LA RECOLETA, PRIMER CEMENTERIO LAICO DE BUENOS AIRES (18/11/1822)

Un Decreto del Gobernador MARTÍN RODRÍGUEZ del 18 de noviembre de 1822, dispuso la creación de La Recoleta, el primer Cementerio laico que existió en Buenos Aires, cuyo primer nombre fue “Cementerio General del Norte”.

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Las tierras destinadas para ello, desde 1604 habían pertenecido al Adelantado ORTÍZ DE ZÁRATE, quien, que en un momento de apuro económico las canjeó por algunos trajes.

Después cambiaron de dueño una y otra vez hasta que a principios del siglo XVIII los frailes de la orden de los recoletos descalzos llegaron a esta zona, en ese entonces en las afueras de Buenos Aires y en 1732, construyeron allí, un Convento y una Iglesia que colocaron bajo la advocación de la Virgen del Pilar, que actualmente es la Iglesia del Pilar.

Los lugareños comenzaron a denominarla “la iglesia de los recoletos” y aunque esa orden fue disuelta en 1804, siguieron llamando al lugar, simplemente “la Recoleta”, nombre con el que se conoció por extensión a todas esas tierras y hoy es el elegante y exclusivo Barrio La Recoleta de la ciudad de Buenos Aires.

Pero cuando MARTÍN RODRIGUEZ dispuso la creación el Cementerio en la Huerta de los Recoletos, ese lugar er sitio de marginales. Por eso en el mismo Decreto se recomendaba: “hay que tomar por la Calle Larga hasta el fondo y terminar aquí, en el flamante Cementerio General del Norte».

«Es una zona peligrosa para la gente de la ciudad, de modo que los entierros se harán de mañana, para que nadie tenga que correr el riesgo de volver hasta el centro sin luz solar, acosado por las sombras de los cuchilleros de arrabal que acechan tras los juncos de los pantanos”

El diseño y la dirección de las obras le fueron encargados al arquitecto PRÓSPERO CATELÍN. Hoy hay bóvedas construídas en los estilos “art nouveu” y “art déco”, con variantes neoclásicas y góticas.

Hay esculturas de LOLA MORA y mausoleos imponentes. Una mirada aérea podría darnos la imagen de un tablero de ajedrez irregular: todas las bóvedas tienen una apariencia completamente blanca o completamente negra, con las excepciones de una columna en homenaje al almirante BROWN, pintada en verde, y de una bóveda en estilo andaluz, donde el blanco juega con un amarillo chillón.

Hacia el centro de las cinco hectáreas y media, donde hay un Cristo de brazos abiertos mirando hacia la entrada principal, reina el silencio más absoluto, pero en los extremos se cuelan el ruido del tránsito, la música y la vida misma, que fuera de estos muros sigue viviendo.

Cuatro mil setecientas son las bóvedas que hay en este Cementerio. De ellas 82 fueron declaradas Monumento Histórico Nacional. Naturalmente, son más que tumbas: son casi dos siglos de la memoria de un país.

Sus dos primeros moradores fueron el niño negro liberto JUAN BENITO y la joven vecina de Buenos Aires, MARÍA DOLORES MACIEL.

Y si la muerte es un lugar común, el Cementerio de la Recoleta es un destino rebelde. Al menos salva a muchos de sus huéspedes eternos del olvido. Clásico y moderno, une prosapia, arte, turismo y leyenda en callecitas de baldosas que corren bajo la sombra de cipreses, araucarias y magnolias. Y que llevan al sentimiento o al “glamour”, pero seguro, a la Historia.

Allí está DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO y su odiado FACUNDO QUIROGA (dentro de su monolito está el único cajón vertical de todo el cementerio, porque Facundo pidió ser enterrado de pie). El unitario LAVALLE y el federal DORREGO, fusilador y fusilado de otro tiempo.

ALEM, YRIGOYEN, ALVEAR Y BARTOLOMÉ MITRE. CARLOS PELLEGRINI Y JOSÉ HERNÁNDEZ. El boxeador LUIS ÁNGEL FIRPO y el Premio Nobel LUIS LELOIR, ROBERTO NOBLE (fundador del diario Clarín), VICTORIA OCAMPO, ADOLFO BIOY CASARES y REMEDIOS ESCALADA DE SAN MARTÍN, cuya bóveda de 1828 conserva la lápida que le encargó su esposo. Está también la tumba de EVA PERÓN (la más visitada por turistas y nostálgicos seguidores) y del general RAWSON.

Pero no a todos los que están les sobraba el dinero. La pretensión de descansar por la eternidad en esas tierras puede llevarse los ahorros de toda una vida. La muerte, allí, también puede ser un anhelo. Así lo entendió DAVID ALIENO, sereno del cementerio durante 29 años. Ahorró peso sobre peso y aguantó mil privaciones hasta lograr su sueño: una estatua de si mismo, vestido de cuidador, con moño y un enorme manojo de llaves en una mano, posando delante de una escoba y una regadera.

Se hizo traer la escultura de Génova y la colocó, con la paciencia de un artesano, sobre lo que sería su tumba. Hecho esto, entonces sí, se murió en paz. Y allí sigue, aferrado a su manojo de llaves por los siglos de los siglos, arreglándoselas para provocar curiosidad entre tanta personalidad que lo rodea.

Durante la década de 1870, como consecuencia de la epidemia de fiebre amarilla que asoló la ciudad, muchos porteños de clase alta abandonaron los barrios de San Telmo y Monserrat y se mudaron a la parte norte de la ciudad, es decir, a la Recoleta.

Y al convertirse el lugar en barrio de clase alta, el Cementerio se convirtió en el último reposo de las familias de mayor nivel social, prestigio y poder de Buenos Aires. En esa época de dolor, también se inauguró el Cementerio de “La Chacarita” que se lo conoció como Cementerio del Oeste, por oposición al Cementerio del Norte, nombre menos común que recibe la Recoleta (ver El Cementerio de La Chacarita. Su origen).

En 1881, el Cementerio de la Recoleta fue remodelado hasta que tuvo el diseño y la organización actual (ver en Google Las mil y una curiosidades del Cementerio de la Recoleta)..

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