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LAS PLAZAS DE TOROS EN BUENOS AIRES (14/11/1791)
Continuando la tradición hispana, los conquistadores llevaron a las colonias americanas su pasión por las corridas de toros.
El pueblo de Buenos Aires no tuvo la densa y vibrante experiencia de otras ciudades de América española, pero no pudo ser ajeno a este fenómeno popular y aplaudió corridas durante más de dos siglos (1609 a 1819), debiendo constar que este cuestionable espectáculo de las “corridas de toros”, fue presentado por primera vez en Buenos Aires 11 de noviembre de 1609, cuando un grupo de toreros españoles, en un improvisado rodeo armado en la Plaza Mayor, frente al Cabildo, realizaron “su faena” como parte de un espectáculo presentado cuando HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA, era teniente gobernador de la ciudad.
Más tarde, durante todo el siglo XVIII, las coronaciones, los cumpleaños de los reyes y otras fiestas importantes daban motivo para la lidia de toros. Por ejemplo, en 1759, en homenaje a Carlos III, se realizaron seis días de toreo en los que se mataron 150 toros.
La primera Plaza de Toros en Buenos Aires
El centro neurálgico del espectáculo taurino, era sin duda, la plaza misma. Efervescente mundo donde se muestran los protagonistas del espectáculo, con las suertes y técnicas, la baquía y el arrojo, la elegancia y el constante riesgo de la vida. Las ondas folclóricas abarcan también los más dispares campos, desde la indumentaria a las supersticiones, de los cantares a los refranes, y se extienden a vastos sectores, no sólo populares, como lo prueban, por ejemplo, las “proyecciones” artísticas en niveles poéticos y plásticos.
Buenos Aires no se sustrajo a esta pasión y entonces, el cuestionable espectáculo de las corridas de toros, demandó tener su primer escenario. En 1791, el virrey NICOLÁS ARREDONDO llevó los toros al barrio de Monserrat y allí, el 14 de octubre de 1791, se inauguró una pequeña plaza, que será la primera Plaza de Toros que tuvo la capital del virreinato. Fue construida por el carpintero RAIMUNDO MARINO, en el llamado «hueco de Monserrat, actual manzana comprendida entre las calles Belgrano, Lima, Moreno y Bernardo de Irigoyen (Barrio de Monserrat).
Tenía capacidad para dos mil personas y las autoridades se instalaban en los balcones de la casa de la familia AZCUÉNAGA, sobre la llamada «Calle del Pecado». Alrededor de este circo se fueron estableciendo pulperías, casas de juego y posadas frecuentadas por carreteros, changarines, negros esclavos y libertos. A esta humilde franja de población se sumaban marginales de todo tipo, y durante la noche el lugar pasaba de pintoresco a muy peligroso.
No por nada el pasaje que conducía a la plaza, era conocido como la calle del pecado. Los toros, bestias bravas que eran traídas desde Chascomús, muchas veces se espantaban y provocaban corridas entre los vecinos del lugar. Estas molestias, en 1799, decidieron al virrey GABRIEL AVILÉS Y DEL FIERRO la demolición de esta primera plaza de toros. Las obras se realizaron entre el 29 de julio y el 22 de octubre de ese mismo año.
La segunda Plaza de toros (14/10/1801)
A principios de mayo de 1801, siendo ya virrey, JOAQUÍN DEL PINO, el Cabildo, ordenó la construcción de una nueva Plaza de Toros para reemplazar a la demolida, utilizando fondos que estaban destinados al empedrado de la ciudad.
Estaba ubicada en la plaza del Retiro, hoy Plaza General San Martín, en el espacio comprendido entre las calles Maipú y Esmeralda, el mismo lugar donde hasta 1739, había funcionado el mercado de esclavos. Se le encargó el trazado de los planos correspondientes al arquitecto y marino español MARTIN BONEO (1745-1806) y las obras se iniciaron de inmediato
Esta será la segunda Plaza de Toros que se instalará en Buenos Aires. Tuvo un costo de 42.000 pesos y fue inaugurada el 14 de octubre de 1801 con una gran fiesta en honor del príncipe de Asturias que cumplía años ese día. Durante años constituyó uno de los mayores centros de reunión de los porteños. La entrada para presenciar las corridas, costaba entre dos y tres pesos y allí concurrían asiduamente Saavedra, Moreno. Paso y otros miembros de la Primera Junta en 1810.
Era una imponente construcción de forma octogonal, de estilo morisco colonial con capacidad para 10.000 espectadores (que resultaba escasa en muchas oportunidades por la gran cantidad de personas que querían ingresar a los espectáculos que allí se ofrecían. Su exterior era de mampostería revocada con cal y desde sus niveles superiores se dominaba la ciudad. El interior era de madera, lo mismo que los palcos y las gradas, que además estaban rodeadas por una ancha doble galería, que con la barrera interior, también de madera, formaba una circunferencia.
Algunos de esos palcos estaban reservados para familias “distinguidas” y para garantizarles su privacidad, tenían puertas y llaves para su exclusivo uso. Disponía además, de todas las comodidades de sus similares de España: palcos en la parte alta, guardabarreras, burladeros y hasta una capilla. Un documento de 1805 informa que «la Plaza de Toros de Buenos Aires excede en hermosura y firmeza a cualquiera de Europa»
La calle Florida, ya empedrada en esos tiempos, era el camino más utilizado para llegar a la plaza. y allí, a metros de la hoy Plaza San Martín, fue donde actuaron toreros argentinos y algunos famosos llegados de España y otras ciudades la América española, cuyas actuaciones eran difundidas mediante anuncios en el Telégrafo Mercantil, que decía:
El jueves 12 del corriente, en celebridad del cumpleaños del Rey nuestro Señor, se dará una corrida de toros, habiendo ido a buscarlos Mariano Ponce al Rincón de Noario, más allá del Salado, de donde siempre han salido buenos. «Se lidiarán 12 toros si el tiempo lo permite».
En 1807, durante la segunda invasión de los ingleses, esa Plaza de Toros fue escenario de duros combates. Sirvió como baluarte para los defensores de Buenos Aires y fue allí donde se rindió el general WHITELOCKE. Las huellas del enconado combate la dejaron maltrecha. Sus muros quedaron en muy mal estado y desde entonces comenzó su decadencia que, sumada a las críticas de los opositores a estos espectáculos, auguraban su inminente desaparición.
Porque no toda la sociedad estaba de acuerdo con estos espectáculos y muchos hacían oír sus protestas. Así lo atestiguan algunas publicaciones de la época donde se dice del toreo: “Pasó de la metrópoli a las colonias españolas esta pasión como la creencia en brujas y duendes y el miedo de los demonios, íncubos, súcubos y fantasmas. Gran proeza engañar y matar a un toro. ¿Pues no ha de ser el hombre más que el toro?”.
Reparación de la plaza de toros (1808)
Sin tener en cuenta las críticas que demandaban el fin de estos espectáculos, a fines de 1807, el Cabildo de Buenos Aires ordenó la reparación de los desperfectos sufridos en la Plaza de toros del Retiro, donde se atrincheraron españoles y criollos durante la segunda invasión inglesa y en recuerdo del triunfo sobre los británicos, se dio a la plaza el nombre de “Campo de gloria”.
Así, pese a las críticas, se le hicieron algunas reparaciones y siguieron las corridas. El 11 de marzo de 1817 hubo corridas gratis para el pueblo, en celebración del triunfo de Chacabuco y concurrieron seis mil personas, pero en 1818 el Cabildo decidió volver a demoler la plaza como reacción antiespañola y finalmente, la orden del Director Supremo JUAN MARTÍN DE PUEYRREDÓN, que en 1819 las suprimió a instancias del gobernador-intendente interino EUSTAQUIO DÍAZ VÉLEZ, invocando el estado ruinoso en que se hallaba y la falta de dinero para hacerlo, fue la sentencia de muerte de la plaza de toros del Retiro.
El 10 de enero de 1819 se realizó la última corrida y el día siguiente comenzó la demolición. Destino final que le esperaba, no sólo por la crueldad de los espectáculos taurinos que allí se ofrecían, sino, porque la descomunal construcción, había convertido algunas calles en callejones destinados al pasaje de las bestias hacia el toril (cuyas estampidas, pese al pánico fugaz, gozaban los vecinos), por la noche, adquirían una auténtica, pero sórdida fisonomía, aptos para medro de un mundo digno de la novela picaresca.
Vagos y truhanes, ladrones y “mujeres de vida aireada” vivían como en su salsa a la sombra y en los recovecos de la Plaza de toros (por algo se conoció a ese lugar, como “la Calle del Pecado”).
Según la opinión de BONIFACIO DEL CARRIL (“Corridas de toros en Buenos Aires”), en rigor, las razones que se tuvieron para ello eran políticas y no de seguridad. La Revolución de 1810, no toleraba la existencia de “cualquier vestigio de la barbaridad española” y la Plaza del Retiro era según FÉLIX LUNA, “un monumento al oprobio”.
En 1820 ya no existía la Plaza de Toros de Buenos Aire y Mitre expresó: «Las corridas de toros, condenadas por la civilización, fueron abolidas por la revolución argentina, como la inquisición, el tormento y otras costumbres abusivas” (ver Las corridas de toros en Buenos Aires)
Pero en las provincias, las corridas de toros siguieron en forma clandestina, realizándose sobre todo en la provincia de Buenos Aires. En estancias y campos del interior, se reunían los aficionados sin preocuparse demasiado ante la presencia de la autoridad policial, que hacía la vista gorda y no las impedía, hasta que el 4 de enero de 1822, el epitafio legal lo firmó el gobernador de Buenos Aires, coronel MARTÍN RODRÍGUEZ, cuando dispuso por decreto, la prohibición absoluta de las corridas de toros en todo el territorio de la provincia de Buenos Aires, bajo severas penas que se aplicarían tanto a los actores, como a los espectadores y aún a los propietarios del lugar donde éstas se desarrollaban.