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LAS ESTANCIAS JESUÍTICAS (1622)
Las llamadas “Estancias Jesuíticas”, junto con la “Manzana Jesuítica”, de la actual provincia de Córdoba, constituyeron la sede religioso-administrativa de la Provincia Jesuítica del Paraguay”, un centro cultural, religioso y económico muy importante, que no pudo sobrevivir como tal, luego de la expulsión de los jesuitas en 1767.
En el siglo XVII, la actual provincia de Córdoba era la capital de la provincia jesuítica del Paraguay (actuales Paraguay, Brasil, Argentina, Uruguay y Bolivia), y en esos territorios, los jesuitas fundaron una serie de establecimientos agropecuarios diseñados y administrados por la Compañía de Jesús. Fueron seis estancias en total las que se fundaron entre 1616 y 1725: La de Caroya (1616), la de Jesús María (1618), la de Santa Catalina (1622), la de Alta Gracia (1643), la de La Candelaria (1678) y la de San Ignacio (1725), Las cinco primeras aún existen y en el año 2000 fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO (la de San Ignacio ya no existe puesto que está literalmente reducida a escombros, razón por la cual no integra el área protegida).
Construídas para solventar económicamente y proveer de insumos a la estructura de la Compañía de Jesús que desarrollaba sus actividades de evangelización y educativas, especialmente en Buenos Aires, cada estancia tenía su propia iglesia y un conjunto de edificios que incluían, además de los destinados a albergar a los sacerdotes, a los artesanos, los educandos y demás personal, talleres para la manufactura de diversos productos, panadería, herrería, carpintería y tejeduría; huertas y corrales para ganado; horno para la fabricación de ladrillos; represas e instalaciones hidráulicas para riego y consumo de agua.
En 1767 cuando la Compañía de Jesús fue expulsada de América por orden de Carlos III, las seis estancias eran establecimientos florecientes y en plena producción. Pasaron a ser administradas por la “Junta de Temporalidades” (1) y finalmente tuvieron fines diversos. La de La Candelaria por ejemplo en 1774 fue vendida a FRANCISCO ANTONIO DÍAZ, un funcionario del Cabildo, cuyos descendientes aún hoy todavía la conservan tal como era en sus orígenes. La de Alta Gracia, luego de pasar por diversas manos, en 1810 fue residencia del virrey Santiago de Liniers por poco tiempo y es por ello que también se la conoce como Casa del Virrey. La de San Ignacio, está hoy casi derruída y ganada por las malezas y cuatro de ellas, fueron el origen de importantes localidades cordobesas (Caroya, Jesús María, Alta Gracia y Calamuchita), transformadas en Museos (como la de Jesús María en 1946) y todas protegidas como Monumentos Históricos Nacionales, declaradas así en 1941 y como “Patrimonio de la Humanidad” según lo declarara la UNESCO en el año 2000.
Estancia “Caroya”
Fue el primer establecimiento rural organizado por la Compañía de Jesús en 1616, y luego adquirida por IGNACIO DUARTE QUIRÓS, fundador del Colegio Convictorio de Monserrat, para sostenimiento de dicho colegio y como residencia de vacaciones para los internos. Durante la guerra de la Independencia funcionó como fábrica de armas blancas, aprovechando técnicas y habilidades de los jesuitas y también como Posta del ejército. En 1854 pasó a ser propiedad del Estado, funcionando como residencia para los inmigrantes fundadores de la localidad de Colonia Caroya. Este edificio es un ejemplo de arquitectura residencial en el medio rural y conserva su estructura colonial, con ciertas modificas realizadas en el siglo XIX. La casa se organiza alrededor de un patio central. También posee una capilla, el perchel, el tajamar, restos del molino y de las acequias.
Estancia “Jesús María”
Construida en 1618, la Estancia de Jesús María, estaba ubicada sobre el Camino Real, primera ruta que se abrió para el tránsito hacia la capital del virreinato en el Alto Perú, a 4 kilómetros de la Estancia La Caroya, en el norte de la provincia de Córdoba. En sus tierras se originó la actual ciudad cordobesa de Jesús María.
Dedicada a la producción vitivinícola, fue el segundo núcleo productivo del sistema organizado por la Compañía de Jesús. El edificio central de este establecimiento fue restaurado en 1941 y en 1946 se instaló allí el Museo Jesuítico Nacional. Desarrollado en dos pisos, contiene 18 Salas de exposición donde se exhiben de manera permanente colecciones artísticas e históricas. Dentro de la casa, en la que habitaban los jesuitas, se atesoran objetos religiosos y una colección de arqueología que gira entorno a los dioses que tenían los pueblos originarios de la región. El parque que rodea a la estancia tiene un el lago artificial que fue cavado a mano, quizás para ser usado como “tajamar”.
Estancia “Santa Catalina”
La Estancia Jesuítica Santa Catalina es un conjunto edilicio integrado por la iglesia, los claustros, las galerías, los patios, los talleres, el tajamar, las huertas y los ranchos de sus primitivos pobladores que constituye una de las más valiosas obras de la arquitectura colonial conservadas en Argentina. Aún hoy pueden verse el pequeño Cementerio que se hallaba junto a la Iglesia, la casa principal con tres patios, algunas dependencias de la maestranza, la ranchería y restos del sistema hidráulico que se empleaba para surtirse agua que traían desde Ongamira y de los hornos para fabricar ladrillos.
Su edificio central es una monumental Iglesia (imagen), donde se destaca una imponente fachada de dos torres y el remate curvilíneo de su cuerpo central, una potente estructura ligeramente ondulada de columnas y frontones curvos, cuya construcción de estilo barroco colonial que muestra una clara influencia de la arquitectura centroeuropea en auge en aquella época en la Colonia.
Es la Estancia más grande de la Orden Jesuítica y las tierras donde fue erigida estaban en “Calabalumba la vieja”, en cercanías de Jesús María, en la actual provincia de Córdoba. En 1584 le fueron otorgadas en merced a MIGUEL DE ARDILES, el segundo de JERÓNIMO LUIS DE CABRERA cuando éste fundara dicha provincia el 6 de julio de 1573. Pasado un tiempo, en 1622, cuando la propiedad sólo eran unos pocos y ruinosos ranchos y algunas cabezas de ganado, LUIS FRESSON, su último propietario se la vendió a la Compañía de Jesús y rápidamente se inició la construcción de las obras para adaptarla a su nuevo destino. Cuando fue abandonada por los jesuitas ya era un monumental establecimiento en cuyas tierras y corrales medraban miles de cabezas de ganado.
No se conocen fechas ciertas sobre la construcción de la iglesia y de las diversas instalaciones que conformaron esta Estancia, aunque se presume que tales tareas demandaron la participación de numerosos alarifes y quizás 100 años de grandes esfuerzos y trabajos, por la fecha que figura grabada en una piedra empotrada en la entrada de la casa principal (1726)
Estancia “Alta Gracia”
Esta estancia fue organizada por los jesuitas en 1643. Contiene una iglesia sin torres, con un perfil curvilíneo y con un estilo que revela influencias del barroco italiano tardío. Posee una cúpula sin tambor y una espadaña de piedra en la parte posterior y actualmente pasó a ser la parroquia Nuestra Señora de la Merced y forma parte de la actual vida religiosa de la zona. La residencia donde se alojaban los sacerdotes, en forma de “L” posee un patio principal en el acceso y una escalinata central. Se conservan el obraje, el tajamar, ruinas del molino y del antiguo horno.
Estancia “La Candelaria”
Ubicada en una planicie ondulada conocida como “Pampa de San Luis” al norte de las Sierras Grandes, en la provincia de Córdoba. Su origen se remonta al año 1619, cuando el capitán García de Vera Mujica, recibe por real merced (le fueron regaladas por el gobernador Qiñones Osorio las tierras que se extendían junto al río Guamanes hasta la cordillera de Achala, que constituyeron el origen de lo que se conoce como estancia y potreros de La Candelaria.
En 1683 Vera Mujica, heredero del capitán Vera Mujica, dona esta propiedad de unas aproximadamente 55.000 hectáreas a la Compañía de Jesús, para que la dedicara a la generación de recursos con los que pudieran solventar los gastos de mantenimiento del Colegio Máximo de Córdoba.
Con el tiempo los jesuitas transformaron rápidamente el lugar en un foco de producción agropecuaria en gran escala. Le fueron agregando otras tierras y ampliando las construcciones existentes hasta que ya en 1754, la Estancia La Candelaria, era una propiedad de 135.000 hectáreas, con un casco que resultó un ejemplo notable de establecimiento rural serrano, dedicado a la cría de mulas, destinadas al tráfico comercial con el Alto Perú.
Debido a que los territorios que ocupaba, eran todavía escenario de violentos ataques de los aborígenes, su construcción combina elementos propios de una residencia con los de un fortín. El conjunto arquitectónico posee en general un aspecto cerrado, organizado en torno a un patio central rectangular, uno de cuyos lados era la capilla que se destaca por su altura y su fachada encalada.
Posee una planta rectangular y un retablo de mampostería. Dos sacristías se ubican a su costado. La fachada se compone de una puerta central contenida en un arco rehundido, coronado por un frontis triangular. En él se apoya una elegante espadaña de tres aberturas dispuestas en dos niveles que contienen las campanas. Un perfil de líneas curvas define la composición y da identidad al lugar. Los muros son de piedra, y las cubiertas se realizan con tirantes de maderas de algarrobo, cañas atadas con tientos de cuero crudos, tejuelas y tejas españolas.
Hoy todavía se conservan de este establecimiento la capilla, la residencia del padre estanciero y los locales anexos; las ruinas de la ranchería, el obraje, los corrales y los restos del sistema hidráulico.
Estancia de “San Ignacio»
Ubicada en Santa Rosa de Calamuchita, es la única estancia que no fue declarada Patrimonio de la Humanidad, ya que se encuentra en ruinas. Fue la última en construirse y la primera en venderse. El casco desapareció y lo único que puede encontrarse son vestigios de la construcción y un 15 por ciento de lo que alguna vez fue la propiedad (ver Los jesuitas en el Río de la Plata).
(1). Para la administración de los bienes jesuitas se formaron organismos administrativos que recibieron el nombre de “Junta de Temporalidades”. Cada Ciudad tenía la suya y formaban parte de ella las autoridades de la misma.