MORENO, MARIANO (1778-1811)

Jurisconsulto. Periodista, Escritor y Estadista. Una de las glorias más puras de la historia argentina. El ideólogo de las jornadas de mayo de 1810 a las que con su fogosa gestión y defensa del liberalismo constitucional, intentó imprimirle la impronta que permitió el triunfo de la filosofía que hizo posible las gestas de 1776 en los Estados Unidos y de 1789 en Francia.

Su importante papel como organizador en el gobierno que siguió a la Revolución de Mayo, le valió títulos tales como ‘el hombre de Mayo” o “el alma de la revolución”.

Nació en Buenos Aires el 23 de setiembre de 7778 y fueron sus padres. Manuel Moreno, funcionario español del gobierno del virreinato, y Ana María Valle, una joven nacida de Buenos Aires que poseía una educación superior y no común en aquella época.

“Desde niño tuvo la pasión de la lectura y rehuía la ocasión de distraerse con otros jóvenes”, dice su hermano Manuel. Fue educado primero en la Escuela del Rey y luego en el Colegio de San Carlos, donde muchos de sus profesores se impresionaron por su inteligencia poco común y procuraron que se le brindasen todas las posibles oportunidades de aplicarla.

Uno de ellos, el padre Cayetano Rodríguez, amigo de su padre, un fraile franciscano, de corazón de ángel y alma de revolucionario, descubrió en el espíritu de aquel adolescente fuerzas superiores y puso a disposición del joven estudiante los magníficos libros de su monasterio iniciándolo así hacia rumbos más abiertos que le ofrecían futuros dignos de su espíritu.

En noviembre de 1799, a los 21 años de edad, viajó a Chuquisaca para ingresar en la Academia Carolina, para estudiar allí bajo la conducción del canónigo Terrazas con la idea de ordenarse sacerdote. Su madre, que soñaba para su hijo un destino ligado a la Iglesia, tuvo que vender sus alhajas para pagar los gastos de la travesía.

En Chuquisaca (hoy Sucre, Bolivia) Mariano, leyendo a Rousseau en la nutrida biblioteca del canónigo Terrazas, entró en contacto con las ideas de la ilustración y comenzó a germinar en él, la idea de ver a su patria progresar a tono con los predicamentos de librepensadores como Adam Smith y Rousseau. Y así se cambió su destino: no se hizo eclesiástico y decidió en cambio estudiar abogacía.

En 1803 se graduó en la Universidad de Chuquisaca con una tesis rememorativa de la sublevacion de Tupac Amaú, producida  unos años antes, condenando las prácticas legales españolas de exigir servicios personales a los indios. Abrió su estudio en esa ciudad y el 20 de mayo de 1804, cuando tenía 25 años se casó con María Guadalupe Cuenca, de 14 años de edad.

Hacia 1805 regresó a Buenos Aires, donde bien pronto se incorporó a la nómina de abogados de la capital del virreinato, donde su estudio  llegó a ser el más renombrado de Buenos Aires en la época y sus mejores clientes fueron los comerciantes ingleses de la plaza. Su fama creció y pronto se comprometió por sus escritos en causas de derecho público y privado.

En 1806 redactó una memoria sobre las Invasiones inglesas que, “aunque es breve, es valiosa por las observaciones y consideraciones que formula”. En ese escrito demuestra, en defensa del pueblo, que la rendición de Buenos Aires fue debida a la culpa exclusiva de las autoridades. “Pocos pueblos han sufrido tantos ataques —explica en el mismo— ni los han resistido con tanta gloria, y quizás es Buenos Aires el único que con sus propios (fondos del Cabildo) ha mantenido regimientos que defendían siempre sus fronteras”.

Al principio de su actividad pública se mostró inclinado a unirse al grupo liberal español actuando como asesor legal para la Audiencia y finalmente alineándose con el grupo conducido por Martín de Álzaga, pero, cuando en 1809 el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros le solicitó que redactara un memorial para los hacendados y trabajadores criollos para contrarrestar las demandas de los comerciantes españoles monopolistas en el sentido de aplicar restricciones al comercio, empezó a mostrar la verdadera dirección de sus ideas:

Su obra “Representación de los hacendados” proponía inequívocamente la apertura del Río de la Plata para el libre comercio durante un período de dos años. “Con este documento replicaba a los del apoderado del Consulado de Cádiz, Miguel Fernández de Agüero, que defendía la posición monopolista de aquella institución e impugnaba el dictamen del Consulado de Buenos Aires que había aceptado la proposición del virrey de admitir el comercio con los ingleses pero bajo grandes restricciones”.

Era en definitiva, una clara declaración de lo que llegaría a ser la política económica de Argentina después de la independencia e implicó para Moreno el apoyo de los criollos con la caída del gobierno de España durante la invasión de Napoleón.

Moreno quiso publicar su trabajo, pero el virrey no lo autorizó, aunque copias del original se difundieron en el Río de la Plata y en el extranjero. Ricardo Levene ha dicho al respecto: “Su lectura se impone como un documento de alta doctrina en el que campean los principios de economía clásica”.

Proclama revolucionaria
En enero de 1810, en Buenos Aires, tomó estado público un volante impreso, atribuído a Mariano Moreno, donde decía: “Llegó por fin la hora de sacudir el yugo que hace tres siglos soportáis (…). Americanos !!. La España, vuestra opresora, está casi subyugada y cuando estos renglones lleguen a vuestras manos, no reconocerá la península otro soberano que Bonaparte. El recuerdo aún fresco de las afrentas que tenéis recibidas de las virreyes y audiencias, gobernadores (…) y otros instrumentos del más atroz despotismo, despertarán en vosotras los nobles sentimientos de independencia, único remedio a tantos males. Americanos!!: decid a esos españoles (…) que sólo como conciudadanos y no como amos, pueden ser considerados y recibidos entre nosotros. Americanos !!: apresuraos a declarar vuestra Independencia (…), tomad ejemplo de vuestros vecinos en los Estadas Unidos de América. (…) Y vosotros, españoles que habitáis el territorio: dejad a los americanos el gobierno de su país y abandonad la insensata pretensión de vuestra antigua superioridad. !! Ya no sois dueños de ese rico continente».

La semana de Mayo de 1810
Durante la semana de mayo de 1810, Moreno mostró gran actividad en el grupo patriótico, exigiendo que el virrey llamase a Cabildo abierto, con el fin de tratar la crisis política. En su carácter de miembro del Cabildo abierto del 22 de Mayo apoyó vigorosamente la deposición del virrey y el establecimiento de una junta elegida por el cabildo abierto, en representación del pueblo. Al final de la jornada del 22 de mayo de 1810. Vicente López y Planes vio a Moreno, sentado pensativo en un rincón del Cabildo, pálido y fatigado: “ Qué dice mi estimado doctor?… “, le preguntó. Mariano Moreno contestó: ‘Qué voy a decir, que los godos nos van a colgar a todos, estamos entregados, ya verá. Y pensar que yo vine porque me cargoseó ese majadero de Martín Rodríguez”.

En el gobierno de la “Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata, la primera junta formada luego de la Revolución de Mayo, con Cornelio Saavedra como presidente, Moreno fue nombrado Secretario, con responsabilidad ejecutiva en asuntos políticos y militares. A quien le anunció que había sido elegido para desempeñar tan alto cargo, le contestó: “Aceptaré, pues seria indolencia, ingratitud criminal, excusar fatigas”.

Durante los siete meses en los que mantuvo este cargo, actuó rápida y firmemente para llevar a cabo sus claros objetivos: mantener todo el virreinato leal al gobierno patrio en Buenos Aires; establecer una economía sana y libre, y elaborar una Constitución que pudiera establecer legalmente instituciones para preservar las libertades personales, políticas y económicas de una nueva sociedad.

Pensó en una Argentina autónoma ya fuera independientemente o bajo la legítima Corona española, pero libre de todas las antiguas restricciones y capaz de evolucionar por sí misma; porque vio los objetivos revolucionarios tan claramente, basándolos en las ideas de libertad en las cuales se habían educado tanto los intelectuales españoles como los criollos, porque tuvo un fuerte apoyo de los principales dirigentes criollos, y porque él mismo trabajó infatigablemente, revolucionó al país.

Fundó y fue editor de la Gazeta de Buenos Ayres, desde la cual esparció sus ideas, que más tarde fueron levantados como un dogma por la Asociación de Mayo durante la ensangrentada época rosista.

Estableció una Oficina de Censos y una Escuela Militar. Fundó la Escuela de Matemáticas, la Biblioteca Pública hoy Biblioteca Nacional. Reabrió Maldonado, Ensenada y Patagones (Río Negro) como puertos, liberando el comercio y las explotaciones mineras de las antiguas restricciones.

Equipó y envió ejércitos a diversas partes del virreinato, especialmente al Alto Perú, para luchar contra los realistas. Persuadió a la Junta de que le permitiera obrar firmemente en la represión de la conspiración de Córdoba. Ganó el respeto de Lord Strangford, patentizado en la buena voluntad de los ingleses hacia el gobierno patriota de Buenos Aires.

Llevó a cabo las negociaciones con el Vaticano con el propósito de definir la cuestión del patronato eclesiástico bajo la nueva situación. Le cupo gran responsabilidad en el exilio del virrey y los jueces de la Audiencia.

En la edición de la Gazeta del 6 de noviembre instó a la Junta de Gobierno a adoptar una Constitución para la nueva nación que asegurara las instituciones para el futuro y al mismo tiempo insistió en que la unión o federación de todas las provincias españolas era impracticable.

En esa época la influencia de Moreno había comenzado a decaer y los críticos aludían a su rudeza contra la oposición y su hábito de usar la intriga para cumplir sus propósitos.

Muchos creían que Moreno y sus jóvenes y progresistas seguidores criollos representaban solamente los intereses políticos y económicos de la capital en detrimento de las provincias. Saavedra y su grupo preferían un cambio más moderado, antes que el rápido paso revolucionario impreso por Moreno y esta crítica lo acicateó hacia medidas más radicales.

En diciembre de 1810 decretó que únicamente los argentinos nativos (criollos) podían desempeñar funciones oficiales, aunque los europeos eran bienvenidos como pobladores, especialmente si se dedicaban a la agricultura. (ver Moreno o Saavedra?)

Pronto, sus divergencias con el coronel Cornelio de Saavedra y sus seguidores, provocaron una escisión en el seno de la Junta y esta situación hizo crisis cuando durante un banquete oficial celebrado en el Cabildo, uno de sus asistentes, el capitán Atanasio Duarte ofreció un brindis excesivamente laudatorio para Saavedra (ver Un brindis desafortunado).

Al día siguiente Moreno, sustentando un principio de igualdad y expresando que “ningún argentino, ni ebrio ni dormido, debe tener expresiones contra la libertad de su patria”, dispuso que las honras ceremoniales, anteriormente acordadas al Presidente de la Junta debían ser abolidas, pues el presidente no era más acreedor a ellas que sus otros miembros. Saavedra se sintió lesionado en su dignidad y las diferencias de carácter político y formal, entre los dos líderes patriotas se tornaron, en una cuestión personal.

Cuando el 8 de diciembre de 1810, los delegados provinciales, encabezados por el deán Gregorio Funes, fueron incorporados por Saavedra a la Junta de gobierno para formar la que se llamó la Junta Grande, Moreno renunció a su cargo de Secretario de la Junta. Temía que los provincianos argentinos, más conservadores, diluirían las actividades revolucionarias desplegadas por los patriotas de Buenos Aires de acuerdo con las más liberales ideas europeas de la época.

La Junta no aceptó ni rechazó su renuncia y el 24 de diciembre lo nombró representante de las Provincias del Río de la Plata ante el gobierno de Gran Bretaña. Lo invistió como Ministro Plenipotenciario y le encargó misiones que debería realizar en Brasil y en Londres.

Moreno aceptó el nombramiento y el 24 de enero de 1811 se embarcó en la fragata “La Fama” junto con su hermano Manuel y su amigo Tomás Guido como sus Secretarios. Partió triste y desalentado, pues tenía la premonición de que no volvería a su patria. Y así fue.

Desde los primeros días del viaje el mareo le debilitó mucho. A bordo no había medico ni botiquín. Viendo a éste muy decaído, el Capitán del buque le administró cierto remedio, quizás en dosis excesiva.

Desde entonces su salud declinó rápidamente. Después de varios días de alternativas violentas, se dió cuenta de la gravedad de su estado y de la proximidad de su fin. Dio instrucciones a sus secretarios, para que pudieran llevar a cabo debidamente su misión. Pocas horas después de haber procedido así, en la madrugada del 4 de marzo de 1811, murió diciendo: ¡Viva mi patria, aunque yo perezca! (ver la muerte de Mariano Moreno).

Su cuerpo fue sepultado en el mar, a los 28° 27’ de latitud sur, de la línea equinoccial. Llegados a Londres, el 17 de mayo de 1811, sus secretarios, Manuel Moreno y Tomás Guido, comunicaron a la Junta el fallecimiento, con los siguientes términos: “Este terrible acontecimiento sucedió el día 4 de marzo último, cuando aún navegábamos fuera de los Trópicos».

«Ha llenado nuestro espíritu de la más desolada aflicción y nos ha sepultado en una amargura tan grande cuanto ha sido la pérdida que la Patria ha hecho de un hijo que vivió siempre devorado de los más ardientes deseos de su felicidad y que la sirvió de un modo puro y ejemplar”.

Se dice que Saavedra, al conocer el prematuro fin del gran tribuno, exclamó: “Era menester tanta agua, para apagar tanto fuego”.

Diversas versiones emitidas sobre su personalidad, dan una clara imagen de lo tempestuoso de su carácter y del infierno al que lo sometió una pasión por servir a su patria y por abrirle el mejor camino para su futuro como nación libre y soberana, que finalmente lo devoró.

Dice Enrique W. Álzaga que Moreno era un neurótico, con períodos de gran depresión y con arranques de singular entereza al mismo tiempo. Vicente Fidel López afirma que Moreno estaba sujeto a insomnios terribles, en los que se veía rodeado de enemigos, asechado con puñales y arrastrado a la horca. Tenía una naturaleza nerviosa, con entusiasmos fanáticos y vagaba en las tinieblas de mil inquietudes indefinidas, asaltado por dudas sobre la seguridad de su persona y de los destinos de la causa a la que estaba entregado.

Cuenta su hermano Manuel, que Mariano salía poco de su domicilio, apenas para ir y venir del Fuerte donde tenía su despacho, lo hacía con dos pistolas en el bolsillo y custodiado por un grupo de amigos. También en una oportunidad se dijo: “Mariano Moreno es el numen de Mayo, como lo llamara Bartolomé Mitre, tanto por su prodigiosa energía revolucionaria como por la lucidez de su misión sobre lo indispensable para instituir un auténtico orden democrático. Moreno opuso al régimen de la Colonia, reaccionario y absolutista, la organización de la libertad, manteniendo los cauces abiertos para las reivindicaciones del pueblo.

La República Argentina nació así, modelada por sus ideas, como algo profundamente distinto de lo que dejaba atrás, al ascender a la jerarquía de nación libre y soberana”. Ricardo Levene calificó el antagonismo entre morenistas y saavedristas como el primer choque manifiesto entre las fuerzas históricas argentinas: “democracia turbulenta” que requiere un fuerte gobierno central y “democracia federal”.

Los escritos de Moreno han sido publicados por su hermano Manuel Moreno, “Arengas y escritos (Londres, 1836); editados por Norberto Piñero, Escritos de Mariano Moreno” (Buenos Aires, 1896); y por Ricardo Levene (1948); Manuel Moreno escribió la primera biografía de él, “Vida y Memorias de Mariano Moreno” (Londres, 1812), y Ricardo Levene ha hecho un estudio fundamental titulado “Ensayo histórico sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno” (2 v., Buenos Aires, 1949).

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *