LOS MALOS AIRES DE BUENOS AIRES (1810)

Sabemos que en 1810 todavía no había servicio de agua potable, ni de cloacas, ni de recolección de basura, es lógico entonces aceptar que los aires que se respiraban en Buenos Aires, estaban lejos de ser agradables.

La carne de caballo, ampliamente consumida, tenía muy mal olor cuando se hervía; los jabones y las velas fabricados con sebo animal despedían un más que feo aroma, la bosta y el estiércol depositado por los caballos y demás animales que circulaban por las calles, los restos de los animales muertos que permanecían varios días sin ser recogidos y hasta las fosas a cielo abierto, donde se depositaban los cadáveres de indigentes, eran todos aportantes para que eso de ciudad de los buenos aires, fuera una fantasía.

JOSÉ ANTONIO WILDE, en su obra “Buenos Aires desde 70 años atrás”, describió que como contrapartida a esa “maloliente realidad”, nació una inusitada “afición por el flores y su cultivo en las casas, especialmente de la gente con menores recursos: cacerolas, baldes, latas viejas, cuando no había macetas, todo servía para plantar claveles, rosas de distintos tipos, violetas, jazmines, marimonias, jacintos, margaritas, pensamientos, amapolas, con la intención de hacer más respirable el aire que se respiraba.

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