LOS PIRINGUNDINES PORTEÑOS

Como un reflejo de los cabarets parisinos, en el Río de la Plata, precisamente en Buenos Aires y Montevideo, a comienzos del siglo XIX, los “piringundines” comenzaron a reemplazar a los centros de reunión de las comunidades afrorioplatenses donde se bailaba el “candombe”, lugares conocidos como “tangos” y en algunos barrios porteños, como “canguelas”.

El “Café Concert”, nacido con la revolución francesa, se popularizó en la segunda mitad del siglo XIX y uno de los más famosos fue, “Le Moulín Rouge”, después de que lo inmortalizara Pedro Augusto Renoir en su obra “Bailes en el Moulín de la Galette”.

Eran lugares donde la gente iba exclusivamente a beber, bailar y a divertirse; pero los creadores de los primeros cabarés querían algo más intelectual y más inconformista, locales que fueran adecuados para los cantautores o donde, por ejemplo, se pudiese bailar el “can-can”, creado a mediados del siglo XIX y que a muchas personas les parecía escandaloso, por lo que a todos les vino bien que existieran esos lugares, los “cabarés” (o cabarets) para disfrutar su alegría desprejuiciada.

Los piringundines porteños
Si bien, los piringundines”, tuvieron una raíz africana y nacieron para suceder a esos ámbitos donde los violentos y rítmicos sonidos del candombe dominaban la escena, fue el lugar donde, luego de asimilar los ritmos de la “Habanera”, de algunos aires españoles y otros que le fueron afines, fue acercándose al dos por cuatro y así salió a la luz el Tango.

La palabra «piringundín», tan usada en otros tiempos, hoy apenas se oye por ahí. También se ignora su procedencia, pero se empleaba tanto en la capital como en el campo y allí no actuaban los “bastoneros”, personaje insustituible en las “milongas” y los “bailongos”, porque su concurrencia era principalmente masculina y bailaban entre los mismos hombres, con gran jarana de los muchachos que, desde afuera, los titeaban.

La arrolladora irrupción en la noche porteña, del Tango, con su música cautivante y sensual, una potente voz que llamaba al baile, pronto impulsó la presencia de academias de tango, conocidas en un principio como “piringundines” y también como “milongas”.

Estos “piringundines” estaban abiertas al público y se caracterizaron por ser lugares donde se realizaban bailes a los que concurrían la gente de más bajos recursos, los llamados “orilleros” en épocas pasadas, frecuentados preferentemente por gente de avería, gustosa de copiosas libaciones y francachelas, que casi siempre terminaban en forma deplorable y violenta. Allí el tango era el amo y señor, reuniendo a personas de diferente condición para compartir socialmente el gusto por el baile del tango.

De los candombes se había pasado al ritmo de tango, y acercándose cada vez más el siglo XX, los “piringundines” florecieron atrayendo personajes de distinto pelaje. Allí incluso se podía beber y compartir con mujeres de luminosas y atractivas sonrisas. Aparecieron los “compadritos”, para unirse en voluptuosos bailes con negras, mulatas, pardas y chinas. La importancia de las mujeres y los piringundines fue fundamental en el nacimiento del tango.

De hecho, una de las academias más reconocidas fue la “Academia de la Parda Carmen Gómez”, creada en 1854. Existen barrios que fueron famosos por los piringundines o academias que en ellos surgieron, como Barracas, Palermo, San Telmo, Balvarena y el Barrio del Tambor. También La Boca, donde, cuenta una leyenda, que en las esquinas de Suárez y Necochea, nació el tango. Hoy, en todo el mundo, con características distintas a las originales, obviamente, existen academias de tango.

A partir del comienzo del siglo XX, los “piringundines”, comenzaron a ser salones más importantes y con mayores lujos y nuevamente, la moda europea impuso su influencia en estas tierras y los “piringundines” comenzaron a llamarse “cabarets”

Los cabarets eran salones grandes con una amplia pista de baile rodeada de mesas y una barra; muy bien iluminados con arañas lujosas con caireles de cristal, a diferencia de las «boites» que eran más chicas y oscuras.

El término “cabaré” (también, cabaret) es una palabra de origen francés, cuyo significado original era “taberna”, pero que pasó a utilizarse internacionalmente para denominar salas de espectáculos, generalmente nocturnos, así como un género teatral propiamente dicho, que suele combinar teatro, música, danza y canciones, e incluso también la actuación de humoristas, ilusionistas, mimos y muchas otras artes escénicas.

Se distinguen de otros locales de espectáculos, entre otras cosas, porque tienen un bar, cuando son pequeños, o un bar y un restaurante, cuando son grandes. A diferencia de lo que sucede en el teatro, los asistentes pueden beber y conversar entre sí, durante las actuaciones. El público de los cabarés aplaude, con frecuencia, espectáculos atrevidos, tanto políticos como sexuales. Fue en los “cabarets”, donde aparecieron los primeros travestis en un escenario de la modernidad y también donde se presentaron las primeras pantomimas de homosexuales.

El primer cabaret de la historia, abrió sus puertas en Francia, en 1881. Fue “Le Chat Noir” (el Gato Negro). A éste, pronto le siguió el “Moulin Rouge”, en pleno centro de Montmatre, París y rápidamente, en todas las capitales del mundo, hubo empresarios que se entusiasmaron con la idea y los “cabarets” comenzaron a ser los “reyes de la noche”.

Recordemos que quizás, el primer “cabaret” que funcionó como tal en Buenos Aires, fue un “piringundín” conocido como “Lo de Hansen”, primer cenáculo de la noche porteña que vio nacer grandes orquestas y virtuosos bailarines de Tango.

“Lo de Hansen” (1875)
“Lo de Hansen”, fue el más famoso de los lugares de diversión nocturna de Buenos Aires desde poco más allá de mediados del siglo XIX, hasta 1912. Fundado como “Café Restaurante” el 11 de noviembre de 1875, el mismo día que se fundó el Parque Tres de Febrero (1) por el inmigrante alemán Juan Hansen, fue punto de referencia para la actuación de toda una generación de músicos y hasta allí llegaban la mejores orquestas y bailarines de tango de la época.

Considerado por muchos como una de las cunas del tango, con entrada por la avenida Sarmiento, entre las vías del Ferrocarril y la avenida Vieytes, estaba ubicado en pleno corazón del actual Parque Tres de Febrero, al este de la intersección de las actuales avenidas Sarmiento (antes avenida de las Palmeras) y Presidente José Figueroa Alcorta, frente a donde hoy se encuentra el Planetario de la Ciudad de Buenos Aires en el barrio Palermo.

Los terrenos donde se hallaba eran patrimonio fiscal y ocupaban una zona, que en aquella época, estaba muy retirada del “centro de la ciudad” y desde allí todavía podía observarse el Río de la Plata.

Un poco de historia
En 1869, la Municipalidad de Buenos Aires había construido en ese lugar una hermosa glorieta que albergaba un restorán, con la idea de arrendarlo a particulares. Se llamaba “Restorán Palermo” y su diseño reproducía el de los grandes restoranes al aire libre, que en esa época estaban de moda en Europa.

Satisfaciendo una solicitud presentada el 4 de mayo de 1877 por Hansen, el gobierno municipal le otorgó en concesión esas instalaciones, y este nuevo consignatario, le dio una nueva impronta al local, por lo que a partir de entonces ya nadie hablaba del Restorán Palermo, sino que se referían a él, como “lo de Hansen”. Y así fue hasta que en 1892 Hansen falleció y Enrique Lamarca asumió como nuevo administrador del local hasta que en 1897 se hizo cargo del mismo un tal Sebastián (o Baltasar) Monsch.

En 1903, vencida la concesión que se le otorgara a Hansen, la Municipalidad de Buenos Aires, le alquiló el lugar a Anselmo R. Tarana, quien a partir del 8 de mayo de 1903 comienza a explotarlo con el nombre oficial de “Restaurante del Parque Tres de Febrero”, aunque popularmente se lo conocerá como “Café Tarana” o “el antiguo Hansen” y lo habilitó como Restorán con Salón de Baile.

“Las actividades del “Restaurante del Parque Tres de Febrero” eran distintas según las horas del día” dice el historiador Enrique Puccia; “Durante la mañana se servía el desayuno, a media mañana, leche y yema batida para jinetes y ciclistas, a la tarde merienda o aperitivos, al anochecer se cenaba, y a la noche, los amantes del tango llegaban para disfrutar de esa música que allí se tocaba. Tarana ponía a disposición de sus clientes cinco vehículos que se ocupaban de traerlos y llevarlos gratuitamente hasta y desde el lugar y los tangueros (malevos y cajetillas o sushetas) llegaban para disfrutar de esa música y bailar”.

Finalmente, en 1908 el fondo de comercio fue transferido a la sociedad Payot y Giardino que lo administrará hasta 1912, año en que por decisión del Intendente Joaquín S. de Anchorena, el local fue demolido para realizar una ampliación de los accesos al velódromo y así terminó “lo de Hansen” y con él, una época y una forma de vivir la vida que ya jamás volverá.

Se bailaba o no en lo de Hansen?
Hubo distintas versiones sobre si se bailaba o no en “lo de Hansen” y esta controversia nació quizás en el hecho de que hubo dos “lo de Hansen”. El auténtico y primigenio, fundado por el mismo HANSEN en 1877 como Restorán y que existió así hasta 1903, donde indiscutiblemente no se bailaba y quizás sí se iba allí a escuchar música y a lo mejor, a ensayar algunos pasos de baile a escondidas y el “Hansen” posterior, nombre con el que la jerga popular se ha empeñado en identificar al local que a partir de 1903 funcionó en el mismo lugar del desaparecido “Hansen”, haciendo que ambos parecieran uno solo.

Un habitué llamado Felipe Amadeo Lastra, aseguraba en una entrevista que se le hiciera, que “en lo de Hansen no se bailaba; estaba prohibido como en todos los sitios públicos. Recién se pudo bailar en el Pabellón de las Rosas, primera Boîte que hubo en Buenos Aires” y Gabriel Soria, vicepresidente de la Academia Nacional del Tango nos dice: “lo de Hansen tuvo importancia porque, además de restaurante, funcionó como lugar de baile. Allí se bailaba un tango muy bien bailado, porque en sus inicios, era un lugar elegante”.

Y lo que parece controversial no lo es: uno, el primero se refiere al original Restaurante “lo de Hansen” y el segundo, al posterior “Restaurante del Parque Tres de Febrero”, inaugurado en 1903 y tozuda o nostálgicamente llamado “lo de Hansen” por la jerga popular. En el primero no se bailaba, en el que le sucedió si se bailaba y dicen que cuando allí se tocaba «El esquinazo», el célebre tango que Ángel Villoldo, publicara en 1902, el excesivo entusiasmo del público, que lo acompañaba golpeando mesas y cristales, provocaba tumultos que hacían peligrar la estructura del local lo que llevó al dueño a prohibir a los músicos que lo tocaran.

En la década de 1910, en el nuevo Hansen actuaron orquestas típicas, como las de Roberto Firpo y Francisco Canaro y ambos recordaban en una entrevista que se les hiciera, “que solían armarse peleas entre los muchachos bien”, al Hansen iban los chicos ricos a “tirar manteca al techo. Iban a buscar chicas y todo terminaba en peleas, a veces con tiros y sillas volando por el aire”.

“El Hansen mítico, es recordado en el tango ‘Tiempos Viejos’, con música de Francisco Canaro y letra de Manuel Romero, un director de cine que también lo inmortalizó en sus películas “Los muchachos de antes no usaban gomina” y “La rubia Mireya” -señala Soria-. No se sabe si existió Mireya, pero sí es seguro que encarnaba a las mujeres que iban al Hansen a conocer hombres, muy bien vestidas y con dinero para gastar”.

La realidad es que “lo de Hansen”, particularmente desde 1903, no era solo un restorán: Mostrando un lujo jamás visto hasta entonces en un restorán, fue un antecedente no muy santo de los “cabarets” que le siguieron para iluminar las noches porteñas. Fue lugar de cita de “bacanes” y “malandras”; de patoteros y gente de avería. De bailarines y “cafishios”, que se mezclaban sin pudor, con representantes de la alta sociedad snob, que deliraba por vivir esas excitantes noches que se le ofrecían en “lo de Hansen”.

Porque allí veían bailar bien el tango, allí podían escuchar a las mejores orquestas “típicas” del momento; disfrutar de la muy grata compañía de hermosas “coperas” que les hacían sentir que eran, lo que jamás podían ser y olvidar, aunque fuera por una sola noche, las tristezas de una vida triste y aburrida.

Pero lo fundamental, era que allí había ACCIÓN. Porque las peleas a puño limpio o empuñando un cuchillo eran cosa común y frecuente. Los desafíos, las miradas torvas, el “apriete” a un despistado que osaba invitar a bailar a la “mina” del pardo Bazán, o la pelea entre mujeres que pretendían el mismo hombre, eran el condimento de esas emocionantes noches, que atraían a un público heterogéneo que solía colmar la capacidad del local, sabiendo que era posible mantenerse alejado de ese mundo y que mientras se bailaba unos lindos tangos, se podía disfrutar de excelentes bebidas y de un servicio de gastronomía de primera.

“Lo de Hansen” se puso de moda y allá fueron las figuras más rutilantes del espectáculo, de las artes, de la música y de la política. Allí tocaron las más famosas orquestas de Tango que registra la historia de nuestra música popular, los mejores cantores y cantantes. Allí bailó “el Cachafaz” y hasta algún presidente argentino se animó a unos “cortes” en su pista. Por esos años, no hubo visita ilustre que no se tentara para conocer aquello de lo que a media voz se hablaba en los salones más mundanos de Europa.

Opiniones
Y como en todas las cosas de nuestro pasado, las controversias sobre si allí se bailaba o no, siguen y seguirán, manteniendo viva la historia de la gente y la cosas que la hicieron. Algunas de las afirmaciones que a este respecto se han recogido, expresadas por protagonistas de la época, no hacen más que crear más confusiones y las siguientes son prueba de ello:

José Sebastián Tallón dice en “El Tango en su etapa de música prohibida» que «Lo de Hansen”, en Palermo, era una mezcla de prostíbulo suntuario y de restaurante. Un comercio precursor, podría decirse, con el agregado de sus frecuentes peleas, el cabaret proceloso que precedió a los actuales. Fue recreo de bacancitos y de malandras abacanados en el exacto decir con que los malandrines mismos lo definían. Y de patoteros y de gente de avería diversa».

Mario Mabragaña, en “Un mito porteño”, artículo suyo que publicara la Revista Todo es Historia en su número 44, dice: “Lo de Hansen, no era como erróneamente se suele decir un Café, sino un restaurante que permanecía abierto día y noche. De día, solían concurrir las familias que paseaban por el Parque 3 de Febrero, ya sea para comer, o simplemente para tomar una cerveza. De noche, en verano, luego que los comensales que habían disfrutado de una excelente cena se retiraban, alrededor de la medianoche, comenzaba el arribo del público noctámbulo, que permanecía hasta la madrugada”.

Leonardo Benarós cuenta que en 1952 Roberto Firpo decía: “Yo toqué en lo de Hansen en 1908. Algunos dicen que se bailaba. Es mentira. Se tocaba para que se escuchara, aunque tal vez, alguno que otro, diera algunas vueltas en una glorieta escondida”, pero también dice que el 16 de diciembre de 1961 entrevistó a Felipe Amadeo Lastra, viejo criador de caballos de criollos, ya octogenario, , que insistía con vehemencia que “en lo de Hansen no se bailaba. ¿Adonde se iba a bailar?, ¿Entre los árboles?.

Miguel Ángel Scenna, relata que el mismo Lastra, decía que lo de Hansen, “durante el día y hasta las once de la noche, era un pacífico restaurante, pero que a partir de esa hora, empezaban a llegar los paseantes nocturnos, la mayoría con “cafarungas” (¿?) conocidas. Si llovía, no había Hansen.

En ese patio había un sinnúmero de mesas de mármol de forma rectangular y basamento de hierro, por lo tanto bastante pesado y difíciles de mover. Circundándolo, había glorietas con enrejado pintado de verde. A la hora mencionada, empezaban a llegar en carruajes, los parroquianos que, desde que descendían de ellos, lo hacían entre policías uniformados y pesquisas en gran cantidad, ya que de no ser así, todas las noches, aquello hubiera resultado un campo de Agramante.

La concurrencia estaba integrada por compadritos y “gaviones”. También concurrían “niños bien” y escasos comerciantes con veleidades de juerguistas, lo mismo que ganaderos que se tomaban vacacioncitas. A Jorge Newbery nunca lo vimos allí; él era deportista. En ese local no se bailaba. Estaba prohibido, como en todos los sitios públicos”.

Enrique Horacio Puccía, nos dice que Félix Luna asegura que en lo de Hansen estaba prohibido el bailongo, pero que a retaguardia del caserón, en la zona de glorietas, de contrabando, se “tangueaba liso”, tangos dormilones y que los mozos hacían la vista gorda. “El tango estaba en pañales. Aún no había invadido los salones de la “haute”.

Solamente lo bailaban las “mujeres alegres”. “La morocha”, el tango de Saborido se tocaba vuelta a vuelta. Se encontraba en el apogeo de su popularidad. El fuelle todavía no se había hecho presente ante el público. Los tangos de Bassi y Villoldo, “El incendio” y El choclo” se abrían cancha y “Unión Cívica”, el mejor tango del compositor De la Cruz, estaba de moda”.

Adolfo Bioy en su libro “Antes del 900”, dice también lo suyo “El restaurante Hansen, en los bajos del bosque de Palermo, cerca del río, era el centro festivo de comadres y damas alegres. Allí se bailaba tango, antes que esta danza hubiese alcanzado a estar de moda en los alones de la ciudad. Allí íbamos de cuando en cuando, a ejercitar nuestras cualidades de calaveras, a riesgo de incidentes con los malevos que en ese antro pululaban”.

(1). Otra versión dice que el Restorán de Hansen, ya funcionaba desde 1869, en una vieja construcción existente en el lugar, antes de que éste enviara una solicitud al gobierno municipal (4 de mayo de 1877) para que lo autoricen a ocuparla.

Los “cabarets” en Buenos Aires
Después de “lo de Hansen”, y descartando por su precariedad los llamados “recreos de Palermo”, ya sean “El Velódromo”, “El Tambito, “El Kioskito” y “La milonga de Pantalión”, precursores quizás de los salones que pronto aparecerían en Buenos Aires con todo el lujo y la fantástica parafernalia que los caracterizó, abrió sus puertas el “Pabellón de las rosas”.

El «Pabellón de las Rosas» (1898?-1929)
Si bien fue un lugar que tenía una enorme pista de baile, no era realmente un “cabaret” porque allí, también se presentaba otro tipo de espectáculos, incluso actividades y competencias deportivas.

Inaugurado a fines del siglo XIX (quizás en 1898), estaba ubicado en el Barrio “Recoleta”, en la intersección de la Avenida Alvear (hoy Del Libertador) y la calle Tagle. Era un gran edificio de aspecto señorial, simétrico, con ventanales al frente, que en cierta medida recordaba a los pabellones de las exposiciones mundiales europeas. Se ingresaba trasponiendo una rotonda entre hermosos jardines que seguían el criterio paisajista de la época. Desde su jardín salían globos aerostáticos, de moda en esa época. Además del restaurante y el salón de baile, tenía pista de patinaje; ocasionalmente también se dieron funciones de teatro, se jugaron partidos de hockey y se realizaron competencias de atletismo. Funcionó entre fines del siglo XIX y 1929, cuando sus instalaciones fueron demolidas.

Armenonville “La catedral del Tango” | Catalina Pantuso

El “Armenonville” (1912-1925)
Estaba ubicado en Libertador y Tagle. Fue allí donde el dúo Gardel-Razzano hizo una de sus primeras actuaciones, durante una fiesta de año nuevo el 31 de diciembre de 1913. También brillaron a su turno las orquestas de Vicente Greco y Roberto Firpo. Se inauguró en 1912 y fue demolido en 1925. Tampoco fue en realidad un cabaret, pero sin duda, fue el salón de baile y restorán más lujoso que tuvo Buenos Aires.

Era un gran chalet de estilo inglés, rodeado de jardines, donde el perfume de las flores invadía el lugar. Aparte del baile y ser lugar de encuentros, era un lugar de comidas y café. La comida era francesa y por supuesto, era frecuentado por vecinos muy caracterizados de la ciudad entre ellos Marcelo Torcuato de Alvear. Hay una historia pocas veces contada que incluye a Carlos Gardel.

Fue una noche de diciembre de 1915, cuando Gardel festejaba con unos amigos sus 25 años, en este lugar. Al parecer por un problema de polleras, Gardel fue baleado por un tal Guevara, arquitecto de origen mendocino, y el morocho cantor fue atendido en un hospital, pero nunca lograron extraerle la bala. Gardel se recuperó y pudo continuar con su carrera.

A partir de entonces, hubo en Buenos Aires, no más de cinco o seis locales nocturnos que el nombre de “cabarets” les cuadraba a la perfección: ambientes lujosos, excelente servicio de bar y restaurante, espectáculos de gran jerarquía y calidad de público. Algunos desaparecieron por completo, otros intentaron una “revival” con mayor o menor fortuna, pero todos, han dejado un recuerdo imperecedero en la memoria de quienes supieron frecuentar sus salones.

“Los cabarets eran lugares de encuentro con grandes salones y amplias pistas de baile rodeadas de mesas y una barra. Muy bien iluminados con arañas lujosas de caireles, a diferencia de las «boites» que eran más chicas y oscuras. En la puerta siempre había un portero uniformado con levitón, generalmente un hombre de color, con botones dorados y una gorra con el nombre del lugar, al estilo de los hoteles lujosos”.

“Solían ir parejas, pero la mayor parte de los habitués eran hombres solos o en grupo, que iban a bailar con las «alternadoras» o “coperas” que era como también se las conocía, un término quizás más reo. Trataban de seducir a alguna o simplemente acudían a escuchar a su orquesta favorita”.

“En todos los cabarets había una orquesta típica y una de jazz y a medianoche se presentaba un espectáculo, el clásico «varieté», que consistía en diversos números artísticos. La importancia del cabaret la establecía la categoría de la orquesta típica que actuaba en el “varieté”.

Las orquestas más famosas trabajaban todos los días menos los sábados, ese día se presentaban en los bailes de los clubes y eran reemplazados en el cabaret por «la orquesta de cambio». Muchas de estas orquestas se hicieron famosas con el apoyo y fanatismo del público sabatino.

Las «alternadoras», «milongas» o «coperas» se vestían elegantemente de largo y sus vestidos generalmente eran de «satén», cumplían un horario y su trabajo consistía en hacer que los clientes las invitaran a sentarse a su mesa a tomar una copa. Logrado esto, trataban de seducir al cliente para que siguiera invitando y consumiendo. Si enganchaban un «punto» no podían salir del cabaret antes que el local cerrara sus puertas.

A las 3 o 4 de la madrugada, la hora de cierre, la orquesta tocaba «La cumparsita», último tango de la noche. En ese momento hacían su aparición los «cafishios», en lunfardo, hombres que vivían de las mujeres, a buscar a sus “pupilas” para pedirles lo ganado en esa noche “de trabajo”.

Un personaje infaltable en los cabarets era la cuidadora del baño de damas, una ex alternadora, a quien se le habían venido encima los años. Las chicas generalmente la llamaban «Mamita» y en ella, aunque renuentes a admitirlo, veían su triste futuro.

El “Royal Pigalle” (1913), el primer “cabaré”
Llegamos así al año 1913 y en Buenos Aires, se inaugura el “Royal Pigalle”, el primer “cabaret” que conocieron los porteños. Tenía todas las características que identificaban a este tipo de salas y abrió sus puertas el 16 de agosto de 1913, ocupando el vestíbulo del Teatro Royal, que por ese entonces funcionaba en el primer piso del edificio ubicado en la avenida Corrientes 829, entre Suipacha y Esmeralda.

Era un gran salón que no tenía una decoración especial, donde, entre las 19 y las 21 horas se bailaba con la animación de un sexteto que había formado Francisco Canaro, pero que luego de esa hora, estaba reservado para hombres y mujeres solas.

Poco después de inaugurado, el cabaret se trasladó a la planta alta para ocupar un nuevo salón, alfombrado y decorado lujosamente, a semejanza del «boudoir» de una cortesana” y así comenzaron las “verdaderas noches del Pigalle. Juan Pacho Maglio compuso el tango que lleva el nombre de ese cabaret y fue grabado por Carlos Gardel hacia 1921.

Cerró sus puertas a comienzos de la década de 1920, quizás en 1922, para ser sustituido por otro establecimiento con la misma actividad, el “Tabarís”, que fue inaugurado el 7 de julio de 1924.

El “Chantecler” (1924-1960)
Estaba al lado del Teatro Comedia, en Paraná 440, entre Lavalle y Corrientes. Se inauguró en diciembre de 1924 con la actuación del sexteto de Julio De Caro. Durante la década del 30 también se lo llamó «Vieux Paris». Su frente estaba decorado con un molino y detalles de Montmatre. La orquesta emblemática era la de Juan D’Arienzo. Fue demolido en 1960 y evocado por Enrique Cadícamo en su tango «Adiós Chantecler”.

Su dueño era Charles Seguin, un francés que, además de ese espacio, tenía los teatros Casino y Tabaris, entre otros negocios. Para instalarlo, el hombre no había mezquinado presupuesto: tres pistas de baile, un gran escenario, palcos con cortinados de pana roja como en los teatros, teléfono privado para hacer los pedidos a la barra y, en el fondo del local, hasta una exótica pileta de natación climatizada donde jóvenes y esbeltas muchachas realizaban juegos acuáticos. Todo se complementaba con espectáculos de varieté y shows con artistas que solían llegar desde los famosos y cercanos teatros Maipo y El Nacional.

En la entrada del edificio existía una dársena para que los autos pudieran dejar a los concurrentes directamente sobre la puerta. Solía recibirlos un muchacho de raza negra que después se iba a convertir en el presentador de las orquestas que actuaban allí. Se llamaba Ángel Sánchez Carreño. Algunos decían que había llegado desde Cuba, pero los historiadores descubrieron que había nacido en el Gran Buenos Aires en marzo de 1880. También cantante de boleros, Sánchez Carreño fue más conocido por su seudónimo: “El príncipe cubano”. Y a él se le atribuye haber bautizado al violinista y director Juan D’Arienzo (luego emblema bailable del Chantecler) como “El rey del compás”.

Por supuesto que la bebida símbolo del lugar era el champán. Y aunque allí actuaron grandes maestros como Carlos Di Sarli, Joaquín Do Reyes, Héctor Varela, Atilio Stampone, Leopoldo Federico y Eduardo Del Piano, su máxima estrella siempre fue una madame. Giovanna Ritana (Jeannette) era la bella y joven mujer de Amadeo Garesio, un hombre nacido en Córcega, pero que había llegado a Buenos Aires con una compañía de trapecistas. Dicen que Garesio y Ritana regenteaban varios prostíbulos porteños. Y que, a la muerte de Charles Seguin, quien no tenía descendencia, habían heredado el Chantecler. Cuentan que madame Ritana solía florearse por los salones acompañada del brillo de sus alhajas y luciendo en la mano una copa de burbujeante champán

Su historia forma parte del tiempo aquel en que Corrientes, todavía “angosta”, era “la calle que nunca duerme”. Y aunque no estaba sobre esa avenida, el lugar era parte de ese circuito –desde la avenida Callao hasta Leandro N. Alem– donde transcurría toda la movida de la noche porteña entre las décadas de 1920 y el final de la de 1950. Traducido al castellano, el nombre del sitio (“Canta Claro”) no suena muy atractivo. Pero en francés, y en aquel Buenos Aires, decir Chantecler era sinónimo de tango, lujos y placeres para artistas, políticos, turistas y dandys. Es decir: la clase alta de una sociedad muy distinta de la actual.

El “Ta Ba Ris” (1924-1962)
Allí donde se encuentra hoy, aunque con otra fisonomía, ya que con el posterior ensanche de la calle Corrientes el edificio debió ser prácticamente reconstruido, en 1924, el Ta-Ba-Ris llenó el vacío que poco antes había dejado un teatro de tercera categoría, el Royal, cuyas representaciones de vodevil aglutinaban a un público barullero que para el espectador ocasional constituía el verdadero espectáculo.

La presencia del “Tabarís”, produjo un cambio radical y sorpresivo. Corrientes 829 dejó de ser punto de reunión de trasnochadores escandalosos hasta poco antes habitúes del teatro. La patota quedó en la calle, manifestando un resentimiento que paulatinamente se transformó en respeto y admiración. Un orgulloso hermetismo rodeó al Ta-Ba-Ris, convertido ahora en centro sólo apto para las élites, pero igualmente fiel a su esencia porteña. Fanáticos «desalojados» se rindieron a esta evidencia cuando figuras como las de Gardel y Razzano, por ejemplo, se contaron entre sus más asiduos clientes.

Todo el mundo acabó reconociendo que el cabaret era antes que nada un baluarte del tango, cuya música se interpretó y bailó —aun cuando sin el concurso de los «compadritos»— en cada una de sus noches, hasta en la última, y sobre todo en épocas en que todavía era resistido por los snobs y los elegantes.

Prueban el prestigio adquirido por el cabaret los juicios laudatorios consignados por la prensa mundial en 1959, con motivo de su 35º aniversario. En un periódico francés, «Le Quotidien», el cronista recomendaba: «Si vous allez á Buenos Aires, n’oubliez pas de faire un tour au Ta-Ba-Ris».

Su nota concluía así: «Muchas cosas han cambiado en Buenos Aires en los últimos 35 años; entre ellos los regímenes políticos y su tradicional calle Corrientes, en la que los “cadillacs” han reemplazado a los tranvías de tracción a sangre. El Ta-Ba-Ris ya no está sobre una calle estrecha sino sobre una amplia avenida, y esto le ha caído como anillo al dedo. El Ta-Ba-Ris es, fuera de toda duda, un night-club para público exigente. Hay muy pocos en el mundo y entre ellos éste no haría mal papel».’

Otra prueba la constituiría un simple vistazo al carnet de visitantes ilustres, en el que constan firmas de personalidades de méritos por demás heterogéneos. Frecuentaron el salón casi todos los presidentes americanos llegados al país y figuras de la nobleza, tales como el príncipe Bernardo de Holanda, el duque de Windsor (quien a cada momento probaba su aptitud de inglés galante y buen bailarín de tango), el polígamo marahajá de Kapurtala con su séquito de esposas, Alí Khan y el abstemio conde Ciano; literatos de la talla de Luiggi Pirandello, Albert Camus y Jacinto Benavente; músicos y cantantes líricos como Witold Malcuzinsky, Leopoldo Stocovsqy, Alejandro Brailowsky, Lily Pons, Tito Schipa (que cantó una noche en la puerta para una mujer que pedía limosna) y Jorge Negrete; deportistas de categoría internacional como George Carpentier, ídolo de las mujeres (las que formaron fila para poder besarlo), Jack Johnson, Luiggi Villoresi y Archie Moore y, por supuesto, artistas de cine y teatro cuya enumeración sería interminable. Valgan como ejemplo pocos nombres: Louis Jouvet, Ruggero Ruggieri, Orson Welles (incomparable bebedor de whisky), Vittorio de Sica, Errol Flynn, María Félix y Walt Disney (quien todas las noches dibujaba sus muñecos en obsequio de las bailarinas).

Pero como elemento probatorio de la jerarquía alcanzada por el Ta-Ba-Ris, quizá resulte más importante todavía consignar brevemente algunas de las figuras que han actuado en su escenario. Lo inauguró el ballet de Víctor Roberty; al año siguiente, 1925, lo ocupó el conjunto circense más famoso del mundo: la Troupe Sandrini, cuyo éxito reeditó allí mismo dos años después; en 1929 actuaron la famosa Concepción Serra, el trío Brot y el couplé Moro; en 1930, el ballet acrobático Golnykoff; en 1935, el conjunto del cabaret Tabarin, de París; en 1937, la española Celia Gámez, el ballet Arno, la mexicana Mapy Cortez y la aún muy activa vedette María Antinea; en 1937, Lucienne Boyer, primera figura de la canción francesa, y los múltiples Tip-Tap-Toe; en 1939, Josephine Baker, la venus de ébano, cuyas presentaciones despertaron un entusiasmo todavía no superado, pero acaso igualado por la Mistinguett, que actuó allí, a fines de esa misma temporada, al frente de su propio conjunto.

La lista se continúa con nombres que suenan más familiares al público de hoy: el ballet de Alfredo Alaría, radicado ahora en los Estados Unidos; el conjunto de los Lecuona Cuban Boys; la orquesta de Ary Barroso; las estrellas del Follies Bergere, de París; el ballet de Marina y Alberto; El Chúcaro y su espectáculo de estilizado folklorismo; la vedette Alicia Márquez; el trío Los Panchos; el cantante italiano Teddy Reno, etcétera.

Las menciones que se han hecho permiten asegurar que una de las características del Ta-Ba-Ris ha sido la de saber preservar su originario matiz cosmopolita y esto, creemos, ha sido factor primordial para que su fama trascendiera las fronteras nacionales. No había más que visitarlo una noche cualquiera y rondar por las mesas para darse cuenta de que gran parte de su clientela estaba constituida por extranjeros, por turistas, diplomáticos y financistas, que en su fugaz estada por Buenos Aires querían saber «qué era eso» del Ta-Ba-Ris (tanto como cualquier turista argentino en París, querría saber «qué es eso» del Moulin Rouge).

Para quienes no tuvieron oportunidad de conocerlo diremos que el Ta-Ba-Ris era un cabaret que muy relativamente justificaba tal denominación. Más bien pasaba por un restaurant en el que además de disfrutar de buena comida (el precio del cubierto era de 300 pesos), el parroquiano podía bailar y asistir a un ostentoso espectáculo de varieté, el cual se ofrecía en lo que se ha dado en llamar «función trasnoche». La sala había sido ganada por las familias, que empezaron a frecuentarla luego de una campaña periodística emprendida por el escritor Josué Quesada, en 1928, tendiente a lograr la europeización de la mujer argentina.

El todavía «pecaminoso» título de cabaret se explicaba sólo descendiendo al anexo “Paradis”, bar americano del subsuelo en el que diez empleadas de la casa, vistiendo suntuosos trajes de fiesta, trataban de mitigar la melancolía de caballeros solitarios al precio de un anís aguado. Fue necesario contratar muchachas políglotas, que hablaran por lo menos cuatro idiomas, porque también esos caballeros eran casi todos extranjeros.

El «Casanova» (1931)

Estaba justo frente al Marabú. La orquesta de Lucio Demare amenizaba las noches. Abrió sus puertas en 1931 con la orquesta de Juan Canaro y la jazz de Ian Gregor (Gregor Kalikian), que acompañó a Gardel en sus grabaciones en francés. En este cabaret se presentó la orquesta «Los Provincianos», con Ciriaco Ortiz, en las que fueron las únicas actuaciones en público de esta formación, creada solamente para grabar discos.

El “Marabú” (1935-1989)

El Marabú fue inaugurado en 1935, el mismo año que nació el Obelisco y si el Obelisco, como dijo el poeta, era «un trozo de tiza en el pizarrón de la noche», el Marabú fue el pizarrón.

Estaba en la calle Maipú 359, a metros de la avenida Corrientes y en la entrada había un cartel que decía: “Todo el mundo al Marabú”. Allí, el 1° de julio de 1937, debutó Aníbal Troilo con su orquesta de Tango y Astor Piazola en el piano y a partir de entonces, con su actuación estelar, fue un templo de este género, para placer de los “tangueros”.

Se decía que en el “Marabú” se aprendía y se vivía el tango, los amores, el glamour, y también los desengaños. Su nombre mismo, referencia a un ave africana, tenía un rasgo muy significativo, quizás hasta erótico: las plumas del marabú, eran muy usadas entonces en la lencería de las vedettes y en esas voluptuosas boas de colores que usaban las mujeres del charleston y las muñecas bravas del tango.

El “Tibidabo” (1942-1955)

Inaugurado el 24 de abril de 1942, fue un importante local que se promocionaba como “restorán-dancing”, ubicado en la avenida Corrientes 1244, entre Talcahuano y Libertad de la ciudad de Buenos Aires. Inicialmente, su nombre fue “Cabaret Corrientes”, pero a poco de funcionar, fue cambiado por “Tibidabo”, para homenajear el pico montañoso de ese nombre que existe en Barcelona, su tierra natal, por el empresario catalán, copropietario del establecimiento que se llamaba Juan Sarrat.

Si bien, también concurrían algunas parejas para bailar Tango, la mayor parte de su concurrencia estaba constituída por hombres solos que hicieron su lugar preferido para escuchar o bailar con las “alternadoras. Los concurrentes cenaban entonces así acompañados, bebían, bailaban y disfrutaban con los números musicales.

Durante años, la cartelera de las temporadas que iban de abril a diciembre hasta 1952, anunciaba la actuación de la orquesta de Aníbal Troilo con su cantor Francisco Florentino, como número central y figura emblemática del lugar, mientras que en el resto del año, actuaban otros conjuntos entre los que se recuerda al de Pedro Maffia, Francini Pontier, Antonio Rodio, Domingo Stampone, Osvaldo Federico y Osvaldo Pugliese. Jaime Font Saravia, el famoso y querido locutor radiofónico fue el maestro de ceremonias en esas inolvidables noches de Tango.

En 1942, fue en el Tibidabo que se estrenó el tango “Los mareados” de Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo y en 1953 y 1954 se presentó allí el sainete lírico “El patio de la Morocha”.

 

En 1955 cesó en sus actividades, el local que ocupaba el cabaret fue demolido y el solar fue ocupado para construir allí el restaurante “La churrasquita”. Años después el Tibidabo será evocado en el Tango “Corrientes bajo cero” de Roberto Chanel y Aldo Queirolo.

Y lejos ya de los nombrados, cuya jerarquía, lujosas instalaciones y espectáculos de primer nivel, los erigían en verdaderos reyes de la noche, los porteños tenían a su disposición hasta mediados del siglo XX, unos cuantos “cabarets” de más humildes características, pero no por ello menos frecuentados, que bien merecen que se los recuerde:

 

El “Bambú”,

Quedaba en Corrientes y Maipú, a la vuelta del «Marabú» sobre la avenida Corrientes. Ahí debutó Juan Polito y «Los Reyes del Ritmo», con Alberto Echagüe. Luego se convertiría en una sala de espectáculos españoles con el nombre de «El embrujo de Sevilla». El “Lucerna”. Situado en Suipacha 567, propiedad del violinista José Nieso y donde actuaba permanentemente el cantor Antonio Rodríguez Lesende. El “Cote D’ Azur”. En 25 de Mayo entre Corrientes y Lavalle. Allí actuaba la orquesta de Alberto Pugliese, hermano de Osvaldo, con la voz de Héctor Pacheco. El “Novelty”. En Esmeralda entre Lavalle y Corrientes, donde actuaron los ex músicos del sexteto de Di Sarli con el nombre de “Orquesta Típica Novelty”.

Los reductos del Barrio La Boca

En ese popular Barrio, existieron dos famosos cabarets, frecuentados por marineros y personajes de la Ribera, donde el ambiente era más pesado. Eran “El avión” y el “Charleston” y estaban ubicados uno junto al otro, ambos sobre la calle Pedro de Mendoza

 

Los cabarets del bajo en Buenos Aires

La zona denominada “del bajo” de la ciudad de Buenos Aires (principalmente un tramo de Leandro Alem), fue quizás donde se concentró la mayor cantidad de clubes nocturnos, cabarets o “piringundines” como quieran llamarse. Quizás esperanzados en poder cautivar como clientela a los numerosos tripulantes de los barcos que llegaban desde el extranjero a la ciudad, algunos “empresarios de la noche”, eligieron esas calles para habilitar sus negocios, muchos de ellos de dudosa moralidad, que transformaron en una “zona roja”, esos pintorescos lugares que vivían solamente de noche.

Recordemos los más famosos, casi todos ellos ubicados a lo largo de la calle Leandro Alem: el “Ocean Dancing”, ubicado en Leandro Alem 286. En su escenario brillaron, Miguel Caló, Osvaldo Pugliese y debutó Raúl Kaplún con Roberto Goyeneche como vocalista. Al lado estaba el “Montmatre” y también en la misma zona, “El Royal”, “El Derby”, y el “Cielo de California”, con su portero disfrazado de cowboy, y muchos más de menor categoría.

Cada medianoche, resucitaban de su letargo diurno, para ofrecer sus oscuros rincones donde marineros y gente de la bohemia porteña y hasta algunos personajes de avería, tomaba sus copas o ensayaba sus dotes de bailarín abrazado a una resignada “copera.

 

A partir de 1945 ese tipo de cabarets fue desapareciendo. Primero, lo hicieron “los cabarets del Bajo”, y luego los del Centro, lo que significó una importante pérdida de la fuente de trabajo para muchos músicos y aunque llegará otro tipo de escenarios donde actuar y nuevas costumbres, no tendrán el calor ni la mística, que agrandados por la nostalgia, caracterizaron a aquellos que ya no están.

La Ley de Profilaxis 12.331 dictada el 17 de diciembre de 1936 que frenó la trata de blancas, disminuyó la vigencia del cabaret, especialmente “los del bajo”, provocando una situación que se potenció durante la década del 50, cuando éstos fueron reemplazados por boîtes, whiskerías y “boliches”, que sumado a las campañas moralistas y persecuciones de un famoso Comisario de Policía llamado Luis Margaride, provocaron el derrumbe de la vida nocturna de ese Buenos Aires marginal que ya se fue.

 

xxxxxxxx

El café concert nacido con la evolución francesa, se popularizó en la segunda mitad del siglo XIX. Uno de los más conocidos fue inmortalizado por Pierre Auguste Renoir en su obra «Baile en el Moulín de la Galette».

Eran lugares donde la gente iba exclusivamente a bailar y a divertirse; pero los creadores de los primeros cabarés querían algo más intelectual y más inconformista, locales que fueran adecuados para los cantautores o donde, por ejemplo, se pudiese bailar el cancán, baile creado a mediados del siglo XIX y que a muchas personas les parecía escandaloso, por lo que a todos les vino bien que existieran esos lugares, los “cabares” (o cabarets) para disfrutar su alegría desprejuiciada.

Los piringundines porteños
Como un reflejo de los cabarets parisinos, en el Río de la Plata, precisamente en Buenos Aires y Montevideo, a comienzos del siglo XIX, los “piringundines” comenzaron a reemplazar a los centros de reunión de las comunidades afrorioplatenses donde se bailaba el “candombe”, lugares conocidos como “tangos” y en algunos barrios porteños, como “canguelas”.

Si bien, los piringundines”, tuvieron una raíz africana y nacieron para suceder a esos ámbitos donde los violentos y rítmicos sonidos del candombe dominaban la escena, fue el lugar donde, luego de asimilar los ritmos de la “Habanera”, de algunos aires españoles y otros que le fueron afines, fue acercándose al dos por cuatro y así salió a la luz el Tango.

La palabra «piringundín», tan usada en otros tiempos, hoy apenas se oye por ahí. También se ignora su procedencia, pero se empleaba tanto en la capital como en el campo y allí no actuaban los “bastoneros”, personaje insustituíble en las “milongas” y los “bailongos”, porque su concurrencia era principalmente masculina y bailaban entre los mismos hombres, con gran jarana de los muchachos que, desde afuera, los titeaban.

La arrolladora irrupción en la noche porteña, del Tango, con su música cautivante y sensual, una potente voz que llamaba al baile, pronto impulsó la presencia de academias de tango, conocidas en un principio como “piringundines” y también como “milongas”.

Estos “piringundines” estaban abiertas al público y se caracterizaron por ser lugares donde se realizaban bailes a los que concurrían la gente de más bajos recursos, los llamados “orilleros” en épocas pasadas, frecuentados preferentemente por gente de avería, gustosa de copiosas libaciones y francachelas, que casi siempre terminaban en forma deplorable y violenta. Allí el tango era el amo y señor, reuniendo a personas de diferente condición para compartir socialmente el gusto por el baile del tango.

De los candombes se había pasado al ritmo de tango, y acercándose cada vez más el siglo XX, los “piringundines” florecieron atrayendo personajes de distinto pelaje. Allí incluso se podía beber y compartir con mujeres de luminosas y atractivas sonrisas. Aparecieron los “compadritos”, para unirse en voluptuosos bailes con negras, mulatas, pardas y chinas. La importancia de las mujeres y los piringundines fue fundamental en el nacimiento del tango.

De hecho, una de las academias más reconocidas fue la “Academia de la Parda Carmen Gómez”, creada en 1854. Existen barrios que fueron famosos por los piringundines o academias que en ellos surgieron, como Barracas, Palermo, San Telmo, Balvarena y el Barrio del Tambor. También La Boca, donde, cuenta una leyenda, que en las esquinas de Suárez y Necochea, nació el tango. Hoy, en todo el mundo, con características distintas a las originales, obviamente, existen academias de tango.

A partir del comienzo del siglo XX, los “piringundines”, comenzaron a ser salones más importantes y con mayores lujos y nuevamente, la moda europea impuso su influencia en estas tierras y los “piringundines” comenzaron a llamarse “cabarets”

Los cabarets eran salones grandes con una amplia pista de baile rodeada de mesas y una barra, muy bien iluminados con arañas de caireles lujosas, a diferencia de las «boites» que eran más chicas y oscuras.

El término “cabaré” (también, cabaret) es una oakabra de origen francés, cuyo significado original era  “taberna”, pero que pasó a utilizarse internacionalmente para denominar salas de espectáculos, generalmente nocturnos, así como un género teatral propiamente dicho, que suele combinar teatro, música, danza y canciones, e incluso también la actuación de humoristas, ilusionistas, mimos y muchas otras artes escénicas.

Se distinguen de otros locales de espectáculos3, entre otras cosas, porque tienen un bar, cuando son pequeños, o un bar y un restaurante, cuando son grandes. A diferencia de lo que sucede en el teatro, los asistentes pueden beber y conversar entre sí, durante las actuaciones. El público de los cabarés aplaude, con frecuencia, espectáculos atrevidos, tanto políticos como sexuales. Fue en los “cabarets”, donde aparecieron los primeros travestis en un  escenario de la modernidad y también donde se presentaron las primeras pantomimas de homosexuales.

Los “cabarets” en Buenos Aires
Hubo en Buenos Aires, no más de cinco o seis locales nocturnos que el nombre de “cabarets” les cuadraba a la perfección: ambientes lujosos, excelente servicio de bar y restaurante, espectáculos de gran jerarquía y calidad de público. Algunos desaparecieron por completo, otros intentaron una “revival” con mayor o menor fortuna, pero todos, han dejado un recuerdo imperecedero en la memoria de quienes supieron frecuentar sus salones.

El Chantecler (1924-1960)
Su historia forma parte del tiempo aquel en que Corrientes era “la calle que nunca duerme”. Y aunque no estaba sobre esa avenida, el lugar era parte de ese circuito –desde la avenida Callao hasta Leandro N. Alem– donde transcurría toda la movida de la noche porteña entre las décadas de 1920 y el final de la de 1950. Traducido al castellano, el nombre del sitio (“Canta Claro”) no suena muy atractivo. Pero en francés, y en aquel Buenos Aires, decir Chantecler era sinónimo de tango, lujos y placeres para artistas, políticos, turistas y dandys. Es decir: la clase alta de una sociedad muy distinta de la actual.

Lo inauguraron en diciembre de 1924 en Paraná 440, a unos metros de Corrientes, con la actuación del sexteto de Julio De Caro. Su dueño era Charles Seguin, un francés que, además de ese espacio, tenía los teatros Casino y Tabaris, entre otros negocios. Para instalarlo, el hombre no había mezquinado presupuesto: tres pistas de baile, un gran escenario, palcos con cortinados de pana roja como en los teatros, teléfono privado para hacer los pedidos a la barra y, en el fondo del local, hasta una exótica pileta de natación climatizada donde jóvenes y esbeltas muchachas realizaban juegos acuáticos. Todo se complementaba con espectáculos de varieté y shows con artistas que solían llegar desde los famosos y cercanos teatros Maipo y El Nacional.

En la entrada del edificio existía una dársena para que los autos pudieran dejar a los concurrentes directamente sobre la puerta. Solía recibirlos un muchacho de raza negra que después se iba a convertir en el presentador de las orquestas que actuaban allí. Se llamaba Ángel Sánchez Carreño. Algunos decían que había llegado desde Cuba, pero los historiadores descubrieron que había nacido en el Gran Buenos Aires en marzo de 1880. También cantante de boleros, Sánchez Carreño fue más conocido por su seudónimo: “El príncipe cubano”. Y a él se le atribuye haber bautizado al violinista y director Juan D’Arienzo (luego emblema bailable del Chantecler) como “El rey del compás”.

Por supuesto que la bebida símbolo del lugar era el champán. Y aunque allí actuaron grandes maestros como Carlos Di Sarli, Joaquín Do Reyes, Héctor Varela, Atilio Stampone, Leopoldo Federico y Eduardo Del Piano, su máxima estrella siempre fue una madame. Giovanna Ritana (Jeannette) era la bella y joven mujer de Amadeo Garesio, un hombre nacido en Córcega, pero que había llegado a Buenos Aires con una compañía de trapecistas. Dicen que Garesio y Ritana regenteaban varios prostíbulos porteños. Y que, a la muerte de Charles Seguin, quien no tenía descendencia, habían heredado el Chantecler. Cuentan que madame Ritana solía florearse por los salones acompañada del brillo de sus alhajas y luciendo en la mano una copa de burbujeante champán

El Marabú (1935-1989)
El Marabú, inaugurado en 1935 con la orquesta de Aníbal Troilo, es un templo de este género, que tuvo sus propios altibajos, provocados por los cambios que se produjeron en el país a lo largo de estos incierto últimos años del segloXX, y que ha vuelto a la vida para placer de los “tangueros”.

Según el historiador Gabriel Luna, el cabaret Marabú nació en un subsuelo de un palacio italiano de la calle Maipú 359, el mismo año que nació el Obelisco: 1935. Y si el Obelisco, como dijo el poeta, era «un trozo de tiza en el pizarrón de la noche», el Marabú fue el pizarrón. Allí se aprendía y se vivía el tango, los amores, el glamour, y también los desengaños. El nombre Marabú tiene un rasgo erótico: define a un ave africana y por extensión a sus plumas, muy usadas entonces para hacer la lencería de las vedettes y esas boas de colores asociadas con las mujeres del charleston y las muñecas bravas del tango. Actuaban las orquestas de Aníbal Troilo con Piazzolla y la orquesta de Carlos Di Sarli. Había un portero con faldón y gorra, entraban coperas risueñas con estrictos vestidos de satén y un cartel en la puerta decía: «Todo el mundo al Marabú».

El Royal Pigall (1913-1924)
Funcionaba en Corrientes 825. Fue un gran salón, donde habitualmente actuaba la orquesta de Francisco Canaro. Funcionaba entre las 19 y 21 horas para todo el público. Pero luego de esa hora estaba reservado para hombres y mujeres solas. Juan Pacho Maglio compuso el tango que lleva el nombre de ese cabaret y fue grabado por Carlos Gardel hacia 1921. El Roya Pigall cerró sus puertas en 1924.

El Armenonville (1912-1925)
Estaba ubicado en Libertador y Tagle. Fue allí donde el dúo Gardel-Razzano hizo una de sus primeras actuaciones. También brillaron a su turno las orquestas de Vicente Greco y Roberto Firpo. Se inauguró en 1912 y fue demolido en 1925. Fue tal vez el cabaret más lujoso que tuvo Buenos Aires. Era un gran chalet de estilo inglés, rodeado de jardines, donde el perfume de las flores invadía el lugar. Aparte del baile y ser lugar de encuentros, era un lugar de comidas y café. La comida era francesa y por supuesto era frecuentado por vecinos muy caracterizados de la ciudad entre ellos Marcelo Torcuato de Alvear. Hay una historia pocas veces contada que incluye a Carlos Gardel.

Fue una noche de diciembre de 1915, cuando Gardel festejaba con unos amigos sus 25 años, en este lugar. Al parecer por un problema de polleras, Gardel fue baleado por un tal Guevara, arquitecto de origen mendocino, y el morocho cantor fue atendido en un hospital, pero nunca lograron extraerle la bala. Gardel se recuperó y pudo continuar con su carrera.

El Ta Ba Ris (1924-1962)
Allí donde se encuentra hoy, aunque con otra fisonomía, ya que con el posterior ensanche de la calle Corrientes el edificio debió ser prácticamente reconstruido, en 1924 el Ta-Ba-Ris llenó el vacío que poco antes había dejado un teatro de tercera categoría, el Royal, cuyas representaciones de vodevil aglutinaban a un público barullero que para el espectador ocasional constituía el verdadero espectáculo.

La instauración del cabaret produjo un cambio radical y sorpresivo: Corrientes 829 dejó de ser punto de reunión de trasnochadores escandalosos hasta poco antes habitúes del teatro. La patota quedó en la calle, manifestando un resentimiento que paulatinamente se transformó en respeto y admiración. Un orgulloso hermetismo rodeó al Ta-Ba-Ris, convertido ahora en centro sólo apto para las élites, pero igualmente fiel a su esencia porteña. Fanáticos «desalojados» se rindieron a esta evidencia cuando figuras como las de Gardel y Razzano, por ejemplo, se contaron entre sus más asiduos clientes.

Todo el mundo acabó reconociendo que el cabaret era antes que nada un baluarte del tango, cuya música se interpretó y bailó —aun cuando sin el concurso de los «compadritos»— en cada una de sus noches, hasta en la última, y sobre todo en épocas en que todavía era resistido por los snobs y los elegantes.

Prueban el prestigio adquirido por el cabaret los juicios laudatorios consignados por la prensa mundial en 1959, con motivo de su 35º aniversario. En un periódico francés, «Le Quotidien», el cronista recomendaba: «Si vous allez á Buenos Aires, n’oubliez pas de faire un tour au Ta-Ba-Ris». Su nota concluía así: «Muchas cosas han cambiado en Buenos Aires en los últimos 35 años; entre ellos los regímenes políticos y su tradicional calle Corrientes, en la que los cadillacs han reemplazado a los tranvías de tracción a sangre. El Ta-Ba-Ris ya no está sobre una calle estrecha sino sobre una amplia avenida, y esto le ha caído como anillo al dedo. El Ta-Ba-Ris es, fuera de toda duda, un night-club para público exigente. Hay muy pocos en el mundo y entre ellos éste no haría mal papel».’

Otra prueba la constituiría un simple vistazo al carnet de visitantes ilustres, en el que constan firmas de personalidades de méritos por demás heterogéneos. Frecuentaron el salón casi todos los presidentes americanos llegados al país y figuras de la nobleza, tales como el príncipe Bernardo de Holanda, el duque de Windsor (quien a cada momento probaba su aptitud de inglés galante y buen bailarín de tango), el polígamo marahajá de Kapurtala con su séquito de esposas, Alí Khan y el abstemio conde Ciano; literatos de la talla de Luiggi Pirandello, Albert Camus y Jacinto Benavente; músicos y cantantes líricos como Witold Malcuzinsky, Leopoldo Stocovsqy, Alejandro Brailowsky, Lily Pons, Tito Schipa (que cantó una noche en la puerta para una mujer que pedía limosna) y Jorge Negrete; deportistas de categoría internacional como George Carpentier, ídolo de las mujeres (las que formaron fila para poder besarlo), Jack Johnson, Luiggi Villoresi y Archie Moore y, por supuesto, artistas de cine y teatro cuya enumeración sería interminable. Valgan como ejemplo pocos nombres: Louis Jouvet, Ruggero Ruggieri, Orson Welles (incomparable bebedor de whisky), Vittorio de Sica, Errol Flynn, María Félix y Walt Disney (quien todas las noches dibujaba sus muñecos en obsequio de las bailarinas).

Pero como elemento probatorio de la jerarquía alcanzada por el Ta-Ba-Ris, quizá resulte más importante todavía consignar brevemente algunas de las figuras que han actuado en su escenario. Lo inauguró el ballet de Víctor Roberty; al año siguiente, 1925, lo ocupó el conjunto circense más famoso del mundo: la Troupe Sandrini, cuyo éxito reeditó allí mismo dos años después; en 1929 actuaron la famosa Concepción Serra, el trío Brot y el couplé Moro; en 1930, el ballet acrobático Golnykoff; en 1935, el conjunto del cabaret Tabarin, de París; en 1937, la española Celia Gámez, el ballet Arno, la mexicana Mapy Cortez y la aún muy activa vedette María Antinea; en 1937, Lucienne Boyer, primera figura de la canción francesa, y los múltiples Tip-Tap-Toe; en 1939, Josephine Baker, la venus de ébano, cuyas presentaciones despertaron un entusiasmo todavía no superado, pero acaso igualado por la Mistinguett, que actuó allí, a fines de esa misma temporada, al frente de su propio conjunto.

La lista se continúa con nombres que suenan más familiares al público de hoy: el ballet de Alfredo Alaría, radicado ahora en los Estados Unidos; el conjunto de los Lecuona Cuban Boys; la orquesta de Ary Baroso; las estrellas del Follies Bergere, de París; el ballet de Marina y Alberto; El Chúcaro y su espectáculo de estilizado folklorismo; la vedette Alicia Márquez; el trío Los Panchos; el cantante italiano Teddy Reno, etcétera.

Las menciones que se han hecho permiten asegurar que una de las características del Ta-Ba-Ris ha sido la de saber preservar su originario matiz cosmopolita y esto, creemos, ha sido factor primordial para que su fama trascendiera las fronteras nacionales. No había más que visitarlo una noche cualquiera y rondar por las mesas para darse cuenta de que gran parte de su clientela estaba constituida por extranjeros, por turistas, diplomáticos y financistas, que en su fugaz estada por Buenos Aires querían saber «qué era eso» del Ta-Ba-Ris (tanto como cualquier turista argentino en París, querría saber «qué es eso» del Moulin Rouge).

Para quienes no tuvieron oportunidad de conocerlo diremos que el Ta-Ba-Ris era un cabaret que muy relativamente justificaba tal denominación. Más bien pasaba por un restaurant en el que además de disfrutar de buena comida (el precio del cubierto era de 300 pesos), el parroquiano podía bailar y asistir a un ostentoso espectáculo de varieté, el cual se ofrecía en lo que se ha dado en llamar «función trasnoche». La sala había sido ganada por las familias, que empezaron a frecuentarla luego de una campaña periodística emprendida por el escritor Josué Quesada, en 1928, tendiente a lograr la europeización de la mujer argentina.

El todavía «pecaminoso» título de cabaret se explicaba sólo descendiendo al anexo “Paradis”, bar americano del subsuelo en el que diez empleadas de la casa, vistiendo suntuosos trajes de fiesta, trataban de mitigar la melancolía de caballeros solitarios al precio de un anís aguado. Fue necesario contratar muchachas políglotas, que hablaran por lo menos cuatro idiomas, porque también esos caballeros eran casi todos extranjeros.

Fuentes.  “Los cabarets del Buenos Aires de antaño”. Artículo publicado en El Diario de Cuyo, con la firma de periodista Orlando Navarro; “El libro del Tango”. Horacio Ferrer, Ed. Ossorio-Vargas, Buenos Aires, 1970; Wikupedia.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *