LOS NOMBRES DE BUENOS AIRES

Durante mucho tiempo, haciendo cierta una tradición originada en la crónica de Ulrico Schmidel (y también según el historiador LUIS L. DOMÍNGUEZ), se creyó que el nombre de Buenos Aires se debía a una exclamación hecha por el capitán SANCHO GARCÍA, uno de los expedicionarios de don Pedro de Mendoza que al llegar a estas tierras exaltara las bondades del clima, diciendo “¡Qué buenos aires son los de este suelo!”.

Sin embargo, a partir de la última década del siglo XIX, se ha podido comprobar que el nombre de Buen Ayre o Buenos Aires, con el que PEDRO DE MENDOZA llamó a estas tierras, se le debe a la Virgen Nuestra Señora del Buen Aire  (ver Primera Fundación de Buenos Aires).

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La advocación de Nuestra Señora del Buen Aire tiene su origen en Cagliari, capital de Cerdeña, Italia, donde ya era conocida a principios del siglo XV como “Nostra Signora del Bon Aría”.

La explicación de porqué MENDOZA bautizara con el nombre de la virgen del Buen Aire el primer lugar que poblara, en 1536, quizás se deba a alguna promesa hecha en el mar, por el feliz término de su viaje o también probablemente, porque entre la tripulación figuraban dos padres mercedarios pertenecientes al convento de Sevilla, santuario de la mencionada virgen, quienes conociendo seguramente la leyenda de ésta, se hayan puesto bajo su protección para el buen fin de la empresa. o hasta quizás haya sido porque MENDOZA, considerando que aquí había encontrado buenos vientos para continuar con su viaje río arriba en busca de los yacimientos de Plata del Perú, le dio el nombre de «Nuestra Señora del Buen Ayre»

La isla de Cerdeña, en donde tuvo origen la advocación de la Virgen del Buen Aire, era en esta época posesión española. Frecuentado el puerto de Cagliari por las naves que trafica­ban por el Mediterráneo, la imagen que recibía culto en el convento de los mercedarios, fue haciéndose muy popular entre los marinos, por sus milagros.

Esta advocación pasó posteriormente a Sevilla, que era otro de los puertos importantes de la zona, por eso se explica que al fundarse en 1561 en Sevilla la cofradía o hermandad de los mareantes, la eligiera como patrona tutelar, unos veinticinco años después que Pedro de Mendoza bautizara con la misma advocación el primer lugar que poblara en su brillante expedición.

Con referencia a los orígenes de la imagen, son varios los autores que coinciden en describir, a modo de leyenda, la forma misteriosa en que llegó la misma al lugar donde todavía se le rinde culto como «Patrona Massima della Sardegna», este lugar es el Convento que allí poseen los padres Mercedarios.

Dice la leyenda que en 1370, una nave cargada de mercancías, en un puerto español, regresaba con buen tiempo hacia Italia, cuando al avistar las costas de Cerdeña se vio envuelta en una furiosa tempestad que amenazaba hundirla; los tripulantes arrojaron entonces al mar todo el equipaje ante el peligro de naufragar.

Figuraba en el cargamento una pesada caja cuyo contenido se desconocía y que al tocar las revueltas aguas hizo trocar la tempestad en calma, a la vez que, poniéndose delante de la nave tomó rumbo hacia la isla, enfiló al Golfo de Cagliari y se detuvo en la cercanía del Convento de la Merced.

En el interior de la iglesia, la caja fue abierta, y se encontró una imagen de la Virgen María que sostenía en la mano derecha un cirio encendido y con su brazo izquierdo al niño Jesús con rostro sonriente. Aunque en un principio no se sabía qué nombre o advocación imponer a la virgen, finalmente se resolvió bautizarla con el de Bonaria «Buen Aire», nombre tomado de la colina en la que se hallaba el convento.

En aquel entonces, la imagen carecía de la navecilla de marfil que tanta fama tendría después entre la gente de mar, navecilla cuyo origen parece ser que cuando  una peregrinación que iba hacia Tierra Santa, se detuvo en Cagliari con el propósito de conocer la imagen, ante los peligros que suponía la continuación del viaje, decidieron suspenderlo y donar con destino al altar de la Virgen una navecilla que llevaban destinada al Santo Sepulcro de Jerusalén.

Esta ofrenda fue colocada delante del altar, sujeta con una cuerdecilla deforma que oscilara. Desde entonces, era utilizada para pronosticar la dirección de los vientos que se esperaban. Antes de emprender un viaje, los marineros hacían una visita al santuario, para observar la posición de la proa de la navecilla, pues de acuerdo a la dirección que tomara, sabrían la dirección de los vientos que deberían enfrentar en alta mar.

Variaciones del nombre de la ciudad de Buenos Aires a través del tiempo. Queda dicho entonces, que PEDRO DE MENDOZA, por la razón que fuere, le dio el nombre de «Nuestra Señora del Buen Ayre», a un poblamiento que fue el antecesor de nuestra actual ciudad de Buenos Aires. Con los años,  este nombre sufrió algunas variaciones, a saber:

El 11 de junio de 1580 JUAN DE GARAY fundó una ciudad que llamó “Ciudad de la Trinidad»  y plantó el «Tronco de la Justicia» en medio de la actual Plaza de Mayo. Luego de regreso del Paraguay, buscando una salida para esos fantásticos tesoros del Norte, encontrándola  en donde hoy está en Puerto de Buenos Aires, renombró a la ciudad  «Santa María de los Buenos Ayres», en honor de la virgen de los marineros de Andalucía.

Los registros del Museo de la Ciudad, reportan que en 1649, la ciudad conjugó los nombres que GARAY le había dado a la ciudad y al puerto. Buenos Aires comenzó a llamarse entonces: «Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires».  Desde 1717 hasta 1816 se la denominó «La muy noble y muy leal ciudad de la Trinidad, puerto de Santa María de Buenos Aires”.

Desde 1817 hasta 1821: «Ciudad de la Santísima Trinidad, puerto de Santa María de Buenos Aires». Pero otros nombres utilizados también fueron: «Ciudad de la Trinidad», «Ciudad de la Trinidad, puerto de Buenos Aires». La importancia de su puerto como actividad esencial de la ciudad, el tiempo y la costumbre han determinado que esa ciudad de la Trinidad hoy se llame Buenos Aires.

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