TRAICIONES Y DEFECCIONES EN LA HISTORIA ARGENTINA

Ya que el cambio de paradigmas afectó a muchos de los líderes de aquellas épocas, en nuestro pasado han sido muchos los casos que pueden calificarse como traiciones, deslealtades, deserciones, «cambio de bando», o simple «gatopardismo» y lo que hoy parecen dicotomías en el comportamiento de nuestros hombres públicos, seguramente no lo fueron cuando la decisión, la opinión o el acto que permite hoy calificarlos así, fue producto de las circunstancias que le fueron propias.

Muchos fueron también, los protagonistas de la Historia Argentina que por conveniencia política, ambición personal, intereses varios, desengaño o frustración al sentirse traicionados, cambiaron de bando para lograr sus proyectos personales o para seguir el camino que su conciencia les dictaba.

Algunos de nuestros próceres de la independencia, pocos meses después de declararse definitivamente roto el vínculo con España, el 9 de julio de 1816, se manifestaron dispuestos a pasar a depender del gobierno del Brasil, ya que este estaba por invadir la Banda Oriental (Uruguay) y amenazaba a las Provincias Unidas del Plata.

Las cartas y los comisionados no llegaron a Río de Janeiro y solamente fue así gracias a que Juan Martín de Pueyrredón no creía necesario entregar el país al Brasil para salvarlo del “artiguismo”. Prefería hacerlo con Francia. En 1815 Carlos María de Alvear buscó el protectorado de Inglaterra diciendo “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso.»

Vemos entonces que no estaba muy claro, que era lo que querían nuestros próceres para el país que estaban fundando.

Esperando que recordándolos, no se vean menoscabados los méritos que la Historia le ha adjudicado a cada uno de los nombrados, ponemos aquí, a modo de ejemplos que ratifican lo dicho, algunos de los casos más recordados.

Ateniéndonos a la definición que hace la Real Academia Española de las palabras “traición y “defección”, exponemos aquí el nombre de aquellos personajes, que con su traición a un hombre o a una causa, o por sus acciones, pueden merecer la calificación de “traidores”, por haber “cambiando de bando” en forma innoble, alterando con su proceder, el curso normal de los acontecimientos y haciendo que se derramara sangre innecesariamente.

Completan esta nómina, los nombres de otros que, por conveniencias políticas o materiales o por razones de índole moral, se pasaron de bando durante los años de la Independencia, de la lucha civil y de la consolidación nacional y los de quienes con su actitud, salvaron momentos difíciles que tuvo que vivir la patria en su pasado.

Pero antes de entrar en tema (aún sin coincidir totalmente con lo que ahí se expone), nos permitiremos transcribir un párrafo contenido en el trabajo “Historias de traiciones y muerte de los políticos del Río de la Plata”, de Ricardo Héctor Machain, que dice así:

“Una de las cosas que más llama la atención al estudiar la Historia Argentina en sus orígenes, ha sido la dualidad de personalidad de los más reconocidos hombres que participaron en los mayores acontecimientos».

«Personajes que actuaban de una forma ante un aspecto y de manera absolutamente contraria en otro. Así vemos a un Moreno defendiendo ante una injusticia intereses de peones de estancia, y por el otro lado convirtiéndose en responsable probado del asesinato de compañeros de trayectoria” (quizás refiriéndose a su activa y decisiva intervención en el fusilamiento de Manuel Dorrego).

Juan de Ayolas (03/12/1535)
En viaje hacia el nuevo continente, integrando las fuerzas al mando de Pedro de Mendoza que venía como Primer Adelantado del Río de la Plata, luego de pasar por las islas del Cabo Verde, Juan de Ayolas (se dice que para eliminar un posible rival político), traiciona a su Segundo y amigo, el capitán Pedro Osorio y lo acusó de conspirar contra la corona, dando lugar a una investigación secreta ordenada por Mendoza, quien ya desde antes de comenzar el viaje, desconfiaba de Osorio y le tenía celos por el gran predicamento que éste tenía sobre su tropa. Como resultado de esta investigación, Osorio es ejecutado el 3 de diciembre de 1535

Domingo Martínez de Irala (25/04/1542)
El 11 de marzo de 1542 Álvar Núñez Cabeza de Vaca entró en la Asunción dispuesto a asumir como Adelantado de la corona de España en el virreinato del Río de la Plata y Domingo Martínez de Irala, quien interinamente había desempeñado tal cargo hasta ese momento, acató su autoridad y se constituyó en su Teniente Gobernador. Los actos y las disposiciones humanitarias que a favor de los aborígenes, que a partir de entonces, caracterizaron la gestión de Núñez Cabeza de Vaca, poniendo coto a los abusos de los “encomenderos” y la jerarquía española en estas tierras, le valió el encono de todos ellos, que empleando mil argucias, intentaban torcerle el brazo sin conseguirlo.

Dos años solamente bastaron para que la situación explotara. El viernes 25 abril de 1544, unos doscientos conjurados liderados por Alonso de Cabrera, que contaba con el apoyo de Nuflo de Chávez, Jaime Resquin, Francisco de Mendoza, Martín Suárez de Toledo y otros, se rebelaron contra el Adelantado.

Irala, que estaba enterado de la conjura, que compartía el plan de los conjurados que y hasta los había alentado, para no verse comprometido, se declaró enfermo y se mantuvo en su casa. Los criados del Adelantado y su Maestre Sala, Diego de Mendoza, también estaban al tanto del plan y tampoco hicieron nada para desbaratarlo. Núñez Cabeza de Vaca estaba en cama, pues “a la sazón, se hallaba purgado».

Cuando en la mañana de ese día, los conjurados se presentaron en su casa, y antes de que ingresaran al patio, un criado le avisó al Adelantado. Este, rápidamente se dejó caer de la cama, vistió su cota de malla y tomando escudo y arma, salió de su habitación, al tiempo que entraban los sediciosos y les dijo: “Caballeros, que es esta traición que hacen contra su Adelantado? A lo que ellos respondieron: “No es traición, todos somos servidores de Su Majestad, pero conviene que V.S. sea preso y vaya a dar cuenta por sus delitos y tiranías”.

El Adelantado, cubriéndose con el escudo, dijo que antes moriría hecho pedazos. De inmediato se le echaron todos encima y le dieron estocadas y golpes, hasta que Jaime Resquín le puso una ballesta armada en el pecho y le dijo que si no se rendía, lo mataba. El Adelantado apartó la ballesta de su cuerpo, y se entregó diciendo: «Hagan de mi lo que quisieren». Le colocaron dos pares de grillos y rodeado de soldados, fue metido en una celda oscura, con 50 arcabuceros de guardia.

Al día siguiente, Irala fue informado acerca de lo sucedido y se lo invitó a concurrir al Ayuntamiento para decidir el futuro de Núñez de Vaca. Irala los recibió en su lecho de enfermo y lamentó “lo sucedido mientras se hallaba postrado en cama con disentería” y se excusó por tal razón de concurrir a la reunión, ya que por su estado “no podía andar a pie ni a caballo. Finalmente, ante la insistencia de los complotados, que pusieron a su disposición una hamaca para que se lo trasladara, aceptó hacerlo, insistiendo en la gravedad de su estado.

Al día siguiente, el 26 de abril, los notables, reunidos allí, decidieron votar por quien se haría cargo del gobierno de la ciudad, hasta tanto las autoridades españolas definieran la situación, eligiendo a quien sería el sucesor de Cabeza de Vaca. Y quién fue el elegido?. Por supuesto que Domingo de Irala.

Saturnino Rodríguez Peña y Aniceto Padilla ayudan a escapar a los prisioneros ingleses tomados durante la Reconquista de Buenos Aires (10/02/1807)
Los ingleses que fueron tomados prisioneros luego de la Reconquista de Buenos Aires en 1806, fueron enviados al interior del virreinato y distribuidos para su custodia en los Fortines “Guardia del Salto”, “Rojas”, “San Antonio de Areco”, y en la Villa de Luján, lugar éste último, donde fueron alojados los principales jefes de la invasión (general William Carr Beresford, coronel Dennis Pack, capitán Robert William Patrick, mayor de brigada Alexander Forbes, capitán Robert Arbuthnot, teniente Alexander Mac Donald, teniente Eduard L’ Estrange y cirujano Santiago Evans)

Cuando en 1807 se supo de un nuevo desembarco de los ingleses en Montevideo, el Cabildo de Buenos Aires dispuso alejarlos aún más de la ciudad, por motivos de seguridad y enviarlos a Fortines ubicados en el Litoral, Misiones y en el Noroeste del virreinato y fue este el momento que aprovecharon el general Beresford jefe de la expedición que invadió Buenos Aires el año anterior y el teniente coronel Denis Pack, jefe del regimiento 71 de “Highlanders” para escapar, a pesar del juramento que habían hecho de respetar su condición de prisioneros de guerra y de no volver a tomar las armas contra Buenos Aires ni fugarse.

Los hechos ocurridos en torno a este episodio no fueron muy claros. Beresford y Pack disfrutaban en Luján de un confinamiento que parecía más estar de vacaciones que presos. Eran visitados por los viajeros que pasaban por la villa y se los invitaba a comer en las casas de las familias más caracterizadas de la zona.

El alcalde Martín de Álzaga, sospechando que se estaba tramando un complot por parte de algunos criollos demasiado vinculados a los ingleses, a mediados de febrero, había ordenado que ambos jefes fueran trasladados a Catamarca y cuando se estaba por hacer efectiva la orden, aparecieron en Luján, Saturnino Rodríguez Peña y Aniceto Padilla, quienes pidieron les fueran entregados los prisioneros para llevarlos allá.

Así se hizo y el grupo, ante testigos se dirigió hacia Catamarca, pero al perderse de vista, dieron la vuelta y retornaron a Buenos Aires sin ser vistos. Según se supo luego, anduvieron una noche entera buscando un bote, hasta que finalmente el 20 de febrero, se embarcaron en una chalupa y se dirigieron hacia la Banda Oriental. La pequeña embarcación fue recogida por un navío de la flota británica y los fugitivos fueron llevados hacia Montevideo, donde se reunieron con sus camaradas que allí se hallaban.

La fuga de Beresford y Pack, fue una dura lección para la buena fe de nuestras autoridades y una cruel realidad: No todos tenían las mismas ideas acerca del destino que le era mejor a nuestra Patria y algunos, felizmente unos pocos, no vacilaban en llegar a la traición para ayudar a quienes eran nuestros enemigos.

Santiago de Liniers y 4 de los complotados contra la Revolución de Mayo (1810)
El héroe de la Reconquista de Buenos Aires en agosto de 1806, también tuvo actitudes aparentemente divergentes como político, aunque en este caso no fue una defección, sino más bien, la expresión de una lealtad mal entendida.

Lucho con ardor y fue uno de los artífices de esas gloriosas jornadas de 1806, durante la primera invasión de los ingleses a Buenos Aires para impedir una presencia que afectaba nuestros intereses, pero, poco más de cuatro años después, pone en evidencia que su lealtad era para con España y que la gesta que realizara para rechazar al invasor inglés, era en defensa de los intereses de la Madre Patria y no de los que ya comenzaban a gestarse en estas tierras, soñando con la independencia del yugo español.

Recordemos que después de los acontecimientos producidos el 25 de mayo de 1810, la provincia de Córdoba se constituyó en uno de los baluartes de la contra Revolución de Mayo y que Santiago de Liniers, junto con el obispo de Córdoba Rodrigo Antonio Orellana, los alcaldes del Cabildo de Córdoba García de la Piedra y el Doctor José Antonio Ortiz del Valle, el ex oidor de la real audiencia de Cuzco Miguel Sánchez Moscoso, el coronel de milicias Santiago Allende, el ministro de cajas reales, Joaquín Moreno, el oidor fiscal Victorino Rodríguez, el ex asesor de la gobernación de Montevideo, Doctor Miguel Gregorio Zamalloa y el dean Gregorio Funes, participaron en un complot destinado a desbaratar la implantación de un régimen contrario a los intereses de la corona española.

Descubiertos en julio de 1810, Liniers, junto con el brigadier de marina Juan Gutiérrez de la Concha, el doctor Victorino Rodríguez, el coronel Santiago de Allende y el contador Joaquín Moreno, fueron acusados de oponerse a la causa de la revolución de Mayo, y luego ejecutados como “traidores” en Cabeza de Tigre (provincia de Córdoba), el 26 de agosto de 1810.

Su fusilamiento ha sido considerado como el “primer asesinato político” que se registró en los anales de la República Argentina. Su fusilamiento marca el nacimiento de las diferencias políticas que separaron a los gestores de la Revolución de Mayo y da origen a la nefasta controversia que enfrentó a los unitarios y a los federales por largos y sangrientos años.

Martín de Álzaga (06/07/1812)
Luego de que se descubriera el complot para desbaratar el movimiento libertario gestado el 25 de Mayo de 1810, en el que estaba involucrado, junto con un grupo de españoles y criollos leales a la corona de España, Martín de Álzaga huyó hacia el interior el país y fue juzgado sumariamente (en ausencia).

Habiéndoselo declarado “reo de alta traición”, la Primera Junta de Gobierno Patrio, dispuso su ejecución y el 6 de julio de 1812, fue fusilado junto con los españoles Francisco Ciriaco Lacar y Matías Cámara.

Los prisioneros españoles liberados por Manuel Belgrano (01/10/1813)
Poco después de la batalla de Salta (21 de febrero de 1813), en un gesto de magnanimidad, Manuel Belgrano dispuso que quedaran en libertad los efectivos realistas que se habían tomado prisioneros en dicho enfrentamiento, aceptando la palabra de honor que le dieron todos, de “no empuñar las armas en el futuro contra los patriotas de las Provincias Unidas”. Lamentablemente, ninguno de ellos cumplió y traicionaron su palabra, pues pronto estuvieron listos para retomarlas y Joaquín de la Pezuela formó con ellos la base de veteranos que le fue tan útil para reforzar sus fuerzas, con las que luego derrotara a Belgrano en Vilcapugio (1º de octubre de 1813).

Manuel José García (1814)
El encargado de llevar las cartas que Carlos María de Alvear le enviaba en enero de 1814 al embajador ingles en Brasil, lord Strangford y al canciller inglés Robert Stewart, pidiendo “poner a estas provincias bajo la protección de gran bretaña”, fue Manuel José García (1784-1848), un personaje que llegó a desempeñarse como Secretario de la Asamblea General Constituyente del Año XIII y quizás, uno de los más desprolijos y perniciosos funcionarios del pasado argentino.

A fin de enero de 1815, García se reunió en secreto con el embajador inglés en Río de Janeiro y por sugerencia del mismo, modificó el texto (“para que estuviera más acorde con la nueva situación creada a raíz de la alianza de Inglaterra con el rey de España).

Y si bien en el caso de las cartas de Alvear, la oportuna intervención de Belgrano y Rivadavia que pudieron interceptarlas, evitando el daño que podrían haberle provocado a nuestro movimiento independentista, este señor García fue el mismo que años más tarde gestionará el famoso empréstito de un millón de libras esterlinas con la banca Baring Brothers (primer gran negociado argentino) y luego en 1827 tras la victoria argentina de Ituzaingó, firmara el vergonzoso acuerdo de paz que le impone el derrotado emperador del Brasil, tras el cual Uruguay pasa a ser un país autónomo e independiente y Rivadavia se ve obligado a renunciar.

Carlos María de Alvear (1789-1852)
Un personaje que ha generado conceptos muy controvertidos. Identificado en los comienzos de su carrera política con el “partido unitario”, fue un defensor acérrimo del “libre cambio”, promotor de los intereses de Gran Bretaña en Sudamérica y de la preponderancia de Buenos Aires por sobre el resto de las provincias, compartiendo ideas de una poderosa minoría constituida por la “elite porteña”, lo vemos luego absolutamente identificado con el “partido federal” hasta el punto que se desempeñó como embajador de Juan Manuel de Rosas hasta que falleció.

En 1812, con solo 23 años, viniendo desde España, había llegado con San Martín, José Matías Zapiola, y otros destacados militares para luchar por nuestra Independencia y aunque demostró ser buen militar, dejaba bastante que desear como político.

Gran amigo y compañero de armas de José de San Martín, cuando dejó de serlo, trató por todos los medios de menoscabar su influencia y bloquear sus proyectos. Hoy se dice, que quizás fuera por una cuestión de ego, porque habiendo pergeñado con el caudillo chileno José Miguel Carrera, una invasión para liberar a Chile, ésta fue desestimada por “irrealizable” por San Martín.

Fue uno de los pocos oficiales de carrera en participar en nuestra “guerra por la Independencia” ya que traía sobre sus hombres una gran experiencia lograda en las batallas de Tudela, Uclés y Talavera y en los combates de Los Yebenes, Mora y Consuegra librados durante la campaña contra la invasión de Napoleón Bonaparte a la península Ibérica.

Estando ya en su patria, participó activamente en las actividades político-militares que impuso la necesidad de afianzar nuestra independencia y tuvo destacada actuación en la batalla de San Lorenzo (1812), Samaipata (Revolución de Santa Cruz, 1814), Barrios (Alto Perú, 1814), Puna (Republiquetas 1815), Presto (Republiquetas 1815), Cepeda (1820), Sitio de Montevideo y en la guerra con Brasil, escenario donde obtuvo en Ituzaingó (20 de febrero de 1827) la más trascendente victoria de las armas de las Provincias Unidas y que definió esa desgraciada contienda.

En 1815 asumió como Director Supremo y fue entonces cuando afloraron otros detalles de su personalidad que lo muestran como un personaje con grandes ambivalencias y con lealtades pendulares, que han dejado sorprendidos a los historiadores. Porque el Alvear exitoso y triunfante militar, fue el mismo que, cuando todo el país festejaba la libertad lograda el 25 de mayo de 1810 y luchaba para consolidar esa conquista, el 25 de enero de 1815, llamaba a la puerta del imperio británico y por medio de dos cartas, en nombre de “estas sumisas colonias de Su Majestad”, rogaba que vinieran a hacerse cargo de nuestro destino diciendo “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso.» Una traición que Bartolomé Mitre y la Historia misma ha juzgado con rigor y que sin duda, ensombrece su imagen.

Felizmente la carta dirigida al embajador de Gran Bretaña en Brasil, lord Strangford fue censurada por el mismo embajador y la que le remitiera al ministro Ministro de Asuntos Exteriores ingles Robert Steward, vizconde de Castlereagh, fue interceptada por Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia, que se encontraban en Río de Janeiro en misión oficial.

En agosto de 1815, Alvear, derribado del gobierno y condenado al exilio por sus excesos como Director Supremo y el descrédito de la Logia Lautaro, le escribe al rey de España pidiéndole disculpas y diciendo que el estuvo al frente del gobierno solo para detener la revolución, pidiéndole amparo. El rey de España no le dio ni la hora.

El 25 de abril de 1820, deseoso de ocupar de nuevo el poder, que había perdido en 1815, (cuando se vio obligado a renunciar como Director Supremo, habiendo transcurrido solamente tres meses desde su asunción), siendo las 10 de la noche, desembarcó en el puerto de Buenos Aires (venía desde Montevideo donde se había retirado para buscar el apoyo de José Gervasio de Artigas, un enemigo declarado del gobierno de Buenos Aires), con la intención de apoderarse militarmente de la ciudad.

Rápidamente se reunió en la plaza del Retiro con un grupo de 43 jefes y oficiales partidarios suyos, que le aguardaban armados y se presentó nuevamente en el cuartel del Regimiento de «Aguerridos», cuyo segundo jefe, el comandante Anacleto Martínez, se puso a sus órdenes.

A la mañana siguiente, el pueblo, enterado de este hecho, se concentró en la plaza y los cuerpos cívicos puestos en armas, se mostraron dispuestos a sostener a las autoridades constituidas y a combatir a todo trance a Alvear y a sus amigos. Alvear, considerándose perdido y frustrados sus objetivos, abandonó la ciudad en la mañana del 27, acompañado por los jefes y oficiales adictos, que le permanecieron fieles hasta el último instante. Con ellos, fue a refugiarse entre los caudillos Ramírez y López, ambos federales, defensores de políticas e intereses totalmente opuestos a los suyos.

Pero lo más lastimoso es que volvió a la Argentina, debido a su condición de «venerable» en la sociedad secreta. y vuelve a tener participación en la política y más tarde, la elasticidad de sus convicciones políticas, no le hicieron difícil marchar como embajador de Rosas ante el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica.

José Miguel Carrera (1817)
Destacado participante en la guerra por la emancipación de Chile, por lo que es considerado uno de los padres de la Patria chilena, pero manifiestamente declarado enemigo de Bernardo de O’ Higgins que luego de la batalla de Rancagua, fue reemplazado por éste como comandante de las fuerzas armadas empeñadas en la lucha contra los realistas al mando de Osorio,

En 1817, luego de huir ante el fracaso de sus planes contra los gobiernos de Juan Martín de Pueyrredón y Bernardo de O’ Higgins, se dirigió a Montevideo y pidió asilo. Dedicó la mayor parte de su tiempo a redactar un folleto que luego hizo imprimir justificando su vida pública, asegurando que ha depuesto todo intento de irritar a sus poderosos enemigos por temor de perjudicar a sus hermanos y partidarios, residentes en la otra orilla.

En Montevideo, mientras tanto, se hablaba de la existencia de una gran logia, probablemente del Rito York, a la que pertenecerían Carrera, los argentinos Carlos María de Alvear, Nicolás Herrera y otros. Esta sociedad estaría vinculada a la masonería estadounidense —integrada por personajes de la talla de Madison y Monroe— que sería la que alimenta las esperanzas de reivindicación política de Carrera, presunción que se vio confirmada cuando éste estableció contactos del más alto nivel en Norteamérica en el transcurso de la gestión emprendida en especial, durante su permanencia en Baltimore, sede de una fracción de propaganda y apoyo a la revolución hispanoamericana.

Importantes casas comerciales que especulan con la venta de armas y personalidades locales —John Skinner entre ellas— simpatizaron con la causa del inquieto exiliado (“Cronista Mayor de Buenos Aires”, Octubre de 2002) y a partir de entonces, y habiendo llegado ya el año 1818, su vida política y militar se transformó en una feroz campaña, acompañando a diversos caudillos contra quienes gobernaban Chile y Argentina, que según su opinión, estaban marcados por una fuerte influencia británica, renunciando a sus deberes como defensores de los intereses de los pueblos originarios y del sistema republicano de gobierno.

Se alió con Carlos María de Alvear, que estaba ansioso por recuperar el poder político en Buenos Aires, y juntos convencieron a los caudillos Estanislao López y Francisco Ramírez para que se unieran a ellos contra el Directorio y hasta encabezó un intento de derrocar a O’Higgins que se desempeñaba como Director Supremo de Chile, apresando al mismo tiempo a San Martín, de quien decía que no había ido a Chile a liberarlo, sino a sojuzgarlo.

Arrastró a sus dos hermanos Juan José y Luis, en su delirio revolucionario y éstos fueron aprehendidos y encarcelados en Mendoza, acusados de traición y conspiración contra las autoridades. Estando presos fueron adicionalmente acusados de querer escapar con la ayuda de prisioneros realistas, a quienes intentaron armar y organizar para derrocar las autoridades provinciales e invadir Chile, cargos que Luis Carrera reconoció implícitamente.

Carrera se ocultó y en 1820 reapareció, y luego de liberar a prisioneros chilenos que se hallaban detenidos en “Las Bruscas”, al mando de un pequeño grupo armado, se internó en la Pampa, como paso previo a un nuevo intento por regresar a Chile y retomar el poder. A partir de entonces, las crónicas de la época, hablan de su participación en numerosos actos de hostigamiento a las poblaciones de la provincia de Buenos Aires. Erigiéndose en líder de las tribus de aborígenes e incitándoles al ataque, la destrucción y el saqueo de poblados y estancias del sur de Buenos Aires.

En febrero de 1821 abandona las tolderías de los ranqueles y decidido a regresar a Chile, solicitó libre paso a los gobernadores de Córdoba y de San Luis, quienes se lo negaron, dados sus antecedentes. Se alza nuevamente en armas contra las autoridades constituidas y vence en el combate de Chajá al gobernador de Córdoba Juan Bautista Bustos y luego en el combate de Ensenada de las Pulgas al gobernador de San Luis, el coronel Luis Videla, ocupando luego la ciudad capital de esa provincia. Intenta unirse a las fuerzas de Francisco Ramírez, tratando de que éste lo acompañara a Chile, pero al rehusarse éste, decide volver a San Luis.

En su marcha hacia esa provincia, derrota en el combate de “Río Cuarto”, a las fuerzas enviadas por el gobernador de Mendoza para detenerlo, pero finalmente, el 30 de agosto fue derrotado en “Punta del Médano” por el coronel mendocino José Albino Gutiérrez. En su retirada hacia Jocolí, es traicionado por algunos de sus oficiales, quienes, luego de insurreccionar a sus efectivos, lo toman prisionero y lo entregan al coronel Gutiérrez, junto con José María Benavente y Felipe Álvarez, los dos únicos que no se plegaron al motín.

Enjuiciado y condenado a muerte por numerosos crímenes, por orden de Tomás Godoy Cruz fue fusilado cerca del mediodía del 4 de septiembre de 1821, conjuntamente con Felipe Álvarez en la Plaza principal de Mendoza.

Francisco Ramírez y Estanislao López (1819)
En su afán de combatir a Buenos Aires Francisco Ramírez y Estanislao López, no dudaron en aliarse a un unitario como Carlos María de Alvear, al que intentan instalar como gobernador de Buenos Aires, traicionando y dejando librado a su suerte a su hasta entonces aliado, el caudillo oriental José Gervasio de Artigas, quien, debió enfrentar ahora solo, su lucha contra las fuerzas del imperio de Brasil, que terminan derrotándolo el 22 de enero de 1820

Efectivos del Ejército Grande (1820)
El 8 de enero de 1820, efectivos del Ejército Grande, presumiblemente unitarios, que al mando de Gregorio Aráoz de Lamadrid marchaban en contra de los federales que atentaban contra la autoridad del Directo Supremo, se sublevaron en Arequito, negándose a combatir y uniéndose a quienes debían a reprimir.

Estanislao López (10/07/1821)
Estanislao López (1786-1838), antiguo aliado de Francisco Ramírez en sus luchas contra los federales de Juan Manuel de Rosas y luego su feroz enemigo por apetencias de liderazgo, no trepidó en ordenar el degüello del caudillo entrerriano, luego de vencerlo en el combate de El Chañar librado el 10 de julio de 1821.

Recordemos, que para mayor escarnio, luego de cortársela, la cabeza de Ramírez fue atada con un tiento al apero de un indio y arrastrada hasta el Campamento de López, quien la envió a la ciudad de Santa Fe, ordenando que “la cabeza de Ramírez se servirá pasarla a la Honorable Junta de la Provincia, acordando sea colocada en una jaula en la Iglesia Matriz, embalsamada si se pudiera o disecada por el cirujano para perpetua memoria y escarmiento de otros, que en lo sucesivo, en transporte de sus aspiraciones, intenten oprimir a los heroicos y libres santafesinos” (Juan Méndez Avellaneda, Todo es Historia).

Soldados que ejecutaron al “Negro Falucho” (07/02/1824)
El 7 de febrero de 1824, el soldado Antonio Ruíz, conocido por la Historia como “el negro Falucho”, es asesinado por sus compañeros de armas en las casamatas del Callao, por negarse a rendir honores a la bandera española que éstos, habiéndose sublevado contra sus jefes, habían facilitado que las mismas volviesen al poder de los realistas.

Mariano Moreno (1826)
El Mariano Moreno (1778-1811), que en Perú había defendido los derechos de los mineros diciendo: En los países de minas no se ve sino la opulencia de unos pocos con la miseria de infinitos» y en Buenos Aires, el de los peones de estancia, desde el estudio jurídico de Agustín Gascón.

Ese personaje, sabio, pujante, ardoroso defensor de la justicia y de la igualdad entre los hombres que desde su cargo de Secretario de la Primera Junta de Gobierno Patrio, ejerció una influencia decisiva marcando el rumbo de la Patria naciente y que luchaba a favor de los intereses de los indios, era por otro lado, el mismo Mariano Moreno que se manifestó también como un fuerte aliado de los intereses comerciales de los estancieros, que fue el autor del famoso alegato conocido como “Representación de los hacendados”, donde decía: «Nada es hoy tan provechoso como afirmar por todos los vínculos posibles la estrecha unión y alianza con la Inglaterra. Esta nación generosa que, conteniendo de un golpe el furor de la guerra, franqueó a nuestra metrópoli auxilios y socorros, es acreedora por los títulos más fuertes a que no se separe de nuestras especulaciones el bien de sus vasallos (…)”

Ese “númen de la Revolución de Mayo, fue más tarde, el mismo que puso en evidencia su encendido amor por los ingleses, quizás el más innoble expoliador de nuestras riquezas en aquella época,  el gestor del primer préstamo de la “Baring Brothers”, de funesto resultado e infinitas malas consecuencias para los intereses de su patria; el ideólogo de “la enfiteusis”, macabro sistema por medio del cual nacieron los latifundios en la Argentina, el fundador de la “River Plate Minning Company”, empresa de la cual fue integrante de su Directorio con un sueldo de 1.200 libras, siendo simultáneamente funcionario del gobierno nacional; “anglófilo” de corazón, hasta el punto que, según lo expresara Cornelio Saavedra, “eligió marcharse a Londres, luego de que renunciara como Secretario de la Primera Junta de Gobierno”.

Los que apresaron a Manuel Dorrego (10/12/1828)
Luego de ser vencidos por Juan Galo de Lavalle los efectivos de Manuel Dorrego el 9 de diciembre de 1828 en el combate de Navarro, se produjo el desbande. Dorrego abandona el campo de batalla acompañado por Juan Manuel de Rosas, quien lo instó a que lo acompañe para dirigirse a la provincia de Santa Fe, en procura del auxilio que pudiera prestarles su gobernador Estanislao López, pero Dorrego, nuevamente se negó a ello, prefiriendo marchar hacia Antonio de Areco para buscar refugio en la estancia de su hermano Luis. Rosas lo deja entonces, “cansado de sufrir disparates”, como explicará años después.

Dorrego llega al puesto “El Clavo”, de la estancia “Las Saladas”, propiedad de su hermano Luis, donde se hallaba el cuartel volante de la división de Pacheco y éste se preocupa por esta presencia, ya que sabe que sus fuerzas son hostiles a Dorrego y ha procurado en vano detenerlo en su marcha, porque el chasqui que le enviara para alertarlo del peligro que corría, se había extraviado.

Cae la noche del 10 de diciembre. Dorrego y Pacheco toman mate y conversan en un rancho cuando se presentan los comandantes Bernardino Escribano y Mariano Acha (sus antiguos subordinados), declarando que Dorrego quedaba prisionero con su hermano y que serán puestos a disposición del general Lavalle, en su campamento de Navarro.

Dorrego, estupefacto, exclama dirigiéndose a Acha: Compadre, ¿se ha vuelto loco?. No esperaba de usted semejante acción». Pero la verdad era que el que realmente lo estaba traicionando era Lavalle, su excompañero de exilio, su antiguo compañero de armas en el ejército y a quien Dorrego había recomendado en su momento para un ascenso.

Cuando algunos allegados le advirtieron acerca de lo que estaba pasando y de la acción de algunos conspiradores, entre los que estaba su amigo Lavalle, que intentaba derrocarlo, Dorrego no lo creyó, descartando totalmente esa posibilidad, que incriminaba a su amigo.

La Historia cuenta que luego Dorrego fue sumariamente juzgado y condenado a muerte. Finalmente, el 13 de diciembre de 1828 fue fusilado por orden de Lavalle, quien, años más tarde dirá: ““Me hicieron cometer un crimen. Yo era muy joven entonces, no tenía reflexión: y creí de veras que hacia un servicio a la causa pública. Mucho me costó firmar la sentencia; me enfermé, porque yo amaba a Dorrego, le tenía inclinación. Pero es cierto también que cargué solo con la responsabilidad. Hasta en esto creí contraer un mérito y por eso lo publiqué”.

Miguel de Azcuénaga (1829)
Miguel de Azcuénaga (1754-1833), fue quizás otro de los privilegiados por el destino, pero que transitó alternadamente por esas dos ideologías dominantes de la época. Militar exitoso, fue un activo participante durante las invasiones inglesas, reorganizó las fuerzas armadas luego de la Revolución de Mayo y ocupó diversos cargos públicos. Salvo dos episodios lamentables que debió sufrir debido a su militancia “morenista” o “unitario” y luego “federal”. Recordemos que en 1811, a raíz de los sucesos del 5 y 6 de abril de ese año, fue desterrado debido a sus simpatías por Mariano Moreno y en 1829, fue expulsado de Buenos Aires por orden del general unitario Juan Galo de Lavalle

Juan Manuel de Rosas (1830)
A pesar de su origen y su declamada adhesión al federalismo, durante sus gobiernos, Juan Manuel de Rosas (1793-1877), mantuvo una férrea impronta centralista, con claro predominio de Buenos Aires por sobre el resto de las provincias y con sospechosa frecuencia, respondía a intereses de los estancieros, fundamentalmente terratenientes ingleses y en muchos casos a los de banqueros y comerciantes ingleses, que siempre fueron contra los intereses de las provincias

Cacique araucano Coleto (11/06/1830)
Cuando en 1831, las tropas unitarias comandadas por José Videla Castillo enviadas por el general José María Paz invadieron la provincia de Mendoza, Juan Agustín Maza buscó refugio con otros federales en la tribu del cacique araucano Coleto, a quien creían su amigo. Sin embargo, el 11 de junio de 1830, los aborígenes, cumpliendo órdenes de los hermanos Pincheira y del propio Coleto los asesinaron a lanzazos en El Chancay, próximo al Fortín Malargüe, unos 400 kilómetros al sur de la Villa de Mendoza.

La traición de Luis Vernet (1833)
En 1829, vista la dedicación y esfuerzos realizados por Luis Venet para hacer efectiva la ocupación soberana de estos territorios del archipiélago de Las Malvinas, las autoridades de Buenos Aires, resolvieron dar por finalizados los servicios de Aregusti y darle el gobierno político y militar de las islas a Vernet.

En ese momento, Vernet se encontraba en Buenos Aires reuniendo material y gente para llevar a cabo la expansión de la colonia y durante su estadía en la ciudad –y antes de ser nombrado gobernador– sostuvo una entrevista privada con el cónsul británico, Woodbine Parish, a quien, entre otras cosas, le dio a entender que “estaría muy contento de que el Gobierno de Su Majestad británica tomara la colonia bajo su protección”.

En una carta fechada el 25 de abril de 1829, Parish comunicó esta insólita noticia a su gobierno, adjuntando un extenso memorándum con los informes de Vernet sobre las ventajas que las Malvinas ofrecían para el establecimiento de una próspera colonia. Entre estos informes figuraba el siguiente: “También creía (Vernet) que si con la ayuda de algún Estado pudiera establecer la facultad de fiscalizar las pesquerías de la costa, lograría, en su condición de concesionario, obtener un beneficio sustancial de las focas…”.

La “ayuda de algún Estado” era una clara referencia a la protección británica. Las sugerencias e informes de Vernet, enviados por Parish a Londres en el mes de abril, se vieron reforzadas por una carta que recibió posteriormente el Foreign Office, firmada por un señor Beckington, súbdito inglés, radicado en estas colonias.

Este desconocido personaje urgía al gobierno inglés a establecer una colonia en las Malvinas, destacando la importancia que tenían las islas para fortalecer el poderío naval de Gran Bretaña, eliminar la piratería y facilitar la pesca de ballenas. La reacción del gobierno inglés no se hizo esperar y el 2 de enero de 1833, el capitán John James Onslow al mando de la fragata “Clío” se presentó en Puerto Soledad y luego de conminar la rendición de los efectivos allí destacados por el gobierno de Buenos Aires, se apoderó por la fuerza de la isla.

Facundo Quiroga (1824)
Facundo Quiroga (1788-1835), líder riojano, caudillo indiscutido de las provincias del norte andino, declaró en cierta oportunidad que él era “unitario por convicción”, pero que se había hecho federal, por tres razones que habían influido decididamente en su cambio de bando:

La primera, en orden cronológico, fue cuando se vio afectado por una disposición que el ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires, Bernardino Rivadavia, dictara en 1824, concediendo a inversores británicos el derecho de explotación de las minas del Famatina en la provincia de la Rioja, cancelando los derechos que sobre ella tenía Facundo Quiroga, lo que lo impulsó a alinearse con los enemigos de los porteños, en defensa de sus empresas mineras.

En otra oportunidad, Quiroga, considerando que la autonomía soberana de su provincia se veía perjudicada por la leva forzada realizada en 1825 por el coronel Aráoz de Lamadrid en las provincias de Tucumán y Catamarca, reclutando efectivos que eran necesarios durante la guerra con Brasil, volvió a expresarse como federal, rechazando la injerencia del gobierno de Buenos Aires en las provincias.

Por último, consideró lesivo a la Iglesia Católica, de la cual era un decidido adherente, el tratado realizado por el gobierno de Buenos Aires (como encargado de las relaciones exteriores del conjunto de las Provincias Unidas con Gran Bretaña, mediante el cual se establecía la libertad religiosa en estos territorios.

Y esas fueron las tres razones que invocara el caudillo riojano para “sentirse unitario”, mientras “actuaba como federal, porque esa era la voluntad de los pueblos”.

Rivera Indarte (1838)
José Rivera Indarte (1814-1845), es principalmente conocido por sus célebres «Tablas de Sangre», escrito publicado en Montevideo con violenta propaganda antifederal, en el cual atribuye a Rosas, la responsabilidad directa de todas las muertes acaecidas en el país como consecuencia de las luchas civiles que se desarrollaron entre 1829 y 1843.

Existe, sin embargo, otra faz de Rivera Indarte, que es poco conocida. Antes de pasarse a las filas de los enemigos de Rosas, el escritor cordobés fue ardiente militante federal.

Con la misma pasión con que posteriormente atacó desde Montevideo a Rosas y su política, Rivera Indarte, fustigó desde Buenos Aires a los unitarios, a través de distintas composiciones poéticas.

Entre estos versos se destacan un «Himno a los Restauradores» y un «Himno Federal», donde realiza una apasionada exaltación de la figura y la obra de Rosas y condena violentamente a los unitarios calificándolos de «bando traidor y parricida».

También existe una curiosa poesía, escrita por Rivera Indarte en 1835, donde aparece por primera vez el término marlo (o mazorca), utilizado como símbolo federal. Corresponde así a Rivera Indarte la invención literaria de la Mazorca.

Reproducimos el verso citado, que la Gaceta Mercantil de Buenos Aires se encargó de exhumar en 1844, para recordar al exaltado autor de las «Tablas de Sangre», su vieja devoción federal:

«Aqueste marlo que miras, De rubia chala vestido, En los infiernos ha hundido, A la unitaria facción Y así con gran devoción, Dirás para tu coleto, Sálvame de aqueste aprieto ¡Oh Santa Federación!, Y tendrás cuidado Al tiempo de andar, De ver si este santo, Te va por detrás».

Gregorio Aráoz de Lamadrid (1840)
Quizás el guerrero de la Independencia con más méritos para ser reconocido como un verdadero titán de las batallas. A partir de los 12 años, y durante 50 años, Gregorio Aráoz de Lamadrid (1795/1857), vivió su vida luchando por su patria; herido con lanza, sable y bala 37 veces; rebelde, tenaz en la búsqueda de la victoria y temerariamente valiente, padeció de las mismas dudas que nublaron la mente de muchos de nuestros próceres, confundidos por la intangibilidad de las ideas políticas que caracterizaron la época que les tocó vivir. Unitario, Federal y finalmente Federal, fue siempre leal y jamás traicionó las ideas que defendía.

Enrolado en 1811, a los 12 años de edad en las milicias de Tucumán, inició su carrera militar bajo las órdenes de Manuel Belgrano formando parte del Ejército del Norte con quien combatió a las montoneras opositoras enemigas de Buenos Aires y más tarde enrolado en las filas unitarias, manteniendo épicos encuentros con figuras del federalismo de la talla de Facundo Quiroga, el santafesino Estanislao López, el entrerriano Francisco Ramírez. actuó bajo el mando de José Rondeau, con quien hizo la tercera campaña al Alto Perú; de Juan Bautista Bustos en su enfrentamiento con el caudillo santiagueño Juan Francisco Borges, al que derrotó en la batalla de Pitambalá y luego fusiló, por orden de Belgrano

En 1820, acompañó a Manuel Dorrego en la campaña hacia Santa Fe, contra los caudillos autonomistas e hizo luego una breve campaña al sur de la provincia de Buenos Aires, en la que conoció al entonces coronel Juan Manuel de Rosas, que le causó una agradable impresión, según dirá luego en sus “memorias”, donde además relata que dos de los más importantes referentes del «federalismo porteño» Juan Manuel de Rosas y Manuel Dorrego, fueron padrinos de bautismo (padrinos de agua y óleos, al decir de entonces), de su hijo Ciriaco y su hija Bárbara y que Encarnación Ezcurra, esposa de Rosas, fue la madrina de Ciriaco.

Luego de ser derrotado en coronda (26/05/1821), Aráoz de Lamadrid se retiró del ejército y se dedicó a trabajar en San Miguel del Monte, en un campo que estaba muy cerca de una estancia de Rosas, con quien rápidamente trabó amistad y algo pasó entonces por su cabeza, porque a partir de entonces, durante un largo período de su vida, comenzó a compartir los ideales federales.

En 1825 fue llamado nuevamente al ejército para acompañar al gobernador de Salta, Álvarez de Arenales, para enfrentar a los realistas, pero apenas entrados en el Alto Perú, se encontraron con que Sucre había ya obtenido su Independencia de la corona de España y separado a Bolivia de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

El 26 de noviembre de 1825, se hizo elegir gobernador por la Sala de Representantes de la provincia de Tucumán y se pronunció abiertamente a favor de las autoridades de las Provincias Unidas del Río de la Plata, del presidente Bernardino Rivadavia, líder del partido unitario y de la Constitución Unitaria de 1824, en abierta oposición de los gobernadores federales del interior.

El 27 de octubre de 1826, fue vencido por las fuerzas de Facundo Quiroga en el combate del Tala y cuenta la leyenda que terminado el combate, Aráoz de Lamadrid, postrado en tierra, semienterrado en una zanja, cubierto de sangre producto de once heridas y todavía sable en mano, se enfrentó a una partida de soldados enviados por Quiroga que venía a rematarlo, gritándoles ¡No me rindo, no me rindo!.

En 1840, tras un breve paso por Montevideo, Aráoz de Lamadrid fue llamado por el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Ross para unirse a sus fuerzas y dirigirse a la provincia de Tucumán, a recuperar las armas que Buenos Aires había enviado allí, para ser empleadas durante un fugaz conflicto con Bolivia acaecido en 1837, y para derrocar a los gobiernos unitarios que se habían formado en el noroeste, y que acababan de unirse en la llamada Coalisión del Norte.

Lamadrid marchó entonces hacia su destino cantando vidalitas en honor de Rosas y acusando a los unitarios de traición a la patria y como era de esperarse, apenas llegado a su ciudad natal se unió al gobierno unitario junto con Mariano Acha y Anselmo Rojo y fue nombrado comandante en jefe del ejército tucumano.

Por la misma época, Juan Galo de Lavalle fracasaba en su invasión a Buenos Aires y se replegaba sobre Córdoba. Lamadrid avanzó entonces sobre Córdoba, donde al saberse que se aproximaba su ejército, estalló una revolución que depuso al gobernador Manuel López. Fue nombrado comandante de las tropas de esa provincia. Enseguida se puso de acuerdo para reunirse con Lavalle, que venía perseguido de cerca por los federales de Manuel Oribe, en la frontera entre Córdoba y Santa Fe. Juntos debían avanzar después contra Buenos Aires.

Pero Lavalle no apareció a tiempo a su cita y Lamadrid se desvió en busca de López. De modo que Lavalle fue destrozado en la batalla de “Quebracho Herrado” y con sus tropas deshechas, los generales unitarios abandonaron Córdoba, en diciembre de 1840.

Vinieron luego varios años en el exilio hasta que en el año 1852, Justo José de Urquiza lo convocó para que se incorporara al ejército grande para luchar contra las fuerzas de Juan Manuel de Rosas y como tal, participó en la batalla de Caseros, como comandante del extremo del ala derecha de esa fuerza.

“El 11 de setiembre de 1852 apoyó la revolución que estableció la separación de Buenos Aires de la Confederación Argentina y su apoyo a esa revolución, dejó en claro que no era un federal enemigo de los caudillos, como dijeron por años sus panegiristas: era un unitario convencido, y todos los federales merecieron su repulsa” (Gregorio Aráoz de Lamadrid, Wikipedia).

Teniente Gregorio Sandoval (01/10/1841)
Perseguido el general Juan Galo de Lavalle después de la derrota que le infligiera Manuel Oribe en la batalla de Monte Grande, en Famaillá, el 19 de setiembre de 1841, al llegar a la Quebrada Grande, envió al jefe de su escolta, el teniente Gregorio Sandoval para que se reuniese con el gobernador delegado de Tucumán, doctor Marco M. Avellaneda, quien al frente de las fuerzas de la Liga del Norte era también de los dispersos, para que siguiesen con él la marcha por la sierra, con dirección a Salta.

Al llegar el general Oribe al Pozo Verde recibió una comunicación de Sandoval, en la que le decía que deseaba someterse, y que al efecto se presentaría entregando atados al doctor Avellaneda, al coronel Vilela y otros jefes y oficiales.

Oribe siguió su marcha y dejó al coronel Mariano Maza con una fuerza y la orden de recibir a Sandoval. Éste llegó a la estancia “La Alemania”, en el Departamento de Guachipas, el 30 de septiembre y a las ocho de la noche, ocupó a la casa de la posta y un alfalfar inmediato, donde echó la caballada.

Avellaneda, por su parte, con 300 hombres de caballería, arribó al lugar por la tarde del día siguiente y Sandoval, acompañado con oficiales de su escolta, se adelantó a recibirlo, tras lo cual Avellaneda, acampó con sus efectivos sobre el bajo, en la margen del río, desde el corral de piedra de la posta, hasta el camino de la cuesta. De la casa que ocupaba Sandoval hasta el corral de piedra sólo distaba una cuadra. Nada revelaba esa noche la escena de infamia que iba a producirse: todo era quietud y orden.

Al amanecer del día. siguiente, 1º de octubre de 1841, Sandoval, sigilosamente, destacó 55 hombres sobre la margen del río y otros 55 sobre el alto, en dirección al corral de piedra, donde dormían Avellaneda y su gente. De improviso, se oyó en el bajo la voz de / a las armas ! / el enemigo !, que dieron dos de los oficiales a cuyo cargo estaba la fuerza, a la vez que se oía una descarga de fusilería.

Los disparos de la gente de Sandoval mataron a dos de los oficiales de Avellaneda (que después fueron encontrados y sepultados por el dueño de la casa). Simultánea y rápidamente, Sandoval, a punta de pistola, tomó prisionero al doctor Avellaneda y a cinco de sus jefes más, que se encontraban con él, asumiendo de inmediato la jefatura de toda la sorprendida tropa, que aún en la nebulosa del sueño, no comprendía nada.

Inmediatamente colocó a los presos con centinelas dobles en el bajo que da frente al corral de piedra, a la margen opuesta del río y a las dos de la tarde emprendió la marcha hacia Metán, para encontrarse allí con Oribe.

El 2 de octubre de 1841 los prisioneros le fueron entregados a Oribe y al día siguiente ejecutados en una forma inusual, o sea degollados. La cabeza del doctor Avellaneda fue separada del tronco y mandada colgar en la plaza de la ciudad de Tucumán, sitio del cual, según tradición, fue sacada por la señora de García, que la escondió en su casa.

Ángel Vicente Peñaloza (1848)
En febrero de 1848, Ángel Vicente Peñaloza (1798-1863), indiscutido caudillo federal de La Rioja, encabeza un movimiento contra el gobernador riojano Vicente Mota, para encumbrar en el gobierno a Manuel Vicente Bustos. logrado su objetivo, junto a Bustos, Peñaloza apoyó la gestión del ahora ultra unitario Justo José de Urquiza a partir del acuerdo de San Nicolás, y después de 1854, se convirtió en firme puntal de la Confederación Argentina en el noroeste. El 7 de julio de 1855 fue ascendido a coronel mayor del ejército nacional y el 27 de junio de 1861 el gobierno de la Confederación lo nombró comandante en jefe de la Circunscripción Militar del Noroeste, que comprendía La Rioja y Catamarca.

Justo José de Urquiza (01/05/1851)
Y otra vez nos vemos obligados a incluir a Justo José de Urquiza (1801-1870) en una lista que lo deshonra. Como hemos dicho, en 1835 se acercó a Rosas y desde entonces hasta 1851, fue un fiel ejecutor de las políticas del gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Gobernador de Entre Ríos, que durante más de 16 años había sido colaborador y partidario acérrimo de Juan Manuel de Ross y habiendo participado como tal, en todos los sucesos que ensombrecieron esa época nefasta, no se alejó de su amigo por un problema de conciencia o en un arranque de honestidad. Muchas fueron las razones que tuvo para ir elaborando a lo largo de muchos años, el plan que había urdido para distanciarse de él y con el tiempo, cuando las condiciones fueran propicias, derrocarlo.

El 1º de mayo de 1851, mediante una Proclama, conocida como el “Pronunciamiento de Urquiza”, difundida desde Concepción del Uruguay, rompiendo una alianza que bien le había servido a sus intereses durante 16 años, le declara la guerra a Rosas, comprometiéndose firmemente a derrocarlo y el 3 de febrero de 1852, lo derrotó en la batalla de Caseros, provocando su caída y posterior radicación en Inglaterra.

Los 400 entrerrianos que se pasaron a Rosas (10/01/1852)
En 1851, Justo José de Urquiza incorporó al coronel “unitario” Pedro León Aquino al Ejército Grande que estaba preparando para combatir a Rosas. Le convalidó el grado de coronel y lo puso al frente de un Batallón de Caballería (en esa época, estas unidades de Caballería se llamaban “Divisiones”).

Esta unidad estaba formada por soldados (la mayoría entrerrianos) que habían prestado servicios en el sitio de Montevideo a órdenes de Juan Manuel de Rosas y luego, incorporados a la fuerza al Ejército, lo que era normal en la época, aunque seguían reconociéndose leales a Rosas.

Cuando algunos de estos hombres reclutados a la fuerza para luchar contra quien querían defender, intentaron desertar, fueron fusilados, pero, la madrugada del 10 de enero de 1852, estando acampados en El Espinillo, a mitad de camino entre Pergamino y San Nicolás de los Arroyos, a bastante distancia del grueso del Ejército y por lo tanto sin que se advirtieran sus movimientos, todo el Batallón se alzó en armas, asesinando a Aquino y a todos sus oficiales y escaparon.

Llegados al campamento de Rosas en Santos Lugares, se pusieron a sus órdenes y más tarde, pelearon en la batalla de Caseros como soldados de Rosas.

General Ángel Pacheco (01/02/1852)
El general Ángel Pacheco (1793-1869) era uno de los principales comandantes de la Confederación Argentina durante los gobiernos de Juan Manuel de Rosas, junto a Manuel Oribe, Pascual Echagüe y Lucio Norberto Mansilla. Uno de los militares más prestigiosos de la historia Argentina, invicto en cuanta batalla participara durante los 28 años que duró su carrera militar.

Figura muy apreciada y respetada por Rosas y con quien además mantenía una estrecha amistad que nació en tiempos de paz, cuando Rosas se dedicaba al trabajo rural y Pacheco era uno de sus vecinos, relación que no fue óbice, para que protagonizaran ambos, un acto que aún hoy, aunque se han tejido un sinnúmero de explicaciones, no encuentra una que pueda ser considerada válida.

El 1º de febrero de 1852, a dos días de comenzar la batalla de Caseros, siendo el comandante en jefe de las fuerzas federales, elegido por Rosas para dirigir a sus hombres en la batalla, solicitó verlo en su campamento instalado en Santos Lugares a la espera del Ejército Grande.

Allí le notificó su decisión de no participar de la lucha y se retiró yéndose a su Estancia, argumentando que tenía un hijo muy enfermo, aunque hay historiadores que dicen que ya hacía un tiempo andaba en tratativas de abstenerse de luchar contra Brasil y el General Urquiza.

Dijeron luego accidentales testigos de la reunión, que Rosas, al escuchar a su hombre de confianza que lo abandonaba en esa crucial circunstancia, gritó enfurecido ¡ traidor, traidor!, a lo que Pacheco habría respondido: “El que avisa no es traidor”.

Los historiadores no llegan a un acuerdo sobre cuáles fueron los motivos de la decisión de Pacheco. Innumerables versiones se tejieron luego: Hay quien dice que Pacheco, un militar de carrera, hecho y moldeado por el general San Martín, firmemente consustanciado con los principios morales, éticos y profesionales que le inculcara su mentor, ya había comenzado a ser un crítico observador de las políticas y manejos del Restaurador.

También se habla de un pacto secreto de Echagüe con Urquiza, acordando su nombramiento en un alto cargo, luego de que Rosas fuera derrotado;

Evidentemente, aunque no había sido percibido por quienes los frecuentaban, la relación entre ambos ya venía mal y había tenido un punto de quiebre que fue, precisamente durante los preparativos que realizó Rosas con sus generales, donde seguramente, la opinión de Pacheco, un militar con notables aptitudes castrenses, pudo haber chocado con la de Rosas, un intuitivo e impetuoso hombre hecho en las milicias, que ante las propuestas de Pacheco, dicen que exclamó: “Pacheco, está loco”, “Pacheco está loco”

Lo que sucedió luego es sabido. Tras el abandono de Pacheco, Rosas asumió el comando de su ejército, enfrentó al Ejército Grande y fue vencido. Se retiró del campo de batalla y firmó su renuncia.

La singular personalidad del general Ángel Pacheco y su brillante trayectoria militar, quedaría desdibujada por el testimonio del coronel Antonino Reyes, Edecán y Jefe de la Secretaria de Rosas, quien, en sus “Apuntes”, se refiere a la sospechosa actitud de Pacheco en vísperas de la Batalla de Caseros.

“La inactividad de Pacheco en vísperas de la batalla y movimientos militares extraños, equivocados, erráticos y sospechosos como Jefe del Ejército Federal, fue motivo de advertencias y acusaciones ante Rosas por varios militares y personalidades allegadas al gobernador, como el general Hilario Lagos, coronel Prudencio Arnold, coronel Pedro Ramos, Juez de Paz Cabrera (La Encarnación), coronel Ramón Bustos, coronel Lagos, coronel Sosa, y el mismo Antonino Reyes”.

“Las razones fueron poco claras y había sospechas fundadas de un acuerdo con Urquiza a cambio de asegurársele el respeto a sus propiedades y bienes, y en un futuro, la concesión de algún cargo político y si bien no aceptó un cargo de gobernador ofrecido por Urquiza, aceptó un cargo diplomático en el Brasil y fue ministro de guerra del Estado de Buenos Aires”.

“Aparentemente Urquiza, le habría prometido el gobierno de la Provincia de Buenos Aires y según Adolfo Saldías “El Sr. Cabrera, Juez de Paz, había oído en una reunión un año antes de la batalla de Caseros, que se había brindado con las copas en alto para que Urquiza lograse invadir a Buenos Aires y derrotase a Rosas y que el General Pacheco había participado de ese brindis”.

“General Ángel Pacheco” (Luces y Sombras de un General Argentino), por Gonzalo Montoro Gil, Instituto Argentino de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas).

Capitán norteamericano John Halsted Coe (08/06/1853)
En 1853, el presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza había designado al capitán de navío norteamericano John Halsted Coe, jefe de la escuadra Confederada con la orden de bloquear el puerto de Buenos Aires y cerrar así el cerco, para vencerla por la falta de recursos. Pero sus fuerzas, a diferencia de las porteñas, no tenían suficientes recursos económicos, por lo que la prolongación del sitio hizo caer rápidamente la moral de las tropas, que además de sufrir repetidas derrotas en tierra, no estaban muy decididos a combatir a los porteños, muchos de los cuales, eran sus parientes y amigos.

A poco de iniciado el mes de mayo de 1853, el capitán Coe tomó contacto con el gobierno de Buenos Aires y aceptó entregar la flota a cambio de dos millones de pesos, a cobrar en onzas de oro (es decir 5.000 onzas). Para hacer este pago, la Legislatura porteña aprobó la emisión de dos millones de pesos en deuda y envió un emisario a Montevideo para comprar el oro.

Como señal de que el acuerdo quedaba sellado, el 18 de junio el queche “Rayo” y un bergantín de la escuadra confederada, arriaron su bandera y se pasaron a Buenos Aires.

El 20 de junio, asegurado el pago, Coe envió en el buque “Enigma”, al comandante Guillermo Turner para comunicarle al gobierno bonaerense que ponía a sus órdenes toda la escuadra, entrando luego a balizas interiores el resto de la flota. En total se pasaron las fragatas “Almirante Brown”, “Constitución” y “Correo” y los bergantines “Enigma”, “Once de Septiembre” y “Río Bamba”, la goleta “Veterana” y los queches “Rayo” y “Carnaval”.

Se dice que Coe antes de embarcarse en la corbeta norteamericana “Jamestown”, para dirigirse a los Estados Unidos, quiso estrecharle la mano al anciano general José María Paz y éste se negó diciendo “¡El General Paz no saluda a traidores!”. Coe regresó años después a Buenos Aires, donde murió el 30 de octubre de 1864, durante la presidencia de Bartolomé Mitre.

Cacique Juan José Catriel (1874)
Nieto de Juan Catriel y cacique principal de la dinastía de los Catriel, Juan José Catriel (1838-1910), mantuvo leales y respetuosas relaciones de paz con los criollos y fue asesinado por su hermano Juan José por oponerse a los métodos que empleaba éste, en su resistencia al avance del hombre blanco en la frontera sur el país.

Fuentes: “Historias de traiciones y muertes de los políticos del Río de la Plata”. Una Monografía de Ricardo Héctor Machain, instalada en Google; Carta de Artigas a Ramírez, de abril de 1820”, Editorial Marcha, Montevideo; “Artigas y las masas populares en la Revolución” Norberto Galasso, Ed. Centro Cultural Discépolo, 2006; “Historias de Buenos Aires”. Martín A. Cagliani; “Historia Argentina”. José María Rosa, Ed. Oriente, Buenos Aires, 1992; «De reconquistadores a traidores a la patria» de David Martínez Llamas, Ed. Universidad Jaume I, 2022; Informes y documentos sobre la guerra entre Artigas y Francisco Ramírez”; Estudios sobre la figura de Manuel de Sarratea”; “La traición de Francisco Ramírez a Artigas”; “Francisco Ramírez. 200 años de identidad entrerriana”. Jorge Pedro Busti y Rubén Bourlot, Ed. Gobierno de Entre Ríos, 2020;

 

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