MONUMENTOS EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES

Para acercarnos a comprender aproximadamente el porqué y el cuándo del patrimonio escultórico de la ciudad de Buenos Aires,  es necesario antes, destacar  la estrecha vinculación existente entre el desarrollo de aquél y la evolución general del país en sus algo más de dos siglos de existencia como nación independiente. Esta visión global de nuestra historia, nos va a permitir observar de qué manera, muy significativa por cierto, el proceso de ornamentación monumental de la ciudad sufrió un estimulante impulso en la medida en que el país, en su totalidad, vivió una etapa ascendente de crecimiento y desarrollo. Culminada esa etapa, y ya con el país en un proceso de estancamiento e incluso de decadencia, el interés por dotar a la ciudad de nuevas piezas monumentales decrece, hasta tomarse en un hecho infrecuente. Esta suerte de curva en la evolución histórica nacional, podrá ser ideológicamente objetada e históricamente cuestionable, pero lo cierto es que, en una visión totalizadora y con la ausencia de matices que toda generalización tiene, el país ha sufrido claramente una fractura en su potencial ascenso, entrando en un oscuro y complejo proceso decadente.

Fuente Las Nereidas

Otro elemento que también debe ser tomado en cuenta para comprender mejor la pérdida de interés en las obras monumentales, es el que se refiere a las modificaciones en las costumbres y en los usos actuales. El homenajear a una personalidad a través de una estatua o una obra escultórica es algo que pertenece, en cierta forma, a una concepción histórica y artística del pasado. No debe entenderse por esto la consideración de anacrónica de toda pieza monumental realizada en la actualidad: pero sí debe aceptarse que no reviste, hoy día,  ni la misma importancia ni la misma trascendencia que tenía en otra época. De ahí la marcada disminución en la frecuencia y envergadura de este tipo de obras.

«El auge de la ornamentación ciudadana coincide con la «belle époque» europea y las fiestas del Centenario de nuestra Independencia. Una muestra, quizás orgullosa y confiada, de una pujanza y riqueza que se suponía inagotable» Un somero recorrido por esa Historia, nombrando sólo algunos de los muchos monumentos que adornan paseos, plazas y calles de Buenos Aires, nos permitirá comprender lo expresado.

Monumentos del siglo XIX
Casi a fines del XIX, en tiempos previos al estallido estatuario que vivió la ciudad de Buenos Aires desde el comienzo del siglo XX, la ciudad ya contaba con algunos valiosos monumentos de significativa importancia y una apretada síntesis de las obras más destacables que conformaban el patrimonio escultórico de la ciudad,  alcanzará como para tener un panorama representativo del estado en que se encontraba la ciudad en materia de monumentos, de entre los cuales, se destaca con fuerza propia, con un acentuado predominio de lo simbólico-histórico por sobre lo artístico, la tradicional “Pirámide de Mayo, situada en la plaza homónima y que lleva la firma original de FRANCISCO CAÑETE. Esta obra fue realizada en 1811 y reformada posteriormente, en 1857, por PRILIDIANO PUEYRREDÓN y el francés JOSEPH DUBORDIEU.

Otra de las obras que se destaca con perfiles nítidos, entre las más significativas del período anterior al Centenario, es la figura de “Domingo Faustino Sarmiento”,  realizada por el famoso escultor francés AUGUSTE RODIN. Ubicada en las actuales avenidas del Libertador y Sarmiento, donde hasta 1852 se levantaba el caserón de JUAN MANUEL DE ROSAS, fue inaugurada en 1900.

Completando el acervo escultórico erigido en el transcurso del siglo XIX, es necesario mencionar la estatua ecuestre del “General San Martín”, obra del francés JOSEPH DAUMAS (1863), que se levanta en la plaza que lleva el nombre del Libertador; la del GENERAL MANUEL BELGRANO,-frente a la Casa de Gobierno-, debida al francés LOUIS CARRIER-BELLEUSE y al argentino MANUEL SANTA COLONNA (1873); la de “Adolfo Alsina”, ubicada en la plaza Libertad. Fue realizada por AIMÉ MILLER en 1882;  la del General Juan Galo de Lavalle. en la plaza homónima, realizada por el escultor PEDRO COSTA en 1887;  la de “Luis Viale”. que lleva la firma del italiano EDUARDO TABBACHI, erigida en su mausoleo de la Recoleta en 1895 y trasladada luego en 1928 a la avenida Costanera y finalmente de “Torcuato de Alveár”, obra del artista JUAN LAUER que fue instalada en la Recoleta e inaugurada en 1900.

Comienzos del siglo XX
Cronológicamente, se puede situar en las primeras dos décadas de este siglo el período más prolífico y de mayor auge en lo que a erección de monumentos porteños se refiere. Coincide, no casualmente, este afán ornamental con los festejos del Centenario que, sumados al floreciente momento que el país estaba viviendo, conformaron un pico de esplendor y-de euforia nacional que convirtieron en pocos años a Buenos Aires en una de las urbes más ricamente ornamentadas, desde el punto de vista de la cantidad y calidad de las obras artísticas expuestas en su vía pública.

En los primeros años del  siglo XX, por iniciativa DE ERNESTO DE LA CÁRCOVU. que ocupaba por entonces el cargo de concejal en la Municipalidad de Buenos Aires,  se sancionó un proyecto que apuntaba a ornamentar la ciudad por medio de estatuas y grupos escultóricos. El mismo DE LA CÁRCOVA, junto a EDUARDO SCHIAFFINO, promotor de la creación del Museo Nacional de Bellas Artes en 1896 y al arquitecto JULIO DORMAL, fueron los encargados de adquirir un espléndido conjunto de esculturas en diferentes países de Europa.. De esta gestión data la reproducción de «El pensador» de AUGUSTO RODIN. que se encuentra en la plaza del Congreso.

Esa primera década del siglo también daría lugar a la erección de dos estupendas obras que completarían acabadamente el marco monumental pre Centenario. Se trata de la figura ecuestre de “José Garibaldi”, obra del escultor EUGENIO MACCAGNI. levantada en 1904 en la Plaza Italia; y de la famosa «Fuente de las Nereidas», debida al talento de la escultora tucumana LOLA MORA. Esta obra fue inaugurada en 1903 en el antiguo Paseo de Julio (actual avenida Leandro N. Alem), generando su presencia numerosas polémicas. No se supo ver entonces, que en el centro de ese loco universo de nereidas y tritones,  relampagueaba  una riqueza inquietante. Atraparla era un modo de acercarse a esa muchacha que en 1903 se atrevió al escándalo y a la belleza de los cuerpos desnudos, cosas que LOLA MORA aprendió en Italia de sus maestros FALCUCCI y MONTEVERDE, y que vinieron a sacudir tanta pacatería de salón, tanta aburrida suma de solemnidades. La belleza y expresividad de la obra se vieron enfrentadas al reparo de ciertos círculos, de esos que nunca faltan, que la objetaron moralmente por el presunto atentado al pudor que implicaba la total desnudez de sus figuras.

No se supo ver entonces, que en el centro de ese loco universo de nereidas y tritones,  relampagueaba  una riqueza inquietante. Atraparla era un modo de acercarse a esa muchacha que en 1903 se atrevió al escándalo y a la belleza de los cuerpos desnudos, cosas que LOLA MORA aprendió en Italia de sus maestros FALCUCCI y MONTEVERDE, y que vinieron a sacudir tanta pacatería de salón, tanta aburrida suma de solemnidades. La magnífica fuente de LOLA MORA felizmente sobrevivió a todas las críticas y en 1918 fue trasladada a la Costanera Sur donde aún puede ser admirado el genio de la primera escultora argentina.

El Centenario de la Independencia
El jubiloso año del Centenario sería testigo de una impresionante proliferación de obras destinadas a conmemorar a los principales protagonistas de la Revolución de Mayo. Así, el alemán GUSTAV EBERLEIN realizó las de “Juan José Castelli” (en plaza Constitución) y. posteriormente, la de “Nicolás Rodríguez Peña (en la plaza que lleva su nombre); el belga JULES LAGAE la de “Cornelio Saavedra” (inadecuadamente emplazada en Córdoba y Callao); el italiano TORCUATO TASSO la de “Juan José Paso; el argentino ARTURO DRESCO la de “Juan Larrea”; el español BLAY Y FÁBREGAS 1a de “Mariano Moreno (en la plaza Lorea); y el francés LUIS CORDIER la de “Miguel de Azcué naga”,  ubicada en la plaza Primera Junta.

En el transcurso de los años siguientes, se produciría el valioso aporte que dieron las grandes colectividades extranjeras, las que se adhirieron de esta forma a las celebraciones del Centenario. De entre ellas, la más destacada, sin duda, es el soberbio “Monumento de los Españoles” donado a la ciudad de Buenos Aires por la colectividad española y realizado en 1927 por los escultores AGUSTÍN QUEROL y MARIANO BELLIURE Y GIL. Su excepcional ubicación, en las avenidas del Libertador y Sarmiento, resalta la imponente belleza de su piscina circular, de la que surge un pedestal de mármol de Carrara de 25 metros de altura rodeado por figuras de bronce que representan a las principales regiones argentinas.

Otros testimonios de adhesión de las colectividades los constituyen el monumento «De Francia a la Argentina» emplazado en la Plaza Francia; el “Indicador Meteorológico”, erigido por encargue de los gobiernos de Austría-Hungría en el Jardín Botánico;  la “Torre de los Ingleses”, obra del arquitecto inglés POYNTER instalada en Retiro; la fuente  «A la riqueza agropecuaria de Argentina», homenaje de la colectividad alemana, situado en la actual plaza Alemania, en Palermo; y el extraordinario monumento a “ Cristóbal Colón”, donado por la colectividad italiana y situado en un principio en el parque homónimo, detrás de la Casa Rosada y trasladado en 2018 frente a la costa del Río de La Plata, a la altura del Aeroparque Jorge Newbery en el espigón Puerto Argentino

Cinco deslumbrantes fuentes
Y si bien es cierto que el escándalo que provocó su presencia en 1903 en el Paseo de Julio, «Las Nereidas», ese hermoso monumento-fuente, obra de Lola Mora, es la primera que trae su imagen cuando hablamos de las fuentes que adornan plazas y jardines de Buenos Aires, no es menos cierto que son numerosas las que atraen la atención de quienes recorren nuestra ciudad. He aquí sólo cinco de ellas:
El sediento. Otra mujer —Luisa Isabel Isella— talló los mármoles de esta fuente, instalada a principios de siglo, en la plaza Rodríguez Peña. Menos desenfadada que LOLA MORA, educada en los rígidos cánones de una sociedad tradicionalista empeñada en reflotar la moral victoriana, cubrió púdicamente con un velo al gracioso adolescente que, inclinado sobre una piedra, trata de calmar su sed. La fuente es hermosa. La censura, no tanto.
Monumento-fuente a los Dos Congresos. Dioses, genios y espíritus del mar avanzan triunfalmente hacia ninguna parte. Los grandes ríos —el Paraná, el Uruguay, el de la Plata— están simbolizados por espléndidos grupos escultóricos. Es una obra del escultor belga JULES LAGAE. Es del estilo neoclásico que conmoviera a Europa a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Fue inaugurada en la plaza del Congreso, el 9 de julio de 1914.
Fuente de «El tritón«. A cierta hora imprecisa del crepúsculo, esa criatura mitológica que bebe eternamente de su cántaro hace pensar en Rofna. La fuente está en la esquina de Alsina y Perú y es obra de TROIANO TROIANI, un italiano naturalizado argentino, un poeta de la generación del ’80.
Las fuentes de Córdoba y la 9 de Julio. Buenos Aires las importó cuando era aún la Gran Aldea. Procedentes de la fundación Du Val D’Osne, sufrieron diversos destinos y emplazamientos hasta lograr su ubicación actual. Réplicas y muchas veces, mezcla de algunas fuentes famosas, éstas de la Fonderie Du Val, reflejan un estilo correspondiente al Renacimiento italiano que terminó por reemplazar, en el gusto de la época, al arte medieval francés. Náyades, neptunos y delfines de hierro fundido y un aire general a “Place de la Concorde” de París
La fuente de los bailarines. En la Plaza Lavalle fue construída en 1972 como homenaje de la Municipalidad de Buenos Aires a los artistas del Ballet del Teatro Colón, muertos trágicamente al caer el avión que los transportaba en el Río de la Plata el año anterior. Muestra una pareja de bailarines de factura no demasiado feliz, obra del escultor CARLOS LÁZARO DE LA CÁRCOVA y tres estanques circulares con aguas comunicantes. Lo importante, sin embargo, no es eso, sino los juegos de agua que ofrece el monumento, su delirio de reflejos, el sol que inventa un arco iris y otras fiestas que van cambiando según la hora, y que al mediodía, son sencillamente inolvidables.

(Para la confección de esta nota se ha utilizado material extraído de una nota publicada en el desaparecido diario Tiempo Argentino, con la firma L.M.H.).

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