas precauciones, como fue la de despedirnos de sus moradores en la puerta de calle y después de dar algunos rodeos por los alrededores de la ciudad, ir ingresando, de a uno y dos, por los fondos.
Creíamos así haber hecho cuanto fuera posible, para estar seguros allí, pero la traición, como el mal espíritu, velaba por todas partes.
En la madrugada del día 9 de octubre del año 1841, durante el intranquilo descanso de que pueden gozar los que huyen del enemigo, máxime cuando se sabe que éste no se halla muy lejos, sentimos en la calle un extraordinario ruido de caballos.
Nuestro jefe, contrariando los pedidos y consejos de los compañeros que lo rodeábamos, se aproxima a la puerta de calle, que permanecía cerrada, en circunstancias tan fatales que desde el exterior, el grupo de salvajes que nos acechaban, acaso para atemorizarnos, hace una descarga sobre la puerta: una bala perfora aquélla y viene a herir mortalmente al soldado más valiente entre los valientes, al que había hecho flamear nuestra bandera triunfante en todo el Continente Sud-Americano.
Lavalle, tan sólo exclamó: «¡Compañeros me han herido!».
«Todo fue confusión, sin desatender al ilustre Jefe herido, cuya agonía no tardó y cuya muerte nos causó la intensa pena que se pueden imaginar.
Reunidos todos los camaradas, juramos, sobre el puño de nuestras espadas, salvar, aun a costa de nuestras vidas, esas reliquias veneradas de la libertad, decidimos dirigirnos a Bolivia».
«En medio de la penumbra, pasamos por detrás de un montículo donde ahora está la Capilla del Huerto, dejando a nuestra derecha el Campo de las Ferias, por la Quebrada de Humahuaca, entre la oscuridad protectora de la madrugada, que nos dio la ventaja de poder alejarnos un buen trecho de nuestros perseguidores, pasamos al pie del Chani, por el costado de las Lagunas de Yala y nos dirigimos hacia el norte».
«¡Pero eso fue terrible!. Como aves de rapiña tras su presa, nos seguían los pasos grupos de salvajes, bien montados y mejor armados».
«Nosotros, conforme a nuestros juramentos, nos defendíamos como leones; nos renovábamos haciendo Retaguardia, pues era ésta la que sostenía la frecuente lucha. A la altura de Tilcara, nuestra situación era terriblemente penosa y llena de zozobras, pues a todo trance debíamos salvar las reliquias veneradas sin suspender la defensa».
«El cadáver empezó a descomponerse en tal forma que hasta las mulas se resistían a llevarlo. El calor contribuyó a ello poderosamente y fue necesario resolverse, en Consejo, a ¡salvar lo que se podía salvar!..».
«Para esta operación que nos causó la mayor pena que se pueden imaginar y que yo aún no me atrevo a repetir, se hizo lo que se pudo; pero al fin salvamos los límites del territorio nacional y penetramos en Bolivia.
Les ruego no me pregunten más acerca de esto, ni de la forma cómo se redujeron los restos de Lavalle». El coronel Pedernera no quiso decirlo, pero se supo que para que los restos de Lavalle pudieran ponerse a salvo, fue necesario descarnar el cadáver (ver La muerte de Juan Galo de Lavalle).