LA CRIADA DE RAZÓN (1812)

La criada de razón era , un  personaje típico de la servidumbre porteña allá en los comienzos del siglo XIX. La estrecha y cordial relación que existía entre el servicio doméstico, en su gran mayoría negros esclavos, y sus patrones, era motivo de asombro para los extranjeros, en especial ingleses, quienes, en sus informes,  en reiteradas oportunidades hacían  mención del buen trato y el afecto dispensado por las familias pudientes, a su servidumbre y el cariño, no falto de respeto, que éstos le expresaban a su “amos”.

No eran pocas las discusiones que entre ellos se entablaban para dirimir quién o que familia tenía más mérito como patrones, de los que muchos de ellos, hasta llevaban su apellido (ver Los esclavos en Buenos Aires, vistos por un nglés).

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Un conocido mercader británico al hablar sobre las cualidades de la mujer porteña, llegó a afirmar en rueda de amigos que: «Hasta las mujeres esclavas no se consideran bien vestidas si no rivalizan en eso con sus amas. En el acompa­ñamiento de una porteña,  cuentan por mucho sus sirvientas vistosamente ata­viadas y provistas de abanicos, siempre dispuestas a filtrear con los galanes negros».

Pero, dentro del numeroso servicio que los negros esclavos prestaban en las casas, se destacaba la figura de la «criada de razón». Su función específica es dar y recibir recados. Era educada con el mayor esmero por la señora y las niñas de la casa y se la elegía por su viveza e inteligencia, a fin de que re­presentara bien a la familia, en sus comisiones y encargos.

Era costumbre anunciar con anticipación las visitas, desde las diez de la mañana en adelante,  por intermedio de la «criada de razón».  Luego de saludar a la dueña de casa con un «muy buenos días tenga su merced»,  transmiiár el mensaje de su ama, previo intercambio verbal y ceremonioso sobre la salud de las respectivas familias.

Uno de esos viajeros que mencionamos, relata así su encuentro con una de estas “criadas de razón” que se llamaba Juana y era una grácil y pizpireta negrita: —Díme, Juana, cuando regresas a tu casa ¿le llevas a tu ama, además del recado de aceptación, algún otro detalle en relación a lo que viste y oído en lo de Escalada?

—Por supuesto, señor, le respondió con picardía la criada— le cuento todos los detalles que observé, por ejemplo, cómo estaba vestida la dueña de casa, el lugar donde se me recibió, las conversaciones que oí, lo que hacían los otros miembros de la familia o de la servidumbre, etc. ¡A las señoras les encanta en­terarse de la vida y milagro de los demás!. Dicho lo cual y cumplida su misión la criada se alejó presurosa con su caudal de chismes para su ama”.

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