COMBATE DE SAN LORENZO I (03/02/1813)

Primera batalla librada por los Granaderos a Caballo del general JOSÉ DE SAN MARTÍN que vencen a los realistas comandados por JUAN ANTONIO ZABALA. Relatos de testigos, entre ellos el de JOHN PARISH ROBERTSON, además del parte oficial del combate de San Lorenzo firmado por José de San Martín, han permitido reconstruir este importante hecho de armas que limpió de enemigos las costas del Paraná.

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A mediados de enero de 1813, continuando con las acciones de hostigamiento que realizaban para doblegar al Gobierno de Buenos Aires, las fuerzas realistas instaladas en la Banda Oriental, una expedición naval, compuesta por tres buques de guerra de la escuadrilla realista apostada en Montevideo y 11 embarcaciones tripuladas por algo más de 300 hombres, penetró por las bocas del río Paraná-Guazú e inició su marcha hacia el sur en dirección a la ciudad de Rosario.

En los últimos días de enero, el gobierno de Buenos Aires, tuvo noticias de que los marinos de Montevideo, cuyos saqueos sistemáticos sembraban el terror entre las poblaciones del litoral, se aprestaban a dar un nuevo golpe, esta vez en las proximidades del Convento de San Lorenzo.

Apresuradamente se dispuso la partida del coronel San Martín al frente de 150 granaderos, tropa que desde hace meses se entrenaba en el Retiro de acuerdo a las más modernas técnicas militares de esa época, para que patrullara y vigilara la probable zona de desembarco de esa partida. Informado de esa acción que planeaban los realistas, el Comandante militar de Rosario, CELEDONIO ESCALADA, reunió las milicias del lugar para oponerse al desembarco realista que se presumía. Toda su fuerza la componían 22 hombres armados con fusiles, 30 de caballería con chuzas, sables y pistolas y un cañoncito de montaña manejado por media docena de artilleros que protegía el resto de su gente armada de cuchillos.

El 30 de enero los buques españoles amanecieron frente a San Lorenzo, 26 kilómetros al norte de Rosario. Un destacamento como de 100 hombres de infantería desembarcó, pero sólo encontraron a los pacíficos frailes de San Francisco, habitantes del convento, que les permitieron tomar algunas gallinas y melones, únicos víveres que pudieron proporcionarles, pues todos los ganados habían sido retirados de la costa con anticipación. A las 0730 del 30 de enero fueron atacados por Celedonio Escalada, quien los obligó a reembarcarse. La noche del 31 de enero se fugó de la escuadrilla un paraguayo que tenían preso en ella.

Apoyándose en unos palos flotantes llegó a la playa, donde los patriotas lo recibieron. Por él se supo que toda la fuerza de la expedición no pasaba de 350 hombres. Que a la sazón se ocupaban de montar dos pequeños cañones para desembarcar al día siguiente con mayor fuerza a efectos de registrar el monasterio, donde se suponían ocultos los caudales de la localidad y que su intención era remontar en seguida el río a fin de pasar de noche las baterías de Punta Gorda, si es que no podían destruirlas, interrumpiendo así el comercio procedente del Paraguay.

Inmediatamente, Escalada informó de esto al coronel SAN MARTÍN, quien se hallaba a dos jornadas de distancia, patrullando las costas del Paraná con dos Escuadrones de sus Granaderos a Caballo. En la mañana del 2 de febrero el viento volvió a soplar desde el norte, impidiendo al enemigo continuar su derrotero.

Ese día pasó sin que se verificase el desembarco. Mientras tanto, el coronel San Martín, al mando de sus dos escuadrones de Granaderos a Caballo, marchando al galope en la noche, para no alertar al enemigo, se dirigía hacia ese lugar a marcha forzada, tratando de llegar en auxilio de Escalada. En la noche del mismo día 2 de febrero, llegados a las proximidades de la Posta de San Lorenzo, ubicada a 5 kilómetros del Convento, los soldados encontraron en el patio de la misma, un coche propiedad de un comerciante extranjero. Creyendo que se trataba de un realista avisaron a su jefe, que se acercó al vehículo y reconoció a su amigo, John Parish Robertson, con quien había compartido muchas veladas en casa de sus suegros, los Escalada.

Superada la confusión, San Martín le explicó la situación y Robertson se ofreció a oficiar de testigo de los sucesos que iba a compartir. Luego San Martín se puso a la cabeza de su tropa y poco después de la medianoche llegaba al monasterio, penetrando en él cautelosamente por el portón del campo, abierto a espaldas del edificio. Todas las celdas estaban desiertas y ningún rumor se oía en los claustros. Cerrado el portón, los escuadrones echaron pie a tierra en el gran patio del convento, prohibiéndose encender fuego o hablar en voz alta. Visto desde la barranca, el sitio parecía desierto y abandonado, pero dentro de los muros se realizaban los últimos preparativos para el combate que se avecinaba.

El plan de San Martín era ubicar a dos grupos de 60 hombres cada uno en el patio y atacar sorpresivamente al enemigo, apenas éste desembarcara. San Martín, provisto de su anteojo de noche y acompañado por 2 ó 3 oficiales y por míster Robertson, subió a la torre de la iglesia y se cercioró que los catorce buques de la escuadrilla montevideana aún estaba allí por las señales que hacía por medio de fanales y enseguida reconoció personalmente el terreno.

Luego dispuso que los Granaderos saliesen al patio y se emboscaran, formados con el caballo del diestro, detrás de los claustros y tapias posteriores del convento, haciendo ocupar a Escalada y sus voluntarios, posiciones en el interior del edificio, para que protegiera el avance que tenía planeado.

Al rayar la aurora del 3 de febrero de 1813, el General SAN MARTÍN subió a su campanario. A las 0500 comenzó a iluminarse el horizonte y pocos momentos más tarde, a las 0530, las primeras lanchas cargadas con los soldados realistas, iniciaban un nuevo desembarco, luego de haber sido rechazadas por el capitán CELEDONIO ESCALADA el día anterior y dos pequeñas columnas de infantería en formación, ascendían por el camino principal que conduce de la costa al Convento.

Trescientos veinte efectivos de la flota realista, entonces, llegados en botes a la costa, divididos en dos columnas de infantería en formación de combate y con dos piezas de artillería marchando a su retaguardia, empezaron a subir la abrupta barranca del río, con banderas desplegadas y a los acordes de una marcha militar. Ignoraban la suerte que los aguardaba.

El Coronel San Martín bajó precipitadamente del campanario, encontrando al pie de la escalera a míster Robertson, a quien le dijo: «Ahora, en dos minutos más, estaremos sobre ellos espada en mano». A pocos pasos de ahí, su asistente Gatica tenía de la brida su caballo bayo, de cola cortada al corvejón. El Coronel montó en él apoyando apenas el pie en el estribo y corrió a ponerse al frente de sus Granaderos.

Tomó en persona el mando del segundo escuadrón y dio el del primero al Capitán JUSTO BERMÚDEZ. Dispuso que él llevaría el ataque por la izquierda y el Capitán Bermúdez lo haría por la derecha, con la orden de flanquear y cortar la retirada del invasor, agregando: «En el centro de las columnas enemigas nos encontraremos, y allí daré a usted mis órdenes».

Arengó a continuación con breves y enérgicas palabras a los soldados a quienes por primera vez iba a conducir al combate, recomendándoles que no olvidasen sus instrucciones, y sobre todo, que no disparasen ningún tiro, fiándose solamente en su lanza y en sus largos sables y ordenó el ataque.

Los realistas ya habían avanzado unos 200 metros y en ese momento resonó por primera vez el clarín de guerra de los Granaderos a Caballo. Instantáneamente salieron por derecha e izquierda de las alas del monasterio los dos escuadrones, sable en mano y en aire de carga, tocando a degüello. La sorpresa fue terrible. Los granaderos magníficamente entrenados, se precipitaron sobre los realistas y San Martín fue el primero que chocó con el enemigo.

Roto el frente del ala izquierda por el ímpetu de San Martín y su escuadrón, casi al mismo tiempo que la columna de la derecha era diezmada por el ataque del Capitán Bermúdez. Las cabezas de las dos columnas españolas, desorganizadas por esta primera carga, que fue casi simultánea contra las dos, ante la orden del Jefe español, se replegaron sobre las mitades de retaguardia y rompieron un nutrido fuego contra los agresores, recibiendo a varios de los Granaderos en la punta de sus bayonetas y así ganó la barranca del Paraná, posición mucho más ventajosa para la defensa si San Martín lanzaba otro ataque, pero apenas tomada esta providencia vio a los Granaderos cargar por segunda vez con mayor ímpetu que la primera.

En la imposibilidad de levantarse del suelo y de hacer uso de sus armas, hubiera muerto en aquella situación; pero otro de sus granaderos, echando resueltamente pie a tierra y arrojándose sable en mano en medio de la refriega, desembarazó a su jefe del caballo muerto que lo apretaba, en momento en que el enemigo, reanimado por Zabala, a los gritos de “¡Viva el Rey!”, se disponían a reaccionar.

En esta carga el coronel San Martín al frente de su escuadrón se encontró con la columna que mandaba en persona el Comandante Zabala y al llegar a la primera línea de defensa de los realistas, recibió una descarga de fusilería hecha a quemarropa y el impacto de un “tarro de metralla”, que matando a su caballo, lo derribó en tierra aprisionándole una pierna en la caída.

Aún atrapado así, bajo su cabalgadura, no perdió la serenidad y le gritó a su ayudante Manuel Escalada: ¡Reúna usted la columna y vayan a morir!, mientras a su alrededor , efectivos de ambos bandos se trabaron en un feroz combate cuerpo a cuerpo con armas blancas. En ese entrevero, San Martín, todavía caído y sin poder zafarse del caballo que lo aprisionaba, recibió un sablazo que le produjo una pequeña herida en el rostro, pero cuando el soldado que lo hiriera, se abalanzó sobre él para ultimarlo, se interpuso entre ambos el Granadero JUAN BAUTISTA BAIGORRIA que fue herido por el sablazo que iba dirigido a su Jefe.

Los esfuerzos de San Martín, no lograban liberarlo del peso de su caballo y la violencia del combate que se libraba a su alrededor hacía peligrar su vida, hasta que el granadero JUAN BAUTISTA CABRA, echando resueltamente pie en tierra y arrojándose sable en mano en medio de la refriega, con serenidad, liberó a su jefe del peso del caballo muerto, recibiendo dos heridas mortales al momento de lograrlo.

Dos horas después moría este valiente soldado exclamando «¡Muero contento! ¡Hemos batido al enemigo!». Casi al mismo tiempo, el alférez HIPÓLITO BOUCHARD, arrancaba la bandera española de manos del que la llevaba y el Capitán Bermúdez, habiendo asumido el mando, por la imposibilidad en que se hallaba San Martín, terminaba con la resistencia de los realistas y los hacía retroceder. Los españoles abandonaron en el campo su artillería, sus muertos y heridos y se replegaron haciendo resistencia sobre el borde de la barranca, donde intentaron formar cuadro.

En esas circunstancias, la escuadrilla española abrió el fuego para proteger la retirada de su tropa, hiriendo una de las balas al capitán Bermúdez, mientras el teniente MANUEL DÍAZ VÉLEZ, que acompañaba al capitán Bermúdez, arrebatado por su entusiasmo y el ímpetu de la carga, se despeñó de la barranca, recibiendo en su caída un balazo en la frente y dos bayonetazos en el pecho. Luego, San Martín, a la sombra de un pino añoso, que aún se conserva en el huerto de San Lorenzo, firmó el parte de la victoria, cubierto por su propia sangre y el polvo y sudor del combate.

Los moribundos recibieron sobre el mismo campo de batalla la bendición del párroco del Rosario, JULIÁN NAVARRO, que durante el combate los había alentado fervorosamente. Uno de los presos canjeados con el enemigo, fue un lanchero paraguayo, llamado JOSÉ FÉLIX BOGADO, que en ese día se alistó voluntariamente en el Regimiento y es el mismo que trece años más tarde, con el grado de coronel, regresaría a Buenos Aires, recargado por el peso de la gloria, al frente de los siete últimos Granaderos fundadores del cuerpo que sobrevivieron a las guerras de la revolución desde San Lorenzo hasta Ayacucho. El 14 de febrero moría allí el valiente capitán Justo Bermúdez, a consecuencia de las heridas recibidas.

El parte de San Martín, despachado luego de esta acción, informó que en tres minutos se resolvió el combate, que los realistas sufrieron numerosas bajas, dejando abandonados numerosos heridos y prisioneros y que 6 de sus granaderos resultaron muertos y 20 heridos y finaliza señalando que el combate ha probado el valor de sus soldados v asegurado la tranquilidad de los ribereños del Paraná.

El combate de San Lorenzo constituye la etapa inicial de la epopeya sanmartiniana y el bautismo de gloria del histórico Regimiento de Granaderos a Caballo donde demostró su capacidad y sobre todo el espíritu de disciplina que su jefe había sabido infundirle. Alguien ha dicho que «será un ejemplo de heroísmo supremo, de lealtad hasta el sacrificio de la propia vida en aras de la Patria naciente». El jefe de la expedición española en su parte oficial asentó:

«Por derecha e izquierda del monasterio salieron dos gruesos trozos de caballería formados en columna y bien uniformados que a todo galope, sable en mano, cargaban despreciando el fuego de nuestros cañones que hicieron estragos en ellos. Cubrían sus claros con la mayor rapidez, atacando a nuestra gente con tal denuedo que no nos dieron lugar a formar cuadro» (ver Batallas y combates. Guerra de la Independencia argentina).

1 Comentario

  1. Anónimo

    Juan Bautista Cabral, era correntino de SALADAS, hoy, Pcia de Corrientes y casi no hablaba castellano. Al momento de morir salvando al Coronel San Martín, con su último aliento, le pide a su Jefe,
    San Martín ( en guaraní ): (» CUIDE A MI MAMA «), así, sin acento.
    Post Mortem, es ascendido al grado de SARGENTO, Juan Bautista Cabral.

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