Autor: Horacio 10/12/2015 0 Comentarios

En 1839, ante la mirada sorprendida de los «porteños», rueda por primera vez una pelota con la que los ingleses juegan al «football», ese incomprensible juego que tanto los apasiona.

La noticia es vaga, incierta, en parte porque nadie sabe muy bien de qué se trata, pero lo cierto es que el espectáculo atrae la curiosidad de los porteños de la «gran aldea».

Marineros y tripulantes de los barcos ingleses «matan el tiempo y la nostalgia» dando puntapiés a una esfera de cuero. Resoplan, transpiran, corren, amagan dejarla sólo el tiempo suficiente para desconcertar al adversario y llevársela más velozmente que antes, para encarar a un pobre solitario, que en vano trata de detener el furibundo disparo con el que termina la endiablada carrera.

Paseantes y mirones ríen descontrolada mente. Pero vuelven a la ciudad masticando el desconcierto. No es la primera ra­reza que desembarcan los británicos: desde los tiempos de las invasiones, en algunos baldíos de Buenos Aires se juega al cricket, otra pirueta increíble (ver El fútbol en la Argentina. Sus orígenes).

De todos modos, eso de «dar puntapiés a una esfera de cuero», escapa a todo razonamiento, aunque intelectuales y exégetas ven un cierto parecido con un juego practicado en la ciudad de Florencia a fines del Renacimiento. ¡Cosa e’gringos!», carcajean frenéticos los jinetes mazorqueros mientras empapan su virilidad y sus cabalgaduras en las cabriolas del «Pato» (ver El Pato, un jugo para hombres).