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BATALLA DE SIERRA CHICA (29/05/1855)
La batalla de Sierra Chica fue uno de los peores desastres sufridos por la tropas de Buenos Aires en su lucha con las tribus araucanizadas que asolaban la frontera de la provincia, llevado el dolor y la muerte a numerosos poblados y establecimientos (ver Las Campañas al desierto).
En mayo de 1855 cuando el Gobernador de Buenos Aires, PASTOR OBLIGADO comprendió que la acción llevada a cabo por los aborígenes, aliados circunstanciales de la Confederación Argentina de Urquiza, ponía en peligro, no solo la seguridad de sus fronteras sino que también atentaba contra su consolidación como Estado independiente, decidió poner sus máximos esfuerzos en la defensa de sus fronteras,acosadas y devastadas por tribus de aborígenes “araucanizados” A estos efectos dispuso instalar en Azul el cuartel general de operaciones y efectivos de las tres armas (infantería, caballería y artillería) para, desde allí, lanzar una ofensiva contra estos aborígenes.
Advertido de tal medida, el cacique CATRIEL marchó con sus guerreros y acampó a orillas del arroyo Tapalqué, en Sierra Chica (a sólo una jornada de marcha de Azul), a la espera de la llegada de la gente de los caciques CACHUL y CALFUCURÁ, para celebrar un “parlamento” donde se coordinarían las operaciones que habían decidido llevar a cabo para desarticular esta maniobra de “los blancos”.
Ante esta actitud amenazante, PASTOR OBLIGADO le encomendó a su Ministro de Guerra, el Coronel BARTOLOMÉ MITRE, tomar las medidas necesarias para hacer abortar cualquier movimiento hostil y atacar y destruír en sus mismas tolderías, a estas tribus alzadas contra la autoridad.
MITRE llegó a Azul y desde allí, el 27 de mayo partió al frente de una fuerza de 700 hombres, integrada por tropas de infantería, caballería, artillería y algunos aborígenes aliados. Resuelto a ganar la retaguardia al enemigo y atacarlo por sorpresa para impedirle que pueda huir hacia el desierto, dividió sus fuerzas en dos columnas (la otra partió desde 25 de Mayo al mando del Coronel LAUREANO DÍAZ, con 400 hombres), que debían operar en forma simultánea para segurar la victoria.
La columna al mando del Coronel DÍAZ debía marchar hacia el oeste y atacar a CACHUL por su retaguardia, bloqueando al mismo tiempo el avance de las fuerzas que traían CATRIEL y CALCFUCURÁ, mientras él, con el resto de sus efectivos marchaba hacia las tolderías instaladas en Olavarría, donde, luego de destruír y anular toda resistencia, esperaría la llegada de la columna del Oeste, luego de cumplida su misión.
El Coronel MITRE, luego de tres días de penosa marcha, habiendo debido permanecer oculto, sin encender fuegos y sin poder alimentarse bien por ello, para eludir la vigilancia de los aborígenes, cruzó de noche las sierras y descendió por las orillas del río Tapalqué, con la intención de caer sobre la toldería, al amanecer. Al alba del 29 de mayo, creyendo divisar ya las tolderías, la vanguardia se lanzó al ataque, pero no eran toldos lo que atacaban: Eran grandes piedras que diseminadas ordenadamente por la naturaleza en ese terreno (imagen), habían confundido a los baqueanos, permitiendo que ese ataque prematurto, alertara a los indígenas que rápidamente, se alistaron para la defensa.
Habiéndose perdido la ventaja de un ataque por sorpresa, y sin esperar la llegada del grueso de la columna que había quedado atrás, se continuó el avance y pronto tomaron contacto con el enemigo. Los primeros encuentros entre los sorprendidos aborígenes y los burlados soldados de MITRE, fueron favorables a éste y su tropa, llevada por la furia y el odio que la pérdida de familiares y dolores inmensos habían hecho anidar en sus corazones, los brutales ataques que llevaban los indígenas contra los poblados, rápidamente hicieron una cruel matanza y se dieron al saqueo
El 29 de mayo, rota su defensa ante este segundo ataque, los aborígenes, rápidamente se repusieron y contraatacaron con tal fiereza que destrozaron a las fuerzas de MITRE, que sin ánimos ya para lanzar un nuevo ataque, se vieron obligados a formar cuadro, con la decisión de resistir hasta que las tropas enviadas por el Oeste, llegaran en su auxilio, mientras los aborígenes, desde muy cerca y envalentonados por su victoria, continuaban hostigándolos y haciéndolos víctimas de sus bolazos y flechas.
El 31 de mayo de 1855, la situación se había estabilizado y continuaban cercados por los aborígenes, manteniendo repetidas escaramuzas, para desalentar un ataque final a sus posiciones, cuando, siendo la una de la tarde, los sones de un clarín anunciando la llegada de las tropas que venían al mando de RIVAS y ARREDONDO, hizo que rápidamente los aborígenes se retiraran, llevándose un arreo de cerca de 50.000 cabezas de ganado, sin que nadie saliera a impedírselo.
Fue entonces que los hermanos MITRE, y la poca tropa que le quedaba, lastimado su orgullo profesional por la dolorosa y contundente derrota sufrida, pudieron retornar a Azul, de noche y a pie, perrmitiendo que las mentas dejaran constancia del triunfo logrado por CALFUCURÁ en Sierra Chica. que lo convirtió el el «señor de las Pampas» y dueño absoluto de los vastos territorios que se extendían desde Olavarría hasta Los Andes.
Dice ESTANISLAO S. ZEBALLOS con respecto a este suceso en su obra «La dinastía de los Piedra»: «Cuando los ejércitos libertadores marchaban sobre Caseros, a costa de cuantiosas dádivas emanadas del erario público y del embargo de los bienes de sus adversarios políticos, mediante represalias periódicas, sorpresivas y sangrientas y con indudable astucia y conocimiento del carácter indio , JUAN MANUEL DE ROSAS había mantenido incólume la frontera que desde el Cabo Corrientes corría por Tandil, Azul, Tapalqué y La Federación.
La mano de hierro de ROSAS y el sistema de guardias fronterizas sólidamente guarnecidas por tropas veteranas y jefes capaces y fogueados, impusieron hasta 1852 el temor y el respeto a las tribus del desierto, acostumbradas con anterioridad al establecimiento de la llamada «Frontera de Rosas», a señorear impunemente las regiones que desde el Salado al Sur consideraban como patrimonio inviolable de su raza.
Empero, no escapó al fino olfato de los caciques, el profundo cambio político acaecido en la República. Sobre el filo de Caseros, el soberbio CALFUCURÁ, intuyendo la caída de ROSAS, ya había comenzado a movilizar sus huestes. Pronto las secretas guaridas del desierto sintieron la algazara de los parlamentos que convocaban a una nueva jornada de la guerra tres veces secular contra el cristiano. Y en las rastrilladas, el eco siniestro de los corceles pampas comenzaría a resonar como el somatén de campanas echadas al vuelo ante el peligro. Millares de guerreros con el ansia del pillaje largo tiempo contenida cabalgaban hacia la las llanuras fronterizas mostrando su presencia extraña y cruel. Eran el indio y la saña, su rencor ancestral. Eran la sangre, la desolación, la ruina y el cautiverio en pleno horror de la pasión salvaje.
Azul, tomado a saco y muerte de centenares de sus habitantes, colmó la medida. Entonces, el Coronel BARTOLOMÉ MITRE se vino hasta la Sierra Chica y contando con LAUREANO DÍAZ, para que marchara desde Cruz de Guerra, pampa adentro para atacar la retaguardia indígena, avanzó hacia los toldos. Pasada la sorpresa inicial, los indios se rehacen y vuelven a la pelea, mientras la fuerza de DÍAZ era debaratada por la astuta estrategia de CALFUCURÁ cuyas lanzas de refresco llegan en crítico momento al lugar del combate.
Abrumada por el número, la División del Sud debe formar cuadro para resistir. Pero la situación se torna insostenible y al comenzar la noche del 30 de mayo de 1855 MITRE abandona el campo de batalla y sigilosamente y de a pie para no ser descubiertos, él, sus jefes, oficiales y tropa, toman el camino que los llevará de regreso a Azul.
La derrota, más moral que material, ensorbebece a los indios y todo parece perderse, cuando una dolorosa hecatombre informa que el trago más amargo, aún quedaba por apurar (el autor se refiere aquí a la batalla de San Antonio de Iraola).
Ocho años después, MITR tratará de llegar a un acuerdo de paz con CALFUCURÁ y a estos efectos le escribe una carta que no tendrá consecuencias, ni logrará su cometido (ver Propuesta de Mitre al cacique Calfucurá).
Fuentes. “Historia General de la Provincia de Buenos Aires”, Daniel Alberto Chiarenza, “Página Histórica de Hoy”, José Salinas Claveras, Revista y Biblioteca del Suboficial, Ed. Esquiú, Buenos Aires, 1980; «La dinastía de los Piedra». Estanislao S. Ceballos; “La noche triste del Coronel Mitre”, Hugo I. Nario: “Atlas Histórico Militar Argentino”, Ed. Biblioteca del Oficial, Círculo Militar Argentino, Buenos Aires, 1974
Que lastima que no acabaron con Mitre!!
Muy interesante .el articulo .lugares llenos de historia.y cuanto sacrificio que hicieron los colonos y quienes tuvieron que enfrentar a los salvajes que mataban sin piedad a los que empezaron a poblar el pais
Empezaron a poblar? Y los «salvajes» que? Sinceramente me gustaría ver tu reacción cuando venga alguien, entre a tu casa y te diga bueno a partir de hoy yo vivo acá.
sos un verdadero salvaje y no sabés que decís…
maite
Las tierras eran de ellos !!! los salvajes e invasores
eran los unitarios !!!
Que hubiera pasado si hubieran seguido los indios?
Seguiriamos viviendo de la caza y la recolección.
O los Ingleses ya hubieran estado aqui.
No habia y no hay desarrollo en la consepcion india.
Solo el antojo del cacique.
Hola alguien sabe dónde fueron estos echos ??? Necesito saber dónde se realizaron en el lugar exacto!!
Dejo mi celular si alguien sabe algún dato. 2284370276
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Araucanizados (mapuches) originarios del otro lado de la cordillera que por conquista a las tribus originarias saquearon violaron y esclavizaron sin piedad a los que intentaban establecerse en los territorios que ellos tomaron por la fuerza contra otras tribus