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EL CAMPO ARGENTINO DE POLO (27/10/1928)
El polo es un deporte que ha llevado el nombre de la República Argentina a las más altas cumbres, de la mano de brillantes y habilísimos jinetes, que desde comienzos del siglo XX, apoyados en la excelencia de una caballada única por crianza y adiestramiento, han logrado sobresalir en cuanto certamen se ha realizado en el mundo
Convengamos que en todos los países hay grandes catedrales que se destacan por su arquitectura. Son edificios monumentales que, al margen de la cuestión religiosa, tienen un atractivo especial que atrapa miradas.
Pero en la Ciudad de Buenos Aires hay una “catedral” diferente y los especialistas dicen que es única en el planeta. Está en el barrio de Palermo y fue inaugurada el 27 de octubre de 1928.
No tiene cúpulas, ni imponentes vitrales o pesadas campanas. Se trata de una obra que mide 275 metros de largo por 146 de ancho y la magia está en una gran carpeta de verde césped: es la cancha número 1 del Campo Argentino de Polo, la que universalmente se conoce, como “La Catedral del Polo Mundial”.
El día de la inauguración hubo un partido entre dos combinados: Civiles y Militares. Dicen que se jugaron seis chukkers y la victoria fue para los civiles por 8 a 6. La cancha había sido construida en campos que habían pertenecido a la Sociedad Sportiva Argentina, una institución creada por el barón italiano Antonio De Marchi.
Desde 1926 allí se había hecho un gran movimiento de tierra buscando elevar el terreno y ponerlo a resguardo de los posibles desbordes del cercano arroyo Maldonado.
Una tribuna de material, de espaldas a la avenida Dorrego, albergó a 5.000 personas. La obra había sido realizada por la Asociación Argentina de Polo (la presidía Juan D. Nelson) junto con la Comisión de Fomento del Caballo de Guerra (hoy Dirección de Remonta y Veterinaria). También se encargaron de hacer la cancha número 2, vecina a la principal.
Pero el hecho destacado de ese día lo proporcionó uno de los jugadores que integró el equipo de los Civiles. Se llamaba José Luis Giribone, un hombre que, además de ser un apasionado del polo, también amaba el automovilismo y el boxeo. Lo sorprendente de su caso es que, en un accidente automovilístico, Giribone había perdido su brazo izquierdo.
Sin embargo, con una prótesis y un gran trabajo de recuperación, pudo volver a jugar y ser parte de aquel histórico encuentro. Para entonces, los equipos argentinos de polo ya gozaban de prestigio internacional, con medalla de oro incluida en los Juegos Olímpicos de 1924, algo que se iba a repetir en 1936. Además quedaron en la memoria de muchos distintas giras ganadoras en Inglaterra (difusores mundiales del juego) y Estados Unidos.
El Campo Argentino de Polo es propiedad del Estado Nacional y su utilización y mantenimiento está a cargo de la Asociación Argentina de Polo.
Sus tribunas tienen capacidad para 12.000 personas. Entre su personal se encuentran los “tapapisadas”, gente que se encarga de arreglar el campo de juego entre chukker y chukker o después de los partidos.
El césped que cubre el campo es de la variedad Tifton, creada en Georgia, Estados Unidos. Sus características dicen que es de rápido crecimiento, sus hojas son de mediano grosor y un verde muy intenso, se recuperan rápido aún después de una fuerte lluvia y también en caso de excesivo pisoteo. Afirman que sobre ese piso uno puede hacer cualquier maniobra con el caballo que el animal nunca caerá por un resbalón (ver El Polo en la Argentina).
Más allá de su fama como sede para este deporte tan especial, el lugar guarda otros recuerdos. Es que en ese campo, muchos pioneros de la aviación argentina dieron los primeros pasos para sentar las bases de esa actividad. Hubo distintos hechos con precarios aviones despegando desde allí.
Pero uno marcó la primera ascensión libre de aeronautas locales. Ocurrió el 25 de diciembre de 1907 cuando Aarón de Anchorena y Jorge Newbery, tripulando el globo El Pampero, salieron desde ese lugar para, dos horas después, aterrizar en Conchillas, una localidad vecina a la ciudad uruguaya de Colonia del Sacramento. El globo lo había comprado Anchorena en Francia y dicen que en aquella aventura, con un recorrido de 30 millas, fue fundamental el viento del Sudoeste. Pero esa es otra historia (ver El globo Pampero).
Extraído de una nota de Eduardo Parise.