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SAQUEO DE BUENOS AIRES (04/02/1852)
La noche del 3 al 4 de febrero de 1852, horas después de concluida la batalla de Caseros, que concluyó con la derrota de JUAN MANUEL DE ROSAS, la ciudad de Buenos Aires fue saqueada por grupos de soldados del dispersado ejército de ROSAS entremezclados con hombres del ejército de URQUIZA (ver Urquiza entra en Buenos Aires, después de Caseros).
Frustrados por la derrota unos y ebrios de entusiasmo por el triunfo obtenido los otros, maleantes y criminales que aprovecharon el caos para escapar de las cárceles, unidos todos en una locura de violencia, crearon un verdadero clima de terror.
Merodeaban por los suburbios seguidos por otros elementos de avería, derribando puertas, forzando los comercios, robando, violando y matando a mansalva.
Todo dentro de la mayor impunidad, pues no había fuerzas del orden en esa ciudad que había perdido, de un golpe, todo viso de organización.
En la mañana del día 4, el saqueo se había generalizado. Atacado un barrio, estos grupos de delincuentes pasaban a otro y luego a otro, con una voracidad creciente. La calle de la Federación (hoy Rivadavia) fue un aquelarre y allí se cometieron muchos actos de violencia, que una población horrorizada contemplaba indefensa.
El general MANSILLA, que hasta la batalla de Caseros, era el encargado de la defensa de la ciudad, como un derrotado más, se había refugiado en el vapor francés «Flambart» y la ciudad quedó abandonada a su suerte.
Buenos Aires había quedado sin gobierno y comenzaba a cambiar de color: las cintas punzó desaparecían de las banderas, sombreros y chalecos mientras que muchos de los que habían respondido a Rosas se convertían en unitarios.
En ese clima de incertidumbre, grupos de soldados de ambos bandos, sumados a presos de la cárcel pública del Cabildo -abandonada por los guardianes, comenzaron a recorrer las calles y a atacar casas particulares, tiendas y pulperías.
Ante la ausencia de la policía, los ladrones pasaban de un barrio al otro sumando fuerzas en el camino. La situación se hizo tan grave que de algunos barcos extranjeros anclados en la costa se enviaron marineros para proteger consulados y familias.
Pasadas las primeras horas, un grupo de vecinos se reunió en la Plaza de la Victoria para organizar la resistencia y mediante la campana del Cabildo se llamó a los porteños a defender la ciudad.
En tales circunstancias, en la rada del Puerto de Buenos Aires, estaban anclados los barcos de guerra ingleses «Centauro» y «Locust», con la insignia del almirante HENDERSON, los franceses «Flambart» y «Gessendi», que enarbolaban el gallardete del almirante LEPREDOUR, las corbetas españolas «Luisa Fernanda» y «Mazarredo», al mando del comandante ROMÁN TOPETE, la corbeta norteamericana «Jamestown» al mando del capitán C. E. ENGELHARDT y el bergantín sardo «Colombo» al mando del comandante F. L. CAVAGNARO, mientras, en Montevideo, por su gran calado, estaban las naves «CONFLICT», inglesa, y «Congress», norteamericana. Y fue precisamente de esta última nave, que surgió la sensatez, dentro de tanta locura.
Ante la gravedad de la situación que se estaba viviendo, el capitán de la «Congress» envió 140 infantes de marina al mando del capitán TAYLOR, para tratar de poner fin a esta violencia.
Esta fuerza que desembarco en la noche del 4 de febrero, junto con otras dotaciones extranjeras y alguna tropa que envió URQUIZA para reprimir a la soldadesca desenfrenada, tomó rápidamente control de la situación.
Poco después, el general JUSTO JOSÉ DE URQUIZA en su calidad de Director Provisional de la Confederación Argentina, nombró gobernador provisional de Buenos Aires a VICENTE LÓPEZ Y PLANES y dictó una serie de medidas por medio de las cuales, durante ocho días todo el que fuera encontrado robando debía ser fusilado inmediatamente.
La medida se cumplió a rajatabla y en los días siguientes, en el Cabildo y en las calles fueron muertos 600 saqueadores, incluso algunas mujeres, se capturó a 70 delincuentes y se los fusiló.