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EL CABILDO DE BUENOS AIRES (03/03/1608)
El Cabildo era una institución de origen español, sede del gobierno colonial y de la administración de justicia, que se ocupaba además, de la recaudación de impuestos, albergaba la cárcel e inscribía y autorizaba la práctica de su profesión a médicos, maestros y otros con semejantes actividades (ver Las Instituciones Hispanoamericanas).
Era en realidad una institución que reunía en sí misma a nuestros actuales poderes Legislativo y Judicial. Estaba integrado por los «cabildantes», que eran elegidos cada 1º de enero y se encargaban del manejo y la administración de los bienes públicos de la ciudad, controlar su limpieza, el abasto de alimentos y ejercer el poder de policía, entre otras responsabilidades.
De acuerdo con la legislación vigente en el período hispánico, para que una población fuera considerada con la jerarquía de “ciudad”, era necesario que contara con un Cabildo.
Por tal razón, cuando por una ordenanza del rey FELIPE II, cuando sus enviados, establecieran poblaciones en sus dominios del Río de la Plata, siguiendo el modelo de las ciudades españolas, debían asignar en el centro de la traza de éstas, un predio frente a la Plaza Mayor para levantar en él, la casa del Cabildo o Ayuntamiento, y cerca de éste, las viviendas para los habitantes de mayor poder económico.
Así lo hizo JUAN DE GARAY al fundar la ciudad de la Santísima Trinidad y cumpliendo con las “Ordenanzas de Poblaciones” dispuestas por Felipe II, primero designó y juramentó a quienes asumirían como autoridades del Cabildo (dos alcaldes y seis regidores): tal era la importancia de esta institución dedicada al gobierno, la administración y la justicia municipales.
Hizo más tarde, confirmándola por auto del 17 de octubre de 1536, la distribución de las tierras sobre la traza de forma de damero, común a todas las villas españolas de ultramar, que él había señalando Destinó entonces, para la sede del Cabildo, un cuarto de manzana –el lote N° 51- frente a la Plaza Mayor, el que hoy limita la esquina de Bolívar e Hipólito Yrigoyen.
Pero a pesar de lo dispuesto por GARAY, la falta de dinero demoró la construcción de un edificio propio y en los primeros años los acuerdos fueron celebrados en las casas de los mismos ediles, hasta que, recién durante el gobierno de HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA, éste proporcionó una Sala dentro del recinto amurallado del Fuerte, próximo a la Cárcel, que en realidad era sólo un calabozo donde se alojaba a los presos.
Hay constancias que el 3 de marzo de 1608 se tomó la decisión de dotar de edificio al Cabildo de Buenos Aires. Era una simple y precaria construcción de paja y adobe, cuya planta daba lugar a una espaciosa Sala capitular, dependencias para los funcionarios, algunos calabozos y dos o tres piezas para alquilar.
A los pocos años resultó inservible y hasta fue necesario habilitar la Sala capitular como cárcel pública, por ser insuficiente la capacidad de la disponible, razón que obligó a los ediles a trasladarse nuevamente al Fuerte. El precursor comenzaba a sufrir la triste precariedad que caracteriza persistentemente a los bienes públicos.
«Habia un calabozo pero los presos se fugaban, y como todo estaba a medio hacer, la privacidad de las sesiones era más que improbable», opinó Julio César Palacios, que fuera Secretario general de la Comisión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos.
Era imperioso entonces construir un edificio que satisficiera las necesidades de la institución y estuviera acorde con el progreso de la ciudad. Las obras empezaron de inmediato e iban a ser concluidas al cabo de más de dos años.
Este Cabildo (el primero que tuvo la ciudad de Buenos Aires), aún sin terminar, fue habilitado para las deliberaciones de 4 de enero de 1610; no era sino una morada de una sola planta, con techo de madera, caña y paja (las tejas se le agregaron en 1612), quizá con galería al frente y por detrás, oscura y modesta en su interior: los dineros comunales no daban par otra cosa. Y esa otra cosa resultó casi invencible: las refracciones se sucedieron periódicamente, obligando a los capitulares a mudar reiteradamente sus debates a la Fortaleza.
Uno de ellos propuso en 1634 vender una parte del Cabildo, ya que esta derruido y no hay con qué repararlo ni edificarlo”. Tal vez por eso, en 1635 se ordenó la contratación de los materiales para levantar una nueva sede; pero casi treinta años más tarde, en 1662, seguían las obras y hay datos que informan que este segundo Cabildo llevaba arcadas y dos torres, una a cada extremo, que fueron demolidas en 1692, porque peligraba el edificio. No ha sido posible ubicar, y acaso no se logre nunca, una sola estampa de aquellos dos Cabildos.
El edificio del padre Blanqui
En 1711, la corona española autorizo al alcaide PEDRO GILES la construcción de un nuevo edificio para el Cabildo de Buenos Aires, que sería el tercero y es el que con numerosas reformas y reconstrucciones, hoy se encuentra en la Plaza de Mayo.
Sin embargo, habrían de pasar catorce años hasta el comienzo de los trabajos, realizados según el proyecto del jesuita GIOVANNI ANDREA BIANCHI (Andrea Blanqui), arquitecto nacido en Cantón Ticino, quien se inspiró, al parecer, en el Palazzo de Giureconsulti de Milán.
Esta vez, la sede municipal destacaría en la aldeanísima Buenos Aires por su magnificencia: dos plantas (capilla y despachos para la capitulares y el escribano en el piso bajo; sala de sesiones y otras dependencias, en el piso superior; celas y habitaciones para servidumbre, al fondo), balcón corrido en el frente, torre cinco arcos, arriba y abajo, a los costados del cuerpo central.
En los altos se encontraba la sala capitular, lujosamente amueblada, al igual que otras dependencias ocupadas por alcaldes y regidores. Después de complicadas gestiones, en marzo de 1725 se decidió emprender las obras.
Fue derribada la vieja casa, y el 23 de julio se dio comienzo a la construcción de los cimientos de la nueva. Los planos y la dirección fueron confiados a los Hermanos Coadjutores ANDRÉS BLANQUI y JUAN BAUTISTA PRÍMOLI, religiosos de la Compañía de Jesús, a quienes se debe gran parte de los más notables exponentes de nuestra arquitectura civil y religiosa de la colonia.
Mediante una asignación del gobernador BRUNO MAURICIO DE ZABALA, la obra continuó sin mayores dificultades hasta que la ausencia definitiva de los Hermanos BLANQUI y PRÍMOLI hizo necesario encargar la dirección a los maestros albañiles MIGUEL DE ACOSTA y JULIÁN PRECIADO.
Es el jesuita FLORIÁN PAUCKE quien, de paso por Buenos Aires, en 1749 asienta en su bien documentado libro que “la torre del Cabildo era alta y estaba cubierta de latón blanco”.
La inauguración de este Cabildo data de 1740, cuando aún faltaba concluir el piso alto y la torre y terminar otros detalles. La planta alta del Cabildo fue finalizada en 1748.
El balcón de madera y hierro, fue terminado en 1751. El 20 de octubre de 1763 el Cabildo encargó a JUAN SÁNCHEZ DE LA VEGA la compra en España de un reloj y campana para la torre. La torre se instaló en 1765 y dos años después fueron colocados vidrios y postigos en las ventanas y fue sustituida la baranda de madera del balcón por una de hierro más segura. Pasada la primera mitad del siglo XVIII la obra se encontraba prácticamente terminada.
El Cabildo cerraba todo un costado de la Plaza Mayor, y contaba con once tramos de arquerías. En el piso bajo funcionaba el archivo de las escribanías, la capilla y oficinas, además de existir algunas habitaciones destinadas a renta.
Se cree que el reloj que ornamentaba su torre llegó a Buenos Aires recién en 1775, procedente de Londres, y su llegada originó uno de los primeros escandaletes que conmovieron el apacible virreinato: En las cajas en que viajaban los componentes de ese enorme reloj, habría viajado también un sutil contrabando, muy poco publicítado.
A mediados de 1775, se colocó el reloj y la campana, hechos en España y se emplearon diecisiete días en instalarlos, para lo que fue preciso armar un complicado andamio. El reloj era semejante al del Ayuntamiento de Cádiz y la campana que se usaba para convocar a los vecinos en caso de urgencia, medía 1,50 metros de diámetro, pesaba 827 kilos, llevaba grabado el nombre de Nuestra Señora de la Concepción y su costo fue de dos mil setecientos veinticinco pesos.
La Capilla, terminada en 1783, fue dotada con ricos ornamentos y objetos del culto (pertenecientes a los expulsados padres jesuitas) transferidos al Cabildo por la Junta de Temporalidades.
En 1784 se habilitaron otros calabozos, detrás del patio. Por fin, en 1786 se dispuso el ornato de la sala de sesiones, para la que se adquirieron alfombras inglesas, colgaduras de damasco carmesí con flecos y borlas de oro, dosel, cojines, escaño, mesas y una campanilla de plata. Debajo del reloj, en la torre, fue emplazado el escudo de la ciudad y se inscribió la fecha de 1711.
Seguramente nadie imaginaba que ese imponente Cabildo sería el escenario de la Revolución de Mayo, que en 1810 iniciara el proceso de la independencia; aunque, por cierto, era el lugar indicado, pues allí residía la representación popular de aquellos tiempos (1).
El 24 de diciembre de 1821, La Honorable Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires promulgó una Ley por la que se abolían los Cabildos de su jurisdicción.
Desaparecido el Cabildo como Institución, el 31 de diciembre de ese año, celebró su último acuerdo y el edificio que ocupaban pasó a tener distintas funciones, aunque hasta 1880, continuaron funcionando allí la justicia y la cárcel, pasando entonces a ser ocupado por los Tribunales Nacionales, sufriendo a partir de entonces numerosas transformaciones y ampliaciones.
Su fachada fue remodelada de acuerdo con las línes italianas en la segunda mitad del siglo XIX. Y su aspecto actual es el resultado de los trabajos de restauración realizados en 1942 por el arquitecto MARIO BUSCHIAZZO. En él, funciona el «Museo del Cabildo y de la Revolución de Mayo».
Luego de la Revolución de Mayo, el Cabildo había ganado ya mucho poder y por eso, en 1821, BERNARDINO RIVADAVIA lo disolvió y el edificio que ocupaba,, quedo como sede de de la administración de Justicia, hasta que comenzado el siglo XX, ese poder se mudó al actual palacio de Tribunales y ese edificio, quedó bajo custodia del gobierno municipal, en 1933 fue declarado «Monumento Histórico Nacional» y en 1940, comenzó a funcionar como Museo. .
Las primeras transformaciones
Hacia 1832, la sede de los Tribunales sufre algunas modificaciones. En lugar de abarcar toda la fachada, el balcón del primer piso queda limitado al cuerpo central y a un arco de la izquierda y otro de la derecha; el tejado, que volaba fuera del muro externo, acaba detrás de un pretil; y el cupulín de la torre, antaño de forma semiesférica, es ahora cónico.
En la planta baja seguían funcionando las celdas de la Cárcel Pública: era ordinario ver a los presos conversar con los transeúntes desde atrás de las ventanas. En virtud de su nuevo destino, en el frontispicio del edificio del Cabildo se inscribió en letras doradas la leyenda: “Casa de Justicia” y según es memoria, un rayo borró cierta vez la sílaba “Jus”.
El tráfago de abogados y escribanos, y el desfile de detenidos y presos, llevaron a los vecinos a bautizar a los soportales del antiguo Cabildo como “el callejón de Ibáñez”, nombre de un tramo del camino a San Isidro, famoso por los asaltos que en él se cometían, y no sólo de noche.
Con el correr de los años, la Plaza de la Victoria, que se extendía desde Bolívar hasta Defensa, fue mejorando en su aspecto, gracias a la instalación de canteros y el emplazamiento de dos fuentes, delante y detrás de la Pirámide de Mayo, remodelada por PRILIDIANO PUEYERREDÓN y el edificio del Cabildo no permaneció ajeno a los arreglos del entorno.
Hubo que hacer más altas las ventanas de su torre para ubicar el nuevo reloj adquirido en Thwaites & Reed, de Londres e inaugurado el 17 de setiembre de 1861 (el viejo reloj fue donado a la Iglesia de Balvanera, entonces en construcción, aunque luego se perdió el rastro), se pusieron azulejos en la cúpula y en su parte superior una bola de metal dorado con un pararrayos y una veleta. Sus puertas y ventanas, originalmente de color marrón, fueron pulidas y pintadas de verde, como se ven hoy.
Los grandes cambios de Benoit
La Gran Aldea va tocando a su fin. Buenos Aires ve multiplicarse las líneas de tranvía y los servicios de agua potable y de gas. Se expanden los ferrocarriles y el telégrafo, y, hacia 1878, dos porteños ensayan las primeras comunicaciones telefónicas. El fervor del progreso anima a todo el mundo.
La Legislatura de Buenos Aires (la ciudad homónima no es todavía la capital de la provincia y es apenas la residencia” de las autoridades nacionales), el 24 de octubre de 1879 dispone una inversión de dos millones de pesos para modernizar el edificio del Cabildo, sede del Superior Tribunal de Buenos Aires y de otros juzgados.
El Departamento de Ingenieros encarga los planos a PEDRO BENOIT, futuro constructor de la Catedral de La Plata. Las obras comienzan en 1880 e importan alteraciones sustanciales del antiguo edificio. Se agrega un cuerpo a la torre y la cuna de nuestra libertad, ya no conocerla la calma (estuvo a punto de venirse abajo cuando el arquitecto BENOIT le agregó otro cuerpo de torres).
Se desfigura el estilo colonial de la fachada con balustrales, columnas, esculturas y frisos de sabor italiano; por lo demás, es azulejada la cúpula y obviamente, los arreglos de BENOIT alcanzan también al interior del Cabildo, sustituyendo las salas encaladas por despachos de profusa decoración.
La culpa de la avenida de Mayo
En 1884, la altísima torre del Cabildo desentonaba en el marco Oeste de la recién creada Plaza de Mayo, que unió a las llamadas “25 de Mayo” y “Victoria”.
Pero las transformaciones ideada por BENOIT no habrían de durar mucho. Menos por instancias de TORCUATO DE ALVEAR, que autorizó la apertura de una avenida de treinta metros de ancho, por la mitad de las manzanas comprendidas entre Rivadavia e Hipólito Yrigoyen, y desde Bolívar hasta Entre Ríos.
En 1889, el activo intendente TORCUATO DE ALVEAR, al disponer la apertura de la avenida de Mayo, cercenó los tres arcos que daban al lado Norte y el afán reformista del Intendente no se detuvo allí. Como la torre no guardaba simetría con el resto del cuerpo y amenazaba con derrumbarse, la eliminó también, introduciendo en cambio algunas reformas que convirtieron la casona colonial, en un palacio renacentista francés, en su versión menos elogiable».
La “caja de zapatos” de 1889
Para algunos, el Cabildo trochado fue una caja de zapatos por su forma. Vacío de Tribunales y calabozos, pasó al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública.
A partir de 1891, en el espacio remanente del antiguo edificio lindero, donde había estado la Jefatura de Policía y la intendencia, empezó la construcción del Palacio Municipal, que más tarde habría de extenderse hasta Rivadavia y una vez demolidos los “Altos de Riglos” y los de “Urioste”, la alta cúpula sobre Rivadavia debió ser reducida por motivos de seguridad.
A partir de 1891, en el espacio remanente del antiguo edificio lindero, donde había estado la Jefatura de Policía y la intendencia, empezó la construcción del Palacio Municipal, que más tarde habría de extenderse hasta Rivadavia,.
Segunda y última mutilación
Fue el 30 de octubre de 1914 cuando el Concejo Deliberante impuso los nombres de Presidente Roque Sáenz Peña y Presidente Julio A. Roca a las avenidas que serían abiertas, en forma diagonal, desde Rivadavia y San Martín hacia el Norte, y desde Hipólito Yrigoyen y Bolívar hacia el Sur.
Un sector del Cabildo resultaba así condenado: debía perder tres arcos de su extremo norte. Consultado el arquitecto JUAN A. BUSCHIAZZO informó a la Municipalidad que no era sensato eliminar esos arcos sin antes hacerlo con la torre, hasta el nivel de la azotea, pues de lo contrario aquella se desmoronaría.
Empezadas las obras de la avenida de Mayo a mediados de 1888, el 15 de abril de 1889 se concluyó con la demolición de la torre y los tres arcos. Así comenzó a empequeñecerse el ya desvirtuado edificio donde había nacido la Argentina.
En 1910, habilitada la Plaza del Congreso, la avenida de Mayo permitió una buscada comunicación vial y visual entre las sedes del Poder Ejecutivo y del Legislativo.
En 1912 la Pirámide de Mayo fue trasladada al centro del paseo, libre ya de las cuatro estatuas que exornaban las esquinas de su base (y que hoy se encuentran en la plazoleta de San Francisco, en Defensa y Alsina).
En 1914 se observan otras novedades en el espléndido paisaje urbano que se mostraba desde el marco Este de la Plaza de Mayo. En los extremos del marco Oeste se insinúan ya las diagonales: una de ellas vinculada de nuevo con el Cabildo y el 30 de octubre de 1914 se produce la segunda y última mutilación, cuando el Concejo Deliberante impuso los nombres de Presidente Roque Sáenz Peña y Presidente Julio A. Roca a las avenidas que serían abiertas, en forma diagonal, desde Rivadavia y San Martín hacia el Norte, y desde Hipólito Yrigoyen y Bolívar hacia el Sur.
Las obras duraron diecisiete años y ambas vías quedaron habilitadas, por fin, en 1931. En el caso de la Diagonal Sur merece recordarse que allí se alza la sede del Concejo Deliberante, cuerpo legislativo de la Municipalidad.
El imponente edificio, diseñado por el arquitecto HÉCTOR AYERZA, fue construido a partir del invierno de 1927, e inaugurado el 3 de octubre de 1931, aunque su utilización data de comienzos de 1932, al reiniciarse la vida constitucional de la ciudad y del país.
Y bien sea por causa de la avenida Presidente Julio A. Roca, la Municipalidad ordenó en agosto de 1931 la demolición de los tres arcos de la derecha del ex Cabildo, para que éste siguiera la línea de la Diagonal Sur. Al corte neto realizado en 1889 por la avenida de Mayo, sucedió cuatro décadas más tarde el verdadero remiendo que significó absurda ochava creada sobre Hipólito Yrigoyen.
El retorno a las fuentes
Suena irónico que se haya declarado monumento histórico al Cabildo (por Ley 11688, del 31 de mayo de 1933), cuando apenas terminaba de sufrir una nueva mutilación, sin duda innecesaria, ya que en nada obstaculizaba el tendido de la Diagonal Sur.
Pero quizás ese homenaje fuera un reconocimiento del antiguo y dañado edificio del padre BLANQUI. Lo cierto es que, para entonces, tenía allí su sede la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, a cuyos miembros se debe la iniciativa de restaurar el Cabildo, restableciendo, dentro de las limitaciones ya insuperables, su fisionomía original.
En 1939 se encargara del plan el arquitecto MARIO J. BUSCHIAZZO, y en una primera etapa es inaugurada la Sala Capitular, quedando abierto el sector trasero, sobre Hipólito Yrigoyen y la avenida de Mayo, mientras se conservan algunas dependencias situadas al fondo de la construcción, hacia la calle Perú. En cuanto a la torre, para compensar la ausencia de los tres arcos faltantes en las dos alas, fue reducida en su tamaño.
El nuevo-viejo Cabildo de 1940
Para la restauración del Cabildo se le devolvió la campana llegada de Cádiz, que, al ser demolida la torre en 1889, pasara a la iglesia de San Ignacio.
En cuanto al reloj, se imitó el que fuera colocado en 1766 y más tarde cedido a la iglesia de Balvanera, cuya suerte, permanece en el misterio. Los trabajos progresaron con celeridad, y restituido ya a sus proporciones por la apertura de la diagonal Julio Argentino Roca (en 1930), recobró la hispanidad de su arquitectura: volaron las columnatas de material que hablan reemplazado a las verjas del balcón y las exageraciones de yeso y mampostería, estucados y floripones, fueron también enérgicamente erradicados.
Finalmente, el Cabildo –el nuevo-viejo Cabildo- fue habilitado, en una solemne ceremonia, el 12 de octubre de 1940, pero en 1960 volvería a sufrir la afrenta de la albañilería destructora, cuando se clausuró la plazoleta de los fondos destinada a las librerías de lance.
Vale la pena transcribir lo que un periodista narra, hacia 1931, luego de visitar el Cabildo, acerca de la otrora Sala Capitular, entonces dedicada a despacho administrativo de inspecciones escolares:
”…. Lo que pudiera suponerse, como ornamentación mural, un cúmulo de ofrendas, en bronce, en laurel y en colores de la Patria, yuxtapuestas años tras años por peregrinaciones de amor y civismo concentradas de todos los ámbitos de la República – y añade- , “está constituida por una galería foto-óleo carbón-grafica de todos los ministros de Instituciones Pública que en nuestro mundo han sido. Todo un bazar de estampas con promiscuidad de valores, matices y calidades”.
Con motivo del sesquicentenario de los fastos de 1810, el Cabildo, transformado desde 1940 en museo propio y de la Revolución de Mayo, experimentó una ampliación interna encaminada a restablecer, al menos en el estilo arquitectónico ya que no en el uso, sus primitivas capacidades.
Así se le adoso un muro sobre la Avenida de Mayo (inexistente en la concepción original, ya que por ese lado lindaba con otro edificio), se cerró la parte abierta que daba sobre Hipólito Yrigoyen, y se le agregó un patio, extendiendo las dependencias que a él asoman. A causa de ello, los libreros que tenían sus quioscos instalados a espaldas del Cabildo, entre Hipólito Yrigoyen y la avenida mudaron sus tiendas a la Plaza Lavalle. Al mismo tiempo, se dispuso que presten guardia de honor en el Cabildo, soldados del Regimiento de Patricios con uniforme.
El Cabildo, un templo de la Soberanía
El 25 de mayo de 1810, los vecinos de Buenos Aires se manifestaron, bajo la lluvia, frente al Cabildo, para apoyar el cumplimiento de las decisiones tomadas por el congreso del 22, en el sentido de instalar una Junta se Gobierno para reemplazar la autoridad del depuesto virrey Cisneros.
Desde entonces este histórico lugar ha servido para rendir tributo a un edificio que es algo más que un edificio, a pesar de las tergiversaciones sufridas a lo largo del tiempo: es un templo de la soberanía, un altar de la democracia, una señal imperecedera de la historia argentina, esa hazaña de la libertad.
El 21 de abril de 1815, mediante una ceremonia que estuvo presidida por el almirante GUILLERMO BROWN, fue izada por primera vez en su torre, la Bandera creada por MANUEL BELGRANO y en las fiestas públicas el largo balcón era revestido con ricos paños y desde él los cabildantes presidían los actos y ceremonias oficiales.
Por la noche, las galerías lucían iluminadas con numerosos candiles y faroles de aceite. Para el año de la Revolución, el viejo edificio mostraba el aspecto que presenta en la actualidad, pero sin las modificaciones que posteriormente le fueron practicadas.
La Honorable Junta de Representantes de la provincia de Buenos Aires, con fecha 24 de diciembre de 1821, promulgó una ley por la que abolía los Cabildos de su jurisdicción y el 31 de diciembre de ese año, el de Buenos Aires celebró su último acuerdo y la ya histórica casa pasó a ser sede del Tribunal de Justicia y hasta albergó la cárcel pública (ver “Los Cabildos en el Río de la Plata” en Crónicas).
(1) Hay referencias que aseguran que los asistentes al «Cabildo Abierto del 22 de Mayo» tuvieron que reunirse en la recova, ya que por las dimensiones de la Sala Capitular del Cabildo, no habría podido albergar a los 250 vecinos que participaron en esta trascendente jornada .
El Cabildo y su historia
Entre los edificios públicos civiles, el que tuvo mayor envergadura fue el Cabildo. En sus inicios fue un simple rancho con dos cuartos, uno para el Cabildo y otro para la cárcel. A medida que la ciudad se fue transformando en gran aldea se construyó un edificio de altos con torre y balconada.
Sencillo en su factura y diseño, pero imponente como construcción representativa de los vecinos de la ciudad. En él se centralizaba la administración, la expresión del gobierno del pueblo, un pueblo que estaba formado por vecinos con propiedad y arraigo y si eran peninsulares mejor, frente a un poder cada vez más centralista.
Aunque la institución del Cabildo fue acotada por el régimen de Intendencias, aún tuvo fuerza suficiente para ser protagonista principal en la organización de la reconquista de Buenos Aires y la deposición del Virrey Sobremonte en 1806. Más tarde, con muchas dudas entre lealtades y necesidades, se vio desbordado por los patriotas de mayo y fue perdiendo su rol y funcionalidad hasta que en 1821, se completó su disolución con las reformas impulsadas por MARTÍN RODRÍGUEZ e instigadas por BERNARDINO RIVADAVIA.
El edificio continuó funcionando como cárcel y para otras actividades de la Justicia. Un día se lo maquilló de Renacimiento italiano, otro le cortaron un ala y otro le bajaron la torre. Así fue perdiendo su fisonomía, hasta que la revalorización de la memoria colonial lo rescató en un modelo parecido a lo que fue y necesario para lo que era.
Esta es la sucinta historia de un edificio macizo y fuerte, también lastimado, que sobrevivió a su época, en el que se pueden leer muchos de los valores de la memoria de la administración ciudadana (“Las cosas de la ciudad ”, Carlos Moreno, Ed. Iconos, Buenos Aires, 1997).
Hay algún dato del color de la pintura del cabildo
Yolanda: A pesar que la mayoría de las informaciones afirman que las paredes del Cabildo de Buenos Aires estaban pintadas de color amarillo, no conozco certificaciones debidamente confirmadas de ello.