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LA TRAGEDIA DEL FORTÍN YUNKÁ (19/03/1919)
El 19 de marzo de 1919, el Fortín Yunká, en el gran Chaco, fue escenario de un ataque de los indígenas que la historia conoce como “el último malón” y que impulsada por la indignación de los pobladores que clamaban por venganza, desató una sangrienta e indiscriminada represión que alcanzó a todas las tribus de esos territorios.
A fines del siglo XIX los indígenas de la Región Chaqueña, que incluía a la provincia de Formosa, habían sido sometidos y la mayor parte de las tierras que en el pasado les pertenecieron, fueron entregadas a los colonos para la explotación agrícola (ver Confrontación con los aborígenes en la Argentina).
En Formosa, cerca del río Pilcomayo y próximo a la frontera con el Paraguay se encontraba el fortín Yunká, un puesto militar que para 1919 estaba ocupado apenas por alrededor de veinte personas, entre soldados y sus familiares, al mando del sargento FERMÍN LEYES.
Despojados de sus tierras, y por lo tanto de sus fuentes de sustento, era frecuente que algunos indígenas se acercaran al fortín para pedir algún alimento.
El 19 de marzo 1919, los centinelas vieron cómo un grupo de indígenas se reunían a unos 200 metros del Fortín y creyendo que venían, como lo hacían todos los días para pedir su ración diaria, descuidaron la vigilancia y sorprendidos vieron como el Fuerte era atacado, en lo que, según se supo después, fue el último y más sangriento malón indígena, que como postrer zarpazo del salvajismo vencido por la civilización, rubricaba trágicamente su trayectoria de siglos.
En el atardecer de esa fecha, un grupo de aborígenes paraguayos, presumiblemente “makás” (o curupíes), asaltó el Fuerte armados con macanas y cuchillos y mató a toda la guarnición y a los pobladores que se encontraban en el lugar, salvándose de la matanza solamente un soldado de apellido Barrios que había sido evacuado a Formosa, enfermo de malaria y dos niños.
Dos miembros de esa guarnición que habían estado de recorrida por las afueras, volviendo a la «Gran Guardia», llegaron a la noche y se encontraron con la masacre.
Con los niños sobrevivientes y testigos del vandálico suceso, dieron parte de lo ocurrido a las autoridades y días más tarde, llegó al Fortín el mayor ENRIQUE BOY al mando de un destacamento de caballería, para hacerse cargo de la situación.
Informado del hecho, hizo suya la indignación que dominaba y nublaba la razón de los pobladores de esos territorios. Dispuso que el teniente primero NARCISO DEL VALLE saliera en persecución de los culpables y a partir de allí, se desató una brutal e indiscriminada represión que duró tres meses y que alcanzó a “pilagaes”, “tobas”, “matacos” y “curupíes” por igual.
A lo largo de la ribera del Pilcomayo, fueron asaltadas muchas poblaciones indígenas, a las que se prendió fuego sin previo aviso y fueron innumerables los actos de violencia que cubrieron de sangre y dolor a esos territorios, sin que jamás pudiera darse con los culpables de la masacre.
Después, pasado el tiempo, nació la leyenda: el cuerpo de la hija del sargento FERMÍN LEYES nunca fue encontrado y muchos años más tarde los pobladores de la región, hablaban de una hermosa mujer rubia, esposa de un cacique macá, que vivía en el corazón de la selva.
Hoy, ausentes la violencia y el terror en nuestras fronteras interiores, es necesario que se recuerde aquel triste acontecimiento, aunque sea sólo para rendir justo homenaje al valor y el sacrificio de aquellos anónimos colonos que poblaron nuestra pampa amenazada por el salvaje y a los heroicos defensores de la soberanía de la patria, que juntos, hicieron posible que hoy, la nación pudiera ejercer su soberanía en todo su territorio.
Porque ese día, el “Fortín Yunká” fue escenario de una de las peores masacres que identifican a la terrible lucha que debió emprenderse para hacer pie en los vastos territorios de nuestras fronteras con la Pampa y con el Chaco, dominadas por aborígenes, muchas veces influenciados por extraños habitantes de esas tierras y delincuentes que medraron al amparo de una justa pretensión invocada por sus auténticos y originales dueños.
Desde entonces, el Fortín Yunká pasó a llamarse «Fortín Sargento Leyes» en homenaje al mártir de esa sangrienta epopeya, que tuvo lugar en territorios hoy ocupados por la provincia de Formosa.
“Que el polvo de la ingratitud y el olvido, no caiga jamás sobre hechos como este, sucesos trágicos de nuestra Historia, que como contrapartida exponen la presencia de tantos héroes y heroínas que con su sangres, hicieron posible nuestra existencia como Nación libre y soberana”
En 1937, al cumplirse un nuevo aniversario de esta tragedia, se inauguró en la ciudad de Formosa, un monumento en memoria de los caídos en Yunká, puede leerse en la crónica que se publicó ese día:
«En este acto estaba presente el soldado RAMÓN ENCISO, que había sido aquel niño a quien su madre salvó la vida, escondiéndolo debajo de la cama, antes de ser degollada. Montaba guardia sobre la tumba colectiva de las víctimas y donde su madre también estaba sepultada, permaneciendo impasible».
«Pero, cuando se citó a su padre, brillaron sus pupilas con orgulloso gesto y cuando se habló de las mujeres inmoladas, en sus manos tembló la carabina y dos lágrimas cayeron sobre la tumba» (Los textos encomillados han sido extraídos de una nota de María Cristina Correa Viale, publicada en el diario La Nación).
A CONTINUACIÓN ALGUNOS PÁRRAFOS EXTRAIDOS DEL LIBRO “CALVARIO Y MUERTE” ESCRITO POR EL CAPITÁN NÉSTOR LUIS GOLPE, OBRA DONDE PALPITA EL CORAZÓN HERIDO DE TODOS AQUELLOS QUE SUFRIERON LAS CONSECUENCIAS DE LA BARBARIE.
“Después de la campaña del GENERAL ROCA, en la mal llamada «Conquista del Desierto», vencido el cacique NAMUNCURÁ y demás huestes indígenas, para terminar con los malones del sur, se dio por finalizado el peligro y el país, paulatinamente fue olvidando sus temores, las poblaciones rurales se fueron extendiendo y la riqueza ganadera y agrícola del país, fue alcanzando su grandeza».
«El recuerdo de los malones iba quedando relegado a la historia y nada hacía prever su reaparición. Pero… como recuerdo que solía decir mi sabio abuelo, «el indio manso, sabe, donde la yugular queda» y el horror reapareció en aquel amargo y sangriento 19 de marzo de 1919”.
«El día 16 de marzo, el sargento 1º FERMÍN LEYES, llegaba con su familia a hacerse cargo del Fortín Yunká. Hacía poco que había ascendido y su designación de jefe del Fortín lo llenaba de satisfacción y alegría. Venían con él, su esposa y dos hijos. ¿Cómo podría suponer que esa satisfacción se convertiría en tragedia, tres días más tarde?”
“El día 19 el Fortín fue atacado por sorpresa, cuando sus escasos moradores estaban entregados a la siesta. Leyes fue degollado y tirado al pozo; su mujer y sus niños, también degollados y otras mujeres con sus niños, igualmente masacrados».
«A los niños, se los había tomado de las piernas y golpeados brutalmente contra los horcones del rancho. Nadie quedó con vida y “ni los perros se salvaron, muriendo seguramente en defensa de sus amos”.
«Pero, providencialmente, dos criaturas se salvaron: uno, de tres años, fue hallado llorando abrazado al cadáver de su madre, acostada en el catre y brutalmente degollada y lanceada; la pobre mujer, había alcanzado a esconder al niño debajo de la cama y no fue descubierto por los salvajes2.
«Y la otra, fue una niña de 8 años, que se salvó, porque estaba en el monte juntando leña y que, al oír la gritería, tuvo miedo y se escondió. Por el terror, había perdido el habla, cuando la hallaron los dos soldados-estafetas que habían sido despachados al fortín de la Gran Guardia, dos días antes. A su regreso su desesperación fue terrible, al hallar también a sus propias mujeres e hijos, muertos”.
“Volviendo a la «Gran Guardia» con los niños sobrevivientes y testigos del vandálico suceso, dieron parte de lo ocurrido y el teniente primero NARCISO DEL VALLE, salió en procura de los culpables, que no pudieron ser hallados jamás”.
La historia de esta tragedia nos fue contada por mi padre que fue suboficial del REGIMIENTO GENDARMERIA DE LINEA que estuvo destinado en esa zona de frontera.
Fué integrante de este Regimiento hasta la disolución del mismo que pasó a llamarse GENDARMERIA NACIONAL.
Mi padre fue parte de los héroes que cuidaron y defendieron nuestras extensas fronteras con Paraguay y Brasil.