SUBLEVACIÓN DE TUPAC AMARÚ (04/11/1780)

Hacia los últimos tiempos del coloniaje en Hispanoamérica, treinta y seis años antes de nuestras guerras por la Independencia, encabezada por un cacique llamado TUPAC AMARÚ, estalló en el Alto Perú, una memorable sublevación de los indios de los Andes peruanos, que abarcó a todo el Altiplano y parte del noroeste argentino.

JOSÉ GABRIEL CONDORCANQUI era el verdadero nombre de este legendario líder de la revolución indígena que en el Alto Perú (territorios hoy pertenecientes a la República de Bolivia), se levantó contra el poder español en América y proclamó la restauración del Imperio de los Incas.

Tupac Amarú era en ese entonces, cacique de Tungasuca (cerca del lago Titicaca), reconocido como descendiente de los antiguos Incas y con gran prestigio y autoridad entre los nativos.

Con la sola ayuda de las gentes de su raza americana, el 4 de noviembre de 1780, desde la provincia de Tinta (Alto Perú) se levantó en armas contra los españoles y condujo a los suyos en una gran sublevación que se extendió por toda el área cordillerana, intentando nada menos que romper el yugo de la dominación extranjera, amenazando así el poder español en Sudamérica.

Un intento que representa uno de los dramas más memorables de la historia de la América Colonial, que enardeció a toda la región andina, que trastornó los cimientos del Virreinato del Perú y sembró la semilla de la insurrección criolla en todo el subcontinente, hasta involucrar al Virreinato del Río de la Plata.

Desde los inicios de la presencia española en América, la economía de las colonias americanas se basó en la explotación de las riquezas que ofrecía, utilizando como mano de obra a los indígenas, que eran repartidos en mitas o encomiendas. El “Corregidor” era el funcionario de quien dependían los pueblos indígenas y generalmente compraba su cargo a la Corona.

Casi sin excepción, los corregidores fueron individuos codiciosos e inmorales, que no tuvieron límites en su deseo de enriquecerse a toda costa.

Los abusos cometidos contra los indígenas a su cargo resultaron tan monstruosos que fueron denunciados incluso por muchos españoles. Además del trabajo en condiciones de esclavitud que debían realizar en las minas y en los obrajes, eran obligados por los repartimientos a comprar mercaderías absolutamente inútiles.

Los que partían para cumplir el trabajo obligatorio de la mita casi nunca regresaban a sus hogares y se despedían de sus familias como quien marcha a la muerte. El virrey peruano CONDE DE ALBA afirmó: “Las piedras de Potosí y sus minerales están bañadas con sangre de indios y si se exprimiera el dinero que de ellos se saca, habría de brotar más sangre que plata”.

JOSÉ GABRIEL CONDORCANQUI había sido educado en el Colegio para caciques de Cuzco, sabía leer latín y hablaba correctamente el español y el quechua. En 1579, a la muerte de su padre, TUPAC-AMARÚ I, decapitado injustamente por el virrey Toledo, JOSÉ GABRIEL, por ser su hijo primogénito, había sido reconocido Cacique de “Tungasuca” (Tinta) y marqués de Oropesa y desde esa privilegiada posición, trató de mejorar la condición de sus hermanos de raza

Era inteligente, sensible y su privilegiada posición no le impedía ver los sufrimientos de su pueblo. Sometidos por la escandalosa esclavitud de la mita, miles de sus hermanos trabajaban y morían en los obrajes y en las minas.

Durante un tiempo mantuvo buenas relaciones con los españoles, tratando de mejorar las condiciones de trabajo de su pueblo y antes de tomar la decisión de rebelarse, para frenar los abusos que se cometían con los indios, había buscado el apoyo de los obispos de Cuzco y La Paz y otros poderosos de América. Pero nada había conseguido.

A través de los años nadie había escuchado sus justas reclamaciones finalmente, conmovido por el dolor de su gente, y convencido de que sólo por la fuerza podría aliviar a los indios de las represiones económicas, de la mita y de los abusos políticos de los corregidores, se decidió a enfrentar a los españoles por medio de las armas y trabajó secretamente para organizar un levantamiento que le pusiera fin.

El 4 de noviembre de 1780, el cacique CONDORCANQUI invitó a un fastuoso banquete en su hacienda al Corregidor ANTONIO ARRIAGA y a todas las autoridades españolas de la provincia de Tinta, para festejar el cumpleaños de su majestad Católica Carlos III. El anfitrión era rico, ilustrado, pulido de maneras e influyente entre los indígenas, por lo que los invitados aceptaron gustosos el convite.

Se multiplicaba los brindis a la salud del Monarca y en honor de España, cuando en el apogeo de la fiesta, a una señal del anfitrión, cien manos cobrizas, se abatieron súbitamente sobre los comensales y los encadenaron y así la revolución que conmocionó a toda Hispanoamérica.

CONDORCANQUI se proclamó heredero del Incazgo, adoptó como emblema de vindicta, el nombre de su antepasado, TUPAC AMARÚ y convulsiona la provincia entera. Reunió un ejército de aborígenes rebeldes y una semana después de haberlo llevado prisionero a “Tungasuca”, condenó a la horca al corregidor ARRIAGA (ver Decreto de coronación del Inca Tupac Amarú).

El 10 de noviembre de 1780, lo hizo ejecutar en la plaza del pueblo y allí fueron convocados miles de indios, mestizos y algunos criollos que formaron un ejército de desesperados, apenas armados con palos y cuchillos.

Ante una multitud, el cacique afirmó su voluntad de «cortar el mal gobierno de tanto ladrón y zánganos y liberar por igual a indios y criollos”. A partir de ese momento se inició una sublevación general de los indígenas.

Al día siguiente no más, con unos 6.000 hombres, comenzó a avanzar, destruyendo obrajes y sumando gente. Incontenible en su avance, Condorcanqui decidió tomar la ciudad de Cuzco y en camino hacía allí, derrotó a un contingente realista, que al mando del comandante LANDA había salido a detenerlo.

Este triunfo estimuló a los rebeldes y TUPAC- AMARÚ ordenó apresar a los Corregidores y terminar con el sistema de “mitas” y “repartimientos”.

Pero estos éxitos tuvieron escasa duración. Llegado a las cercanías de Cuzco, sus fuerzas fueran derrotadas luego de un terrible combate librado con los realistas, por lo que se vio obligado a retirarse hacia la ciudad de “Tinta”. CONDORCANQUI reorganizó sus fuerzas y decidido a conquistar de una vez por todas a la ciudad de Cuzco, la tierra de sus antepasados, avanzó, pero esta vez al mando de cincuenta mil indígenas.

La marcha de estos sucesos alarmó a las autoridades realistas y los virreyes del Perú y del Río de la Plata, enviaron a los generales DEL VALLE y FLORES respectivamente. El primero de ellos, fue quien tomo contacto con los sublevados y los derrotó en la batalla de “Combapata”, en marzo de 1781 y el jefe rebelde, traicionado por un grupo de sus hombres, fue tomado prisionero junto con toda su familia y parientes cercanos. por los españoles.

La rebelión de TUPAC-AMARÚ, fue un sacudimiento producto de la desesperación de pueblos antes soberanos y conquistadores, por no poder ya soportar la esclavitud. Estalló tumultuosa y desorganizadamente, pero su jefe natural, a pesar de haber sido educado en las Universidades de Lima y del Cuzco, no supo o no pudo fijarle rumbo y darle una bandera. Tal vez aspiraba a ceñir de nuevo en sus sienes la vincha de los Hijos del Sol. Pero esto no era ya posible.

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Entre el español y el indio había nacido una nueva raza: el criollo. No representando propiamente este elemento predominante ya, TUPAC-AMARÚ y su gente, después de tres años de sangrienta lucha, fueron vencidos por los españoles.

La condena que se le impuso a TUPAC AMARÚ, sobrepasa los límites de la crueldad. Fue sometido primero a duros tormentos, pero no reveló ni un solo nombre de sus colaboradores.

Para intimidar a quienes osaren seguir sus pasos y para que no quedaran dudas de la firmeza con la que se procedería antes posibles nuevos levantamientos, todos los miembros de su familia: sus tíos, su primo, sus hijos y todas las mujeres de la familia sufrieron tremendas torturas que TUPAC AMARÚ fue obligado a presenciar y luego se quemaron sus cadáveres.

Finalmente le cortaron la lengua y sus cuatro miembros fueron atados a los cinchones de cuatro caballos que tiraron en direcciones opuestas (imagen) y así lo desmembraron.

Pero como no había muerto, le cortaron la cabeza y su cuerpo fue despedazado; luego sus restos, clavados en postes a lo largo de los caminos fueron expuestos en diversas poblaciones, como advertencia a sus seguidores (1).

Los que se escaparon de esta matanza fueron conducidos a las prisiones de España y allí permanecieron durante muchos años, hasta que fueron falleciendo. Así se ahogó esta sublevación. Con sangre y con fuego. ¡Los indios quedaban escarmentados! Pero no todo terminó así.

La sublevación continuó en las áreas fronterizas, por un período de dos años, más. Las tropas enviadas desde Buenos Aires por el virrey VÉRTIZ Y SALCEDO, comandadas por el coronel JOSÉ RESEGUIN, se enfrentaron a las fuerzas que ahora lideraba DIEGO CRISTÓBAL TUPAC AMARÚ, el hermano de TUPAC AMARÚ y que continuando con la epopeya iniciada por su hermano, había puesto sitio a la ciudad de La Paz.

Luego de 109 días de asedio, y cuando sus pobladores se creían perdidos, las tropas realistas lograron derrotar a los sublevados y luego de un aparente indulto, DIEGO TUPAC AMARÚ, fue ajusticiado en abril de 1783.

Al poco tiempo los españoles lograron finalmente dominar esta sublevación, pero el problema del indio siguió preocupando a las autoridades, por lo que la corona dispuso la inmediata supresión del sistema de “repartimientos”, pero a pesar de esto, los abusos continuaron en el Potosí hasta que llegado el principio del siglo XIX, FRANCISCO DE PAULA SANZ, defendió el sistema de la “mita” y trató de justificar sus procedimientos (ver Repartimiento).

Contra esto se manifestó VICTORIÁN DE VILLALBA, fiscal de la Audiencia de Charcas, quien sostuvo el principio del trato humanitario para con los indígenas, dando comienzo a una serie de reformas que culminaron con la suspensión de todos los sistemas que se apoyaban en la explotación de los aborígenes. Aunque, puramente indígena y aislada, la sublevación de TUPAC-AMARÚ es un antecedente de la Revolución hispanoamericana.

No fue ésta una guerra por intereses económicos, territoriales o de reivindicaciones sociales, Fue una verdadera lucha de razas.

Los revolucionarios de Tupac, invocaron los manes de MANCO-CAPAC, de MOCTEZUMA, de QUATIMOCÍN, de LAUTARO, de CAUPOLICÁN, de RENGO, en fin, de todos los grandes príncipes y héroes de las antiguas naciones. Los Incas constituyeron especialmente la mitología de la Revolución.

Su memoria fue venerada por los pueblos y cantada por los poetas y al estallar la guerra entre los criollos y españoles, los aborígenes de estas tierras, al menos donde eran más cultos y adelantados, formaron parte de las masas revolucionarias.

El ejemplo de TUPAC-AMARÚ hizo escuela. Criollos e indígenas civilizados lucharon por una sola y única causa: la Causa de la Libertad, ¡la Causa de América!.

Los cambios legales que luego se hicieron para corregir algunos de los abusos de los sistemas de la mita y del corregidor, así como el severo castigo que se les aplicó a los indígenas para tratar de eliminar su cultura y prevenir nuevas insurrecciones, no afectaron demasiado a la Argentina, pero es interesante observar que en el Congreso de Tucumán de 1816, una de las primeras formas de gobierno propuesta para la nueva nación independiente se inspiró en la monarquía Inca bajo una forma más moderna y constitucional.

Por considerarlo de sumo interés, para comprender la tremenda crueldad que tiñó de sangre la presencia española en una de sus antiguas colonias en América, agregamos a continuación información contenida en la página WEB “Tupac Amarú”, de Felipe Pigna (El Historiador):

“Un documento español titulado “Distribución de los cuerpos, o sus partes, de los nueve reos principales de la rebelión, ajusticiados en la plaza del Cuzco, el 18 de mayo de 1781”: José Gabriel Túpac-Amaru, Micaela Bastidas, su mujer, Hipólito Túpac-Amaru, su hijo, Francisco Túpac-Amaru, tío del primero, Antonio Bastidas, su cuñado, la cacica de Acos, comandante Diego Verdejo, coronel Andrés Castelo y Antonio Oblitas, verdugo.

La cabeza de José Gabriel Túpac-Amaru fue exhibida en Tinta y un brazo en Tungasuca junto con un brazo de su esposa Micaela Bastidas; un brazo de Antonio Bastidas, en Pampamarca;  la cabeza de Hipólito Tupac Amarú en Tungasuca; un brazo del coronel Castelo en Surimana y otro en Pampamarca; un brazo de Diego Verdejo, en Coparaque, otro en Yauri y el resto de su cuerpo, en Tinta; la cabeza de Francisco Tupac-Amaru, en Pilpinto; un brazo de Antonio Bastidas, en Urcos (Quispicanchi); una pierna de Hipólito Túpac-Amaru, en Quiquijano (Quispicanchi); una pierna de Antonio Bastidas, en Sangarará (Quispicanchi); la cabeza de la cacica de Acos, en Sangarará (Quispicanchi); la cabeza de Andrés Castelo, en Acamayo (Quispicanchi); el cuerpo desmembrado y sin cabeza de José Gabriel Condorcanqui y el de su esposa Micaela Bastidas en Picchu (Cuzco); un brazo de Antonio Oblitas, en el camino de San Sebastián (Cuzco); un brazo de José Gabriel, una pierna de su esposa y un brazo de Francisco Tupac Amarú en Carabaya; una pierna de Hipólito Túpac-Amaru, en Azangaro; una pierna de José Gabriel Túpac-Amaru, en Santa Rosa (Lampa); un brazo de su hijo Hipólito en Iyabirí (Lampa); un brazo de Micaela Bastidas en Arequipa; una pierna de José Gabriel Túpac-Amaru, en Livitaca (Chumbivilcas); un brazo de su hijo en Santo Tomás, Paucartambo (Chumbivilcas); el cuerpo de Castelo y la cabeza de Antonio Bastidas, en Paucartambo; un brazo de Francisco Túpac-Amaru, en Paruro (Chilques y Masques); la cabeza de Antonio Verdejo, en Chuquibamba (Condesuyos de Arequipa); una pierna de Francisco Túpac-Amaru, en Puno”.

Fuentes: “Tupac Amarú”. Carlos Daniel Valcárcel, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1965; “Guías didácticas”. Juan Pablo Echagüe, Ed. Dirección de Educación, La Plata, 1960; “La utopía tupamarista”, Jan Szeminski, Ed. Instituto de Estudios Peruanos, Lima, Perú, 1984; “La rebelión de Tupac Amarú y los orígenes de la emancipación americana”. Lewin, Boleslao, Buenos Aires. 1957; “Tupac Amarú”. Página Web de Felipe Pigna.

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