NAMUNCURÁ, MANUEL (1811-1908)

NAMUNCURÁ o «Talón de Piedra», nació en Chile en 1811 y era hijo de JUANA PITELEY, una cacique de noble sangre araucana y del poderoso cacique Calfucurá.

Padre de CEFERINO NAMUNCURÁ, una de las figuras que mayor devoción inspiran a nivel popular en nuestro país, fue el último de los grandes caciques de la Patagonia, quien, derrotado por la Campaña la Desierto, se rindió al gobierno en 1884.

A los 4 años aguantaba en pelo el galope del caballo y en premio le agujerearon las orejas para colgarle un par de aros que usó toda su vida.

A los 12 años, ya se distinguía de sus docenas de hermanos, legítimos o no, como boleador y cazador, y adquirió el derecho de asistir a los parlamentos de los mayores de la tribu. Se convirtió en el favorito de su padre y en su mano derecha en las primeras incursiones a tierra pampeanas. En 1834 parece que se instaló en nuestro país, después de despiadadas luchas con las tribus locales.

Con el gobierno de ROSAS aprendió las reglas del retorcido juego que relacionaba a los indios con blancos. Alternativamente, trabó alianzas con el gobierno o encabezó sangrientos malones contra las poblaciones indefensas. El producto de las tropelías eran miles de cabezas de ganado que se vendían a precio de bicoca en las estancias chilenas, para regocijo de muchos civilizados.

En 1873 murió CALFUCURÁ y en el paraje llamado La Rinconada se reunieron 220 caciques para elegir al sucesor. Entre amenazas de guerra civil, Namuncurá recibió el trono. Nuevamente desplegó sus artes de diplomático mientras secretamente preparaba la gran invasión. Los blancos hacían lo mismo, negociaban al mismo tiempo que planeaban la guerra.

Hacia 1875, Namuncurá consiguió reunir las fuerzas de casi todas las tribus pampas y comenzó una fenomenal ofensiva de malones que causó terribles estragos. Pero fueron las últimas demostraciones de un imperio en decadencia (ver La invasión grande de Namuncurá).

La expedición de ROCA había sellado la suerte de las tribus. Ante la constante presión del avance militar hacia el Neuquén en 1882, envió parlamentarios para gestionar la paz con el gobierno nacional. y habiendo advertido que había llegado su fin, se refugió en Chile. Volvió para entregarse y finalmente se rindió, a instancias del padre Domingo Melanesio (salesiano), el 21 de marzo de 1884, en Ñorquín. Solo estaban con él unos 300 guerreros hambrientos y desarmados.

Tristemente, olvidó su pasado de guerrero para convertirse en un personaje político. Se dirigió a Bahía Blanca y allí se embarcó en el vapor “Pomona” con destino a Buenos Aires, acompañado de numerosa comitiva, con la intención de visitar a las autoridades del gobierno y gestionar la donación de tierras para su tribu.

Entre 1886 y 1897 realizó numerosas gestiones con ese fin, logrando finalmente que el gobierno le otorgara el grado de coronel del Ejército y tierras en la colonia indígena de “San Ignacio”, en la confluencia del arroyo San Ignacio con el río Aluminé, provincia de Neuquén, lugar que fue a partir de entonces, el asentamiento definitivo de su tribu.

Afirmada así la paz y la integración definitiva de su tribu con los colonos, se estableció en Chimpay”, provincia de Río Negro y luego en la Colonia “San Ignacio”, provincia de Neuquén, donde murió a los 97 años de edad. Fue enterrado en el Cementerio de la Colonia, pero en la actualidad se desconoce la ubicación exacta de su tumba.

En 1886, con la cautiva chilena ROSARIO BURGOS, tuvo a su hijo CEFERINO, fallecido en 1905 mientras estudiaba para ser sacerdote católico en ROMA, y que fue proclamado “beato” por la Iglesia Católica el 11 de noviembre de 2007.

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