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EL CONTRABANDO EN BUENOS AIRES (SIGLO XVI)
En 15’03, FERNANDO II DE ARAGÓN, rey de España, estableció un férreo sistema monopólico para el intercambio comercial entre España y sus colonias en ultramar, en virtud del cual, éstas, sólo podían comerciar con empresas, productores y barcos españoles y cualquier transacción con las otras naciones europeas, estaba prohibida.
Aunque argumentaba que esto tenía por objeto impedir la introducción del imperialismo mercantil inglés en sus colonias, la verdad era que la corona, así buscaba aumentar su riqueza gracias a los metales preciosos (oro y plata) que el Nuevo Mundo podía proporcionarle en forma exclusiva y mantener cautivo al mercado que se le había abierto, para poder venderle sus productos.
El control oficial de esta actividad comercial a través del océano, del respeto a su condición monopólica y en general, de todos los asuntos comerciales con América, estaba a cargo de la “Casa de Contratación” que funcionaba en Sevilla y contaba para ello, con la colaboración del gremio de mercaderes, principalmente con el de los mercaderes genoveses, a los que se les dio el privilegio exclusivo de comerciar con América.
Con el propósito de facilitar las operaciones de control del tráfico y el pago de impuestos, se estableció que el de Sevilla, nombrado “Puerto de Indias”, fuera el único puerto de salida desde España y los de Veracruz (Virreinato de Nueva España) y Callao (Virreinato de Perú) los de arribo en América.
Por su parte, en América quedaron organizados a través de los “Consulados de cargadores a Indias”. El puerto de Buenos Aires fue completamente marginado y sólo era visitado cada uno o dos años por navíos de registro. Pasaron incluso algunos lustros sin visitas de dichos navíos, situación que catapultó la actividad de los contrabandistas, que encontraron aquí, un ávido mercado para ubicar sus cargas.
En esos años, en Buenos Aires, hizo su aparición un grupo de “avispados” criollos, que se autodenominaron “registreros”, una selecta casta de personajes que se hicieron muy ricos, intermediando en el comercio de España con sus colonias en América y con los contrabandistas que comenzaron a llegar frecuentemente.
Como nuestra escasa producción y muy rudimentaria artesanía, ni la lenta y atrasada economía española, estaban capacitadas para abastecer suficientemente a esta colonia, el sistema de comercio monopólico adoptado, inexorablemente, trajo a estas costas, una inusitada actividad de los contrabandistas.
Los porteños de aquella época, que no podían obtener los productos básicos para su subsistencia, ni contaban con los medios o las técnicas para producirlos por sí mismos, recurrieron a esa innoble actividad que a poco de iniciada, se hizo una práctica común en el puerto de Buenos Aires.
Derivación indeseada de la política económica impuesta por España, estableciendo ese sistema monopólico para su intercambio comercial con sus colonias ultramarinas, el contrabando fue una actividad tácitamente aprobada, o al menos tolerada por los gobiernos de turno y en Buenos Aires, apoyada fervientemente por los “registreros”, defensores a capa y espada por otra parte, del monopolio impuesto por España, ya que ellos eran los principales beneficiados por este sistema que les permitía incrementar sus fortunas sin ningún riesgo. “Contrabando y monopolio se complementaban”, como ha dicho Rodolfo Puiggrós en su obra “Historia económica del Río de la Plata, Ed. Futuro, Buenos Aires, 1945.
El contrabando en Hispanoamérica, como tráfico ilegal de personas y mercaderías, sin que fuera reportado o autorizado por las autoridades coloniales, comienza a tener presencia a partir del siglo XVI y Buenos Aires y otras colonias españolas establecidas en América, se convirtieron en potenciales clientes, ávidos de los productos que desembarcaban desde barcos operados por europeos no españoles.1
Pronto, la necesidad de enviar a América manufacturas previamente importadas de otros países europeos productores, mediante casas comerciales extranjeras instaladas en los puertos principales a cambio de las materias primas americanas y plata, dio lugar a la situación permanente deficitaria de balanza comercial del Imperio Español y sucesivas quiebras de la monarquía hispánica.
Por eso, ante las dificultades que presentaba el comercio con las “indias occidentales”, enormemente afectado por la intensa actividad de los contrabandistas, el 12 de octubre de 1778 por decreto real, se aprueba el Reglamento de Libre Comercio, mediante el se terminó con el monopolio del puerto de Cádiz y se abrieron al comercio libre, Perú, Chile y el Río de la Plata y en otros 13 puertos en España como Almería, Tortosa, Palma de Mallorca y Santa Cruz de Tenerife en Canarias, aunque Cádiz siguió concentrando los 2/3 del comercio con América.
Fue éste, el tercer paso para la liberalización del comercio entre América y España. En 1765 se había dado el primer paso, abriendo los puertos del Caribe al comercio directo con España y el segundo, en 1774, permitiendo el libre comercio entre puertos americanos.
Se mantuvo la prohibición de negociar con puertos no españoles sin permiso real y se siguió negando a las colonias la posibilidad de comerciar entre ellas, productos que pudieran competir con las mercancías procedentes en España previamente importadas de otros países europeos.
Y si bien, en términos generales el comercio aumentó, las colonias se vieron sumidas en una balanza de pagos negativa, por lo que la presión que se ejerció, principalmente desde Buenos Aires, obligó a ceder en su posición hasta ese entonces intransigente de la corona española.
Fin del monopolio comercial (1790)
El 28 de febrero de 1789 el rey CARLOS V dispuso que el Reglamento de Libre Comercio de 1778, se hacía extensivo a los virreinatos de Nueva España y de Nueva Granada (excluídos en aquella oportunidad) y en 1790 suprime la Casa de Contratación de Indias”, de Cádiz, medida que establece el fin definitivo del monopolio en las relaciones comerciales de España con sus colonias en América.
Los “registreros”
Fueron una especie de intermediarios que se instalaron como eslabón entre los productores y comerciantes españoles y las colonias en Hispanoamérica, para la introducción y comercialización de mercaderías en estas tierras. Improductivo por cierto, pero impuesto por las fisuras que ofrecía el sistema de monopolio comercial adoptado por la corona española.
Los “registreros”, entre quienes se contaban las más conspícuas familias de la sociedad porteña (origen en muchos casos de las actuales), eran consignatarios, comisionistas, apoderados, agentes, intermediarios de los comerciantes monopolistas de Cádiz, beneficiados por las concesiones otorgadas al comercio en 1778 (ver Reglamento de Libre Comercio). La mayoría de ellos, eran parientes de los comerciantes españoles, o tenían fuertes vínculos afectivos o comerciales con ellos.
a cuantiosa fortuna que esta actividad les producía (eran quizás los más ricos e influyentes de la colonia), les permitía ejercer un papel protagónico dentro de la sociedad porteña, ocupar los más altos cargos como funcionarios públicos y gozar de una determinante influencia política.
Beneficiarios directos y privilegiados por el monopolio comercial impuesto por España, defendían tenazmente el sistema y en 1809, cuando un grupo de comerciantes, representados por MANUEL BELGRANO (Secretario del Consulado) y JUAN JOSÉ CASTELLI, exigen la libertad de comercio, los «registreros», con MARTÍN DE ÁLZAGA a la cabeza, se oponen terminantemente y finalmente logran desbaratar esos intentos.
La burguesía porteña llegó, de ese modo, a ser muy conocida por su afición al contrabando en todos los centros comerciales de Europa, donde se la designaba con el nombre de «la pandilla del barranco».
Fuentes consultadas. . “Buenos Aires. Desde su fundación hasta nuestros días. Siglos XVIII y XIX”. Manuel Bilbao, Ed. Imprenta Alsina, Buenos Aires 1902; “Crónica Argentina”. Ed. Codex, Buenos Aires, 1979; “El fin del antiguo régimen. El reinado de Carlos IV”. Enrique Giménez López, Madrid, 1996; “Los comerciantes porteños durante el monopolio español”. Historia y Biografías; “Comercio y mercados en América Latina Colonial”. Pedro Pérez Herrero, Ed. Mapfre, Madrid, 1992; “Los Oligarcas”. Juan J. Sebreli, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1971; “Breve Historia de los argentinos”. Félix Luna, Ed. Planeta, Buenos Aires, 1994; “Una historia desconocida sobre los navíos de registro arribados a Buenos Aires en el siglo XVII”. Raúl Molina en Revista Historia, No.16, Ed. Sellares, Buenos Aires, 1959; “Actas y Asientos del extinguido Cabildo y Ayuntamiento de Buenos Aires”. Manuel Ricardo Trelles, Ed. Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1885; “Buenos Aires, historia de cuatro siglos”, José Luis Romero y Luis Alberto Romero, Editorial Abril, Buenos Aires, 1983; “Buenos Aires, cuatro siglos”. Ricardo Luis Molinari, Ed. TEA, Buenos Aires, 1983; “Buenos Aires, desde setenta años atrás”. José Antonio Wilde, Ed. Imprenta y Librería de Mayo, Buenos Aires, 1881; “La Historia en mis documentos”. Graciela Meroni, Ed. Huemul, Buenos Aires, 1969; “Historia Argentina”. José María Rosa, Editorial Oriente S.A., Buenos Aires, 1981