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ESQUIÚ, MAMERTO (1826-1883)
Sacerdote. Nació en Callosita, anexo del curato de Piedra Blanca, Catamarca, el 11 de mayo de 1826. Sus padres, humildes labradores pero fervorosos cristianos, fueron Santiago Esquiú, que había sido soldado español y doña María de las Nieves Medina, catamarqueña.
A los 5 años de edad, su buena madre le vistió el hábito de San Francisco, en cumplimiento de una promesa que hiciera por la salud de su hijo, que se encontraba gravemente enfermo. Desde entonces lo llevó sin dejarlo en toda su vida. Entró al convento de San Francisco de Catamarca, en calidad de frailito, el año 1836. Tomó el noviciado en 1841 y profesó en 1842.
Estudioso,de aguda inteligencia, y, sobre todo, de una mansedumbre y humildad de carácter extremos, se ganó las simpatías de todos sus maestros y muy especialmente las de fray Wenceslao Achával, que vaticinó a su discípulo un brillante porvenir. Tal era el concepto que el sabio profesor de Filosofía tenía de la ilustración y talento de su alumno predilecto, que, al ocupar la silla episcopal de Córdoba, le colocó en su lugar para que dictara la clase de Filosofía en el convento de la orden y en el seminario.
Celebró su primera misa el 15 de mayo de 1849. Y así, mansamente pasó en paz y en silencio, ignorado fuera de su círculo de acción, hasta que el 9 de julio de 1853, durante el Te Deum que se realizó por la jura de la Constitución recientemente sancionada, desde su púlpito, pronunció un inspirado y sentido sermón, para referirse a esta Ley fundamental. Brillante pieza oratoria, modelo de elocuencia y amor patrio y que instantáneamente lo hizo famoso y le dio tanto renombre como orador, que a partir de entonces se lo conoció como “el orador sagrado de la Constitución”.
El 28 de marzo de 1854, volvió a ser protagonista de un hecho que sacudió emocionalmente a las autoridades y ciudadanos porteños, durante la misa celebrada como parte de los actos organizados para la imposición del mando de las nuevas autoridades constitucionales. En esta oportunidad fray Esquiú, volvió a conmover a su cautivado auditorio, con su verbo de encendido patriotismo y sus palabras, por decisión del gobierno de Buenos Aires fueron impresas, junto con las que pronunciara en julio del año anterior, expresando por medio de un Decreto que “era necesario hacerlo porque eran palabras “. .. marcadas por la majestad del lenguaje y la gravedad del pensamiento de Bossuet y la filosofía y los encantos oratorios de Lacordaire”. En el decreto se manifestaba también que importaba al crédito moral y literario de las provincias, que las revelaciones de fray Esquiú alcanzaran gran difusión”.
El obispo del Paraná, doctor Segura, le nombró su Secretario, pero el padre Esquiú abandonó tan cómoda posición para encerrarse en el convento de la Propagación de la Fe, de Tarija, huyendo de una fama no buscada ni querida, pero que sin duda se había ganado como orador y hombre de consulta, y anhelando llevar una vida más espiritual y oculta al mundo. Los frailes de este convento tienen por misión catequizar a los indios chiriguanos, y viven sujetos a una regla muy estricta. A toda esta rigurosa rutina se sometió fray Esquiú hasta que de allí, lo sacó una orden del obispado que le ordenaba regresar.
En 1855 fue vicepresidente de la Convención Constituyente de Catamarca, y tres años más tarde, obispo de Córdoba. Pero Esquiú echaba de menos su convento de Tarija y a él volvió en 1862, instalándose en el Colegio de Misiones de Tarija (Bolivia). Allí fue Secretario del arzobispado de Bolivia, y al mismo tiempo fundó la revista”El Cruzado” y otras publicaciones religiosas, en cuyas páginas, fue costumbre leer sus textos. Inopinadamente le fue ofrecido el arzobispado de la República Argentina, que él, en su inmensa modestia, rechazó, creyéndose indigno de tamaña distinción.
Elegido arzobispo de Buenos Aires en 1872, renunció indeclinablemente a tan alta dignidad y huyó al Ecuador y se ocultó, con el fin deliberado de evitar insistencias del gobierno. En 1877 realizó su anhelado viaje a Tierra Santa y se dirigió a Jerusalen, con el deseo de predicar en el Templo del Santo Sepulcro, donde se hubiera quedado el resto de su vida, si la obediencia no lo hubiera obligado a regresar de nuevo a su patria.
En 1879, Fue nuevamente elegido obispo de Córdoba, pero renunció, como lo hiciera antes con el arzobispado. El Nuncio Apostólico le entregó una carta manuscrita de su Santidad el Papa, manifestándole que “era voluntad del Santo Padre que él fuese obispo de Córdoba”, a lo que Esquiú respondió sin vacilar: “Si lo quiere el Papa, Dios lo quiere” y en 1880, aceptó finalmente el obispado. Y fue entonces cuando pudo apreciarse cuantas virtudes se anidaban en su alma. Fue, en su diócesis, auxilio del desvalido; consuelo del desgraciado, y providencia de los desamparados.
Merecidamente se le ha presentado como un modelo de caridad y abnegación cristianas. Como obispo fue caritativo en extremo, celoso de su alto ministerio, a la vez, manso y humilde de corazón; pobre y mortificado, hasta imponerse a todos por su virtud y santidad. El 10 de enero de 1883, mientras regresaba de una gira apostólica, recorriendo en cumplimiento de sus deberes episcopales los ardientes llanos de La Rioja, muere el obispo de Córdoba, fray Mamerto Esquiú, en “la Posta del Suncho”, un apartado y pobre mesón de Catamarca.
La unánime devoción popular despertada por su fama de varón santo, creció con su muerte y hoy se extiende con rapidez por todas partes. Son más y más cada día, en efecto, los que le invocan y encomiendan sus angustias. La infalible decisión de Roma, dirá si los argentinos tendremos el orgullo de venerarlo como primer Santo argentino. Su causa de beatificación se sigue en Roma desde el año 1946 y se encuentra muy adelantada.
Como orador sagrado se lo compara a Bossuet, Massillon y Emilio Castelar. Pedro Goyena hizo un enjundioso estudio de los discursos que pronunció desde 1853 hasta 1880. Nicolás Avellaneda también lo admiraba. Alberto Ortiz ha dicho que “fue el ángel tutelar de los catamarqueños, especialmente de los pobres, de quienes era el consuelo, y de los ricos, de quienes era consejero”. Y el mismo historiador, en 1883, publicó una completísima obra dedicada al famoso franciscano catamarqueño, tratando de perpetuar la memoria de un tan ilustre personaje por su santidad y su ciencia.
Al referirse a sus discursos patrios, con especialidad al de la Jura de la Constitución Nacional, opina que en esa oportunidad Fray Mamerto Esquiú “vistió su discurso con el vistoso ropaje de la belleza y encantos del arte, y con una piadosa ostentación de las virtudes cívicas y religiosas de que estaba adornado su juvenil corazón”. La frase final y conmovedora de ese célebre sermón, que pronunció en la Iglesia Matriz de Catamarca, el 9 de julio de 1853, expresa: “Obedeced, se-ñores; sin sumisión no hay ley; sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad; existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina…”.
El general Julio A. Roca manifestó: “El Obispo Esquiú ya no es una gloria que sólo pertenece a los argentinos: es una gloria americana” En uno de los viajes que el presidente de la Nación doctor don Arturo Frondizi realizó a Catamarca (en diciembre de 1958), refiriéndose a tan ilustre catamarqueño dijo: “Fray Mamerto Esquiú nos marcó un rumbo en el proceso de la historia.” Agregando que los argentinos deberíamos repetir, constantemente, los conceptos emitidos por aquel talentoso franciscano: “Nada de violencias; todo en la Constitución y todo en la ley”, y que la inspiración de hombres como fray Mamerto Esquiú podía conducir a la República Argentina a los grandes triunfos en el campo espiritual, en el campo moral y, también, en el campo del trabajo.
Un Departamento de Catamarca lleva su nombre, y en el sitio en que nació se ha levantado una escuela. También se ha erigido a su memoria un monumento frente al convento franciscano de Catamarca y en Buenos Aires, durante el primer gobierno de Juan Manuel de Rosas, en 1831 se construyó un monumento que, aún se encuentra en el templo presbiteriano de San Juan, en la calle 25 de Mayo de la ciudad de esta ciudad.
Y no solo monumentos recuerdan su vida y apostolado, el pueblo, a quien tanto amó, lo llora sentidamente y tiene por su memoria el respeto que se guarda a la de los santos. La vida de Esquiú se deslizó en un ambiente elevado y sereno, inspirada únicamente por sus dos grandes amores: la religión y la patria —así lo han reconocido sus contemporáneos más ilustres—, y su figura ha pasado a la historia, realzada con la aureola de la ciencia, de la bondad y de la elocuencia, que nos dan el concepto de un ser superior y extraordinario. Espíritu privilegiado, fue tan grande como humilde.
Con elocuencia insuperable cantó las glorias de la patria en horas difíciles. En varias obras ha sido estudiado como patriota, historiador, misionero, maestro, periodista, peregrino, polemista y prelado. Su figura prócer, de relieves inconfundibles, se agranda con el correr del tiempo. Encarnó en su corazón la humildad cristiana como el que más; y por eso, en cuanto de él dependió, declinó todos los honores que los pueblos y gobiernos querían dispensarle en reconocimiento y premio de sus méritos. La bibliografía de este varón es la siguiente: “El padre Esquiú, sus sermones, discursos, cartas pastorales, oraciones fúnebres, correspondencia pública y privada, apuntes biográficos y corona fúnebre”, por Alberto Ortiz, obra editada en Córdoba, el año 1883 y en dos volúmenes; “Fray Mamerto Esquiú, datos biográficos”, por el profesor Félix F. Avellaneda, Catamarca, 1917; “Fisonomía moral del Obispo de Córdoba, fray Mamerto Esquiú”, conferencia leída por el Padre Luis Córdoba, en Buenos Aires, el año 1922; “El Padre Esquiú, vida, virtudes, fama de santidad y milagros del siervo de Dios”, Córdoba, 1926; “Fray Mamerto Esquiú” (conmemoración de su centenario), obra publicada por la comisión que presidió el doctor Ramón Castillo; “El Padre Esquiú”, por el presbítero doctor Alberto Molas Terán, impreso en Buenos Aires en 1926; “El Padre Esquiú y la constitución argentina”, por el padre Justo Begueriztain; “La cátedra”, revista dedicada al Padre Esquiú, Catamarca, 1926; “Revista Ychthys”, número extraordinario, junio de 1926, dedicado al Padre Esquiú; “El Plata Seráfico”, número extraordinario en homenaje al Padre Esquiú, Buenos Aires, mayo de 1926, y aparte de estas publicaciones se han editado diversos folletos y hojas sueltas con datos biográficos y discursos.
Entre éstos debemos mencionar el que pronunció en el Senado nacional, en la sesión del 25 de agosto de 1926, el doctor Joaquín V. González, propiciando la entrega de fondos para erigir su estatua. Varios publicistas de renombre han publicado artículos periodísticos; entre ellos los doctores Dalmacio Vélez Sarsfield, Pedro Goyena, Nicolás Avellaneda, Miguel Navarro Viola y Manuel Gálvez. Este último es autor de una vida de Esquiú en forma novelada.